Diálogo (Cota)
RODRIGO DE COTA.
DIÁLOGO.
Cerrada estaba mi puerta:
¿á qué vienes, por do entraste?
di, ladron, ¿por qué saltaste
las paredes de mi huerta?
La edad la razon
ya de tí me han libertado:
deja el pobre corazon
retraido en su rincon
contemplar cual le has parado.
La beldad de este jardin
ya no temo que la halles,
ni las ordenadas calles,
ni los muros de jazmin,
ni los arroyos corrientes
de vivas aguas potables,
ni las albercas y fuentes,
ni las aves producientes
los cantos tan consolables.
Ya la casa se deshizo
de sotil labor extraña,
y tornóse esta cabaña
de cañuelas de carrizo.
De los frutos hice truecos
por escaparme de tí,
por aquellos troncos secos,
carcomidos, todos huecos
que parescen cerca mí.
Sal del huerto, miserable,
ve á buscar dulce floresta,
que tú no puedes en esta
hacer vida deleitable.
Ni tú ni tus servidores
podeis bien estar conmigo;
que aunque esten llenos de flores,
yo sé bien cuantos dolores
ellos traen siempre consigo.
En tu habla representas
que no me has bien conoscido.
Sí que no tengo en olvido
como hieres y atormentas.
Escucha, padre, señor,
que por mal trocaré bienes,
por ultrages y desdenes
quiero darte grande honor:
á tí, que estás mas dispuesto
para me contradecir;
asi tengo presupuesto,
de sofrir tu duro gesto,
porque sufras mi servir.
Habla ya, di tus razones,
di tus enconados quejos,
pero dímelos de lejos,
el aire no me inficiones,
que segun sé de tus nuevas,
si te llegas cerca mí,
tú farás tan dulces pruebas,
que el ultrage que hora llevas
ese lleve yo de tí.
Comunmente todavía
han los viejos un vecino,
enconado, muy malino,
gobernado en sangre fria:
llámase melanconía
amarga conversacion:
quien por tal extremo guia
ciertamente se desvia
lejos de mi condicion.
Mas despues que te he sentido
que me quieres dar audiencia,
de mi miedo muy vencido,
culpado, despavorido,
se partió de tu presencia.
Este moraba contigo
en el tiempo que me viste,
y por esto te encendiste
en rigor tanto conmigo.
Donde mora este maldito
no jamas hay alegría,
ni honor, ni cortesía,
ni ningun buen apetito;
pero donde yo me llego
todo mal y pena quito,
de los hielos saco fuego,
y á los viejos meto en juego,
y á los muertos resucito.
Yo compongo las canciones,
yo la música suave,
yo demuestro al que no sabe
las sotiles invenciones:
yo fago volar mis llamas
por lo bueno y por lo malo,
yo hago servir las damas,
yo las perfumadas camas,
golosinas y regalo.
Visito los pobrecillos,
huello las casas reales,
de los senos virginales
sé yo bien los rinconcillos:
mis pihuelas y mis lonjas
á los religiosos atan:
no lo tomes por lisonjas,
si no ve, mira las monjas,
verás cuan dulce me tratan.
Yo hago las rugas viejas
dejar el rostro estirado,
y sé como el cuero atado
se tiene tras las orejas,
y el arte de los ungüentes
que para esto aprovecha:
sé dar cejas en las frentes,
contrahago nuevos dientes
do natura los desecha.
Yo las aguas y legías
para los cabellos rojos,
aprieto los miembros flojos,
y do carne en las encías:
á la habla tremulenta,
turbada por senectud
yo la hago tan exenta,
que su tono representa
la forma de juventud.
En el aire mis espuelas
fieren á todas las aves,
y en los muy hondos concaves
las reptillas pequeñuelas.
Toda bestia de la tierra
y pescado de la mar
so mi gran poder se encierra,
sin poderse de mi guerra
con sus fuerzas amparar.
Pues que ves que mi poder
tan luengamente se extiende,
do ninguno se defiende
no le pienses defender,
y á quien á buena ventura
tienen todos de seguir,
recibe, pues que procura
no hacerte desmesura,
mas de muerto revivir.
Maestra lengua de engaños,
pregonero de tus bienes,
dime agora, ¿por qué tienes
so silencio tantos daños?
Que aunque mas doblado seas
y mas pintes tu deleite,
estas cosas do te arreas
son deformes caras feas,
encubiertas del afeite.
Y como te glorificas
en tus deleitosas obras,
¿por qué callas las zozobras
do lo vivo mortificas?
Di, maldito; ¿por qué quieres
encobrir tal enemiga?
Sábete que sé quien eres,
y si tú no lo dijeres
que está aqui quien te lo diga.
El libre haces cautivo,
al alegre mucho triste,
do ningun pesar consiste
pones modo pensativo:
tú ensuciaste muchas camas
con aguda llama fuerte,
tú mancillas muchas famas,
y tú haces con tus llamas
mil veces pedir la muerte.
Tú hallas las tristes yerbas
y tú los tristes potages,
tú mestizas los linages,
tú limpieza no conservas,
tú doctrinas de malicia,
tú quebrantas lealtad,
tú con tu carnal cobdicia
tú vas contra pudicicia
sin freno de honestidad.
Tú nos metes en bollicio,
tú nos quitas el sosiego,
tú con tu sentido ciego
pones alas en el vicio.
Tú destruyes la salud,
tú rematas el saber,
tú haces en senectud
la hacienda y la virtud
y el autoridad caer.
No me trates mas, señor,
en contino vituperio,
que si oyeres mi misterio
convertirlo has en loor.
Verdad es que inconveniente
alguno suelo causar,
porque de el amor la gente
entre frio y muy ardiente
no saben medio tomar.
Razon es muy conoscida
que las cosas mas amadas
con afan son alcanzadas
y trabajo en esta vida.
La mas deleitosa obra
que en este mundo se cree
es do mas trabajo sobra,
que lo que sin él se cobra
sin deleite se posee.
Siempre uso de esta astucia
para ser mas conservado,
que con bien y mal mezclado
pongo en mi mayor acucia;
y revuelto alli un poquito
con sabor de algun rigor
el deseo mas incito,
que amortigua el apetito
el dulzor sobre dulzor.
Por ende si con dulzura
me quieres obedescer,
yo haré reconoscer
en ti muy nueva frescura:
ponerte he en el corazon
este mi vivo alborozo,
serás en esta ocasion
de la misma condicion
que eras cuando lindo mozo.
De verdura muy gentil
tu huerta renovaré,
la casa fabricaré
de obra rica y sotil,
sanaré las plantas secas
quemadas por los friores:
en muy gran simpleza pecas,
viejo triste, si no truecas
tus espinas por mis flores.
Allégate un poco mas:
tienes tan lindas razones,
que sofrirte he que me encones
por la gloria que me das.
Los tus dichos alcahuetes,
con verdad ó con engaño,
en el alma me los metes
por lo dulce que prometes
de esperar en todo el año.
Abracémonos entramos
desnudos, sin otro medio,
sentirás en tí remedio
y en tu huerta frescos ramos.
Vente á mí, mi dulce amor,
vente á mis brazos abiertos:
ves aqui tu servidor
hecho siervo de señor
sin tener tus dones ciertos.
Hete aqui bien abrazado:
dime, ¿qué sientes agora?
Siento rabia matadora,
placer lleno de cuidado,
siento fuego muy crescido,
siento mal y no lo veo,
sin rotura estoy herido:
no te quiero ver partido,
ni apartado te deseo.
Agora verás, don Viejo,
conservar la fama casta:
aqui te veré do basta
tu saber y tu consejo.
Porque con soberbia y riña
me diste contradicion,
seguirás estrecha liña
en amores de una niña
de muy duro corazon.
Amarás mas que Macías,
hallarás esquividad,
sentirás las plagas mias,
fenesciendo viejos dias
en ciega cautividad.
Viejo triste entre los viejos,
que de amores te atormentas,
mira como tus artejos
parescen sartas de cuentas,
y las uñas tan crescidas,
y los pies llenos de callos,
y tus carnes consumidas,
y tus piernas encogidas
cuales son para caballos.
Amargo viejo, denuesto
de la humana natura,
¿tú no miras tu figura
y vergüenza de tu gesto?
¿y no ves la ligereza
que tienes para escalar?
¡Qué donaire y gentileza!
¡y qué fuerza y qué destreza
la tuya para justar!
¡Quién te viese entremetido
en cosas dulces de amores,
y venirte los dolores
y atravesarse el gemido!
Depravado y obstinado,
deseoso de pecar:
mira, malaventurado,
que te deja á tí el pecado,
tú no le quieres dejar.
Pues en tí tuve esperanza
tú perdona mi pecar:
gran linage de venganza
es las culpas perdonar.
Si de el precio de el vencido
de el que vence es el honor,
yo de tí tan combatido
no seré flaco, caido,
ni tú fuerte, vencedor.