Discurso del Juez Marcial

Qué platicage apretao
al compás de las boteyas
los ojos como centeyas
briyaban de los mamaos.
Marcial estaba atufao,
con el gofio se atoraba,
y al general le largaba
al hablar, cada gargajo
que al final de arriba abajo
cuajao ño Borges estaba.

Causaba hipo la mamada
de la gofiera riunión,
y ver la geta del nación
con su cabeza pelada.
Siempre compraba parada
en favor del general,
y con gañote e metal
daba al porrón cada beso,
que se le hinchaba el pescueso
como lomo de bagual.

Redepente se paró
y largó un rilato al trote.
Diciendo «que en Lanzarote
ha sido en donde nació
el más bravo que pisó
las oriyas de esta tierra,
porque su cabeza encierra
un carcumen nunca visto;
y quien con él no ande listo
a la fija que lo entierra.

Que al pesar de su inorancia,
y su escuro nacimiento,
él amostró su talento
dende que jue pión de estancia.
Y que al fin con su costancia
y su natural saber,
al cabo alcanzó a tener
un carro de melcachifle.
Y tanto le pegó al chifle
que General llegó a ser.»

El Marcial es un cogoyo
que jiede a bastera freca,
no agarra fuego esa yesca
y es mala pasta pa un hoyo.
Hai la quizo dar de crioyo
pa reboliar una lanza,
y al probar su gran pujanza
ese canario travieso,
cuasi deja a Borges tieso
con un chusaso en la panza.

Al ver tan amargo atraso
pa que no se retobara
largó Marcial la tacuara
y comenzó a darle abrazos.
Por disgracia un cabesao
forsejeando le chantó.
Que sin querer lo largó
contra el lomo de una silla;
y el golpe de sus costillas
como caja retumbó.

A tal cariño y blandura
vido que si se quedaba,
el rumbo que lo esperaba
era el de la sepoltura.
Creyó cosa más sigura
en tan peliagudo transe
salir juera del alcanse
de ese viejo bagualón,
y pegarse una untasión
para que el mal no lo avance.