Discurso ante la Academia Náutica


Discurso ante la Academia Náutica de Manuel Belgrano

editar

Habéis visto, Señores, los progresos de estos aplicados jóvenes, que superando las dificultades de una constante asistencia y adhesión a los objetos de sus estudios, han sabido adquirir las ideas útiles y los buenos principios en que debe cimentarse la ciencia que los hombres del globo, les proporciona su substancia y comodidades, haciendo con menos riesgo los transportes y facilitando los viajes por mar como por tierra, hasta hacer desterrar el temor que antes se tenía para entregarse al furor de las olas y a los contratiempos de la naturaleza.

¡Qué gloria, qué satisfacción no me debe causar el ver la utilidad de este establecimiento! ¡Cómo se falsifica por la experiencia el temor de que todas estas instituciones son débiles en sus principios y que el tiempo es quien las consolida! Buenos Aires puede ya decir que por su Consulado tiene jóvenes que adquiriendo una carrera honrosa y lucrativa, lleven sus buques a salvamento con todas las producciones que la naturaleza ha depositado en sus fértiles terrenos.

Dos años de una sabia dirección, han producido estos óptimos frutos; ellos van a sazonarse y a hacerse apreciables, desprendiéndose en su madurez de las semillas sólidas e ilustradas que encierran para propagar entre sus compatriotas unos conocimientos tan útiles a la humanidad y por esto tan dignos de nuestro aprecio.

¿Cómo podré hacer yo el justo elogio de este cuerpo acreedor a todos los respetos, por una creación tan ventajosa a la Nación, de un director interesado en los adelantos de la juventud, y a la tenaz aplicación de ésta para lograr el conocimiento verdadero de esta útil ciencia, y los lauros que hoy sabiamente se va a premiarlos?

Mi pluma es débil, lo conozco; pero la complacencia que me asiste es grande, como que he sido uno de los motores, para la realización de estas ideas, que de mucho tiempo ocupaban a este ilustre cuerpo en beneficio de nuestra juventud, y así me produciré en los términos a que alcance, no ya para deslumbraros con una vana y estudiada elocuencia, sino para que me ayudéis con vuestras luces a dar los merecidos elogios al Consulado, al director y a sus alumnos.

Desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, la historia de los siglos y de los tiempos nos enseña, cuánto aprecio han merecido todos aquellos que han puesto el cimiento a alguna obra benéfica a la humanidad y los que la han fomentado y sostenido hasta darle una existencia invencible por los contrastes propios de las vicisitudes: las plumas más elocuentes se han ejercitado en aplaudir estas acciones; los buriles, los cinceles, las prensas, y todo ha contribuido para trasmitir hasta los venideros siglos, las dulces memorias de aquellos sabios bienhechores, cuyas ideas eran las de la prosperidad del hombre.

Dirigid, Señores, vuestras miradas a los manuscritos antiguos, si queréis convencernos; observad esas medallas, las estatuas; leed los libros, y sobre todo el libro de los libros, y encontraréis tantas pruebas de esto mismo, que plenamente quedaréis convencidos. Si yo no temiera molestaros, os presentaría un catálogo inmenso de héroes elogiados por sus acciones, por sus hechos útiles al público; y no creáis que los confundiría con los monstruos a quienes la adulación, la vil adulación, hija de la servilidad voluntaria, merificó y elevó a aquella clase distinguida.

¿Y quién de vosotros es el que duda que esta Academia ha sido establecida por este Real Consulado, que él la fomenta y la sostiene? ¿No es ella el cimiento de una obra benéfica a la humanidad? Vosotros lo sabéis, sí, sabéis que de aquí van a salir individuos útiles a todo el Estado y en particular a estas Provincias: sabéis que ya tenéis de quien echar mano para que conduzca vuestros buques; sabéis que con los principios que en ella se enseñan tendréis militares excelentes; y sabéis también que hallaréis jóvenes que con los principios que en ella adquieren, como acostumbrados al cálculo y a la meditación, serán excelentes profesores en todas las ciencias y artes a que se apliquen, porque llevando en su mano la llave maestra de todas las ciencias y artes, las matemáticas, presentarán al universo, desde el uno al otro polo, el curso inmortal de vuestro celo patrio.

No se ha contentado este ilustre cuerpo con establecerla, sino que también se ha dedicado a fomentarla y sostenerla. Fué su creador, y quiso añadir a esta gloria la de conservador. En vano la ignorancia, la etiqueta, la envidia, cruel veneno de los más nobles sentimientos; en vano todos los escollos que se presentan siempre para que lo bueno, lo útil, lo ventajoso progresen, han salido a oponerse a la verificación de las provechosas ideas de esta Universidad hacia la Academia de Náutica; nada le ha retraído de su pensamiento; siempre constante, siempre inalterable, ha vencido a sus enemigos, y ella se gloria con la esperanza de la completa victoria que ciertamente la dará la aprobación protectora de las ciencias y artes y a cuanto puede conducir a la felicidad de sus vasallos.

Puedo manifestaros infinitas pruebas de esta proposición: el archivo que está a mi cuidado contiene libros que, aunque hablan en secreto, se producen con un lenguaje mudo, pero enérgico; ya los dignos acuerdos de la Junta de Gobierno, ya las representaciones a la Superioridad y al Soberano, los oficios a los sabios para tomar los mejores conocimientos y formar el reglamento que la gobierna, los encargos de instrumentos para que sirvan a la juventud en su instrucción y premios, los libros para el mismo objeto; en fin todo os haría ver que no es un mísero fomento ni una estéril subsistencia con la que este cuerpo amante de la felicidad de estas provincias que están bajo sus miras, quiere perpetuar su Academia, para que todo joven que sólo conocía dos carreras y la holganza, tenga para ejercitar su aplicación y adquirir los medios de vivir con comodidad y honor en provecho de la sociedad.

Sentados, pues, estos datos claramente se deduce que se hallan reunidas en este Real Consulado las dos circunstancias que han motivado las alabanzas de los individuos y cuerpos benéficos a la humanidad; por consiguiente que se ha hecho acreedor a ella y que no se me podrá tachar de parcialidad, por ser un individuo de los que lo componen ni tampoco de un vil adulador que sacrifica su tiempo ni mancha el papel para trasmitir falsedades a la posteridad; tenemos la satisfacción de que es la verdad la que se produce, sin más aparejo que su noble sencillez.

Con la misma querría yo, por un trasporte de mi celo, suplicaros ¡oh ilustre Universidad! siguieseis con vuestras ventajosas ideas hacia tan digno establecimiento. Pero nada más inútil que pediros lo que con anticipación nos habéis concedido, por obligación y en desempeño de los encargos del soberano. Sí, vosotros la protegeréis, la fomentaréis con el mismo anhelo que hasta aquí, y si en medio de las tristes circunstancias que nos han rodeado, supisteis comenzarlo y sostenerle, con mucha más razón le haréis progresar, cuando nada pueda interrumpir vuestras útiles ocupaciones, es decir, en esos días tranquilos que nos proporciona la tranquila paz; esa paz tan estimable que se compra al duro precio de la sangre y de la muerte. Tales son los votos de la patria que os mira como su apoyo y el sostén de sus esperanzas. Pero yo me detengo demasiado y ya en justicia llama mi pluma el director desinteresado, el sabio director, el aplicado director.

D. Pedro Antonio Cerviño, a quien todos conocemos, es acreedor a estos títulos. Las pruebas que ha dado en servicio del monarca y del Estado, en obsequio de los particulares y de cuantos han ocupado sus talentos, justificarían mi proposición, pero no hablo a ésos, no, ya sabéis su desinterés, sabiduría y su aplicación, manifestadas en esta Academia.

Entre las varias disposiciones de este cuerpo dirigidas al establecimiento propuesto, fué la de dar por oposición las dos direcciones que debe haber en él, con la condición de que los que las consiguiesen no tendrían el sueldo que les señaló hasta tanto aprobase el soberano.

Cerviño llevado sólo del deseo de propagar sus ideas y ser útil al Estado, se presenta gustoso a la palestra, obtiene la victoria como un valeroso atleta, da a conocer sus talentos e instrucción, y los examinadores a pública voz lo proclaman primer director; difiere este consulado al justo voto, le confiere la plaza y le posesiona de ella bajo la condición predicha.

Corren los años y los meses y la terrible situación en que nos hallábamos envueltos en la guerra, de que aun estábamos sintiendo los efectos, no nos proporciona la correspondencia con la metrópoli, y el sello del Soberanía para consolidar la Academia no parece; por siguiente permanece sin sueldos, y sin traerlos a consideración enseña con el mayor desinterés, franqueando sus libros e instrumentos sin recompensa alguna: no es otro su objeto que el de hacer jóvenes de provecho que hagan honor a la Nación.

¿Quién, sino Cerviño podría permanecer tanto tiempo sin tocar la utilidad física de su trabajo y seguir con tanto ardor y ahínco en la idea que se propuso en el estado de incertidumbre? ¿Y habré yo podido llamarle desinteresado? Sabéis muy bien que este nombre podrá ser en adelante su antonomástico, pues es muy raro encontrar hombre que trabaje sin ver inmediatamente la utilidad que le resulta, y mucho menos experimentando perjuicios.

La posesión que tiene de las matemáticas y los deseos de qué se extienda su estudio, le hacen emplear medios tan sabios para su enseñanza, por lo que toca a la parte náutica, que en el espacio de dos años, presenta jóvenes instruidos en los ramos que manifiesta el cuaderno de las proposiciones que tenéis en vuestras manos, y entre ellos algunos que ya saben levantar y lavar planos con la posible perfección, para el tiempo que han gastado, no obstante la escasez de medios e instrumentos para el efecto.

¿Se consigue esto sin ciencia? ¿No es un don particular de sabiduría haber podido dominar los corazones de estos jóvenes, para que oyendo gustosos sus lecciones, se hayan dedicado al estudio y hayan aprovechado con tantas ventajas? No, Señores, así lo creéis y sin duda ya os resolvéis conmigo a multiplicarle gloriosas nomenclaturas: olvidaos por un momento del director desinteresado de que hablamos poco ha, para acordamos del director sabio; añadid también del director aplicado e incansable.

Cinco horas diarias están señaladas en el reglamento para asistencia a la escuela, y esto mismo ha llenado de satisfacción a este cuerpo. ¡Pero cómo! siempre enseñando hasta con el ejemplo de sus ocupaciones, mientras que los alumnos desempeñaban las operaciones de su encargo.

Agregad a esto, que a pocos días del establecimiento, así puedo decirlo, quedó solo con el cuidado y de único director y con su constante aplicación venció las dificultades que podéis traslucir presentan los diferentes estudios a estos jóvenes, pues por no despedirlos y desanimarlos se han recibido a los que han ocurrido con deseo de aprender en muchas y diferentes épocas, la que hubiese sido posible seguir a un mismo tiempo con todos en el estudio de tantas y tan variados materias.

Ya se deja conocer que sólo la aplicación podría sobrellevar un peso tan enorme, y como una causa motriz sostener esta máquina en el vigor o su resorte, para producir tales efectos. Pero yo he abierto heridas demasiado profundas a su modestia, hagamos alguna vez al verdadero mérito la injusticia de no elogiarlo, o vengan a sustituirme en esta obligación sus mismos alumnos, monumentos prácticos y multiplicados del que ha contraído D. Pedro Antonio Cerviño.

Sí, señores, su dedicación al estudio ha sido constante e infatigable y muchos de ellos por la teoría pueden competir y sin duda exceder a infinito número de pilotos. No creáis que sólo han dado muestras de sus talentos en los certámenes, y que acaso habrán dedicándose al estudio para sólo estos actos con el objeto de salir con lucimiento.

No ha sido así, pues en los exámenes privados que hay cada tres meses en la Academia, han desempeñado a satisfacción del director y de los individuos consulares que concurren a ellos según el reglamento, las preguntas que se les han hecho conforme a su ocupación, sin dar lugar a reconvenciones, y sin que se hayan visto en la precisión de imponer las penas que para estos casos están dispuestas en contra de los inaplicados.

Todo esto manifiesta la asiduidad en el trabajo, puesto que sin ella no es posible posesionarse de unos conocimientos cuya entrada es tan árida y tan penosa; no pudiendo vencer el desfallecimiento que imprime aun a los hombres formados, cuyo entendimiento está acostumbrado a la meditación, sin abandonar las distracciones propias a la edad y trabajar con constancia."



Discurso pronunciado por el Secretario del Consulado Don Manuel Belgrano el 13 de marzo de 1802 con motivo de la distribución de premios a los alumnos más sobresalientes de la Academia de Náutica.