Diario Oficial de El Salvador/Tomo 41/Número 233
Sección Oficial
editarPoder Ejecutivo
editarSecretaría de Instrucción Pública y Beneficencia
editarY BENEFICENCIA
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Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Fomento y Justicia
editarPUBLICO, FOMENTO Y JUSTICIA.
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Secretaría de Guerra y Marina
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Sección Editorial
editarLos Gobiernos del Salvador, Honduras y Nicaragua, hallándose Centro América en plena paz, ajustaron en Amapala con fecha 20 de junio de 1895 un Pacto, comprometiéndose á formar de las tres entidades políticas una sola, bajo cuyos auspicios debe prepararse la unión definitiva de las tres secciones ó de todas las que antes eran partes componentes de la antigua Patria.
Incúlpase sin razón á nuestros padres el no haber planteado bien la Repúlbica federal en Centro América, al separarnos de la madre patria; pero aun dándole todo el valor á esa afirmación, no encontramos nosotros en aquel hecho la causa de nuestra separación y de los públicos infortunios. Despues de los triunfos de las armas del Salvador y Honduras en 1829 la República de Centro América quedó restablecida; el partido liberal recobró su influencia y en General Morazán puso su talento, su valor y sus prestigios al servicio de la causa restauradora; el Gobierno general caminó de acuerdo con el del Estado donde aquel residía; pero el espíritu separatista, con el pretexto de que la constitución federal exigía reformas, comenzó á minar aquel edificio, levantado y sostenido con esfuerzos inauditos, Los que de buena fe sotenían aquella forma de Gobierno querían, y con bastante razón por cierto, que las reformas se discutiesen en los congresos, conservando la estructura política entonces existente; pero los otros pretendían la ruptura inmediata del pacto federal, y que se discutieran después las reformas, opinión inconveniente é impolítica que, halagando los intereses seccionales y el espíritu del localismo, causó los males que más tarde ailigieron á Centro América.
Estando en terreno preparado para la anarquía, fomentada por aquella opinión disociadora y antipatriótica, la cabeza del separatismo asomó en San Salvador en 1832, pero fue prontamente quebrantada por el General Morazán con los triunfos obtenidos en Jocoro y en la misma capital del Estado. Estalló nuevamente un movimiento separatista en 1834 y fue sofocado por el héroe centroamericano; y cuando se pensaba que la República se robustecía y que las reformas se discutirían al fin pacificamente, apareció en 1837 la facción de Carrera en Mataquescuintla, la cual tomó cuerpo en el Estado de Guatemala, no obstante las derrotas causadas á los facciosos y el apoyo que prestó el General Morazán á la causa del orden. El espíritu separatista, aprovechándose de aquellos disturbios, apareció en Honduras y Nicaragua en 1839, y todavía pudo contener aquel caudillo la caída de la República federal con las victorias de Las Lomas, El Espíritu Santo, y San Pe- dro Perulapán, pero no pudo dominar la facción de Carrera en 1840 ni las tendencias separatistas de los mismos Estados, y el naufragio general sobrevino.
Bien pronto se comprendió el error en que se había incurrido, y comenzó la reacción contra aquella separación sin razón de ser que había traído, con la debilidad y el desprestigio, la ocupación de porciones del territorio centroamericano; y desde luego se pensó nuevamente en la reconstrucción de la Patria y en la necesidad de construir un Gobierno fuerte con el cual pudiésemos figurar digna y decorosamente en el concierto de las naciones. Un movimiento reaccionario, tendente á la unidad, estuvo para estallar en 1841 en el mismo Congreso de San Salvador, pero fue abogado en su cuna. El General Morazán al volver á Centro América en 1842 creyó que el terreno estaba preparado para iniciar una cruzada en favor de la causa centroamericana, pero una alianza estrecha ligaba á los Gobiernos de aquel entonces contra la República, y el héroe pagó con su vida en aquel mismo año su generosa tentativa de reconstruir la patria. En vano el espíritu separatista quiso hacer sombra sobre aquella tumba gloriosa; la sangre del caudillo dio aliento á la causa por la cual se había sacrificado, y en el propio año de 1842 se celebró un pacto que dio más tarde por resultado la formación del Gobierno confederal de Centro América constituido por los mismos Gobiernos signatarios del Pacto de Amapala. El patriotismo respiraba al fin; veíase con placer flamear la antigua bandera nacional, glorificada por más de una victoria memorable; y se evocaba el recuerdo de los patriotas que á su sombra habían luchado. Desgraciadamente sobrevino la guerra con Guatemala en 1844, y ese acontecimiento causó la disolución del Gobierno confederal. Los trabajos en favor de la unidad de la patria se reanudaron más tarde, el inmortal Barrundia puso su brillante pluma al servicio de la causa unionista, se formaron congreso s, pero la guerra contra los filibusteros, que estalló después de la contienda nicaragüense entre demócratas y legitimistas distrajo á Centro América de pensar en reconstituirse para atender á la defensa nacional contra un enemigo audaz que amenazaba seriamente nuestra autonomía é independencia.
Cuando el horizonte se serenó, apareció la idea modificada—se trataba nada menos en 1861 de formar de los territorios salvadoreño, guatemalteco y hondureño dos Repúblicas, una chapina y otra guanaca según la expresión del mismo autor del proyecto, General don Gerardo Barrios, entonces Presidente del Salvador. Esa idea no tomó cuerpo, pero reaccionando siempre el pensamiento de la reconstrucción de la patria, encontró un servidor leal y entusiasta en el distinguido centroamericano, General Máximo Jerez. Jerez pasó al Salvador á conferenciar con el General Barrios y después se dirigió á Guatemala á proponer la nacionalidad, ofreciendo al General Carrera la Presidencia de la República restaurada; pero el Presidente de Guatemala rehusó tamaño honor, y por algún tiempo guardóse silencio sobre tan importante asunto hasta que después del triunfo de la revolución de 1871 en El Salvador, Honduras propuso al Gobierno del General González la formación de una sola República; pero sometido el asunto al Congreso del Salvador, se fijaron tales condiciones y se descendió á tantos detalles, que el pensamiento se abandonó por aquel entonces. Se creyó que mientras se realizaba la deseada nacionalidad podia ésta sustituirse con pactos de amistad y de fraternidad sincera entre las secciones disgredadas de la antigua República, y así estuvimos hasta que en 1885 el General Barrios, Presidente de Guatemala, trató de establecer la nacionalidad de hecho, pensamiento que también fracasó, como habían fracasado los proyectos formulados hasta entonces por el patriotismo.
El Gobierno del Salvador en aquel año memorable apareció opuesto á la unión por falta de acuerdo en la forma, y deseando trabajar en favor de élla por los medios pacíficos, trató de entrar en pláticas con los Gobiernos hermanos sobre ese interesante asunto, para nosotros siempre nuevo, pero los Gobiernos centro-americanos, con excepción del hondureño, no creyeron prudente en aquellos momentos tratar sobre la cuestión de nacionalidad. En 1887 se reunió en Guatemala un Congreso centro-americano, el cual fue seguido del celebrado en San José de Costa-Rica en 1888 procurando realizar la grande idea; y por último en 1889, se reunió otro Congreso en San Salvador en que se dió al pensamiento dominante una forma original que mereció la general simpatía, y fue acogida con agrado por los nacionalistas convencidos; pero los acontecimientos de 1890 en esta capital impidieron llevar adelante cuanto en ese Congreso se había pactado.
La idea ha sido siempre la misma, acogida con interés por todos, hermoseada en todas las épocas por la poesía, sostenida con calor en la tribuna y en el periodismo; las formas de su realización han sido varias, y por último, después de tantos infructuosos ensayos, ha venido á prevalecer el concepto de que para que la fusión sea permanente y fructuosa, ha de llevarse adelante solamente en la forma pacífica por medio de congresos. El patriotismo, cansado de ver formarse como desaparecer proyectos, deseaba que al fin se hiciera algo práctico; deseaba ver condensado en hechos ese pensamiento que desde hace mucho tiempo, domina á la generalidad, y haciendo eco á esas aspiraciones tan claramente manifestadas en todos los sentidos, los Gobernantes del Salvador, Honduras y Nicaragua firmaron el Pacto de Amapala como una base para la definitiva organización de la patria. Desearon ante todo los Gobiernos firmantes que Guatemala y Costa Rica hubiesen estado representados en aquel Pacto, á fin de que toda la familia, idéntica en intereses y aspiraciones, una en la lengua, en creencias, en condiciones etnográficas, dispusiese de sus destinos en la forma pacífica y por solo el íntimo convencimiento; pero ya que ese deseo patriótico no se pudo realizar de momento, se ha organizado la Dieta, de conformidad con aquel Pacto, y se ha formado la Repúblcia Mayor, vocabulo de familia que, sin ninguna pretensión de preponderancia mal entendida, no tiene más alcance que recordar á sus hermanas de Centro-América la necesidad de unirse, ya que no hay interés alguno que tienda á mantenerlas separadas. Al aparecer la República Mayor, su primer acto ha sido tender los brazos á sus hermanas llamándolas á la unión para constituír con mayor razón y con mejores elementos algo parecido á la anfictionía griega que, entre otras cosas, sirvió de baluarte por algun tiempo para defender y conservar su independencia.
La República Mayor ha aparecido como el resultado de las más rectas y sanas intenciones, sin ninguna mira egoísta y sustentada por el patriotismo más desinteresado. En la forma en que está planteada no podrá ser jamás la sombra de ningún poder, ni está llamada á despertar susceptibilidades de ningún género; por el contrario, será en nuestro entender un nuevo apoyo para la paz de que tanto necesitan estos países para reponerse de sus pasados quebrantos. El paso que se ha dado es la etapa que tendrá que recorrer cualquier grupo de patriotas que, cansados de su aislamiento, tratasen de buscar en la unión la realización de sus aspiraciones.
Las nacionalidades como las dinastías reaccionan, y al reaparecer lo hacen con los emblemas y los signos de su pasada nombradía ó de su gloria. Cuando se derrumbó el primer imperio napoleónico, flotó sobre aquellas ruinas el blanco estandarte de Enrique IV, la gloriosa enseña de Arques y de Ivry, las doradas flores de lis que recordaban la fama del hombre ilustre que subió al trono por su valor y gobernó conforme á justicia; y no será remoto que al reaparecer la República romana, vuelvan, con los antiguos lictores, aquellos gloriosos estandartes que hicieron temblar al mundo. Así la República Mayor, reaparece hoy con el ropaje de la República histórica, prometedora de paz, libertad y justicia; y á su alrededor vense flotar las sombras de Morazán y de Barrundia, de Pedro Molina y de Diego Vigil, de Cabañas y de Jerez y de otros tantos heroes, abnegados patriotas y mártires que ofrecieron á aquella enseña gloriosa el contingente de su valor, de su patriotismo y de sus luces. Ojalá que el Sér que tiene en sus manos los destinos de los hombres, ilumine á los buenos patriotas para llegar, en el seno de la paz, á resolver al fin el problema de restablecer la unión de la América del Centro, depurada de los antiguos errores. Ese acontecimiento será el colmo de las generales aspiraciones, el merecido homenaje á la memoria de los mártires, y el monumento más digno del héroe que derramó su sangre defendiendo esa causa sacrosanta.