Diez años de destierro/Parte I/XIV
CAPITULO XIV
Conspiración de Moreau y de Pichegru, Acababa de llegar a Berlín la noticia de la gran conspiración de Moreau, de Pichegru y de Jorge Cadoudal. Ciertamente alentaba en los principa(1) Lule (Federico Cristián), más conocido por Luis Fernando, principe de Prusia, era hijo del principe Augusto Fernando, hermano del Gran Federico. Durante la campañia de 1806 fué muerto el 19 de octubre, en el combate de Saafeld, por el suboficial Guindé del 10.0 de húsares.
» les jefes del partido republicano y del partido monárquico un vivo deseo de derribar la autoridad del Primer Cónsul y de oponerse a la autoridad, todavía más tiránica, que se proponía establecer, haciéndose proclamar emperador. Pero alguien ha dicho, y tal vez con fundamento, que esa conspiración, tan útil a la tiranía de Bonaparte, la fomentó él mismo, para sacar partido de ella con arte maquiavélico, del que conviene notar el modo de proceder. Envió a Inglaterra a un jacobino desterrado, que no podía obtener su repatriación más que por los servicios que prestase al Primer Cónsul. Este hombre hizo como Sinón, al presentarse en la ciudad de Troya, diciéndose perseguido por los griegos. Habló con algunos emigrados que no tenían ni los defectos ni las cualidades que sirven para desenmascarar ciertas picardías. Le fué, pues, muy fácil atrapar a un obispo viejo, a un ex oficial, en fin, a algunos residuos de un régimen bajo el que ni siquiera se sabía lo que era una facción. Escribió en seguida un folleto para burlarse con mucho ingenio de cuantos le habían creído, quienes, en efecto, hubieran debido suplir su falta de sagacidad con la firmeza de los principios, no concediendo nunca la más mínima confianza a un hombre culpable de malas acciones. Todos tenemos nuestra manera de pensar; pero desde que alguien se muestra pérfido o cruel, sólo Dios puede perdonarle, porque sólo él es capaz de leer a bastante profundidad en el corazón humano para w saber si ha cambiado; el hombre debe permanecer alejado para siempre de quien ha perdido su estimación. Aquel agente oculto de Bonaparte pretendía que en Francia había muchos elementos propicios a la revolución; fué a avistarse en Munich con un emisario inglés, Mr. Drake, a quientambién se dió maña para engañar. Un ciudadano de la Gran Bretaña no debió mezclarse en ese tejido de astucias, tramado por el jacobinismo y la tiranía.
- Jorge y Pichegru, que eran completamente del partido de los Borbones, vinieron a Francia en secreto y se concertaron con Moreau, deseoso de libertar a Francia del Primer Cónsul, pero sin menoscabo del derecho de la nación francesa aescoger la forma de gobierno más conveniente.
Pichegru intentó hablar al general Bernadotte, que se negó, por no estar conforme con la dirección dada al asunto, y porque deseaba, ante todo, seguridades para la libertad constitucional de Francia. Moreau, de carácter muy moral, de incontestable talento militar, despejado y recto de entendimiento, se escurrió en la conversación, censurando al Primer Cónsul, antes de tener la seguridad de derribarlo. Expresar su opinión, aun por modo inconsiderado, es defecto muy natural en almas generosas. Pero el general Moreau atraíademasiado las miradas de Bonaparte, para que semejante conducta dejara de ser su perdición.
Hacía falta un pretexto para prender al hombreque había ganado tantas batallas, y el pretexto.
Dikir zed se encontró en sus palabras, ya que no en sus actos.
1 Las formas republicanas existían aún; empleábase el nombre de ciudadano, como si no reinase en toda Francia la más terrible desigualdad, la que emancipa a unos del yugo de la ley y somete a otros a la arbitrariedad. Contábase aún el tiempo por el calendario republicano; era motivo de alabanza la paz en que se vivía con toda la Europa continental. Hacíanse, como aún se hacen hoy, informes para la construcción de caminos y canales, de puentes y de fuentes; ensalzábase hasta las nubes los beneficios del Gobierno; no existía, en fin, ninguna razón aparente para cambiar un orden de cosas en el que todos decían que se encontraban tan bien. Necesitábase, pues, un complot, en el que anduviesen mezclados los ingleses y los Borbones, para soliviantar de nuevo a los elementos revolucionarios de la nación, encaminándolos al restablecimiento de un poder ultramonárquico, con pretexto de impedir el retorno del antiguo régimen. El secreto de esta combinación, complicadísima en apariencia, es muy sencillo: había que asustar a los revolucionarios con el peligro que corrían sus intereses, y proponerles que los pusiesen a buen recaudo por un postrer abandono de los principios.
Así se hizo.
Pichegru se había hecho, pura y simplemente monárquico, como había sido republicano; volvió sus opiniones del revés; su carácter era superior a su entendimiento; pero ni el uno ni el otro eran
a propósito para arrastrar gente. Jorge tenía más ímpetu, pero ni por su educación, ni por su natural parecía destinado al papel de jefe. Cuando se supo que estaban en París, fué preso Moreau; cerráronse las puertas de la ciudad; se decretó que los encubridores de Pichegru o de Jorge serían condenados a muerte, y volvieron a ponerse en vigor, para defender la vida de un solo hombre, todas las medidas del jacobinismo. Este hombre estaba dispuesto a apelar a cualquier medio para defenderse, no sólo por la excesiva importancia que se concede a sí mismo, sino porque, además, entraba en sus cálculos atemorizar los ánimos y recordar los días del terror, a fin de inspirar, si era posible, el deseo de arrojarse en sus brazos para librarse de la intranquilidad que sus mismas resoluciones aumentaban.
Se descubrió el escondite de Pichegru; Jorge fue detenido en un cabriolet: no encontraba ya casa donde vivir, y corría así por la ciudad noche y día para sustraerse a la persecución. El agente de policía que prendió a Jorge fué recompensado con la Legión de Honor, Paréceme que los militares franceses hubieran debido desear para él un premio diferente.
El Monitor se llenó de mensajes al Primer Cónsul con motivo de los peligros de que se había librado; la repetición continua de las mismas frases, procedentes de todos los rincones de Francia, ofrece un ejemplo de servil conformidad como aca—so no lo haya ofrecido pueblo alguno. Hojeando El Digitzade Monitor, se encuentran, según las épocas, disertaciones acerca de la libertad, del despotismo, de la filosofía, de la religión, donde los departamentos y las buenas ciudades de Francia se esfuerzan por decir las mismas cosas con vocablos diferentes; y asombra de gente tan espiritual como los franceses, se contentara con la gloria de eseribirlas y no sintiera ni una vez el deseo de tener ideas propias; diríase que con la emulación de las palabras tenían bastante. Esos himnos, dictados incluso con las admiraciones que los acompañan, denotaban, sin embargo, la tranquilidad reinante en Francia, y que los escasos agentes de la pérfida Albión estaban presos. Es verdad que un general se divertía en decir que los ingleses habían echado unas balas de algodón de Oriente en las costas de Normandía para propagar la peste en Francia; pero estas invenciones, gravemente bufas, se consideraban tan sólo como adulaciones al Primer Cónsul; y hallándose en poder del Gobierno los jefes de la conspiración y sus secuaces, era de creer que la calma se hallaba restablecida en Francia; pero Bonaparte no había logrado aún su propósito.