Discurso de Luis Echeverría Álvarez en su visita a la UNAM

Con profundo beneplácito he aceptado la invitación que los universitarios me hicieran para acompañarlos en esta ceremonia de iniciación de los cursos correspondientes al año académico 1975. Vengo a rendir homenaje a nuestra universidad y a ratificar la decisión invariable del gobierno de la república de preservar y respetar su autonomía, no solo porque así lo dispone la ley, sino por íntima convicción de universitario, de revolucionario y de mexicano. Acudo a la iniciación de una nueva etapa en la fecunda vida de esta casa de estudios con la que se abre también, simbólicamente, una nueva era de mucha comprensión y respeto entre la universidad y el gobierno.

En el pasado inmediato estas relaciones sufrieron un grave deterioro; sin embargo, mi gobierno, que es un gobierno de universitarios, aceptó el reto del diálogo, no de la gritería anónima. Como el candidato que me otorgó la voluntad nacional, empeñé el mas esmerado esfuerzo en disolver animosidades, disertar equívocos y propiciar un limpio entendimiento entre nosotros.

Estalla la revolución el mismo año en que la universidad se funda; ambas coinciden desde entonces en el itinerario y en el propósito a través de la lucha armada y de la acción política. El pueblo busca edificar en la práctica una nueva sociedad; semejante es el empeño universitario en la investigación, en la crítica y en la docencia.

La conquista de la autonomía separa la función que es propia del gobierno de aquella encomendada a la universidad, autonomía que nos significa el divorcio de nuestra casa de estudios en la tarea revolucionaria en que la nación esta empeñada; menos aun podría extraviarla de su deber fundamental, que es adelantarse a su época, conformar la imagen y mostrar el camino de la sociedad futura. Cuando la universidad adopta el lema de su escudo está comprometiendo su destino en una genial anticipación de las luchas contemporáneas del tercer mundo; los fines últimos de nuestra educación coinciden con los objetivos de la comunidad mexicana.

Si educamos en la libertad no es para preparar el advenimiento de una dictadura; si propiciamos el debate y la crítica, es porque estamos dispuestos, en todos los sectores, a revisar conductas y procedimientos; si pugnamos por el pluralismo ideológico y el fin de la explotación en la vida internacional, es porque deseamos instaurar la justicia en nuestro país y garantizar su vigencia por la formación de una juventud libre, comprometida, responsable, nacionalista y combativa.

¡Insisto en que el grito anónimo es cobarde, jóvenes!

En el país y en la universidad soplan vientos de renovación fecunda, crece la inquietud por examinar y definir el papel que corresponde a las instituciones de educación superior en la transformación de nuestra guerra social. Hace pocos días nos congratulamos por la nueva orientación que la universidad esta imprimiendo a sus programas de estudio y actividades docentes, su interés por atender los problemas del campo, el replanteamiento del servicio social de los pasantes, los nuevos enfoques y antiguas disciplinas y la preocupación por adoptar métodos modernos de enseñanza y aprendizaje revelan que las autoridades, maestros e investigadores, trabajadores y alumnos de nuestra universidad viven atentos al presente y al futuro de la ciencia y de la nación.

¡Escuchen lo que les voy a decir! Ciertamente toda reforma educativa tiene por frontera las distorsiones del proceso económico y social; no hay cambio autentico sin una doble estrategia que opere al mismo tiempo sobre las estructuras y sobre las conciencia, por ello no puede modificarse de raíz nuestro sistema de convivencia sin reorientar también el rumbo de la educación. Negar la actitud de la universidad para influir en los cambios sociales es negar la más importante de sus funciones.

Pasó el tiempo de las conciencias tranquilas... ¡así gritaban las juventudes de Mussolini y de Hitler!; ¡las juventudes de Salvador Allende sabían discutir!... pasó el tiempo de las conciencias tranquilas, de la mezquindad profesional, de la mediocridad lucrativa, del aislamiento intelectual; pasó también la época de la política como irresponsable juego de intereses y pasiones. Desligar el proceso de modernización de nuestros verdaderos objetivos equivale a consolidar la dependencia, la dependencia de los países imperialistas a los que ustedes les hacen el juego, ¡ustedes!

¡Escuchen, jóvenes manipulados por la CIA! Desligar el proceso de modernización de nuestros verdaderos objetivos equivale a consolidar la dependencia; un esfuerzo que se concentra exclusivamente en el mejoramiento de los sistemas pedagógicos sin considerar los propósitos nacionales de la educación correría el riesgo de volver más eficaces los instrumentos que atentan contra la soberanía.

¡Escuchen, jóvenes profascistas!, ¡ustedes! La universidad y el gobierno desempeñan funciones complementarias, de ninguna manera opuestas en el seno de la sociedad; el enfrentamiento entre la universidad y el gobierno lo lamenta la nación y lo celebran los heterogéneos enemigos de México. Quienes agreden las universidades, desde dentro o desde fuera, temen a su influencia política y social; temen a la libertad, a la verdad y a la inteligencia, ¡jóvenes fascistas!; son las minorías privilegiadas, y sus homólogos extranjeros (a quienes afecta la denuncia de la explotación, la miseria y la injusticia social) son los beneficiarios de la dependencia; quisieran detener la formación de generaciones técnica y moralmente capacitadas para fortalecer nuestro desarrollo autónomo. Esos grupos ven en toda expresión de disentimiento motivos de alarma y excusas represión.

El gobierno de la república, jóvenes movidos por la CIA, halla, en la honrada discrepancia en esta, energía vital que la nación demanda; entiende que la crítica razonada —elemento esencial de la universidad— es también soporte fundamental de la vida democrática y de independencia del país, ya que... ¡así gritaban los jóvenes de Hitler y Mussolini, muchachos!, ¡así! ¡Mucho cuidado con el fascismo!; ¡se les está metiendo el fascismo en la universidad gritando así!... ya que genera las alternativas y propone las soluciones viables para su progreso. Tenemos la convicción de que las universidades deben y pueden gobernar que sí misma y que los problemas universitarios sólo pueden y deben ser resueltos por los propios universitarios; quienes opinan de inducir a las instituciones educación superior a la violencia e impedir el ejercicio de la libertad —derecho sustancial— son los mismos que buscan desprestigiarla porque temen el peso de sus juicios.

Los caminos de la violencia no son los caminos del desarrollo: la violencia busca desvertebrar la acción coordinada de los grupos progresistas y es por ello una estrategia reaccionaria. La negativa al diálogo y la razón es una tesis fascista; significa la clausura de la inteligencia, el repudio de la política y la cultura, el rechazo de la organización y de la militancia de las ideas; es la tesis en suma de la barbarie sin principios en contra de la auténtica energía creadora y revolucionaria de los hombres, ¡jóvenes fascistas!

Es un error considerar que la autonomía universitaria únicamente se ve amenazada por el estado; hay muchos otros factores e instrumentos de presión que quisieran someterla, de ahí que el gobierno tenga la doble obligación de respetar y de guardar la autonomía universitaria. Las agresiones contra la universidad son agresiones contra el país; nos opondremos a ellas provenga de donde provengan, ¡jóvenes del coro!

¡Jóvenes del coro fácil!, nos opondremos a ellas provengan de donde provengan, sean de oficinas burocráticas, de oficinas empresariales o de nefastas agencias manejadas desde el extranjero, cualquiera que sea su signo ideológico.

Esta es la hora de rendir fervoroso homenaje a todos los aquellos que han luchado por engrandecer esta universidad, y muy particularmente a quienes en momentos difíciles, amargos para ella y para todos los mexicanos, la han defendido con valor y dignidad; entre esos últimos quiero exaltar la memoria de un gran rector recientemente desaparecido, el señor ingeniero Javier Barrios Sierra.

México no podrá ser verdaderamente independiente si sus universidades no son libres. México no podrá avanzar por el camino del desarrollo autónomo sin el concurso lúcido y apasionados de sus pensadores, de sus investigadores científicos y de sus técnicos.

Ahora yo los escucho —sobre todo a ese grupito— a escuchar a los oradores que hablen en contra decente y valientemente.

¡Viva México!

¡Viva la Universidad Nacional Autónoma de México!