Diario de un viajero americano

Diario de un viajero americano
de Clemente Althaus


Caelum non animum mutant qui trans mare currunt.

HORACIO




Vuelto a sus playas vírgenes natales,
tras larga ausencia de vagar lejano,
víctima eterna de secretos males,
un mísero viajero americano,
así el ansia implacable y encendida,
dolor y tedio, que do quiera siente
traslada al libro, de su errante vida
y sus íntimas penas confidente:
«¡Cuántas veces me ha visto el océano
ir buscando la paz del corazón!
Mas ambos mundos recorrer fue vano
para lograr tan suspirado don.
Hasta en el polo que alta nieve esconde
mis errantes pisadas estampé,
ni hubo rincón de nuestro globo donde
yo no imprimiese el vagabundo pie.

En las viejas metrópolis de Europa,
como en la tierra donde vi la luz,
a mi labio el Dolor su amarga copa
brindó, y a mi hombro su pesada cruz.
Lo dejé en Francia; lo encontró en España;
y en Alemania y en Albion lo vi;
a Italia fui: me precedió su saña;
a la Grecia volé: ya estaba allí.

Y donde quiera que mi curso incierto
lleve el raudo navío volador,
siempre, al hollar el anhelado puerto,
su conocida faz, llenos de horror,
miran mis tristes ojos la primera;
y él me contempla con feroz placer:
odioso huésped que do quier me espera,
fantasma horrendo que hallo donde quier.
Los que nunca dejasteis vuestro suelo,
largos viajes y vanos excusad:
jamás, os digo, encontraréis consuelo,
ni alivio vuestra férvida ansiedad.
El alma no se muda con el clima:
si de vosotros mismos no partís,
cuales os vio la abandonada Lima,
os verá la magnífica París.
Y, cual triste experiencia en mí lo muestra,
del tan largo viajar fruto será
que ni la ajena patria, ni la vuestra
pueda en su seno encadenaros ya.
¡Cuán ardiente y copioso, oh patria, el llanto
fue, que en mi ausencia a tu memoria di!
¡Cuánto do quiera te eché menos! ¡cuánto
suspiré siempre por volver a ti!
Mas ¡ay de mí! que apenas a tu seno
me reconduce rápido bajel,
principio a desëar el suelo ajeno,
tan sólo ya porque no moro en él.
Siempre estoy suspirando por lo ausente
y lo que me circunda aspiro a huir,
cual, contento jamás de lo presente,
en lo pasado vivo y porvenir.
Dichoso me parece lo pasado,
aunque bien triste y doloroso fue,
y alegre y bello el suelo que he dejado,
aunque en él, como en todos, me hastié.
Y cada cosa que de cerca veo
no es ya la misma que, al buscarla yo,
de la esperanza el prisma o del deseo
a mis ilusos ojos figuró.
Mas, si de ella me aparto o si la pierdo,
cual primero la vi la torno a ver,
que el prisma le devuelve del recuerdo
su antiguo encanto, su beldad primer,
y con ansia perenne cuanto vana,
así abordando a las orillas hoy
de donde inquieto partiré mañana,
peregrinando por el mundo voy.
De región en región ciego me arroja
de mi inquietud eterna el huracán,
cual recios vendavales débil hoja
de llano en llano arrebatando van.
¡Quién morara, cual Dios omnipresente,
antípodas regiones a la vez,
y le fuera un instante permanente
de los años la alada rapidez!
Así tal vez en mi delirio insano
exclamo, y gimo al recordar después
que fuera siempre a mi ventura vano
lo que imposible a mis deseos es.
Que, aunque habitara a un tiempo, cual la mente,
cuanto ilumina el sol y ciñe el mar,
fuera el vasto universo a mi ansia ardiente
lo que el breve recinto de mi hogar.
Y aunque parar mi anhelo mereciera
del raudo Tiempo el inmortal reló,
¿qué instante de mi vida pasajera,
qué instante ser eterno mereció?
¿En qué hora, en qué hora de mis largos días
fijara el incansable medidor,
cuando todas, o tristes o vacías,
hijas fueron del tedio o del dolor?
Yo he buscado la dicha en los placeres,
en las danzas de fúlgido jardín,
en el mágico amor de las mujeres,
y embriaguez y tumulto del festín.
Nada a mi eterno hastío y mi funesta
genial tristeza pudo ser solaz,
triste me vio la más alegre fiesta
doblar al suelo mi doliente faz.
Y al estrechar mi frente la más bella
a su turgente pecho de marfil
para llorar a solas, hüí de ella,
triste esquivando sus caricias mil.
Y en la copa, oh amor, que nos ofreces,
en vez del néctar y süave miel
halló mi labio las amargas heces
de la más negra ponzoñosa hiel.
Y la dicha busqué en la poesía,
y en su risueño venturoso error:
¡mas fue la Musa lamentable mía
musa del desengaño y del dolor!
Y la busqué en la ciencia y, o desnuda
mirando la verdad, me horripilé
o sentí suceder inquieta duda
de mi niñez ala tranquila fe;
confirmando, en tristísima experiencia,
que estéril duda y fúnebre verdad
los frutos son que el árbol de la ciencia
dio siempre a la infeliz humanidad.
En todo la buscó mi desvarío:
¡insensato de mí! que por do quier
hallé sólo dolor, sólo hallé hastío,
en lugar de la dicha y del placer».

Y el triste infortunado peregrino
detiene aquí la dolorosa pluma,
pronto a seguir la ley de su destino,
y hender de nuevo la salobre espuma.
Que, aunque por prueba dilatada sabe
que llevará a otras zonas vanamente
su vagabunda combatida nave,
imita empero al infeliz doliente,
que, aunque sintiendo igual a cada lado
en el angosto lecho su tormento,
alivio a su dolor desesperado
busca siempre en el mismo movimiento.


(1863)


Esta poesía forma parte del libro Obras poéticas (1872)