Discurso de Manuel Ávila Camacho con motivo de la vitoria sobre Japón

1945 Mensaje con motivo de la victoria de los aliados contra Japón


Manuel Avila Camacho, 15 de Agosto de 1945

Compatriotas:

La guerra que desencadenó Alemania en 1939 y que agravaron, con sus agresiones, la Italia de Mussolini y el militarismo nipón, ha llegado a su término al fin.

Tras de la derrota del fascismo en Italia y la capitulación de Alemania. la rendición japonesa vienea cerrar un capítulo tenebroso. Y unde, por todos los ámbitos, un suspiro de alivio y una esperanza inefable. Nace la Paz.

Un minuto como éste no hemos de consagrarlo al recuerdo de todos los odios y todas las injusticias que provocaron y cometieron los adversarios de ayer, los vencidos de hoy. La condenación de esas injusticias y de esos odios está ya en todas las conciencias.

Ahora, empieza realmente la tarea más ardua, la más hermosa: dar a la civilización un sentido capaz de alentarnos a existir y luchar por ella con el mismo denuedo y la misma entereza sin restricciones con que por ella cayeron los héroes, anónimos o famosos, que hicieron posible el triunfo que celebramos.

Pensamos en los millones de hombres y de mujeres que sucumbieron defendiendo, más que su vida el honor de su patria, el decoro de su bandera, el prestigio de su cultura y sus conceptos del bien, de la independencia, del derecho y de la virtud.

Entre las sombras de tantas víctimas admirables, figuran las de muchos hermanos nuestros, las de muchos jóvenes mexicanos.

Desde el umbral de la gloria que han alcanzado, ellos se vuelven hacia nosotros estoicamente y nos señalan la ruta inmensa que habremos de proseguir para merecer la magnitud de su espléndido sacrificio: servir; servir en el trabajo y en la concordia, como ellos sirvieron en las batallas. Vivir; vivir unidos, sin egoísmo y sin rencores, como ellos —sin egoísmo y sin rencores— se unieron para morir. Y esforzarnos como ellos, valientemente, pues la paz que nace no se hallaría en proporción con sus sufrimientos si no nos sintiéramos aptos para ganarla, todos los días y a toda hora, con nuestra laboriosidad y nuestra perseverancia, nuestro patriotismo y nuestra justicia, nuestra energía y nuestra bondad.

Almas de niños y almas de jóvenes son las primeras en acercarse, en esta mañana de fiesta, al júbilo de la Patria. Su alegría es para nosotros el testimonio más alto y el compromiso más entrañable.

En efecto, para que esos jóvenes y esos niños vivieran una vida limpia de oprobios, entramos en la guerra que ha concluido. Y para que los jóvenes y los niños de todos los Continentes, todas las razas, todos los idiomas y todas las latitudes se hicieran hombres sobre una tierra en la cual ser hombre fuera un orgullo y no un obscuro presentimiento de esclavitud, las democracias no vacilaron en aceptar el reto trágico de los déspotas.

Una vez más ha vencido el derecho. Una vez más el destino se ha sobrepuesto a la equidad de las tiranías y al impulso malsano de labarbarie. Las madres del mundo entero podrán contemplar de nuevo a sus hijos sin inquietud. Todos los países, todos lo gobiernos, todos los pensamientos deben ahora tender a una sola meta: construir una paz segura, perdurable, próspera y noble, a fin de que, bajo cualquier estandarte y cualquier escudo, el ser que nazca a la luz nazca también a la independencia y crezca entre el respeto de sus iguales y contribuya a que la ley mayor de la convivencia sea una fraternal y constante superación.

Desde esta Plaza, corazón secular de la historia de la República, México participa en la generosa emoción que embarga a todos los pueblos libres y eleva el voto de que, a la presente victoria, suceda una era que, por sus realizaciones y sus principios, resulte digna de los lutos y los dolores que ha costado a la humanidad.