Desprecio
La negra noche con su sombra fría
amparaba el honor de las estrellas,
cuando aquel sol que engendra mis querellas
con rayos de su luz las encendía.
Callando, pareció que les decía:
«Ya de mi fuego en esta edad centellas
no alumbraréis, que entre mis luces bellas
puso el Autor al mundo nuevo día».
Vuelta después a mí, con voz ardiente,
sin templar la virtud de tanta brasa,
me dijo: «Vete en paz, amante ciego».
Dejóme herido el corazón doliente
entre llamas secretas, do se abrasa,
y fuime en paz. ¿Qué paz? A sangre y fuego.