Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros
de Rosalía de Castro
Nota: Poema publicado en el libro En las orillas del Sar (1909).


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Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros,
Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros;
Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
De mí murmuran y exclaman:
— Ahí va la loca, soñando
Con la eterna primavera de la vida y de los campos,
Y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
Y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

— Hay canas en mi cabeza; hay en los prados escarcha;
Mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
Con la eterna primavera de la vida que se apaga
Y la perenne frescura de los campos y las almas,
Aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
Sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?

øøø

Cada vez que recuerda tanto oprobio,
Cada vez digo ¡y lo recuerda siempre!...
Avergonzada su alma
Quisiera en el no ser desvanecerse,
Como la blanca nube
En el espacio azul se desvanece.

Recuerdo... lo que halaga hasta el delirio
O da dolor hasta causar la muerte...
No, no es sólo recuerdo,
Sino que es juntamente
El pasado, el presente, el infinito,
Lo que fué, lo que es y ha de ser siempre.

Recuerda el trinar del ave
Y el chasquido de los besos,
Los rumores de la selva,
Cuando en ella gime el viento,
Y del mar las tempestades,
Y la bronca voz del trueno;
Todo halla un eco en las cuerdas
Del arpa que pulsa el genio.

Pero aquel sordo latido
Del corazón que está enfermo
De muerte, y que de amor muere
Y que resuena en el pecho
Como un bordón que se rompe
Dentro de un sepulcro hueco,
Es tan triste y melancólico,
Tan terrible y tan supremo,
Que jamás el genio pudo

øøø

Del mar azul las transparentes olas
Mientras blandas murmuran
Sobre la arena, hasta mis pies rodando,
Tentadoras me besan y me buscan.

Inquietas lamen de mi planta el borde,
Lánzanme airosas su nevada espuma,
Y pienso que me llaman, que me atraen
Hacia sus salas húmedas.

Mas cuando ansiosa quiero
Seguirlas por la líquida llanura,
Se hunde mi pie en la linfa transparente
Y ellas de mí se burlan.
Y huyen abandonándome en la playa
A la terrena, inacabable lucha,

Como en las tristes playas de la vida
Me abandonó inconstante la fortuna.


Si medito en tu eterna grandeza,
Buen Dios, á quien nunca veo,
Y levanto asombrada los ojos,
Hacia el alto firmamento,
Que llenaste de mundos y mundos...
Toda conturbada, pienso
Que soy menos que un átomo leve
Perdido en el universo;
Nada, en fin..., y que al cabo en la nada
Han de perderse mis restos.

Mas si cuando el dolor y la duda
Me atormentan corro al templo,
Y a los pies de la Cruz un refugio
Busco ansiosa implorando remedio,
De Jesús el cruento martirio
Tanto conmueve mi pecho,
Y adivino tan dulces promesas
En sus dolores acerbos,
Que cual niño que reposa
En el regazo materno,
Después de llorar, tranquila
Tras la expiación, espero
Que allá donde Dios habita
He de proseguir viviendo.