Diez años de destierro/Parte I/XVII

CAPITULO XVII

Proceso de Moreau.

El proceso de Moreau seguía su curso, y aunque los periódicos guardaban profundo silencio sobre el particular, bastó la publicidad de la defensa para conmover los ánimos, y para que la opinión de París se mostrase en contra de Bonaparte con más fuerza que nunca. Los franceses necesitan más que ningún otro pueblo cierto grado de libertad de la Prensa; tienen que pensar y sentir en común; para sentir una emoción han de recibir la descarga eléctrica de la emoción del vecino, y su entusiasmo no se produce jamás aisladamente. Quien pretenda ser su tirano, 1 hace, pues, muy bien prohibiendo toda manifestación de la opinión pública; a esta idea, común a todos los déspotas, une Bonaparte cierta astucia característica del tiempo presente, o sea el arte de difundir una opinión ficticia mediante periódicos libres en apariencia, a fuerza de escribir palabras sonoras en el sentido que se les mande.

Preciso es confesar que sólo los escritores franceses son capaces de amplificar así día tras día los mismos sofismas, y de complacerse en las superfluidades de la esclavitud. En plena instrucción de este famoso proceso, Europa supo por los periódicos que Pichegru se había estrangulado en la prisión del Temple; en todos los papeles apareció un dictamen facultativo que se tuvo por inverosímil, a pesar del cuidado con que estaba hecho. Si es cierto que Pichegru fué asesinado, imagínese qué destino el de un valiente general que se ve sorprendido cobardemente en el fondo de su calabozo, indefenso, sometido desde muchos días antes a esa soledad de la cárcel que abate el ánimo, y que ignora incluso si sus amigos llegarán a saber nunca qué género de muerte recibe, ni si vengarán el atentado, ni si su memoria será ultrajada. Pichegru había demostrado en su primer interrogatorio gran valor, y dícese que amenazó con probar los ofrecimientos hechos por Bonaparte a los Vendeanos respecto a la restauración de los Borbones. Algunos pretenden que le dieron tormento, como a otros dos conjurados, uno de los cuales, llamado Picot, mostró sus manos mutiladas al tribunal, y que no hubo valor para presentar ante los ojos del pueblo francés a uno de sus antiguos defensores sometido a la tortura de los esclavos. Yo no admito esta sospecha; en las acciones de Bonaparte hay que buscar siempre el cálculo en que se inspiran, y no es fácil descubrirlo si se admite la última suposición; lo cierto es, probablemente, que la presencia de Moreau y de Pichegru juntos en la barra de un tribunal, hubiera acabado de soliviantar la opinión. Ya acudía una muchedumbre enorme a las tribunas de la audiencia; muchos oficiales, y a su cabeza un hombre leal, el general Lecourbe, exteriorizaron valerosamente una viva simpatía por el general Moreau (1). Cuando el procesado iba al juicio, los gendarmes encargados de su custodia presentábanle armas con respeto.

Ya se comenzaba a creer que el honor estaba de parte de los perseguidos; pero Bonaparte se hizo proclamar emperador cuando esta fermentación era más fuerte, y con eso llamó la atención de los ánimos hacia otra parte, pudiendo así ocultar sus maniobras, en medio de la tormenta, mucho mejor que en plena tranquilidad.

El general Moreau pronunció ante sus jueces uno de los mejores discursos que la historia puede ofrecernos; recordó, pero con modestia, las (1) Lecourbe había sido uno de los lugartenlentes de Moreau en la campaña de 1800; profesaba franca amistad a su general. y por eso se interesó vivamente por su situación.

Hizo en su favor cuanto su posición le permitía, y asistió a todas las sesiones del juicio, en las que acompafió a la mujar de Moreau.

Dich zed batallas ganadas por él desde que Bonaparte gobernaba a Françia; se disculpó de haber hablado a menudo con excesiva franqueza tal vez, y comparó, de un modo indirecto, el carácter de un bretón con el de un corso; en fin, en instantes tan peligrosos mostró mucha penetración y presencia de ánimo. Regnier desempeñaba entonces, además del ministerio de Justicia, el de Policía, en sustitución de Fouché, que había caído en desgracia.

Al salir del tribunal, el ministro se dirigió a SaintCloud. El emperador le preguntó cómo era el discurso de Moreau: "Lamentable" — respondió Regnier. "En tal caso—dijo el Emperador—, que se imprima, y publicadlo por todo París." Cuando Bonaparte vió después la equivocación del ministro, volvió a llamar a Fouché, el único hombre que podía verdaderamente secundarle, poniendo, por desgracia para el mundo, una especie de hábil moderación en un sistema despótico.

Un antiguo jacobino, espíritu infernal de Bonaparte, recibió el encargo de hablar a los jueces para inducirlos a que condenaran a muerte a Moreau. "Es una cosa necesaria—les decía—, por consideración al Emperador, que le mandó prender; y no debéis tener escrúpulo en hacerlo, pues el Emperador está decidido a indultarlo." "¿Y quién nos indultará a nosotros si cometemos tal infamia?"—respondió uno de los jueces cuyo nombre callo para no comprometerle (1). El general Moreau fué condenado a dos años de prisión; Jor(1) M. Clavier.

Dicked y ge y varios de sus amigos, a muerte; uno de los Polignac, a dos años; el otro, a cuatro, y en la cárcel continúan los dos, con otros más, porque la Policía se apoderó de ellos después que extinguieron la condena' impuesta por la Justicia. Moreau pidió que su prisión fuese conmutada por destierro perpetuo: perpetuo, en este caso, quiere decir vitalicio, porque el infortunio del mundo pende de la vida de un solo hombre. Bonaparte accedió a conmutar la pena, cosa que le convenía por todos conceptos. Moreau salió para el destierro, y a menudo, los alcaldes encargados de visar su pasaporte le demostraron una consideración respetuosísima. "Señores—dijo uno de ellos al recibirlo, ¡plaza al general Moreau!"; y se inclinó ante él como ante el Emperador. Aún alentaba Francia en el corazón de estos hombres; pero ya no se le ocurría a nadie obrar conforme a su opinión; ahora, ¿quién sabe si ya les queda alguna, después de opresión tan larga? Llegado a Cádiz, los españoles, que pocos años después iban a dar tan gran ejemplo, tributaron a Moreau cuantos honores pudieron, como víctima de la tiranía. Cuando pasó ante la flota inglesa, los navíos le saludaron como si hubiese sido el jefe de un ejército aliado. Así, los pretendidos enemigos de Francia se encargaron de pagar su deuda para con uno de sus defensores más ilustres.

Cuando Bonaparte mandó prender a Moreau, dijo:

"Hubiera podido llamarle a mi casa y decirle:

Mira, tú y yo no cabemos aquí juntos; de manera Coogle 37 # que márchate, puesto que yo soy el más fuerte; creo que se habría marchado. Pero esas maneras caballerescas son pueriles en la política." Bonaparte cree, y ha tenido habilidad para persuadir de ello a los aprendices de maquiavelismo de la nueva generación, que todo sentimiento generoso es una puerilidad. Ya va siendo hora de enseñarle que también la virtud es viril, y más viril que el crimen con toda su audacia (1).

(1) El 10 de junio de 1804. después de tres meses y medio de un proceso diligente y de varios días de juicio oral, la Audiencia de lo criminal de París dictó sentencia contra Jorge Cadoudal y sus cómplices. Los acusados eran cuarenta y slete. Veintidós de ellos, convictos de conspiración, dirigida a perturbar la República con una guerra civil, fueron condenados a la pena capital. Otros cinco, convictos de complicidad con Jorge, pero a quienes, gracias a la muerte de Pichegru, no se les pudo probar su plena participación en el complot, fueron condenados a una pena correccional de dos años de prisión; entre éstos condenados se contaba el general Moreau. Los demás acusados fueron puestos en li—1 bertad.

El 21 de junio, el Emperador indultó de la pena capital a Armando de Folignac y a otros de los condenados el día 10cediendo a las instancias de Josefina, de Murat y del general Rapp. Varias personas Influyentes de la corte, y sobre todo Murat, intercedieron igualmente en favor de Jorge Cadoudal y demás reos, pero el Emperador se mostró inflexible. "Jamás accederé a indultar a Jorge—respondió su cufiado—; ha cometido innumerables asesinatos." Al indulto de aquellos condenados siguió la conmutación de la pena impuesta al general Moreau. Los dos años de prisión se cambiaron en destlerro. Tres días más tarde, el general salió de Francia, dirigléndose a los Estados Unidos, y allí permaneció hasta 1813, en que su mala estrella le hizo volver al continentedonde murió en las fllas enemigas de un balazo disparado por las baterías de la guardia imperial francesa.

La ejecución de Jorge Cadoudal y de sus compañeros se verificó el lunes 25 de julio de 1304, a las once de la maflana, en la plaza de Gréve.

"En cuanto a la Inculpación relativa a la muerto de Pichegru, de quien se afirmaba haber muerto estrangulado por orden del Primer Cónsul, Napolcón decía que defenderse de una acusación tan absurda sería vergonzoso. "¿Qué podía 77