Discurso pronunciado en Cádiz el día 12 de noviembre de 1933

No aumentéis con esos aplausos generosos y anticipados mi emoción y orgullo, porque ya me es bastante sentirme en vías de representar tal vez allá, en las Cortes, a esta provincia de Cádiz. Ya sabeis lo que eso representa para mi, no sólo por Cádiz mismo, sino por la compañía en que espero ir a esas Cortes. Van conmigo, aparte de otros amigos a quienes tengo el mayor afecto, tres ciudadanos preclaros de esta ciudad; unos por su nacimiento y otro por su adopción; va conmigo, si es que lo votáis, y de seguro lo votaréis antes que a mí, don Miguel Martinez de Pinillos, que es la generosidad y que además tiene la más bella cualidad que cabe en el patrimonio; es poseedor de barcos, y puede darse a sí mismo el goce imperial de mandar por los términos del mundo trozos flotantes de la Patria. Tenemos aquí también, y va conmigo en la candidatura, José María Pemán, que, de puro cantar su espíritu en esta clásica unidad de Cadíz, ha llegado a sentir por el camino de la inteligencia, y no por el camino de la fiebre, las más altas fiebres de la impaciencia divina. Y va, por fin, para nuestro orgullo y para nuestra buena compañía, este gran alcalde perpetuo, don Ramón de Carranza, que fue tan amigo de mi padre que incluso llegó a exasperarle algunas veces llevándole lealmente la contraria. Y que fue tan gran alcalde que, aun con deber su nombramiento a designación de la autoridad, y no a elección del sufragio, no ha habido nunca, ni en Cadíz ni fuera de Cadíz un alcalde más popular que don Ramón de Carranza.

 Pero, además, esta ciudad de Cadíz tiene para mí el recuerdo de otro gran impaciente. Es mucho, pues, lo que me dais con vuestros aplausos y lo que acaso me deis con vuestros votos, y en correspondencia de ello, yo quisiera también saber prometeros mucho, pero no os debo engañar; os puedo ofrecer únicamente el que nosotros, en las Cortes, nos clavaremos como resueltos centinelas para que no dé un paso más, ni un paso más, la revolución del 14 de abril de 1931. 
 Pensad en los dos años de Gobierno de azañístas y socialistas, y pensad en la obra de esas Cortes Constituyentes que se acaban de disolver, y que tenemos que procurar que no renazcan, porque ya sabéis que existe el peligro de que renazcan en virtud de no sé qué articulo de la Constitución. Pensad en la obra de esos dos años de Cortes Constituyentes, y pensad lo que nos dejan en España.
 España, según nos dicen, ya no es católica: España es laica. Eso es mentira. No existe lo laico. Frente al problema dramático y profundo de todos los hombres ante los misterios eternos no se nos puede contestar con evasivas. Contesta esas preguntas la voz de Dios, o contesta la voz satánica del antidiós, aunque sea disfrazada con la sonrisa hipócrita de don Fernando de los Ríos.
 España ya no es una, En la Constitución que nos rige os encontraréis con que se le da a España el atributo de nación y, en cambio, se están cumpliendo muchos Estatutos regionales. Dentro de unos años no sabremos si tendremos que llevar intérpretes para recorrer tierras que fueron de España. En cada sitio se hablará una lengua; en cada sitio se estudiará una historia, pero España no es ya siquiera una agrupación de regiones: es una República cantonal; una frontera para cada Municipio con esa Ley de Términos que obliga a los obreros, en unos tiempos, a abusar del exceso de trabajo, y en otras épocas, a morirse de hambre dentro de una implacable frontera.
 España ya no es una reunión de familias. Vosotros sabéis lo que era de entrañable esa familia. Todas vosotras, las mujeres de Cádiz, las mujeres de España, habéis cada una constituido vuestra familia, y pensabais otras constituirla también a la española, en la única forma tradicional que nosotros podemos entender la familia. Pues bien: ya tenemos una magnifica institución que se llama el divorcio. Con el divorcio ya es el matrimonio la más provisional de las aventuras, cuando la bella grandeza del matrimonio estaba en ser irrevocable, estaba en ser definitivo, estaba en no tener más salida que la felicidad o la salida de la tragedia, porque no saben muy bien de cosas profundas los que ignoran que lo mismo en los entrañables empeños de lo intimo que en los más altos empeños históricos, no es capaz de edificar imperios quien no es capaz de dar fuego a sus naves cuando desembarca. 
 Y, además, España no es independiente, Los hombres que han regido a España reciben sus consignas o de la logia de París o de la Internacional de Amsterdam. Hace unos días pasó ante la hostilidad de Madrid un presidente francés. Hace muy poco estuvo en Barcelona, tratando con el presidente de la Generalidad, otro ex presidente francés. No se sabe que pactos secretos se urden en esas entrevistas. Sólo se sabe que ha sido dragado a toda prisa el puerto de Mahón para que en él fondeen Dios sabe qué escuadras. Y que nos han minado Madrid con un tubo que se llama el tubo de la risa, pero que quizá sea una vez más el tubo de la afrenta, porque va a servir para que pasen por debajo de nuestra Península, hacia trincheras que no nos importan, las tropas coloniales de cualquier país vecino. Y España ya no es nada de eso; esa España que nos han dejado empobrecida, con una economía desquiciada, con la agricultura en ruina por esa Ley de Reforma Agraria, que solo sirve para empobrecer a muchos sin que haya enriquecido más que a los que pertenecen a ese Instituto de Reforma Agraria, que pisan sobre mullidas alfombras y usan los mejores automóviles, y dicen que ha de favorecer a los campesinos.
 Pues cuando nosotros, los candidatos, nos vemos frente a eso, que ya no se llama España, porque España no es la reunión deshecha de tantos elementos dispares, sino que es el conjunto gracioso y armonioso de todos ellos; al encontrarnos esto, que ya es otra cosa, nosotros, los candidatos, medimos nuestras fuerzas y no nos atrevemos a ofrecer mucho. Pero aunque nos hayan deshecho a esa España desde las disueltas Cortes de Madrid, todos sabemos que existe otra. Yo la he visto en un repliegue de la Sierra. Ayer estuvimos en Benaocaz, pueblecito que se aloja como un nido en un hueco de las peñas, cerca de Grazalema. Nos hicieron hablar. Se acordaron de que éramos candidatos y nos hicieron hablar. Hablamos encima de una mesa, bajo un techo de cañas con vigas al aire, ennegrecidas por el humo. Nos rodeaban unos hombres y unas mujeres con el rostro curtido; unos hombres que, como sus padres, como sus abuelos y como sus tatarabuelos, venían cuidando sus ganados, venían labrando su terruño. Así eran, seguramente, como esos hombres, los porquerizos que al principio del siglo XVI se fueron a conquistar un continente. Junto a eso hombres estaban las mujeres, las mujeres suyas, con unos ojos tan negros, tan profundos, tan encendidos, que parecían prometer otros mil años, otros mil siglos de vitalidad. Pues bien: cerca de aquellas gentes que no sabían de política, que difícilmente entienden lo que son las candidatura, que viven de una manera genuina, como se vivía desde  mucho antes que existieran las ciudades, ente esas gentes noté que estaba viva España, que toda esta obra de la Constitución que padecemos y de los Gobiernos que nos han gobernado es una cosa provisional. Tenemos todavía nuestra España, y no hay más  que escarbar un poco para que la encontremos. España está ahí, y un día encontraremos a España, y entonces tal vea no nos oigan hablar de estas cosas. Entonces, estad seguros por ejemplo, los obreros, de que no serían sojuzgados por la tiranía de los ricos que ofrecen condiciones duras diciéndoos que os elevan a la redención, porque esa España, nuestra España única, nos dirá a cada cual nuestro deber y nuestro sacrificio, y en nombre de España se gobernará, no para la clase más fuerte ni para el partido mejor organizado, sino para todos los españoles, y hemos de salvarnos junto o hemos de perecer juntos.
 Yo no me atrevo a prometeros que esa España la encontraremos en las futuras Cortes. Las Cortes son un instrumento inventado por la Constitución y por las corrientes y pensamientos que en la Constitución desembocaron; son un aparato que se detiene con que unos cuantos con habilidad y mala intención quieran detenerlo. Yo no os prometo, si voy a las Cortes, que en mis modestas fuerzas encuentre recursos para descubrir a esa España; pero sí os prometo, como dije al principio, que clavaré en aquellas Cortes como un centinela para que no dé un paso más la revolución, !!ni un paso más¡¡, como centinela que se clava en su puesto a costa de rigores y a costa de la muerte, y os prometo que será de mucho entono para mí, en el lugar de centinela, pensar en este Cádiz, en este Cádiz vuestro, que, avanzando hacia el mar como blanco navío, nos coloca más cerca de los futuros horizontes de España.

(Hacia la historia de la Falange, Sancho Dávila y Julián Pemartín, página 38.) (Obras Completas. Edit. Artes Graficas Ibarra. S.A. página 73.)