Diez años de destierro/Parte I/V
CAPITULO V
La máquina infernal.—Paz de Luneville.
Volví a París hacia el mes de noviembre de 1800; aún no se había ajustado la paz, aunque las victorias de Moreau apremiaban cada vez más a las potencias extranjeras. No habrá lamentado Moreau los laureles de Stockach y de Hobenlinden cuando más tarde vió a Francia tan esclava como Europa, vencida entonces por él? Al secundar al Primer Cónsul creyó servir a Francia; pero a un hombre de su talla le correspondía juzgar al Gobierno que le mandaba y tener opinión propia aceraible, sobre todo en el ejército. Moreau, instigado por Fouché, se quejó abiertamente, y Bonaparte preguntó en público al ministro de Policía cómo permitía circular tales escritos y por qué, si conocia a los autores, no estaban ya presos en Vincennes. Fouché respondió: "No he podido, porque el autor es vuestro hermano." A consecuencia de este incidente hubo an altercado vivísimo. en presencia del Primer Cónsul, entre Fouché y Luciano, el 3 de noviembre de 1800; Luciano dimitlá el cargo de ministro del Interior; esto era, evidentemente, un correctivo que, por consejo de Cambacérés, se disimuló bajo la apariencia de una embajada en Españía. (Nota de D. Lacroix.) ty ca del verdadero interés del país en tales cincunstancias. Hay que reconocer, de todos modos, que en la época de las más brillantes victorias de Moreau, es decir, en el otoño de 1800, muy pocas personas habían aún llegado a penetrar las intenciones de Bonaparte; a distancia, lo único evidente era la mejora de la hacienda y el restablecimiento del onden en muchos ramos de la administración. Napoleón tenía que pasar por el bien para llegar al mal; necesitaba acrecentar las fuerzas de Francia antes de utilizarlas para su ambición personal.
Una tarde estaba yo hablando con varios amigos cuando sonó una fuerte detonación; creímos que serían cañonazos disparados en algunas maniobras, y continuamos nuestra charla. Pocas horas más tarde supimos que el Primer Cónsul había estado a punto de perecer al dirigirse a la Opera, por la explosión de lo que después se ha llamado la máquina infernal (1). Como salió ileso, todos se apresuraron a mostrar el más vivo interés por él; algunos filósofos propusieron el restablecimiento de los suplicios de la rueda y del fuego para los autores del atentado, y vió en torno suyo a una nación que tendía el cuello al yugo. Aquella misma (1) La explosión fué el 3 de nivoso del año IX (24 diciembre de 1800), en la calle de San Nicasio, a poca distancia del Carrousel. Habían dispuesto un inmenso barril de pólvora y balas, con un fulminante y una mecha en el centro, para volarlo cuando el Primer Cónsul pasaве por la calle, caminode la Opera; ejecutaban aquella tarde el Oratorio, do Haydn.
José Arena, el escultor José Ceracchi, los pintores Domingo Demerville y Juan Bautista Topino—Lebrun, fueron condenados a muerte, y ejecutados el 31 de enero de 1801. (Nota de D. L.) tarde, Bonaparte discutía tranquilamente lo que hubiese ocurrido en caso de haber muerto. Algunos decían que le habría sustituído Moreau. Bonaparte aseguraba que su sustituto hubiese sido el general Bernadotte. "Habría presentado, como Antonio, al pueblo conmovido la toga ensangren tada de César." No sé si creía, en efecto, que Francia hubiese entonces llamado al Gobierno al gener ral Bernadotte; pero de lo que sí estoy segura es de que lo decía tan sólo para excitar la envidia contra el general.
Si la máquina infernal la hubiese preparado el partido jacobino, habría podido el Primer Cónsul desde aquel mismo momento redoblar su tiranía; la opinión le habría secundado; pero como el autor del complot fué el partido realista, no pudo Bonaparte sacar gran provecho del suceso: trató de ahogarlo más que de utilizarlo, porque deseaba que la nación creyese que sus únicos enemigos eran los enemigos del orden, pero no los amigos de otro orden, es decir, de la antigua dinastía. Fué cosa singular que, con motivo de este complot realista, Bonaparte hiciese deportar, por un senado—consulto, diento treinta jacobinos a la isla de Madagascar, o acaso al fondo del mar, porque no se ha vuelto después a saber de ellos. Esta lista se hizo del modo más arbitrario del mundo; se pusieron y quitaron hombres, según las recomendaciones de los conseJeros de Estado que hacían la propuesta y de los senadores que la aprobaban. Las personas honradas decían, cuando alguien se quejaba del modo como esta lista se hizo, que todos los en ella incluídos estaban incursos en graves culpas; bien puede ser, pero la legalidad de las acciones se determina por el derecho, no por el hecho. Cuando se permite la deportación arbitraria de ciento treinta ciudadanos, no habrá nada que estorbe, como des pués se ha visto, tratar de igual manera a personas muy estimables; la opinión las defenderá, se dice. ¡La opinión! ¿Qué es la opinión sin la autoridad de la ley y sin órganos independientes? La opinión era favorable al duque de Enghien, a Moreau y a Pichegru. ¿Ha logrado salvarlos? No puede haber libertad, dignidad ni seguridad en un país que reduzca el desafuero y la injusticia a una cuestión de personas; todo hombre es inor cente mientras un tribunal legal no le condene, y, aunque se trate de un gran delincuente, se le juzga fuera de la ley, deben estremecerse ante el atropello, lo mismo las personas honradas que las que no lo sean. Pero así como en la Cámara de los Comunes de Inglaterrá, cuando un diputado de la oposición se marcha, ruega a un diputado ministerial que se marche también con él, para no alterar la proporción numérica de los dos partidos, Bonaparte no arremetía nupca a los realistas o a los jacobinos sin repartir las golpes por igual entre unos y otros; de este modo ganaba por amigos a todos aquellos cuyos odios servía. Más adelante se verá que para robustecer su Gobierno se ha valido siempre del odio, porque sabe que es menos inconstante que el ty amor. Después de una revolución es tal la violencia del espíritu de partido, que un jefe nuevo puede captarle favoreciendo su venganza mejor que defendiendo sus intereses; cada cual abandona, si es preciso, a quien piensa como él, con tall que se persiga al que piensa de diferente modo.
Se firmó la paz de Luneville; en esta primera paz, Austria sólo perdió la República de Venecia, recibida antes en compensación de Bélgica, y la antigua reina del mar Adriático volvió a pasar de un amo a otro, después de tantos siglos de orgullo y poderío.