Discurso de Adolfo López Mateos con motivo del Chamizal

México, D.F., 18 de Julio de 1963

Compatriotas:

Fiel a la costumbre de informar personal y directamente a la ciudadanía sobre los acontecimientos nacionales e internacionales de mayor importancia, comparezco hoy ante ustedes para anunciar que tanto el señor Presidente Kennedy como yo, hemos aprobado las recomendaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, para solucionar el viejo problema de El Chamizal.

Este problema que durante un siglo, aproximadamente, ha sido elemento negativo en las relaciones de México con los Estados Unidos, entra ahora en la fase final de su liquidación. Una vez que las recomendaciones de las respectivas cancillerías (que se darán a conocer a ustedes a través de los órganos publicitarios) se articulen en una Convención formal, y luego que esta última sea ratificada por ambos gobiernos, habrá vuelto a la patria mexicana un jirón que estaba desprendido de ella. Este territorio y sus futuros habitantes podrán compartir plenamente las instituciones y el destino que nos son comunes a todos los mexicanos. Como lo prometí en el Informe Presidencial del 14 de septiembre de 1962, este arreglo sólo entrará en vigor después de ser conocido, discutido y aprobado en su caso, por las dos Cámaras del Honorable Congreso de la Unión.

El área del estado de Chihuahua, y en especial de Ciudad Juárez, se verá acrecida de hecho -aunque de derecho siempre nos perteneció como lo reconoce el laudo arbitral de 1911- en una superficie de 177 hectáreas, o sea un millón setecientos setenta mil metros cuadrados, que fue, según los cálculos técnicos más fidedignos, la porción asignada a México en la sentencia del Tribunal de Arbitraje. Ni un metro menos dejaremos de recuperar del territorio sobre el cual, por el fallo inapelable de la judicatura internacional, se reconoció la soberanía de México.

Por más que, durante la secuela del juicio, el gobierno de México hizo valer títulos que de buena fe estimó justos sobre la totalidad del terreno en disputa (242 hectáreas, aproximadamente), la mayoría del Tribunal de 1911, representada por el Comisionado Presidente Eugene Lefleur, de nacionalidad canadiense, y el Comisionado mexicano, Fernando Beltrán Puga, nos concedió sólo la porción que antes he dicho, 177 hectáreas, y que constituye con mucho, la mayor parte. Creo también pertinente agregar, como un tributo de justicia a la memoria de aquellos ilustres jueces, que al proceder de esa suerte a la repartición de El Chamizal, no lo hicieron caprichosamente, sino por la sincera convicción de ambos árbitros basada en la rigurosa aplicación de tratados y convenciones vigentes, con arreglo a los cuales se imponía la necesidad de dividir el territorio.

Con el profundo respeto que invariablemente ha demostrado tener México por la justicia internacional, acatamos en 1911 inmediatamente el laudo emitido; y como no estábamos en la condición de poseedores, esperamos serenamente más de medio siglo a que se nos hiciera justicia, con la seguridad de quien tiene el derecho de su parte. Esta ha venido al fin, por la recta voluntad del señor Presidente Kennedy, quien en esta ocasión, especialmente, ha comprobado ser tan destacado estadista respetuoso del derecho, como buen amigo de México.

Sólo un año ha transcurrido desde que conjuntamente el Primer Mandatario de los Estados Unidos y yo, hicimos pública nuestra decisión de dar una solución completa y definitiva al problema de El Chamizal. En este lapso, diplomáticos y técnicos de uno y otro país han laborado incansablemente con objeto de proyectar, en todos sus pormenores, una operación complementaria a la devolución de El Chamizal, sin la cual no reportaría esta última los cuantiosos beneficios que de ella se esperan para los habitantes de Ciudad Juárez.

Me refiero a la rectificación del Río Bravo, mediante la apertura de un nuevo cauce, en forma tal, que al reincorporarse El Chamizal mexicano a nuestro territorio, reasuma el río su condición de frontera entre Ciudad Juárez y El Paso. Tener ríos por fronteras, donde quiera que sea posible, y más cuando así lo estipulan los tratados de límites, es una medida por todos conceptos aconsejable.

Por otra parte, y según podrán ustedes verlo con detalle y amplia justificación en las Recomendaciones Conjuntas de las dos cancillerías, el nuevo cauce del Río Bravo ha de trazarse de modo que ocurrir los fenómenos de desprendimiento de tierras y mutación de lecho, que fueron precisamente los que dieron origen, como en otros muchos casos ya resueltos, al problema de El Chamizal.

Si el nuevo cauce siguiera todo el contorno de El Chamizal, se tropezaría con obstáculos urbanísticos de ingeniería de difícil, si no es que de imposible realización. Además, no se daría al problema la solución completa que convinimos el señor Presidente Kennedy y yo nuestra conversación del 30 de junio del año pasado.

En consecuencia, el nuevo cauce -que, por sus características especiales, contribuirá al embellecimiento de las dos ciudades fronterizas- pasará por en medio del Corte de Córdova, que también se encuentra en la margen izquierda del río y sobre el cual México ejerce soberanía y dominio.

A este respecto, es indispensable que la opinión pública mexicana tenga una idea perfectamente clara sobre los dos aspectos de la cuestión que, si bien se complementan, son independientes entre sí.

Primero. El área de El Chamizal se nos devuelve íntegramente, conforme al arbitraje, sin compensación o contrapartida de ninguna especie. Es decir, México recibirá, ni más ni menos, las 177 hectáreas que lo componen.

Segundo. El canje de 78 hectáreas de territorio norteamericano que pasará a México, por 78 hectáreas de territorio mexicano que pasará a los Estados Unidos, como consecuencia de la nueva localización del cauce del río, se realizará por lo que respecta a México, en parte norte del Corte de Córdova, y por lo que atañe a los Estados Unidos, al este del referido Corte.

Es así como tendremos, sin solución de continuidad, 333 hectáreas que se integran en la siguiente forma:

156 hectáreas, que son la superficie total del Corte de Córdova, mas 177 hectáreas que son la superficie de El Chamizal mexicano.

Por otra parte, el canje de 78 hectáreas de territorio mexicano por 78 hectáreas de territorio norteamericano, consecuencia obligada de la nueva localización fluvial, tiene un precedente de capital importancia y que ha sido para México de grandes beneficios. Me refiero a la Convención del 14 de febrero de 1933, igualmente rectificatoria del cauce del Río Bravo en un tramo de 140 kilómetros de longitud entre el Corte de Córdova y el Cañón de Cajoncitos y por virtud de la cual, 2,072.39 hectáreas de territorio mexicano pasaron a la jurisdicción de los Estados Unidos a cambio de igual número de hectáreas de territorio norteamericano que pasaron a la jurisdicción de México. Toda esa operación, de tan dilatada extensión lineal y superficial, se ajustó con la aprobación de la opinión pública mexicana, de 1934 a 1938.

Por último, el arreglo recomendado por las dos cancillerías estipula que sobre los terrenos de El Chamizal y de la zona contigua al este del Corte de Córdova que pasaría a México, no habrá títulos de propiedad privada ni limitaciones al dominio o gravámenes de ninguna clase. En cuanto a las construcciones que pasan intactas a México, ya sea en El Chamizal o en la zona contigua al este del Corte de Córdova, será el gobierno de los Estados Unidos el que, de acuerdo con su propia legislación, indemnice a los propietarios de esas construcciones y de los terrenos en que están fincadas.

El Banco Nacional Hipotecario, Urbano y de Obras Públicas pagará al gobierno de los Estados Unidos el valor estimativo que para México tienen esas construcciones, y el propio Banco pagará al gobierno federal mexicano el valor de los terrenos en que dichas construcciones están ubicadas, a fin de que se le expidan títulos de propiedad.

Todos aquellos otros terrenos en que no haya construcciones serán de propiedad federal y el Ejecutivo determinará el fin que convenga darles.

Compatriotas: La historia suele vincular, en su amplio devenir, nombres, seres y cosas. Hoy, que la principal beneficiaria con la recuperación de El Chamizal, será la ciudad fronteriza que lleva el nombre del ilustre Benemérito a quien México debe su segunda independencia, es de la más estricta justicia recordar que fue precisamente el propio Presidente Juárez quien, teniendo aún la sede de su gobierno en la

capital del estado de Chihuahua, instruyó a don Matías Romero, su representante diplomático cerca del gobierno de Washington, para que llamara la atención de éste sobre desprendimientos bruscos de tierras mexicanas, de la margen derecha del Río Bravo a la opuesta, y reafirmara, con respecto a esas tierras, "el dominio eminente de la Nación a que pertenecían".

Allí estaba El Chamizal. De ello no se olvidaba el Presidente Juárez, que con el mismo patriotismo y energía con que liberaba todo el territorio nacional, vigilaba que no sufriera detrimento alguno. Juárez, que nos enseñó la tenacidad en el Derecho, obtiene a un siglo de distancia, respuesta favorable a su patriótica reclamación.

No me resta sino congratularme con ustedes por esta victoria del derecho y la razón, fundamentos constantes de nuestra política exterior. Por lo demás, quiero ofrecer las más amplias seguridades de que escucharemos, con especial cuidado, toda manifestación auténtica y de buena fe que provenga de la ciudadanía y de cualquiera de sus sectores, sin distinción alguna, sobre este arreglo. No ha sido otro mi propósito, al hablar ahora a la nación entera sobre este asunto, que someterlo al alto tribunal de la opinión pública. De él penden, sin ninguna exclusión, todos los actos de mi gobierno.

Un siglo va a cumplirse, el año entrante, desde que El Chamizal mexicano pasó a la ribera opuesta del Río Bravo. Al verle reintegrarse a la orilla que es la suya, mi único deseo es que todos los mexicanos nos unamos en el propósito de que su restitución a nuestra Patria, fortalezca en nosotros el sentimiento de la solidaridad nacional, de la fe en el derecho y redunde en mayor devoción de lo único que en esta empresa, como en todas las demás, debe ser fin de nuestro amor y esfuerzo; México y los mexicanos.