Desde el promontorio

Sus mejores versos
Desde el promontorio

de Federico Balart


En la Magdalena,
cerca del Puntal,
donde acaba el puerto
y entra la alta mar,
sobre el promontorio
que al estrecho da,
las revueltas olas
me paré a escuchar.
Desde allí los ojos,
en la soledad,
horizonte inmenso
logran dominar.
Cuando inquieto y vario,
de mudable faz,
siempre parecido,
pero nunca igual:
olas encrespadas
que avanzando van;
blancos hervideros
que alza el vendaval;
crestas infinitas,
en que ofusca al par
con lo innumerable
lo descomunal;
pálidas neblinas
que a la costa dan
algo de ilusorio,
mucho de espectral;
nubes que semejan
cráter de volcán;
lívidos destellos
en su oscuridad;
blancas gaviotas
que, con vuelo audaz,
las turbadas ondas
rasan al pasar;
vaga transparencia,
negra opacidad,
que en el agua inquieta
cambian de lugar;
monstruos que el abismo
lanza horrible al haz
de la mar que vela
su profundidad;
ásperos efluvios
de alga y ova y sal,
varonil aliento
de la tempestad;
brumas desgarradas
por el huracán;
velas que se pierden
en la inmensidad;
inquietud perpetua,
perdurable afán:
nunca el agua en calma,
nunca el viento en paz;
y al lejano extremo
de esta enormidad,
tras el velo tenue
de vapor fugaz,
inmutable, fija,
luenga, colosal,
lisa, llana y triste
como la verdad,
entre mar y cielo
línea horizontal
que parece el linde
de la eternidad.
En las hondas cuevas
que a mis pies están,
eco del abismo,
grito sepulcral,
queja que a las olas
clama sin cesar:
«¿cuándo vuestro embate,
cuándo cesará?»
Mientras las rompientes
con furor tenaz
roncas le responden:
«¡Oh! ¡jamás! ¡jamás!»
Ante aquella lucha
ciega y pertinaz,
me embargó la mente
vértigo infernal.
Aparté la vista,
retiré la faz;
y, al cerrar los ojos,
descubrí otro mar:
mar donde se funden
sueño y realidad,
y lo inverosímil
es lo natural;
mar donde terribles
turban toda paz
las eternas luchas
entre el bien y el mal:
lánguidos desmayos
de la voluntad;
voz de la esperanza,
siempre desleal;
sombras de la duda,
luz de la verdad;
el dolor perenne
y el placer fugaz;
¡y es que al duro embate
de la adversidad,
ver el alma humana
siempre es ver el mar!