Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo/Capítulo VII

CAPITULO VII

De Buenos Aires a Santa Fe.
Excursión a Santa Fe.—Espesuras de cardos.—Hábitos de la vizcacha.—Mochuelo.—Corrientes salinas.—Llanuras horizontales.—Mastodonte.—Santa Fe.—Cambio en el paisaje.—Geología.—Diente de un caballo extinto.—Relación de los cuadrúpedos, fósiles y recientes de Norteamérica y Sudamérica.—Efectos de una gran sequía.—El Paraná.—Hábitos del jaguar.—Picotijera.—Martín pescador, loro y colatijera.—Revolución. Buenos Aires.—Estado de gobierno.


27 de septiembre.—Por la tarde salí de excursión para Santa Fe, ciudad situada en las riberas del Paraná, a unos 480 kilómetros de Buenos Aires. Los caminos en las cercanías de la ciudad estaban pésimos a consecuencia de las lluvias. Nunca hubiera creído posible que una carreta de bueyes pudiera andar por ellos; pero de todas suertes apenas avanzó a razón de kilómetro y medio por hora, teniendo que ir un hombre delante para buscar la línea más transitable. Los bueyes se fatigaban lo que no es decible, y es un error creer que estando buenos los caminos, sí se marcha a buen paso, los animales han de cansarse en la misma proporción. Nos encontramos con un tren de carretas y una recua de bestias que iba hacía Mendoza. La distancia es de unas 580 millas geográficas y el viaje se hace de ordinario en cincuenta días. Estas carretas son muy largas, estrechas y provistas de toldos de caña; tienen sólo dos ruedas, cuyo diámetro en algunos casos llega a tres metros. Cada una de ellas va tirada por seis bueyes, a los que se hostiga con una aguijada de seis metros de larga por lo menos. La llevan colgada del toldo por la parte interior, y con ella y un vástago que sale en ángulo recto hacia la mitad de su longitud el conductor aviva la pareja delantera y la intermedia; para la que marcha uncida inmediatamente al carro se vale de otra aguijada más pequeña. Todo el aparato semejaba una máquina de guerra.


28 de septiembre.—Hemos dejado atrás la pequeña ciudad de Luján, donde hay un puente de madera sobre el río, cosa rara en este país. También hemos pasado por Areco. Las llanuras parecían horizontales, esto es, a perfecto nivel; pero no era así en realidad, porque en muchos sitios el horizonte estaba distante. Aquí hay grandes extensiones abandonadas entre estancia y estancia, pues los buenos pastos escasean a causa de estar la tierra cubierta de macizos de trébol acre y cardos gigantes. Estos, bien conocidos por la pintoresca descripción que de ellos hace sir F. Head, no habían alcanzado en esta época del año mas que las dos terceras partes de su altura; en ciertos sitios podían ocultar un caballo, pero en otros no habían brotado aún, y la tierra estaba tan desnuda y polvorienta como la superficie de un camino de gran tránsito. Las masas eran de un verde vivísimo y semejaban un bosque en miniatura en grandes espacios descampados. Estos sitios sólo son conocidos por los ladrones, que hacia la época del año en que estamos se vienen a ellos para salir por la noche a robar y asesinar impunemente. Al preguntar en una casa si había muchos ladrones me contestaron: «Todavía no han acabado de crecer los cardos», respuesta al parecer incongruente, pero muy adecuada, según lo que acabo de decir. La visita de estos lugares me importaba poco, ya que apenas se hallan en ellos otros cuadrúpedos y aves que la vizcacha y su compañero ordinario el mochuelo.

La vizcacha [1], como es sabido, constituye el rasgo más saliente de la zoología de las Pampas. Se la encuentra hasta el río Negro descendiendo al Sur, a los 41° de latitud, pero no más allá. De igual modo que el agutí, no puede subsistir en las llanuras desiertas y cascajosas de Patagonia, pero prefiere los terrenos de arcilla y arena, que producen una vegetación distinta y más abundante. Cerca de Mendoza, al pie de la Cordillera, se la encuentra viviendo en estrecha vecindad con las especies alpinas afines. Es una circunstancia curiosísima en su distribución geográfica la de no habérsela visto nunca, afortunadamente para los habitantes de Banda Oriental, al este del río Uruguay; y sin embargo, en esta región hay llanuras que parecen admirablemente adaptadas a sus hábitos. El Uruguay ha constituído un obstáculo insuperable a su emigración; a su pesar, la ancha barrera del Paraná ha sido salvada, y la vizcacha es común en Entre Ríos, la provincia entre estos dos grandes ríos. Cerca de Buenos Aires estos animales son excesivamente comunes. Su refugio predilecto parecen ser aquellas partes de la llanura que durante una mitad del año están cubiertas de cardos gigantes, con exclusión de otras plantas. Los gauchos afirman que vive de raíces, y este aserto parece probable si se atiende a la robustez de sus incisivos y a la clase de lugares que frecuenta. Por la noche las vizcachas salen en gran número y se sientan tranquilamente sobre sus ancas en la boca de sus guaridas. En tales horas no se muestran esquivas, y un hombre que pase a caballo junto a ellas les parece un objeto digno sólo de su grave contemplación. Corren muy desgarbadamente, y cuando lo hacen, sin temor al peligro; por sus levantadas colas y cortas patas delanteras se parecen mucho a enormes ratas. Su carne, después de cocida, es muy blanca y saludable, pero se hace escaso consumo de ella.

La vizcacha tiene la singular costumbre de llevar a la boca de su madriguera todos los objetos duros que halla; en torno de cada una de estas madrigueras se ven reunidos en montón informe numerosos huesos de reses, piedras, tallos de cardos, terrones de tierra endurecida, fango seco, etc., en cantidad suficiente para llenar una carretilla. Me contaron, y tiene visos de verdad, que habiéndosele perdido el reloj a un señor mientras pasaba a caballo por un sitio abundante en vizcachas, volvió a la mañana siguiente, y registrando los montones de las vizcacheras próximas al camino lo halló, como esperaba. Este hábito de recoger todo lo que haya cerca de su guarida debe imponerle a este roedor un gran trabajo. Para explicar con qué fin se haga no tengo ni la más remota conjetura; desde luego no hay que pensar en la defensa, porque el montón de objetos se halla colocado sobre la boca de la madriguera, que penetra en tierra con una pequeñísima inclinación. Sin duda debe de existir alguna razón, pero los habitantes del país la ignoran por completo. Un solo hecho análogo al anterior conozco, y es el hábito de la extraña ave australiana Calodera maculata, que construye un pasadizo abovedado, con palitos para jugar en él, y en las inmediaciones amontona conchas de mar y de río, huesos y plumas, prefiriendo las de colores brillantes. Mr. Gould, que ha descrito estos hechos, me participa que los naturales, cuando pierden algún objeto duro, lo buscan en los pasadizos mencionados, y sabe que en ellos se encontró la pipa de un fumador.

El mochuelo (Athene cunicularia), tantas veces citado en las llanuras de Buenos Aires, sólo habita en las vizcacheras; pero en Banda Oriental se fabrica él mismo su vivienda. En pleno día, pero más especialmente por la tarde, pueden verse estas aves en todas las direcciones, reunidas en parejas, frecuentemente sobre los montículos junto a sus madrigueras. Si se las molesta, o se meten en sus escondrijos, o, lanzando una especie de chillido áspero y penetrante, dan un vuelo corto y notablemente ondulatorio, para posarse en un sitio próximo y volverse a mirar de hito en hito a su perseguidor. De cuando en cuando se las oye ulular por la noche. En los estómagos de dos que abrí hallé los restos de un ratón, y un día las vi matar y llevarse una pequeña culebra. Dícese que éstas constituyen sus presas ordinarias durante todo el día. Mencionaré aquí, para hacer ver cuán variada es la alimentación de los buhos, que uno de éstos, muerto en las isletas del Archipiélago Chonos, tenía el estómago lleno de cangrejos de regular tamaño. En la India [2] hay una especie de buhos pescadores, que cogen también cangrejos.

Por la tarde cruzamos el río Arrecife en una sencilla almadía, hecha con barricas atadas unas a otras, y pasamos la noche en la casa de postas, en la otra orilla. En este día pagué el alquiler de mi cabalgadura por 31 leguas, y aunque brillaba un sol ardiente, sentí poca fatiga. Cuando el capitán Head habla de cabalgar 50 leguas por día, no creo que la distancia sea igual a 150 millas inglesas. Comoquiera que sea, las 31 leguas eran sólo 76 millas en línea recta, y caminando por la campiña franca me parece que con añadir cuatro millas más, por los rodeos, hay bastante.

29 y 30 de septiembre.—Hemos seguido cabalgando por llanuras del mismo carácter. En San Nicolás he visto por vez primera el magnífico río Paraná. Al pie del cantil donde se levanta la población citada había anclados algunos grandes navíos. Antes de llegar a Rosario cruzamos el Saladillo, corriente de agua cristalina, pero demasiado salobre para ser potable. Rosario es una gran ciudad, edificada en una meseta horizontal levantada sobre el Paraná unos 18 metros. El río aquí es muy ancho y tiene numerosas islas, bajas y frondosas, como también la opuesta ribera. La vista del río parecería la de un gran lago, a no ser por las islitas en forma de delgadas cintas, únicos objetos que dan idea del agua corriente. Los farallones constituyen la parte más pintoresca; unas veces son del todo verticales y de color rojo, y otras se presentan en grandes masas hendidas, cubiertas de cactus y mimosas. Pero la verdadera grandeza de un río inmenso como éste deriva: 1.°, de constituir un importante medio de comunicación y comercio entre los países por donde pasa; 2.°, de la vasta extensión de su comarca, y 3.°, del vasto territorio que avena la mole inmensa de agua que arrastra en su curso.

Por espacio de muchas leguas al norte y sur de San Nicolás y Rosario el terreno es realmente llano. Todo cuanto los viajeros han escrito sobre su perfecta horizontalidad apenas puede tildarse de exagerado. Sin embargo, nunca hallé un sitio donde echando una mirada en torno mío dejara de ver los objetos a mayores distancias en unas direcciones que en otras, lo que prueba manifiestamente la desigualdad de la llanura. En el mar, un observador colocado a dos metros sobre la superficie del agua alcanza a ver un horizonte de dos millas y cuatro quintas partes de milla. Análogamente, cuanto más horizontal es una llanura tanto más se aproxima el horizonte a esos límites definidos; y esto, en mi opinión, destruye enteramente la grandeza que uno imaginaría poseen las vastas llanuras.


1 de octubre.—Hemos partido a la luz de la Luna y llegado al río Tercero con la salida del So!. Dicho río lleva también el nombre de Saladillo, por lo salobre de sus aguas. Me detuve aquí la mayor parte del día para buscar huesos fósiles. Además de un diente completo del Toxodon y muchos huesos esparcidos aquí y allá, encontré dos enormes esqueletos muy próximos, que se proyectaban en atrevido relieve, saliendo del tajo perpendicular del Paraná. Sin embargo, estaban tan podridos que sólo me fué posible extraer pequeños fragmentos de uno de los grandes molares; bastan, a pesar de todo, para demostrar que los restos mencionados pertenecieron a un mastodonte, probablemente de la misma especie que el que en época remota hubo de habitar en gran número la Cordillera en el Alto Perú. Los hombres que me llevaron en la canoa tenían noticia de estos esqueletos largo tiempo hacía, según me contaron, añadiendo que, como no acertaban a explicarse la presencia de los mismos en aquel sitio, se echaron a discurrir alguna suposición, y concluyeron como cosa probable que el mastodonte ¡debió de fabricarse sus madrigueras, como la vizcacha, y que hubo de perecer sepultado en sus guaridas! Por la tarde recorrimos a caballo otro trecho y cruzamos el Monje, corriente también salobre, que acarrea aluviones del lavado de las Pampas.


2 de octubre.—Hemos pasado por Corunda, que, merced a la frondosidad de sus jardines, es una de las poblaciones más bonitas que he visto. Desde este punto a Santa Fe el camino no es muy seguro. La ribera occidental del Paraná, hacia el Norte, deja de estar habitada, y de esa parte salen a veces indios y arman celadas a los viajeros. Préstase a ello la naturaleza del terreno, porque en lugar de una llanura herbosa es país cubierto de arbustos espinosos, tales como mimosas de esa cualidad. Pasamos junto a algunas casas que habían sido saqueadas y permanecían desiertas desde entonces; vimos además un espectáculo que mis guías contemplaron con gran satisfacción, y era el esqueleto de un indio con la piel desecada y pendiendo de los huesos, suspendido de la rama de un árbol.

Por la mañana llegamos a Santa Fe. Allí me sorprendió observar el gran cambio de clima, producido por la diferencia de sólo 3° de latitud, entre este lugar y Buenos Aires. Así lo evidenciaban el vestido y complexión de los hombres, el mayor desarrollo del ombú, el gran número de nuevos cactus [3] y otras plantas, y especialmente de las aves. En el transcurso de una hora observé media docena de las últimas que nunca había visto en Buenos Aires. Considerando que no existen fronteras naturales entre las dos regiones y que el carácter del país es muy semejante, la diferencia dicha era mayor de la que podía esperarse.


3 y 4 de octubre.—Durante estos dos días un dolor de cabeza me tuvo postrado en cama. Una anciana de buen corazón, que me asistía, quiso hacerme probar muchos remedios extraños. Uno de los que se usan comúnmente consiste en aplicar a las sienes dos hojas de naranjo o dos trozos de emplasto negro; y todavía está muy generalizada la práctica de partir una habichuela en dos mitades, humedecerlas y colocar

una en cada sien, donde se adhieren fácilmente. Además, no se considera conveniente retirar las habichuelas y el emplasto; antes se las dejaba hasta que cayeran por sí mismas, y si alguna vez se encontraba a una persona con parches en la frente y se le preguntaba la causa de ello, la contestación era: «Tuve un dolor de cabeza anteayer.» Muchos de los remedios empleados por la gente del país eran ridículamente extraños y repugnantes para mencionados. Uno de los menos repulsivos consistía en matar y abrir en canal dos cachorros, que se vendaban luego a los dos lados de un miembro roto. Los perritos pelones son buscados con gran empeño para que duerman a los pies de los convalecientes.

Santa Fe es una pequeña ciudad tranquila, en la que reinan la limpieza y el orden. El gobernador, López, era un soldado raso en tiempo de la revolución, y a la fecha lleva diez y siete años en el cargo. Semejante estabilidad se debe a sus procedimientos tiránicos, pues hasta ahora la tiranía parece adaptarse a estos países mejor que el republicanismo. La ocupación favorita del gobernador consistía en cazar indios; de poco tiempo a esta parte había matado 48 y vendido los hijos a razón de tres o cuatro libras por cabeza.


5 de octubre.—Cruzamos el Paraná para ir a Santa Fe Bajada, población situada en la orilla opuesta. El paso nos costó algunas horas, porque el río aquí se compone de un laberinto de pequeños ramales de agua, separados por islas bajas y boscosas. Llevaba una carta de recomendación para un anciano español catalán, que me trató con la más desusada hospitalidad. Bajada es la capital de Entre Ríos. En 1825 la ciudad contenía 6.000 habitantes y la provincia 30.000; mas, a pesar de su escasa población, ninguna provincia ha sufrido revoluciones más sangrientas y obstinadas. Se ufana de poseer diputados, ministros, un ejército permanente y gobernadores; de modo que no son de extrañar las frecuentes perturbaciones del orden público. Con el tiempo será una de las regiones más ricas de La Plata. El suelo es variado y fértil, y su forma casi insular la provee de dos grandes líneas de comunicación por los ríos Paraná y Uruguay.


Me detuve aquí cinco días y me dediqué a examinar la geología del país de los alrededores, que era verdaderamente interesante. Aquí he hallado, en la base de los riscos, lechos que contenían dientes de tiburón y conchas marinas de especies extintas, y de esos lechos se pasaba, ascendiendo, a una capa de marga endurecida, que a su vez degeneraba en la tierra arcillosa de las Pampas, con sus concreciones calcáreas y huesos de cuadrúpedos terrestres. Esta sección vertical nos habla claramente de una amplia bahía de pura agua salada y gradualmente robada al mar, y convertida al fin en el lecho de un estuario cenagoso, al que fueron arrastrados los cadáveres flotantes. En Punta Gorda, en Banda Oriental, hallé una alternancia de depósito estuárico pampeano, con una caliza que encerraba algunas de las mismas conchas marinas extintas, lo cual demuestra o un cambio en las primeras corrientes, o, más probablemente, una oscilación de nivel en el fondo del estuario antiguo. Hasta hace poco, las razones que tenía para considerar la formación pampeana como un depósito estuárico eran: su aspecto general, su situación en la desembocadura del gran río actual, el Plata, y la presencia de tantos huesos de cuadrúpedos terrestres; pero ahora el profesor Ebrenberg ha tenido la amabilidad de examinar por encargo mío un poco de la tierra roja tomada del fondo bajo del depósito, junto a los esqueletos del mastodonte, y ha descubierto en ella muchos infusorios, con formas en parte de agua salada y en parte de agua dulce, preponderando más bien las últimas, y, por tanto, según observa, el agua ha debido de ser salobre. M. A. d'Orbigny halló en las riberas del Paraná, a la altura de 30 metros, grandes lechos de una concha de estuario ahora viviente cien millas más abajo y más cerca del mar, y yo he hallado conchas semejantes a menor altura en las márgenes del Uruguay. Esto muestra que precisamente antes que las Pampas se elevaran bastante, hasta quedar convertidas en tierra seca, el agua que las cubría era salobre. Debajo de Buenos Aires se han elevado lechos de conchas marinas de especies existentes, lo que también prueba que el período de elevación de las Pampas estuvo comprendido en el período reciente.

En el depósito pampeano de la Bajada encontré la armazón ósea de un animal gigantesco parecido al armadillo, cuyo interior cuando se secó la tierra que contenía remedaba la forma de una gran caldera, y también hallé dientes del Toxodon y mastodonte, junto con el diente de un caballo, todos ellos carcomidos y pasados. El último me interesó grandemente [4], por lo que tuve escrupuloso cuidado de comprobar con toda certeza el hecho de haber quedado sepultado al mismo tiempo que los otros restos, porque a la sazón ignoraba que entre los fósiles de Bahía Blanca hubiera ningún diente de caballo oculto en la roca de origen, ni tampoco se sabía entonces con certeza que abundaran en Norteamérica los restos del caballo. Mr. Lyell ha traído a Europa, de los Estados Unidos, un diente de dicho animal, y es interesante que el profesor Owen no pudiera hallar en ninguna especie, fósil o reciente, una ligera, pero peculiar curvatura que le caracteriza, hasta que pensó en compararlo con mi ejemplar aquí hallado. Owen ha llamado a este caballo americano Equus curvidens. ¡Ciertamente es un hecho maravilloso en la historia de los mamíferos que en Sudamérica haya vivido y desaparecido un caballo indígena, sucedido en edades posteriores por las incontables manadas descendientes de los pocos introducidos por los colonos españoles!

La existencia en Sudamérica de un caballo fósil, del mastodonte, posiblemente de un elefante [5], quizá de un rumiante de cuernos huecos, descubierto por los Sres. Lund y Clausen en las cavernas del Brasil, son hechos altamente interesantes con respecto a la distribución geográfica de los animales. Al presente, si dividimos a América no por el istmo del Panamá, sino por la parte meridional de Méjico [6], a los 20° de latitud, donde la gran meseta presenta un obstáculo a la emigración de las especies, modificando el clima y formando, con la excepción de algunos valles y de una franja de tierra baja en la costa, una ancha barrera, entonces tendremos las dos provincias zoológicas de la América del Norte y la América del Sur, enérgicamente contrapuestas entre sí. Sólo algunas especies han salvado la barrera, y pueden considerarse como vagabundas advenedizas del Sur, como el puma, zarigüeya, kinkajú [7] y pecarí. Sudamérica se caracteriza por tener muchos roedores peculiares, una familia de monos, la llama, pecarí, tapir, zarigüeyas, y especialmente varios géneros de Desdentados, orden que incluye los perezosos, hormigueros y armadillos. Norteamérica, por otra parte, se caracteriza (dejando aparte algunas pocas especies errantes) por numerosos roedores peculiares y por cuatro géneros (el buey, la oveja, cabra y antílope) de rumiantes de cuerno hueco, de cuya gran división no se sabe que Sudamérica posea una sola especie. Antiguamente, pero dentro del período en que vivían la mayor parte de las conchas hoy existentes, Norteamérica poseyó, además de los rumiantes de cuerno hueco, el elefante, mastodonte, caballo y tres géneros de desdentados, a saber: el Megatherium, Megalonyx y Mylodon [8]. Casi en ese mismo período (como se ha probado por las conchas de Bahía Blanca) Sudamérica tenía, según hemos visto poco ha, un mastodonte, un caballo, un rumiante de cuerno hueco y los mismos tres géneros de desdentados, así como varios otros. De donde se infiere evidentemente que la América del Norte y la del Sur, alposeer, dentro de un último período geológico, estos varios géneros en común, estaban más estrechamente relacionadas que ahora en cuanto al carácter de sus habitantes terrestres. Cuanto más reflexiono sobre este caso, tanto más interesante me parece: no conozco otro ejemplo en que casi podamos señalar el período y manera de dividirse una gran región en dos provincias zoológicas bien caracterizadas. El geólogo que esté profundamente penetrado de las vastas oscilaciones de nivel que han afectado a la corteza terrestre en los últimos períodos, no hallaría inconveniente en meditar sobre la reciente elevación de la altiplanicie mejicana, o, más probablemente, sobre la reciente sumersión del país en las Antillas, como causa de la presente separación zoológica de la América del Norte y la del Sur. El carácter sudamericano de las Antillas, por lo que se refiere a los mamíferos [9], parece indicar que este archipiélago estuvo antiguamente unido al continente meridional, habiendo sido en época posterior un área de sumersión.

Cuando América, y especialmente Norteamérica, poseía sus elefantes, mastodontes, caballos y rumiantes de cuerno hueco se relacionaba mucho más estrechamente que ahora en sus caracteres zoológicos con las partes templadas de Europa y Asia. Como los restos de estos géneros se han hallado en ambas orillas del estrecho de Behring [10] y en las llanuras de Siberia, nos vemos conducidos a considerar el lado noroeste de Norteamérica como el primitivo punto de comunicación entre el Viejo y el llamado Nuevo Mundo. Y como tantas especies, así vivientes como extintas, de estos mismos géneros habitan y han habitado en el Antiguo Mundo, parece probabilísimo que los elefantes, mastodontes, caballos y rumiantes de cuerno hueco norteamericanos emigraron por tierra—sumergida después cerca del estrecho de Behring—desde Siberia a Norteamérica, y desde ésta, también por tierra—sumergida posteriormente donde ahora están las Antillas—, a Sudamérica, y que allí, por algún tiempo, se mezclaron con las formas características del continente meridional y llegaron a extinguirse más tarde.


En tanto viajaba a través del país recibí varias vívidas impresiones de los efectos causados por la última gran sequía, y tal vez la relación de ésta arroje alguna luz sobre los casos en que quedaron sepultados juntos gran número de animales de todas clases. El período comprendido entre los años 1827 y 1832 se llama el «gran seco», o la gran sequía. Durante ese tiempo fué tan escasa la lluvia caída, que no creció ninguna planta, ni siquiera cardos; los arroyos se secaron, y todo el país tomó el aspecto de un polvoriento camino carretero. Así ocurrió especialmente en la parte septentrional de la provincia de Buenos Aires y meridional de Santa Fe. Pereció un gran número de aves, animales silvestres, ganado vacuno y caballar por falta de alimento y agua. Un hombre me dijo que los ciervos [11] solían meterse en su corral a buscar la poza que se vió obligado a cavar para proveer de agua a su familia, y que las perdices apenas tenían fuerza para huir volando cuando se las perseguía. El cálculo más bajo supone que se perdieron sólo en la provincia de Buenos Aires un millón de cabezas. Un ganadero de San Pedro tenía 20.000 reses con anterioridad a esos años, y al fin no le quedó ni una. San Pedro está situado en lo mejor del país, y aun ahora abunda de nuevo en animales; pero durante la última parte del «gran seco» hubo que llevar ganado vivo, en barcos, para el consumo de los habitantes. Los animales abandonaron las estancias, y, encaminándose hacia el Sur, se mezclaron juntos en tales multitudes, que fué preciso enviar desde Buenos Aires una comisión de gobierno para arreglar las disputas de los dueños. Sir Woodbine Parish me ha dado noticias de otra curiosísima fuente de altercados: como la tierra estuvo seca por el largo espacio de tiempo arriba dicho, el viento levantó tan enormes cantidades de polvo, que en un país descampado como éste se borraron las rayas y mojones, siendo después imposible señalar los límites de las fincas.

Un testigo de vista me refirió que el ganado vacuno, en rebaños de millares, se precipitó en el Paraná, y, exhausto por el hambre como estaba, no pudo encaramarse a los bancos de cieno, y así, pereció aho- gado. El brazo del río que corre junto a San Pedro estaba tan lleno de cadáveres en putrefacción, que, según me dijo el patrón de un barco, el hedor le hacía de todo punto infranqueable. Indudablemente, varios cientos de miles de animales perecieron así en el río; viéronse sus cuerpos ya podridos flotar arrastrados por la corriente, y muchos, según todas las probabilidades, quedaron sepultados en el estuario del Plata. Todos los pequeños ríos se hicieron muy salinos, y esto ocasionó la muerte de gran número de bestias en ciertos sitios, pues cuando un animal bebe esa clase de agua no se recobra. Azara describe [12] la furia con que los caballos salvajes, en una ocasión semejante, se precipitaban en los pantanos, siendo arrollados y aplastados los que llegaban primero por los que venían inmediatamente detrás. Y añade que más de una vez ha visto los cadáveres de más de un millar de caballos salvajes muertos de esa manera. Por mi parte noté que el lecho de las corrientes menores de las Pampas estaba pavimentado con una capa de huesos; pero es probable que sea efecto de una reunión gradual antes que de la destrucción en uno de estos períodos. Después de la sequía de 1827 a 1832 siguió una época de lluvias copiosísimas, que causaron grandes inundaciones. De donde podemos inferir casi con gran certeza que algunos millares de esqueletos quedaron sepultados por los arrastres de tierras del año inmediato. Si un geólogo viera tan enorme colección de huesos de toda clase de animales y de todas las edades, encastrados así en una espesa masa de tierra, ¿qué pensaría de todo ello? ¿No lo atribuiría a un diluvio que hubiera barrido la superficie de la tierra, antes que al curso natural de las cosas? [13].

12 de octubre.—He intentado prolongar mi excursión más allá; pero, no sintiéndome enteramente bien, me he visto precisado a regresar en una balandra, o sea en un barco de un solo mástil, capaz de cargar cien toneladas, poco más ó menos, que iba destinado a Buenos Aires. Como el tiempo no estaba bueno, tuvimos que amarrar, al venir la madrugada, a la rama de un árbol en una de las islas. El Paraná está lleno de ellas y pasan por una constante alternativa de decadencia y renovación. El patrón del barco recordaba haber visto desaparecer varías de las grandes y formarse otras nuevas, que se habían cubierto de una protectora vegetación. Se componen de arena cenagosa, sin la menor piedrezuela, y a la sazón se levantaban poco más de un metro sobre el nivel del río; pero se inundan durante las avenidas periódicas. Todas presentan el mismo carácter, es a saber: numerosos sauces y algunos otros árboles enlazados unos a otros por una gran variedad de plantas trepadoras, dando por resultado una frondosa manigua. Estas espesuras suministran un refugio a los Capybaras y jaguares [14]. El miedo a los últimos ha dado al traste con todo el placer que me prometía de internarme en el bosque. Esta tarde, no bien había andado cien metros, cuando hallé señales ciertas de la reciente presencia del tigre, viéndome obligado a retroceder; en todas las islas se veían rastros; y como en la excursión precedente el motivo de la conversación fué «el rastro de los indios», así ahora lo fué «el rastro del tigre».

Las riberas frondosas de los grandes ríos parecen ser las guaridas favoritas del jaguar; pero al sur del Plata se me dijo que frecuentaba los cañaverales de los bordes de los lagos. Juzgando por estos hechos, diríase que la fiera necesita agua; pero sin duda la afición a esos sitios proviene de hallar en ellos los animales que le sirven de alimento. Su presa más común es el Capybara; de modo que, al decir de la gente, donde abunden los Capybaras no hay que temer al jaguar. Falconer afirma que cerca de la parte meridional de la desembocadura del Plata hay muchos jaguares, y que éstos se alimentan principalmente de peces, y así lo he oído repetir. En el Paraná han matado a numerosos leñadores, y hasta asaltado los barcos por la noche. Un hombre que ahora vive en Bajada, subiendo de allí en una embarcación por la noche, se vió de pronto en las garras de un jaguar que había saltado al puente, y aunque escapó con vida, perdió para siempre el uso de un brazo. Cuando las avenidas arrojan de las islas a estos animales, son peligrosísimos. Me contaron que pocos años antes un jaguar enorme había penetrado en una iglesia de Santa Fe; dos Padres que entraron, uno tras otro, fueron muertos por la fiera, y un tercero que acudió a enterarse escapó con dificultad. Se mató a este jaguar a balazos, desde un ángulo del edificio, que no tenía tejado. En esas épocas causa también grandes estragos en el ganado vacuno y caballar. Dicen que mata las presas desnucándolas. Si se los ahuyenta de los cadáveres de sus víctimas, rara vez vuelven a buscarlos. Refieren los gauchos que cuando el jaguar merodea por la noche se ve acosado por los zorros, que le siguen aullando. Es curiosa la coincidencia de este hecho con lo que se afirma generalmente de los chacales, que acompañan con análoga oficiosidad al tigre de la India. El jaguar ruge con frecuencia insistente durante la noche, y en especial en vísperas de mal tiempo.

Un día, cazando en las riberas del Uruguay, me enseñaron ciertos árboles a que acuden constantemente estos anímales, según se dice, para afilarse las uñas. Vi tres árboles muy comunes; enfrente la corteza estaba desgastada y lisa, como si el animal hubiera frotado el pecho contra ella, y en cada lado había profundas arañaduras, o más bien surcos, que se extendían en línea oblicua cerca de un metro. Dichas señales pertenecían a diferentes épocas. Un medio ordinario de asegurarse de si hay en las inmediaciones algún jaguar consiste en examinar estos árboles. Supongo que este hábito del jaguar es exactamente semejante al que diariamente puede observarse en el gato común cuando, con las patas delanteras tensas y las uñas estiradas, araña las patas de las sillas; y tengo noticia de que los frutales tiernos de un huerto en Inglaterra quedaron medio estropeados por los arañazos de un gato. Un hábito parecido debe de tener también el puma, porque en el terreno duro y sin vegetación de Patagonia he visto a menudo arañazos tan hondos que no podían atribuirse a ningún otro animal. El objeto de tal práctica es, a lo que creo, hacer desaparecer las asperezas de las garras, y no afilarlas, como creen los gauchos. Al jaguar se le mata sin gran dificultad con ayuda de perros que le acorralen y obliguen a encaramarse al tronco de un árbol, donde se le despacha a balazos.

A causa del mal tiempo, la balandra permaneció dos días amarrada. Nuestro único entretenimiento consistía en pescar para comer; hay varías especies, y todas buenas para comer. Un pez que llaman «el armado» (un Silurus) es notable por un chirrido que produce cuando se le pesca con caña y anzuelo, ruido que puede oírse distintamente estando el pez debajo del agua. Este mismo Silurus tiene el poder de asirse fuertemente a cualquier objeto, como la paleta de un remo o el sedal, con la robusta espina de su aleta pectoral y dorsal. Por la tarde tuvimos un tiempo verdaderamente tropical, pues el termómetro marcó 26° centígrados. Enjambres luminosos de luciérnagas surcaban el aire, y los mosquitos molestaban extraordinariamente. Expuse mi mano por cinco minutos, y en breve se puso negra de insectos. Supongo no habría menos de 50, y todos aplicándose a chupar.

Fig. 3.°—Rhynchops nigra.

15 de octubre.—Proseguimos nuestra navegación río abajo, y pasamos Punta Gorda, donde hay una colonia de indios mansos, procedente de la provincia de Misiones. Navegamos con rapidez a favor de la corriente, pero un temor infundado al mal tiempo nos hizo ponernos a la capa de un ramal estrecho del río antes de la puesta del Sol. Tomé el bote y remé un trecho, subiendo por dicho afluente. Era muy estrecho,sinuoso y profundo; en ambas márgenes, una barrera de nueve a doce metros de altura, formada por árboles entrelazados con trepadoras, daba al canal un aspecto singularmente sombrío. Aquí vi un ave rarísima, llamada picotijera (Rhynchops nigra); tiene patas cortas, y los dedos unidos por membranas, alas muy puntiagudas, y viene a ser del tamaño de una golondrina de mar [15]. El pico está aplastado lateralmente, o sea en un plano perpendicular al del pico del pato. Es tan plano y elástico como un cortapapeles de marfil, y la mandíbula inferior, a diferencia de todas las demás aves, sobresale de la superior cerca de cuatro centímetros. En un lago cerca de Maldonado, cuyas aguas habían disminuido mucho a causa de la evaporación, y que por lo mismo era un hervidero de pececillos, vi varías aves de éstas, generalmente en pequeñas bandadas, volando rápidamente arriba y abajo sobre la superficie del lago. Llevan los picos enteramente abiertos y la mandíbula inferior medio sumergida. De este modo, rasando la superficie, la surcan en su curso; el agua estaba casi quieta, y resultaba curiosísimo contemplar una bandada, de la que cada ave dejaba su delgada estela en el líquido cristal del lago. En su vuelo describen rápidos giros con extrema destreza, y sacan, con su mandíbula inferior, que aseguran con la parte superior y más corta mitad de su pico, a modo de tijera. Pude observarlas a mi sabor repetidas veces mientras, a modo de golondrinas, seguían volando, ya en una dirección, ya en la opuesta, muy cerca de donde yo estaba. De cuando en cuando, al dejar la superficie del agua, su vuelo se hacía violento, irregular y rápido, y entonces emitían fuertes y ásperos chillidos. Mientras estas aves pescan se hace patente la ventaja de las prolongadas plumas remeras de sus alas para evitar el contacto del agua. Estando las picotijeras en su faena piscatoria presentan una forma que puede considerarse como el símbolo de las aves marinas, tal como las representan muchos artistas. Las colas de dichas aves les sirven de excelentes timones para dirigir su curso irregular.

Abundan mucho en el interior del continente, a lo largo del río Paraná. Dícese que permanecen aquí durante el año entero y que anidan en los pantanos. Por el día descansan en bandadas sobre las llanuras herbosas y pastizales, a cierta distancia del agua. Mientras nuestra embarcación estaba anclada, como he dicho, en uno de los profundos ramales que hay entre las islas del Paraná, al anochecer se presentó de pronto uno de esos picotijeras. El agua apenas tenía movimiento alguno y surgían a la superficie numerosos pececillos. El ave voló por mucho tiempo a flor de agua, yendo y viniendo de un modo irregular a lo largo del estrecho canal, a la sazón bastante obscuro, ya por ser casi de noche, ya por la sombra del estrecho de los árboles. En Montevideo observé que algunas grandes bandadas permanecían durante el día en los bancos de cieno que hay en el fondo del puerto, del mismo modo que en las herbosas planicies junto al Paraná, y todas las tardes alzaban el vuelo en dirección al mar. Deduzco de estos hechos que el Rhinchops pesca generalmente por la noche, que es cuando salen a la superficie muchos de los animales inferiores. M. Lesson afirma que ha visto a estas aves abrir las conchas de las Mactras sepultadas en los bancos de arena de las costas de Chile. Teniendo un pico tan elástico y la mandíbula inferior tan saliente, y dadas sus patas cortas y largas colas, no parece probable que ese hábito pueda ser general.

Navegando por el Paraná abajo sólo observé tres aves más que fueran dignas de mencionarse. Una de ellas es el pequeño martín pescador (Ceryle Americana); tiene la cola más larga que la especie europea; de ahí que cuando está posado en algún punto su postura no sea tan erguida y recta. Su vuelo, además, en lugar de ser directo y rápido, como la trayectoria de una flecha, es inseguro y ondulatorio, como sucede en las aves de pico blando. Profiere una nota grave semejante al choque de dos piedrezuelas. Un periquito verde (Conurus murinus) [16] con la pechuga gris parece anidar en los árboles altos de las islas, con preferencia a otros sitios cualesquiera. Suelen poner los nidos tan juntos, que todos ellos forman como una gran masa de palos. Estos loros viven siempre en bandadas y causan grandes daños en los campos de trigo, me dijeron que cerca de Colonia habían matado 2.500 en el transcurso de un año. Cerca de Buenos Aires abunda mucho un ave de cola ahorquillada que termina en dos largas plumas, el Tyrannus savana, llamado por los españoles colatijera; se posa de ordinario en una rama de ombú próximo a una casa, y desde allí da un vuelo corto en persecución de insectos y vuelve al mismo sitio. Mientras está en el aire presenta en su modo de volar y aspecto general una semejanza caricaturesca de la golondrina común. Puede torcer el vuelo girando en muy reducido espacio, y al efectuar esta evolución abre y cierra la cola, unas veces en un plano horizontal y otras en un plano vertical, exactamente como unas tijeras.


16 de octubre.—Unas cuantas leguas más abajo de Rosario la ribera occidental del Paraná está limitada por farallones perpendiculares, que se extienden en una larga línea hasta más allá de San Nicolás; de ahí que el terreno parezca una costa marina más bien que la ribera de un río de agua dulce. El paisaje del Paraná sale muy perjudicado por la blandura del terreno que forma sus márgenes, haciendo que sus aguas sean cenagosas. El Uruguay, que fluye a través de una región granítica, es mucho más claro, y en el punto de unión de los dos canales donde principia el Plata pueden distinguirse a gran distancia las aguas por sus colores negro y rojo. Por la tarde, al observar que el viento no inspiraba confianza, amarramos inmediatamente, según costumbre; y al día siguiente, en vista de que soplaba algo fresco, a pesar de contar con una corriente favorable, el patrón no se sintió con grandes ganas de partir. En Bajada me dijeron de él que era un «hombre muy aflicto», es decir, muy embargado por contrariedades y pesadumbres; ciertamente sobrellevó todas las detenciones y retrasos con admirable resignación. Era un viejo español que llevaba muchos años en este país. Sentía gran simpatía por los ingleses; pero sostenía que si en la batalla de Trafalgar éstos habían vencido era porque los capitanes españoles se habían dejado comprar, y que la única acción verdaderamente heroica de aquel combate la había realizado el almirante español. Me sorprendió, por ser un tanto característico, que este hombre prefiriera para sus compatriotas la nota de traidores del peor género antes que la de torpes y cobardes.


18 y 19 de octubre.—Continuamos lentamente navegando río abajo por la magnífica corriente, si bien ésta apenas nos ayudaba. En el descenso encontramos muy pocos navíos. Uno de los mejores dones de la Naturaleza, como lo es esta soberbia vía de comunicación, parece estar aquí relegada de intento a no servir para nada, porque tal es lo que ahora sucede con un río en que los navíos podrían navegar desde un país templado, tan admirablemente rico en ciertas producciones como desprovisto de otras, a otra región de clima tropical y de un suelo que, según el mejor de los jueces, M. Bonpland, en fertilidad no tiene semejante en ningún país del mundo. ¡Cuán diferente habría sido el aspecto de este río si colonos ingleses hubieran tenido la fortuna de ser los primeros en remontar la corriente del Plata! ¡Qué ciudades tan magníficas hubieran ocupado ahora sus riberas! Hasta la muerte de Francia, el dictador del Paraguay, estos dos países deben permanecer tan distintos y sin comunicación como si estuvieran situados en lugares opuestos del globo. Y cuando el viejo y sanguinario tirano haya pasado a rendir su larga cuenta el Paraguay será destrozado por revoluciones cuya violencia correrá parejas con la falsa calma anterior. Ese país tendrá que aprender, como todos los demás estados de Sudamérica, que una república no puede dar buen resultado mientras no haya en ella un fuerte núcleo de hombres imbuídos en los principios de la justicia y del honor.


20 de octubre.—Al llegar a la desembocadura del Paraná, como tenía vivos deseos de llegar a Buenos Aires, desembarqué en Las Conchas, con intención de proseguir desde allí a caballo. Al echar pie a tierra me encontré con la gran sorpresa de que hasta cierto punto era un prisionero. Á consecuencia de haber estallado una revolución violenta, todos los puertos habían sido embargados. Me era imposible regresar a mi navío, y en cuanto a ir por tierra a Buenos Aires, era cosa en que no cabía pensar. Después de una larga conversación con el comandante obtuve permiso para presentarme al día siguiente al general Rolor, que mandaba una división de rebeldes en este lado de la capital. Por la mañana marché a caballo al campamento. General, oficiales y soldados, todos parecían, y creo que en realidad lo eran, grandes villanos. El general, la misma tarde antes de dejar la ciudad se presentó al gobernador, y con la mano puesta en el corazón dió su palabra de honor de que él al menos permanecería fiel hasta el último instante. Me dijo el general que la ciudad estaba estrechamente sitiada y que todo lo que podía hacer era darme un pasaporte para el comandante en jefe de los rebeldes en Quilmes. Por lo tanto, nos fué preciso dar una gran vuelta alrededor de la ciudad, y a duras penas pudimos procurarnos caballos. Mi recepción en el campamento fué perfectamente cortés, pero me dijeron que era absolutamente imposible darme permiso para entrar en la ciudad. Esto me producía gran ansiedad, porque estaba en la creencia de que el Beagle partiría del río de la Plata mucho antes del tiempo en que lo efectuó. Pero, habiendo mencionado las obsequiosas atenciones recibidas del general Rosas cuando estuve en el Colorado, ni el conjuro más poderoso hubiera cambiado las circunstancias tan rápidamente como esta conversación. Al punto me dijeron que, aunque no podían darme un pasaporte, si me avenía a dejar el guía y los caballos yo podría pasar, yendo solo, los puestos de los centinelas. Acepté con el mayor gusto, y enviaron conmigo un oficial para mandar que no me detuvieran en el puente. El camino, por espacio de una legua, estaba enteramente desierto. Encontré un piquete de soldados, que se contentaron con echar una mirada a un antiguo pasaporte mío, y al fin, con no pequeña satisfacción, me vi dentro de la ciudad.

Apenas había pretexto de injusticias o agravios que pudieran justificar su levantamiento; pero en una nación que en el espacio de nueve meses (de febrero a octubre de 1820) había sufrido quince cambios de gobierno—no obstante elegirse cada presidente por tres años, según la Constitución—, sería absurdo buscar pretextos. En el caso presente, un grupo de hombres, que por ser afectos a Rosas no podían ver al presidente Balcarce, salieron de la ciudad en número de 70, y al grito de ¡Viva Rosas! levantaron en armas todo el país. A continuación se puso sitio a la ciudad, prohibiendo la entrada de provisiones, ganado vacuno y caballar; fuera de esto, sólo ocurrían algunas pequeñas escaramuzas, en las que morían diariamente varios hombres. El partido de fuera sabía bien que impidiendo el suministro de carne tendría segura la victoria. Puede ser que el general Rosas no tuviera noticias de este levantamiento; pero, según parece, estaba conforme con los planes de sus partidarios. Hace un año fué elegido gobernador, pero rehusó, a menos que la Sala le confiriera poderes extraordinarios. Como éstos se le negaran, su partido empezó a demostrar desde entonces que no consentiría a ningún otro gobernador. La guerra se prolongó manifiestamente por ambas partes hasta que fué posible saber lo que pensaba Rosas. Pocos días después de haber salido yo de Buenos Aires llegó una nota según la cual el general desaprobaba la ruptura de hostilidades, pero creía que el partido de fuera tenía la justicia de su parte. No bien se recibió esta declaración, el presidente, los ministros y parte de los militares, en número de varios cientos, huyeron de la ciudad. Los revolucionarios entraron, eligieron un nuevo gobernador, y se pagaron los servicios de 5.500 hombres. En vista de tales procedimientos, no fué para nadie un misterio que Rosas había de llegar con el tiempo a ser un dictador: el pueblo aquí, como en otras repúblicas, tiene una particular aversión por la palabra rey. Después de dejar a Sudamérica hemos sabido que Rosas ha sido elegido con poderes y por un tiempo enteramente opuestos a los principios constitucionales de la república.


  1. La vizcacha (Lagostomus trichodactylus) se parece algo a un conejo grande, pero sus incisivos son de mayor tamaño y está provista de larga cola; además, sólo tiene tres dedos en las patas traseras, como el agutí. Durante los últimos tres o cuatro años se han enviado a Inglaterra las pieles de estos animales para utilizarlas en peletería.
  2. Journal of Asiatic Soc., vol. V, pág. 363.
  3. Siempre que el autor habla de cactus se podrá dudar si se refiere al grupo de la familia de las Cactáceas o específicamente al género Cactus, que tiene más de 300 especies indígenas de América. Las especies del género Opuntia, también perteneciente a la misma familia, son nuestras tunas o higueras chumbas.—Nota de la edic. española.
  4. Apenas necesito afirmar aquí las pruebas indiscutibles de que en tiempos de Colón no vivía en América ningún caballo.
  5. Cuvier: Ossements Fossiles, tomo I, pág. 158.
  6. Esta es la división geográfica seguida por Lichtenstein, Swainson, Erichson y Richardson. La sección desde Veracruz a Acapulco, dada por Humboldt en Polit. Essay on Kingdom of N. Spain, demostrará cuán inmensa es la barrera formada por las altiplanicies mejicanas. El Dr. Richardson, en su admirable Report on the Zoology of N. America, leído ante la British Assoc., 1836 (pág. 157), hablando de la identificación de un animal mejicano con el Synetheres prehensilis dice: «No sabemos hasta qué punto sea propia esa identificación; pero dándola por exacta, es un caso único, o cuando menos rarísimo, de un roedor que sea común a la América del Norte y del Sur.»
  7. El kinkajú (Cercoleptes condivolvulus) es un carnívoro arbóreo nocturno, de las partes cálidas de América Central y Meridional, afín de un lado al Procyon lotos (el oso lavador, porque lava previamente cuanto ha de comer) y al coatí, y de otro a nuestros osos comunes.—Nota de la edic. española.
  8. En ninguna parte del mundo ofrece el cuaternario una fauna de mamíferos fósiles comparable en riqueza con la de las Pampas. Las formaciones continentales de esta región han recibido el nombre de pampeanas. Son limos—comparables al lœss de Europa—extensos en mantos sobre las terrazas fluvioglaciares y primeros estribos de los Andes, entre las latitudes de 30° a 40°. Se encuentran en ellos millares de esqueletos enteros de vertebrados, y sobre todo de desdentados gigantes. Ameghino ha distinguido cuatro subpisos diferentes, caracterizados cado uno por una forma diferente (las especies halladas exceden de 200), en la formación pampeana, que son:

    1.° El puelquense (arenas infrayacentes con Mastodon argentinas).

    2.° El ensenadense (con Promacrauchenia ensenadense).

    3.° El bonarense, de la llanura de Buenos Aires (con Toxodon platensis, Equus curvidens, etc.)

    4.° El lujanense (depósitos lacustres con conchas de agua dulce y Megatherium americanum.—Nota de la edic. española.

  9. Véase el Report del Dr. Richardson, pág. 157, y también L'Institut, 1837, pág. 253. Cuvier dice que el kincajú se halla en las Grandes Antillas, pero es dudoso. M. Gervais afirma que se encuentra en ellas el Didelphis crancrivora. Es cierto que las Antillas poseen algunos mamíferos que le son peculiares. En Bahama se ha encontrado un diente de mastodonte. Edin. New Phil. Journ, 1826, pág. 395.
  10. Véase el admirable Apéndice del Dr. Buckland al Beechey's Voyage, y además los escritos de Chamisso en el Kotzebue's Voyage.
  11. En el Surveying Voyage, del capitán Owen (vol. II, página 274), hay una curiosa relación de los efectos de una sequía en los elefantes de Benguela (costa occidental de Africa); «Muchos de estos anímales acudieron en aquel tiempo a la ciudad en tropel y se apoderaron de los pozos, no pudiendo procurarse agua alguna en el país. Los habitantes se reunieron para resistirlos, siguiéndose una batalla desesperada, que acabó por la derrota definitiva de los invasores, pero no sin haber quedado muerto un hombre y heridos varios otros.» Se dice que la ciudad tenía cerca de 3.000 habitantes. El Dr. Malcolmson me participa que durante una gran sequía en la India los anímales salvajes entraron en las tiendas de ciertas tropas de Ellore y una liebre bebió de una vasija, sostenida por el ayudante del regimiento.
  12. Viajes, vol. I, pág. 374.
  13. Estas sequías, en cierto grado, parecen ser casi periódicas; me dijeron las fechas de varias otras, y los intervalos eran de unos quince años.
  14. Como el león americano es el puma, la pantera americana es el jaguar (Felis onça L.).—Nota de la edic. española.
  15. Véase una especie semejante (Rh. Flavirostris) en Alexander (B.): Del Níger al Nilo, tomo II, cap. XIX, editado por Calpe.—Nota de la edic. española.
  16. De cola larga, afín a los guacamayos.—Nota de la edición española.