Dios y hombre
de Mihai Eminescu

Al libro viejo, roído por las polillas y con los muros ahumados,
Abrí las hojas grasientas, con sus antiguas letras,
Torcidas como el ciego pensamiento de unos siglos ajenos,
Tristes como el aire enfermo debajo de los muros sumergidos.

Pero en la última página, con trazos torpes, secos,
Te ví naciendo en pajas, con una cara pequeña y fea,
Tú, Cristo, un jeroglífico con la frente desdichada,
¡ Tú, María, estás callada, rígida con ojos fríos !

En esos tiempos, Señor, el tosco grabado
Solo ayudaba al vuelo de un fuego atrevido...
La mano todavía joven no podía copiar
El ojo santo y ardiente en el icono.

Pero el alma virgen te pensaba en noches serenas,
Te veía riendo entre lágrimas, con tu sonrisa de ángel.
A tu lado arrodillada, tu madre estaba maravillada,
Levantando al cielo sus manos santas y hermosas.

En los antiguos bosques de la grande India,
Donde hay, como oasis, imperios sin límites,
Los reyes conducen en paz eterna el destino de sus pueblos,
Rindiendo a la sabiduría sus vidas efímeras.

Pero un mago viejo como el mundo los junta y les dice
Que un nuevo pensamiento nacerá entre los hombres, más poderoso y más grande
Que todo lo conocido antes. Y una estrella maravillosa
Brilla en el cielo para dar a conocer al milagro de la nueva era.

¿ Será la desatadura de lo que todavía está atado ?
¿ Será el sueño de la humanidad representado en un hombre ?
¿ Será el brazo que vencerá la debilidad humana
O el manantial secreto de la luz verdadera ?

¿ Podrá disipar esa angustia eterna,
Ese dolor que es nacido del deseo infinito
Y del poder limitado ?... Dejad vuestras palabras vanas,
Id, reyes, para recibir al recién nacido en la taberna.

¿ En la taberna ? ¿ En un lugar humilde nació la verdad ?
¿ En pañales pobres está enfajado el rey eterno ?
Del dolor de un siglo, del martirio del mundo entero
Apareció una estrella de paz, iluminando el cielo...

Cargas de oro y de mirra ellos ponen sobre sus camellos
Y andan en una caravana siguiendo la estrella,
Que en aire húmedo parece una estilla del sol,
Flotando sobre el firmamento hasta la cuna de la misericordia eterna.

Entonces el alma cristiana veía el desierto extenso
Y por él flotando como sombras a los reyes del Oriente,
Sombras grandes y silenciosas que seguían el astro feliz...
Brillaba el desierto blanco por el rayo nevado de la luna.

Y sobre el monte con laurel, con floresta de olivos,
Contando sus historias antiguas, vieron los pastores la estrella,
Con su sonrisa feliz y sus rayos de nieve
Y siguieron su camino santo hasta el establo divino.

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Hoy el artista te concibe como un rey sentado en su trono,
Pero su corazón vacío no sigue su mano fina...
Por las corrientes del siglo su corazón fue despertado
Y en sus ojos sensatos tú eres hombre - no Dios.

Hoy el pensamiento es solo una llamarada -
Ayer fuiste fe simple - pero sincera, profunda,
Fuiste emperador de la Humanidad, la fe en ti era una roca...
Hoy te arrojan sobre el lienzo, o te cortan en el mármol.