Discurso de Adolfo López Mateos en la Universidad Nacional Autónoma de México
1960 Discurso en la Universidad Nacional Autónoma de México con motivo de la III Conferencia de la Asociación Internacional de Universidades (AIU)
Adolfo López Mateos
6 de Septiembre de 1960
Es un honor para mi país que lo hayáis escogido como sede del Congreso que los reúne y en ustedes, ilustres representantes de las casas de cultura, el pueblo y el gobierno de México saludan al conjunto de fuerzas intelectuales preocupadas por hallar solución a los problemas de las universidades modernas, de -seguro, con la noble idea de que los instrumentos de la ciencia y la cultura sirvan a nuestra civilización para que el hombre, en paz, sea dueño de un mejor destino.
No es inoportuno recordar que las universidades tienen en nuestro tiempo una misión más alta que la ya trascendente, decisiva, de preservar la tradición y el saber. La vida varias veces secular de las universidades va unida a la idea de las universidades; pero las mejores entre ellas no se contentan con ser focos de irradiación intelectual o científica. Se proponen, ante todo, la formación del hombre par que en sus manos, ciencia, técnica y artes, influyan y actúen como potencias defensoras de los supremos valores humanos.
Vida universitaria es siempre alusión a la juventud y la juventud va unida a la idea de posibilidad. Arduo problema es para los centros universitarios, ahora más que en ninguna otra época, la formación superior de una juventud incitada simultáneamente por su vocación y por la impaciencia de actuar en la vida pública. El ansia propia de las mocedades, anhelosa de cambios, se debe dirigir hacia la conciencia de actuar para hacer un mundo más justo, más humano, más habitable que lo ha sido en el pasado.
Estos aspectos indican que si las universidades tienen la obligación de perfeccionarse, de actualizarse, de ampliarse en el saber, de enriquecerse en la novísimas experiencias de la investigación, el estudiante, a su vez, ha de entender que todo privilegio incluye una responsabilidad. Y la responsabilidad es tanto más grande cuando en el mundo, a pesar de los adelantos de la técnica y de la ciencia. quedan zonas en que impera la miseria, el atraso, la ignorancia, y está en peligro la paz mundial.
La responsabilidad del estudiante universitario es más grande porque los pueblos necesitan del esfuerzo total, la plena formación del auténtico saber, la anchura de posibilidades de la inteligencia que por ser dueña del conocimiento, de la ciencia, de la cultura, está comprometida a participar decididamente en el proceso social que dignifique al individuo y perfeccione a la sociedad.
Es, pues, deber del estudiante prepararse con solidez para el ejercicio de determinada profesión. Pero al no bastar, en nuestro tiempo, el aprovechamiento de los años que se consagran al aprendizaje de un saber, las universidades, deben dar a sus hijos una actitud general ante la vida. Han de modelarlos en la idea de que deben ser ejemplos en el servicio a la colectividad.
Que la mejor manera de ser es la donación; que los pueblos están anhelosos de justicia distributiva en lo que se refiere a los bienes materiales; que no basta el dominio de una disciplina porque el espacialismo, a la postre, empobrece la perspectiva; que la vida del hombre exige una visión de la totalidad y, en fin, que en las nuevas generaciones estará, en su momento, el destino del mundo, y que deben llegar a él con conciencia clara de su responsabilidad.
El hombre tiene hoy más ciencia, pero la ciencia mal dirigida se vuelve una amenaza para el hombre mismo. Una libertad llena de temores es tan grave como cualquier presión sobre la independencia individual. La responsabilidad de las universidades se agiganta cada día, ante los problemas de la política internacional y los internos de cada país. Sólo una madurez de pensamiento, de vida, de maneras, la madurez de los mejor preparados, puede asegurar al mundo una contribución vital para el disfrute de una paz permanente y el remedio a insatisfacción, les e insuficiencias populares. A la inteligencia destructiva, que utiliza la ciencia ola técnica en contra del hombre ola convierte en peligro de su supervivencia, hay que oponer la inteligencia del humanista que aspira a la paz verdadera, a la unidad augusta del saber humano, a la coherencia en el esfuerzo de los pueblos. Proyectar a los estudiantes con magnanimidad hacia un futuro que esperamos mejor, de acuerdo a esa realidad, es tarea de las universidades.
Ante estos problemas, las universidades modernas se enfrentan, además, a su crecimiento explosivo. Este hecho corre parejo con el aumento mundial de población y con el estímulo de que la educación universitaria no es un lujo sino una necesidad creciente de cada vez mayor número de capas populares. Revelan las estadísticas que es joven, más que vieja, la población existente. Ello produce que a los pueblos se les agudicen sus problemas educativos, desde la instrucción elemental de las muchedumbres; y no escapan los centros universitarios a esta nueva crisis, una de las más graves de las poblaciones en aumento.Ya la multiplicación excesiva viene a complicar la vida universitaria, aunque el crecimiento de la población estudiantil es deseable por cuanto supone que es más grande el núcleo social que tiene el privilegio de participar en ella. Esta democracia de la enseñanza superior, sobre ser deseable, es también necesaria, porque cada nación ha menester una más amplia estructura de profesionales e intelectuales.
Mas el aumento de la población estudiantil trae como inmediata consecuencia la multiplicación de los colegios y la necesidad de grupos más grandes de maestros. Pero ningún pueblo se puede permitir el improvisar educadores, y menos catedráticos universitarios. A tan serio problema se suma el más ingente de que el aprovechamiento de los alumnos disminuye en la medida que crece su número. Esto hace pensar en que a la obligación de crear un tipo de profesional capaz de atender el mayor número posible de necesidades en su especialidad, debe buscarse combinar el cultivo minoritario de especializaciones que requieren atención particular con las apremiantes necesidades de conglomerados que aumentan a ritmo acelerado. Y que en lugar de concentrar los centros de estudios en las grandes ciudades, seria preferible llegar al consciente y necesario equilibrio de muchos, tal vez más modestos, pero más eficientes. La protección a las universidades de provincia no sólo se muestras como una necesidad, para distribuir, equitativamente en cada territorio, la población estudiantil, sino como una fórmula para hacer más eficaz la propia enseñanza.
La búsqueda de soluciones o estos problemas es una trascendental tarea a la que va entregarse este Congreso que hoy inicia sus labores en México, porque a nadie escapa, desde hace muchos siglos, que las universidades son como santuarios donde la inteligencia preserva el saber. Arde en ellas la llama del conocimiento, la inquietud que investiga, la duda que interroga y el humano discernimiento que responde. La ciencia anida en las aulas y pasa de una a otra generación, como una herencia acumulada, cada vez más variada y opulenta; y una mayor herencia supone una mayor responsabilidad del hombre moderno ante el futuro. Solicitado nuestro tiempo por instancias contradictorias, parece haber perdido el sentido eterno, antiguo, de la ciencia verdadera, que no es otro que el de servir al hombre, no sólo como deleite espiritual del saber, antes también como seguridad y defensa ante el mundo. Porque la ciencia no ha nacido únicamente de ese apetito de interrogación que, según la filosofía moderna, es un producto del extrañamiento. A la búsqueda de la certeza añade el afán de seguridad, la voluntad de fortaleza, el anhelo de aumentar un poder que haga del hombre la norma universal. La oposición entre ciencia y humanismo es una de las desviaciones de nuestra época, ya que ciencia y humanismo, aunque diferentes, van conectados en la historia de la cultura humana con una relación de medio y fin. El hombre aspira a la sabiduría, que es desde antiguo riqueza y privilegio; pero también a la dignidad en la justicia y a la superación en la independencia del espíritu.
Más allá de las discrepancias políticas y de las diferencias ideológicas, nuestro siglo manifiesta un anhelo de reinvidicación. No es que las mayorías se rebelan contra la minorías. El hombre no sólo es la razón; es todo el hombre. El olvido de lo social llevó a los pueblos a la crisis contemporánea. La ciencia, por una parte, aumenta las posibilidades; mas por la otra se convierte en máxima amenaza de total destrucción de la humana existencia.
Un humanismo moderno que lo sea verdaderamente, aprovechará la ciencia, con sus nuevas regiones de saber y de hallazgos, no solamente para devolver al individuo ese máximo goce que es ejercitar la inteligencia en conocimientos siempre nuevos, sino también para enseñarlo a convivir entre los problemas de la comunidad. Al falso humanismo de academia, de torre de marfil de sanceta sanotoum, pretexto para el aislamiento egoísta que hace de la reflexión un solipsismo, un quedarse solo y aparte, entre bizantinismo, sin trato con los hombres, debe seguir un humanismo de saber participado a los demás. La idea de minoría selecta ha caído en desuso como falacia aristocrática. Hoy más que nunca es pertinente reconsiderar el lugar del saber y del hombre en el mundo y en la sociedad moderna. Los pueblos están menesterosos de cia social. No se puede pensar en la ciencia si no es como fundamento de un humanismo que mejore las reglas de vida para el hombre. No ha de ser éste un engranaje del Estado ni un átomo de la sociedad.
Aprender la dignidad, la libertad, la independencia del espíritu dentro de un marco de igualdad social de justicia vindicativa que destruya las desigualdades económicas, tal la tarea del moderno humanismo que con nombres diversos y varias doctrinas, a veces discrepantes, tiene siempre la misma aspiración.
Señores delegados: habéis llegado a una nación que celebra el siglo y medio de su Revolución de Independencia y los primeros cincuenta años de otra que transformó a un caduco edificio social. México aspira a ser un nuevo ensayo de vida bajo normas de orden con libertad. Siglos hace que un afán vindicativo de justicia, como hilo resistente, recorre a las generaciones de este pueblo que ha sido modelado por una arisca geografía y por una historia dramática. Forjando su grandeza en renovadas luchas y buscando en la Revolución y en la Reforma su estilo de vida, anhela una justicia distributiva, una más extensa educación para sus hijos, una mejor enseñanza universitaria para las clases que tarde o temprano llegarán al poder. Tal vez son muchos los defectos de nuestra organización como país. Grande el lastre que todavía llevamos en este esfuerzo acelerada por alcanzar una más alta meta de humanidad. Vicios seculares preocupan al gobierno y lo hacen empeñarse en la tarea de superarlo. Quien sepa ver a México sin perjuicios descubrirá fácilmente que aquí se va modelando, en el éter puro de las altas planicies o en la densa atmósfera de los trópicos, un pueblo que aspira, por sobre todo y ante todo, a la dignidad del hombre. Porque el hombre no ha de ser un número, ni una máquina, ni una pieza en el mecanismo del Estado, sino el eje de una sociedad que será más grande, más perfecta, cuanto mayor sean la paz y la libertad.
Hoy, 6 de septiembre de 1960, Año de la Patria, declaro inaugurados los trabajos de la III Conferencia General de la AIU. Los pueblos del mundo tienen fijos los ojos en ustedes y esperan que en esta junta de universidades se apunten nuevos caminos y se señalen perspectivas para mejorar el destino del hombre.