Diez años de destierro/Parte II/XV
CAPITULO XV
Camino de Moscou a Petersburgo.
Me fui de Moscou con gran pesar. Detúveme un rato en un bosque, próximo a la ciudad, adonde los moscovitas acuden los días de fiesta a bailar en honor del sol, cuyo esplendor es tan breve, aun en Moscou. ¿Cómo será más hacia el Norte? Dícese que, según nos acercamos a Arkangel, hasta los inacabables abedules, cuya monotonía nos cansa, éscasean, y que los cuidan como a los naranjos en Francia. Desde Moscou a Petersburgo, el país es un arenal al principio y una charca des77 pués; en cuanto llueve, la tierra se ennegrece, y ya no hay manera de encontrar el camino. Sin embargo, las viviendas de los campesinos denotan por doquiera el bienestar; adornan las casas con columnas; arabescos esculpidos en madera rodean las ventanas. Aunque atravesé el país en verano, sentía la amenaza del invierno, que parecía oculto detrás de las nubes; las frutas, en su madurez precipitada en demasía, eran de gusto agrio; una rosa me emocionaba, como un recuerdo de nuestras hermosas tierras; las flores parecían erguír su cabeza con menos orgullo, como si la helada mano del Norte estuviera ya pronta a arrancársela.
Pasé por Novogorod, que fué hace seis siglos una república asociada a las ciudades anseáticas, y que por mucho tiempo ha conservado un espíritu de independencia republicana. Suele decirse que en Europa no se pidió libertad hasta el siglo pasado; pero la invención moderna es más bien el despotismo. En la misma Rusia, la esclavitud de los campesinos se implantó en el siglo xvI. Hasta el reinado de Pedro I, la fórmula de los ukases decía: "Los boyardos han opinado, el Zar ordenará." Pedro I, aunque bajo muchos respectos hizo a Rusia bienes infinitos, abatió a los grandes y reunió en su cabeza el Poder temporal y el espiritual, a fin de no tropezar con obstáculos en la realización de sus designios. Lo mismo había hecho Richelieu en Francia; por eso Pedro I le admiraba tanto. Sabido es que al contemplar su tumba en París, exclamó: "Grande hombre! Daría la mitad de mi imperio por aprender de ti a gobernar la otra mitad." El Zar fué en tal ocasión demasiado modesto, porque tenía sobre Richelieu, en primer término, la ventaja de ser un gran guerrero, y, además, el fundador de la marina y del comercio de su país; mientras que Richelieu no hizo más que gobernar tiránicamente en el interior y astutamente en el exterior.
Pero volvamos a Novogorod. Ivan Vasiliewitch se apoderó de la ciudad en 1470, y abolió sus libertades; hizo trasladar a Moscou, al Kremlin, la gran campana llamada en ruso Wetchevoy Kolokol, a cuyo tañido se reunían en la plaza los ciudadanos para deliberar acerca de los intereses públicos. Al perder su libertad, Novogorod vió disminuir diariamente su población, su comercio, sus riquezas; tan asolador es el hálito del poder ar bitrario, dice el mejor historiador de Rusia. Todavía hoy presenta la ciudad de Novogorod un aspecto de singular tristeza; su vasto recinto anuncia que la ciudad fué en otro tiempo grande y populosa; pero sólo se ven casas desparramadas, cuyos moradores parecen puestos allí como las figuras implorantes sobre las tumbas. El mismo espectáculo ofrece tal vez ahora aquella hermosa ciudad de Moscou; pero el espíritu público que la ha reconquistado sabrá reconstruirla.
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