Despedida (Vital Aza)

Todo en broma
La despedida​
 de Vital Aza


LA DESPEDIDA

«María, amada mía,
mi afán, mi dicha, mi ilusión, mi encanto,
su triste adiós el corazón te envía
y en copioso raudal corre mi llanto.
Cuando en tu pueblo estuve el otro día,
inocente, ignoraba
lo que al volver a casa me esperaba.
A mi papá se le ocurrió la idea
de que aquí, en esta aldea,
sólo puedo llegar a ser un tonto,
y me ha dado de pronto
la tremenda noticia
que labra, de seguro, mi desgracia:
¡que me marche a Santiago de Galicia
a seguir la carrera de Farmacia!...
Ya me tiene dispuesto el equipaje.
¡Adiós, amada mía, hasta el verano!
El próximo domingo emprendo el viaje
en el exprés, que sale muy temprano.
Tres días hace ya que no te veo;
quisiera ir a tu lado y repetirte
que tuyo soy y en tus amores creo;
pero ya que no logre mi deseo,
no me quiero marchar sin escribirte.
Cuando el domingo, al despuntar la aurora,
escuches el silbido penetrante
de la locomotora,
levántate al instante,
sube a la alta azotea
y desde allí contémplame amorosa,
que aunque yo no te vea
tan cerca como anhelo,
me servirá de alivio, niña hermosa,
que me digas adiós con el pañuelo.»

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De este modo escribía
el afligido Juan a su María,
sin comprender, el pobrecillo, que ella
de este amor, como de otros, se reía
(pues conviene que sepan mis lectores
que a la bella en cuestión –porque es muy bella–
como cifra su encanto y su delicia
en tener diez o doce adoradores,
no le importó un comino la noticia,
ni juzgó, como Juan, una desgracia
el marcharse a Santiago de Galicia
a seguir la carrera de Farmacia.)
–«¿Uno menos? –se dijo–. ¡Bien! ¡Corriente!
No tardaré en hallarle sustituto.
La cosa no es para vestir de luto...
¿Que madrugue el domingo?... Francamente,
iba a decir: ¡qué bruto!
Pero es mejor que diga: ¡qué inocente!»

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Llegó, por fin, el día,
y al brotar la primera
pálida y triste luz de la mañana,
el tren exprés en su veloz carrera
cruzaba frente al pueblo de María;
y Juan, en la ventana
de su departamento,
sufriendo en su agonía
de la ausencia el tormento,
fijo siempre en su idea
miró a la alta azotea
donde ella de seguro le esperaba;
y vio con alegría
que un lienzo se agitaba
como diciendo adiós al que partía...

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«¡Es ella, sí» ¡Su amor es puro y firme!
¡Es ella, que ha salido a despedirme!
¡Gracias, gracias, bien mío!
¡Adiós..., adiós!... ¡Mi corazón te envío!

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Por la extensa pradera
siguió el exprés en su veloz carrera,
y en su vagón, rendido por el sueño,
quedose Juan dormido como un leño…

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¡Pobre Juan! En su loca fantasía
creyó ver a María
que le daba de amor claras señales,
¡y era el ama de cría
que estaba sacudiendo los pañales!