Desde Toledo a MadridDesde Toledo a MadridTirso de MolinaActo III
Acto III
Salen don ALONSO y don FELIPE
ALONSO:
Basta, que dais en hacernos
merced toda esta jornada;
en Cabañas la posada,
pollos y gazapos tiernos
en Illescas... A este andar
porfïando en regalarnos,
claro está que ha de pesarnos
ver que se haya de acabar
tan presto nuestro camino.
FELIPE:
Ya que en él os encontré,
por dichoso me tendré
que, en fe de vuestro vecino,
me toque el título honroso
de vuestro aposentador.
ALONSO:
Yo soy vuestro servidor,
y me juzgo venturoso
yendo en vuestra compañía.
FELIPE:
El curso que de ordinario
tengo hecho, siendo cosario
de este camino, podría,
aunque la jornada es breve,
enseñarme a descubrir
regalos con que os servir;
por lo menos traigo nieve
y ternera, que no es poco
para tan seco lugar.
Mientras guisan de almorzar,
si con el sueño os provoco,
soy de parecer que un rato
reposéis.
ALONSO:
Como he venido
en litera, helo dormido
lindamente; y me recato
de camas que a tantos son
comunes.
FELIPE:
Camas y lodos
déjanse pisar de todos,
como mozas de mesón;
mas yo siempre me prevengo
de sábanas y almohadas
caseras, por las posadas.
ALONSO:
El mismo cuidado tengo;
y de ordinario las llevo
en un baúl como agora.
FELIPE:
No saldremos en esta hora;
por eso en el mesón nuevo
previne dos salas frescas,
que es más capaz y mejor.
ALONSO:
Mientras va doña Mayor
a ver la Virgen de Illescas
y oye en su altar una misa,
el almuerzo prevendremos,
porque esta noche lleguemos
a Madrid.
FELIPE:
Si se da prisa
el cochero; que hay que andar
seis leguas, y la de Parla
es larga.
ALONSO:
Tiempo hay de andarla,
pues el sol nos da lugar,
que agora empieza a nacer.
¿A qué vais vos a la corte?
FELIPE:
No a pretensión que me importe.
Soy mozo, y no sé perder
fiestas que ilustran hazañas
con que España alegre está;
convida a toros Bredá,
y el Brasil pone las cañas;
quisiera dar a un rejón
crédito delante el rey.
ALONSO:
Son guarda de nuestra ley
su castillo y su león;
y ansí no me maravillo,
contra quien su fe no entienda,
que tal león la defienda
y la ampare tal castillo.
FELIPE:
¡Qué de enemigos tenía
el infierno convocados!
ALONSO:
Dicen que en tiempos pasados
seguro el león dormía,
viéndose en la posesión
pacífica de su imperio;
juzgaron a vituperio
los lobos que ansí el león
en los dos mundos tuviese
imperio tan absoluto,
sin que se escapase bruto
que su nombre no temiese;
y, habiendo entre todos liga,
como durmiendo le vieron,
sus estados repartieron;
¡tanto la ambición instiga!
y, consultando sus robos,
afirman, mas será error,
que alguno que era pastor
se coligió con los lobos.
Por cuatro partes marcharon
y, arriesgando su fortuna,
le acometieron a una;
mas no le desafïaron,
que fue acción poco bizarra.
El león, que los sintió,
dio un bramido, bostezó
y enseñóles una garra,
con que, el ánimo perdido,
no hay quien del temor no muera;
si despertara, ¿qué hiciera
quien mata con un bramido?
No hay quien ose esperar ya,
después que el Alba salió,
u diga quien lo intentó
cómo en la Feria le va.
Brame España, que atropella
lobos con blasón eterno;
que las puertas del infierno
no prevalecen contra ella;
y dadme licencia a mí
que dé a nuestros mozos prisa.
FELIPE:
Pienso que salen de misa.
ALONSO:
Pues esperadlas aquí.
Vase. Salen doña MAYOR,
doña ELENA y don LUIS
MAYOR:
¡Qué imagen tan milagrosa!
ELENA:
Sólo el verla da consuelo.
MAYOR:
Es depósito del cielo.
¡Qué devota, qué amorosa!
ELENA:
Cargada voy de medidas
y de medallas de plata.
MAYOR:
Como en ellas se retrata,
cuanto a Dios por ellas pidas,
tendrá salida mejor;
que para un amante fiel,
copias que imita el pincel
son sus cartas de favor.
LUIS:
Devotas las dos salís.
MAYOR:
De sólo haberla mirado,
el dolor se me ha quitado
de cabeza.
LUIS:
Si dormís
al fresco de esta mañana,
cansancios restauraréis
que experimentado habéis
en la noche toledana.
MAYOR:
¡Y qué enfadosa que ha sido!
ELENA:
Señor don Felipe, ¿es hora
de caminar?
FELIPE:
No, señora,
pero rato ha que lo ha sido
de que almorcemos; que está
llamándonos quien lo guisa.
ELENA:
El comenzar por la misa
buen fin al camino da.
FELIPE:
Según refrán castellano,
por oírla y dar cebada,
nunca se pierde jornada.
MAYOR:
Éste es proverbio cristiano.
ELENA:
Poco lo debe de ser
quien por esta villa pasa,
y a la Virgen en su casa
ni visita ni va a ver.
FELIPE:
¿Qué es lo que la habéis pedido,
por mi vida, Elena bella?
LUIS:
¿Qué ha de ser, siendo doncella?
Por lo menos, un marido.
ELENA:
Pues ¿he de pedirla dos?
LUIS:
Para escoger, no tan malo.
ELENA:
Son tales, que los igualo
a todos; líbreme Dios
de súplica tan costosa;
acreditad más mi seso.
MAYOR:
¡Ay prima! ¿Para qué es eso,
si allá te queda otra cosa?
ELENA:
Juzgas por tu pecho el mío.
MAYOR:
Yo, cuando en eso repares,
los maridos tengo a pares.
ELENA:
¿Y son?
MAYOR:
Don Luis y Berrío.
ELENA:
Y vienen como perdices,
chico con grande; mas ¿quién
juzgas que te está más bien?
MAYOR:
Pues ¿eso, Elena, me dices?
¿Hay tal Lucas en el mundo?
¿Quién puede hacerle ventaja?
ELENA:
En dar a una mula paja,
no debe tener segundo.
MAYOR:
Tú lo verás algún día,
y envidiarás mis desvelos.
LUIS:
Burlas son; pero los celos,
ni aun de burlas, Mayor mía.
MAYOR:
¿Burlas? ¡Gentil desvarío!
Pues ¿osaráse igualar
en talle, en gracia, en hablar
vuesa merced con Berrío?
Vamos; que le quiero ver.
ELENA:
Basta, que en donosa has dado.
MAYOR:
Sobrestante del ganado
no es marido de perder.
Vanse doña MAYOR y don LUIS
FELIPE:
Esperad, señora, un poco,
y pagad agradecida
a quien con vuestra partida
está, si no muerto, loco.
¡Qué de inconvenientes toco,
viendo que a la corte vais!
Si en su mar os engolfáis,
ya doy mi amor por perdido;
que es cortesano el olvido,
y ya en mí le ejecutáis.
Ausente, y sin despediros,
presente, y sin deteneros,
yo olvidado por quereros,
vos ingrata por partiros,
malogrados mis suspiros,
mi esperanza sin reparos,
siguiéndoos por obligaros,
y vos huyendo de verme,
¿qué fe puedo prometerme
de menosprecios tan claros?
ELENA:
Pues ¿sobre qué fundamento
intimáis quejas tan grandes?
¿Embárcome para Flandes?
¿Despliego velas al viento?
¿Voy a la corte de asiento,
o a celebrar convidada
de una prima concertada
una boda prevenida,
por ir vos, entretenida,
por ser suya, deseada?
No llegará el coche apenas
a San Isidro, la ermita
que a Manzanares limita
márgenes de sus arenas,
cuando alegres norabuenas
de desposada reciba,
y entre música festiva,
mientras que la palma toca,
desde la mano a la boca,
libre entre y salga cautiva.
¿Tan largo plazo es seis días
que podré con ella estar,
si vuelta luego he de dar,
para esas melancolías?
FELIPE:
Temen las sospechas mías
novedades cortesanas;
pero júzguense por vanas,
y decidme qué ocasión
da tanta priesa a esa acción;
que habrá muchas no livianas,
pues que bodas apresuran
antes de entrar en la corte.
ELENA:
Gozar los gustos sin porte
es lo que hoy todos procuran.
De los gastos se aseguran
los que en secreto se casan;
que ostentaciones abrasan
facultades caudalosas,
y las que son más lustrosas
duran poco y presto pasan.
Ya está la industria discreta
en la corte introducida;
la gala más recibida
por barata, es la bayeta;
la mejor boda es secreta,
y ya, en fin, en nuestros días
mercedes y señorías
se entierran a media noche,
llevando el cuerpo en un coche,
por ahorrar de cofradías.
Por eso don Luis se casa
según la ley del provecho,
hallándose lo más hecho
primero que entre en su casa.
FELIPE:
Prudencia es vivir con tasa;
también lo pienso imitar.
Sale CASILDA
CASILDA:
Señores, alto, a almorzar;
que llama el viejo.
FELIPE:
Advertid
que entráis, Elena, en Madrid,
y los naufragios del mar.
Vanse doña ELENA y don FELIPE.
Sale CARREÑO
CARREÑO:
Mientras allá dentro almuerzan,
y a cabar viñas va el zafio,
¡oh tú... (parezco epitafio
de estos que vocablos fuerzan)
¡oh tú que empiezas con ca,
y llamándote Casilda,
tu nombre acaba en asilda,
porque te he de asir quizá,
si acaso se te ha pegado
el amor que es sarampión,
que de mesón en mesón
mil mozos ha salpicado,
advierte que desde ayer
que te advertí billetera,
mi voluntad casildera
casildar debe querer,
porque casi me encasildo,
Casilda, por ti y me abraso;
si con Casilda me caso,
casi engendraré un cabildo
de Casildicos entero,
que en cada casa y lugar
se casen por casildar
con el nombre casildero.
CASILDA:
¿En qué bodegón comimos,
señor tahur de vocablos?
CARREÑO:
Señora afeita-retablos,
en ése donde estuvimos.
¿No es hembra? Yo, ¿no soy hombre?
¿Qué la sobra o qué me falta?
Sepa que el alma me asalta
la semejanza del nombre
que al mío principios da
con las dos letras primeras
que el suyo.
CASILDA:
¡Ay Dios! ¡Qué frioleras!
CARREÑO:
¿Casilda no empieza en ca?
¿En ca Carreño no empieza?
Pues si principios juntamos
y con ellos nos casamos,
dueño yo de tal belleza,
del ca que mi nombre saca
y el ca que en Casilda vemos,
no es milagro que engendremos
un niño que diga caca.
CASILDA:
Algo espeso es el conceto.
CARREÑO:
Guisóle un ingenio ralo;
vaya el ralo para malo;
tú eres cuerda, yo discreto;
si don Baltasar se casa
con mi sá doña Mayor,
¿quién te puede estar mejor,
pues todo se cae en casa?
Acción los lacayos tienen
a fámulas de las damas,
pues son amos y son amas.
CASILDA:
¿Qué es aquello?
CARREÑO:
Van y vienen
de Madrid y de Toledo
carros que, dándose vaya,
son galeras de esta playa.
CASILDA:
Pues oigámoslos.
CARREÑO:
No puedo;
si no quedo tu privado
y en astillero mi amor.<poem>
CARRETERO 1º:
Deja de tañer el muerto,
pues eres pandero vivo.
CARRETERO 2º:
¿Quién te mete en eso, chivo?
CARRETERO 3º:
Dalas, carretero tuerto,
y callen los marïones.
CARRETERO 4º:
Señores berengeneros,
si pares, digo los cueros,
si cueros, digo los nones.
CARRETERO 1º:
Ballenatos, ¡la ballena!
que se os escapa el río abajo.
CARRETERO 2º:
¿Cuántas ha dado el badajo?
CARRETERO 1º:
Ballenato.
CARRETERO 2º:
Berengena.
CARRETERO 3º:
Zupia.
CARRETERO 4º:
Mienten los vinorres.
CARRETERO 1º:
Echa ese estiércol, borracho.
CARRETERO 2º:
¡Ah, mula! Dalas, muchacho.
MUCHAS VOCES:
Que te corres, que te corres.
UNA VOZ:
"Labradoras Getafe,
Leganés mozos,
Torrejón casaditas,
Pinto uno y otro.
Esta sí ¡cuerpo de Dios!
que es tierra alegre y sin miedo.
¡Oh gran Madrid! ¡Oh Toledo!
Dios me mate entre los dos.
Sale don LUIS
LUIS:
Alto, Casilda, de aquí,
a almorzar.
CASILDA:
¿Han ya acabado
los señores?
LUIS:
Ya han alzado
las mesas.
[Hablan aparte CARREÑO y CASILDA]
CARREÑO:
(Hermana, sí
o no; de presto, decildo.)
CASILDA:
(Dejarámelo pensar.)
CARREÑO:
(Carreña te has de llamar,
¡vive el cielo!)
CASILDA:
(¿Y tú?)
CARREÑO:
(Casildo.)
Vanse CARREÑO y CASILDA.
Sale don BALTASAR
BALTASAR:
Hase quebrado una rueda,
y es fuerza arrancar más tarde.
LUIS:
¡Un turco la flema aguarde
de un coche!
BALTASAR:
Medrano queda
dando prisa al aderezo.
LUIS:
¿Mas que no llegamos hoy
a Madrid?
BALTASAR:
¿No? Yo le doy
mi fe, si a correr empiezo
y las reatas acoto,
que llegue con más de un hora
de sol allá. Escuche agora;
mientras está el coche roto,
pues mi padrino ha de ser
y me tengo de casar,
¿no sería bueno hablar
a mi suegro, y no perder
tiempo?
LUIS:
Sí, que el que comienza
lo más hace; habladle vos.
BALTASAR:
¿Yo?
LUIS:
Pues ¿quién?
BALTASAR:
¡Bueno por Dios!
LUIS:
¿Por qué no?
BALTASAR:
Tengo vergüenza.
LUIS:
¿Qué hiciera la desposada?
BALTASAR:
Yo en estas cosas soy nuevo;
dígaselo él.
LUIS:
No me atrevo.
BALTASAR:
Pues si no, no hay hecho nada;
descasaréme sofato, (ipso facto)
en no tratándose aquí;
a ella le va más que a mí.
LUIS:
(¡Hay más simple mentecato!)
¿No aguardaréis coyuntura
en Madrid?
BALTASAR:
¡Gentil espacio!
¿Somos novios de palacio?
Aquí hay confites y cura;
boda que llega a enfrïarse,
dizque llega a arrepentirse:
o dejallo u conclüirse.
Salen don ALONSO, doña MAYOR, doña ELENA,
don FELIPE, CASILDA y CARREÑO
ALONSO:
¡Miren dónde fue a quebrarse
la rueda!
MAYOR:
¿Qué hemos de hacer,
sino sufrir y esperar?
ALONSO:
Dura un hora en un lugar
más que un día.
LUIS:
Entretener
os quiero mientras partimos.
Habéis de saber, señor,
que medra doña Mayor
de consorte.
ALONSO:
Ya supimos
que Berrío la ha mirado
con achaques de marido.
BALTASAR:
¿Quién? ¿Yo? La señora ha sido
quien en tal flaqueza ha dado.
ALONSO:
Luego ¿ella os ruega?
BALTASAR:
Pues ¿no?
¿En esa ignorancia están?
A la vista de Magán,
cuente ella lo que pasó;
que yo de mis viñas vengo.<poem>
ELENA:
Pues ¿no? ¡Jesús, señor tío!
Yo infinito lo deseo.
LUIS:
Ya yo le he dado mi voto.
FELIPE:
Lo demás fuera rigor.
CASILDA:
Medraré con tal señor.
CARREÑO:
A ese parecer me acoto.
ALONSO:
Pues yo no lo contradigo,
ya que todos me lo alaban.
BALTASAR:
Ténganse; luego ¿pensaban
que está acabado conmigo?
Sepamos primeramente
el dote que me han de dar.
ALONSO:
Si Mayor me ha de heredar,
no hay en eso inconveniente.
Decidnos vos vuestra hacienda.
BALTASAR:
¿Piensan que el casarse es paja?
Quien destaja, no baraja.
Yo tengo, porque lo entienda,
un solar en Lavapiés
que, según mi hermano dijo,
en muriéndosele un hijo,
se ha de partir entre tres;
en Torrejón dos majuelos,
que agora se han de plantar;
ítem más, un melonar
que he comprado en Cienpozuelos,
y, si acierta la calaña,
no es su ganancia pequeña;
ítem más, tengo una haceña
y una casa en la montaña
que, aunque se las llevó el río,
fácil alzarse podrán;
¿no es bueno el coche en que van?
pues la mitad de él es mío;
tres mulas y un macho romo,
y mi soldada cumplida
para la Pascua florida,
treinta ducados.
ALONSO:
¡Y cómo
que es caudaloso el mancebo!
BALTASAR:
Sendos vestidos de paño,
sin éste que compré antaño;
tres jubones, éste nuevo,
y dos que echándoles mangas,
harán también su fegura.
ALONSO:
¡Como quiera es la ventura!
Andaos a caza de gangas,
¡y dejad perder tal yerno!
BALTASAR:
Tengo cinco camisones,
dos sombreros, tres valones,
y un gabán para el invierno;
en Indias un par de tíos,
un sobrino colegial,
y el dotor del hospital
es deudo de deudos míos;
un familiar viejo y rico
de la santa esquisición...
Quedábaseme un lechón
tamaño como un borrico,
además del racionero
de Murcia, que dije ya.
¿Es barro esto?
ALONSO:
Bueno está;
mi yerno sois y heredero.
Aquí habéis de desposaros;
las manos los dos se den.
BALTASAR:
¿Aquí?
ALONSO:
Sí.
BALTASAR:
¿En un santiamén?
ALONSO:
Porque no podáis tornaros
atrás; que me estará mal,
si tan buen lance perdemos.
BALTASAR:
A mí, mas que mos casemos.
LUIS:
(¡Que alegre está el animal!)
BALTASAR:
Mas yo holgaréme, señor,
que otros también se casaran,
y el trabajo acompañaran
del matrimoño. Mijor
será dar al tiempo riendas;
presto los meses se pasan;
de doce en doce se casan
los más por carnestollendas;
para entonces lo dejemos.
MAYOR:
¿Para entonces? No, Berrío;
no, padre; no, Lucas mío.
BALTASAR:
A mí, mas que mos casemos;
pero a solas, sentirélo.
FELIPE:
Pues hagamos una cosa;
deme doña Elena hermosa
la mano, pues quiso el cielo
que la adore.
ELENA:
En hora buena.
ALONSO:
Alto, si ello está de Dios,
cásense de dos en dos.
MAYOR:
Por muchos años, Elena.
ELENA:
Para servir a mi prima
y a mi primo el sobrestante.
BALTASAR:
Señores, báilese y cante.
LUIS:
(¿No ven cómo se le arrima?)
ALONSO:
(Por Dios, que es el mejor rato
que nunca pensé tener.)
BALTASAR:
Asentémonos, mujer.
LUIS:
Aparta allá, mentecato.
BALTASAR:
Pues ¿qué tenemos?
ALONSO:
Dejalde. A don LUIS
FELIPE:
(¡Oh, si nos desbaratáis
la fiesta...)
ALONSO:
Muy bien estáis,
yierno, asentaos; Mayor, dadle
la mano; yo gusto de eso.
A don ALONSO
LUIS:
(Para burlas bueno está.
Ea, acábese esto ya.)
ALONSO:
(¿Estáis en vos? ¡Gentil seso!
Pues hácenos merced Dios
en darnos con que alegrar
molestias del esperar,
¿y alborotáisnoslas vos?) A don Luis
ELENA:
(Quien no tiene gusto en esto,
preciarse de hombre no es justo.)
LUIS:
(¡Oh pesia a tal, con el gusto
tan pesado y tan molesto!
¿Queréis que permita yo
que la mano a un bruto dé?)
ALONSO:
(Dejadnos, por Dios.)
LUIS:
(Sí haré.)
BALTASAR:
Pues Casilda, ¿en qué pecó?
[...................-era?]
Busquémosla un desposado.
ALONSO:
Ha dicho bien.
FELIPE:
Mi crïado,
como Casilda lo quiera,
no tendrá gusto pequeño,
que yo sé que la enamora.
CASILDA:
Pues se casa mi señora,
vaya.
FELIPE:
Llégate, Carreño.
CARREÑO:
Llego: esos nudos aplica.
CASILDA:
Tuyos con el alma son.
CARREÑO:
Casamiento de mesón
fayancas me pronostica.<poem>
BALTASAR:
¿Y Casilda?
CASILDA:
Ya le di
la mano.
BALTASAR:
¿Quiere Carreño
ser su esposo?
CARREÑO:
Y enterralla?
ELENA:
Testigos hay, no los llamen.
BALTASAR:
Todos dicen amen, amen,
sino es don Sancho que calla.
Señalando a don LUIS
MAYOR:
¿Qué importa, si os quiero yo?
BALTASAR:
Eso bonda: alto, a bailar,
y al que le diere pesar,
que le haga mala pro.
Bailan. Sale MEDRANO
MEDRANO:
Ya está aderezado el coche;
vengan a poner el hato.
ALONSO:
Yo he tenido un lindo rato.
LUIS:
Vamos; que, aunque sea de noche,
habemos hoy de llegar.
ALONSO:
Ea, Lucas, que en Madrid
se hará lo demás; uncid.
BALTASAR:
Allá nos pueden velar
el domingo, Dios delante,
señor suegro.
ALONSO:
Ansí ha de ser.
BALTASAR:
Entre, señora mujer.
MAYOR:
Entro, señor sobrestante.
Vanse todos, y al entrarse don BALTASAR,
sale don DIEGO y le detiene
DIEGO:
Esperad, Lucas Berrío
(si en fe de vuestra nobleza
juzgáis a título honroso
que os hable de esta manera),
admitid mil parabienes
del hábito en que en Illescas
os halla quien esperaba
dároslos de una encomienda.
Váyale a pedir albricias
a vuestro padre el que intenta
(por que alegren tales cargos
su vejez) medrar con ellas;
que cuando la acción honrosa
del marquesado se pierda,
por eso la equivaldrá
el ser mozo de litera.
Don Baltasar, ¿es posible
que en vos mocedades puedan
degenerar vuestra sangre,
y alargar tanto la rienda
a ilícitas travesuras,
que en tan civil traje os vea
quien, desmintiendo a sus ojos,
se holgara que nunca os vieran?
¿Vos mozo de mulas bajo?
Afrentad enhorabuena
vuestra sangre; pero no
a la mía hagáis afrenta.
Doña Ana de Castro os quiso
tanto que, andando en las lenguas
de toda su vecindad,
es causa que el seso pierda.
Persuadiónos, engañada,
a la pretensión honesta
que, enlazando corazones,
logra en tálamos la Iglesia:
amonestada con vos
dos veces, y la tercera
a punto de publicarse,
¿qué faltas vistes en ella
para ocasionar venganzas
a la sangre portuguesa,
que en respetos semejantes
o pierde el seso o se venga?
Agradeced mi templanza;
que, injuriado, bien pudiera,
publicando aquí quién sois,
sacaros a la vergüenza.
Amor todo lo perdona;
demos a la corte vuelta;
abrid al honor los ojos;
caballero sois; no pueda
más el vicio que la fama
en vos. Doña Ana os espera;
reparad obligaciones,
o si no, salgamos fuera
del lugar, donde la espada
os obligue a hacer por fuerza,
guiada de mi justicia,
lo que no puede la lengua.
BALTASAR:
Don Diego, bien sabéis vos
lo que mi crédito arriesga,
si con quien está casada,
al cielo ofender intenta.
DIEGO:
¡Casada! ¿Cómo o con quién?
Sale doña MAYOR
MAYOR:
(Desposada estoy de veras, [Aparte]
aunque lo juzgue de burlas
mi padre. ¡Gentil quimera
nos ha pasado este día!
¿Qué jüicio habrá que crea
que por mano de mi padre
a darme la suya venga
quien, tan lejos de su gusto,
me quiere, y que lo consienta
el mismo que a desposarse
conmigo da tanta priesa?
Yo a lo menos con el alma
se la di; si es verdadera
su voluntad, hecho está,
suceda lo que suceda.)
DIEGO:
Las cédulas que alegáis
bastantes estorbos fueran,
a no morir peleando
don Rodrigo, en fin Almeida.
MAYOR:
(¿Qué es esto, cielos? ¿Qué escucho?
¿Ya hay perseguidor que venga
a desbaratar mis dichas?
¿Tan presto empezáis, sospechas?)
DIEGO:
Testigo podéis ser vos,
cuyos ruegos y promesas
no han sacado de doña Ana
más que permitidas muestras
de amor, si habrá don Rodrigo
en cuanta correspondencia
con ella tuvo, alcanzado
cosa que agraviaros pueda.
Viuda está en la voluntad;
pero en lo demás defienda
el recato de su fama
su constancia y su entereza.
Ella os adora, y aquí
vuestra mocedad intenta
imposibles que esta noche
burlar vuestro amor es fuerza.
Don Lüis ha de casarse,
segun dicen, a las puertas
de Madrid; pues ¿qué intentáis
de tan difícil empresa?
Yo he de impediros a vos;
y si la vida me cuesta,
o habéis de cumplir palabras
o habéis de morir por ellas.
Determinaos brevemente.
MAYOR:
(Amor, escuchad respuestas
de una voluntad mudada
que el oro de su fe prueba.
Veamos qué le responde.)
BALTASAR:
Ahora bien, don Diego, venzan
obligaciones antiguas
mis inclinaciones nuevas.
Recelos bien indiciados
pudieron sacarme fuera
de juicio y de la corte:
hoy hemos de entrar en ella.
DIEGO:
Si se casan esta noche,
como decís, poco cuesta
dar fin a esta travesura,
pues ya a entibiarse comienza.
BALTASAR:
No receléis desde agora
que, animando diligencias,
mi competidor amante
por mí a doña Mayor pierda.
Ya veis que, siendo de día
y caminando con ella,
si me ausento o mudo traje,
doy que notar en Illescas;
sospechará don Lüís
alguna cosa en ofensa
de la opinión de su dama,
no igualándola Lucrecia.
Proseguiré este vïaje
y, aguardando a que anochezca,
la dejaré en San Isidro,
donde su tálamo aprestan,
y en hábito generoso,
verá vuestra prima bella
las ventajas con que amores
celosos su fuego aumentan.
MAYOR:
(¡Oh mudable! ¿Ansí se pagan
primores que menosprecian
leyes de padre que obligan
al yugo de obediencia?
Ya yo soy tu esposa, ingrato.
Cuando incasable me dejas,
¿tu valor y mi fe agravias?
Pues antes que tal consienta,
te he de hacer quitar la vida.)
DIEGO:
Agora que os aconseja
la sangre que ilustre os honra,
contra lo que el gusto aprueba,
os doy los brazos de amigo.
MAYOR:
(¡Ay Dios! ¡Si de tigre fueran!)
DIEGO:
En San Isidro os aguardo.
BALTASAR:
Son vigilia de su fiesta
los celos en los amores.
Dad a mi enojada prenda
mil disculpas de mi parte.
DIEGO:
Y mil placeres con ellas.
Vase.
Salen don ALONSO, doña ELENA,
don LUIS, CASILDA, MEDRANO
ALONSO:
Mayor, ¿qué aguardas? Partamos,
que es tarde.
LUIS:
Lucas, daos priesa;
sacad la mula a mi esposa.
BALTASAR:
¿Su quién?
LUIS:
Iba a decir, vuestra.
Acabemos, pues, que es tarde.
MAYOR:
Primero que suba en ella,
lleven preso a ese homicida.
ALONSO:
¿A quién?
MAYOR:
A ese hombre. ¿Qué esperan?
ALONSO:
¿Estás en ti?
MAYOR:
No lo he estado;
ya desengañada y cuerda,
convalece mi jüicio.
Vaya preso.
BALTASAR:
¿Habla de veras?
MAYOR:
(Porque os casasteis de burlas.)
BALTASAR:
¿Qué hice yo porque me prendan?
MAYOR:
Vos matasteis a González.
ALONSO:
¿Cómo?
BALTASAR:
¿Yo?
MAYOR:
Vos, buena pieza.
Ahora se lo contaba
a otro hombre y, sin que me vieran,
lo escuché desde aquí todo.
BALTASAR:
(¡Mi bien!)
MAYOR:
No me hable a la oreja.
BALTASAR:
(¿No quedamos que en Madrid
me prendiesen?)
MAYOR:
(Ya van fuera
las burlas; esto es verdad;
ansí mi agravio se venga.)
ALONSO:
¿Que este hombre mató a González?
MAYOR:
Sí, señor. ¡Miren cuál queda
la pobre Mari-Rodríguez
con dos criaturas pequeñas!
Leche su madre me ha dado,
y está la afligida vieja
casi ciega de llorar.
ALONSO:
Llamad la justicia.
BALTASAR:
Fuera.
Ninguno se acerque, digo,
si no es que aburrida tenga
la vida; apártense a un lado.
Hácese lugar por en medio de todos,
y vase
ALONSO:
Tenedle, cerrad las puertas.
MEDRANO:
Es hombre que dice y hace.
MAYOR:
Vayan tras él; si no, adviertan
que no he de salir de aquí
hasta tanto que le prendan.
ALONSO:
Déjale; vaya con Dios;
que embargarán la litera
y el coche por la justicia,
con que agora nos detengan.
Hagamos nuestra jornada;
que cuando allá no parezca,
siendo el medio coche suyo,
aunque poco, al fin es prenda.
El solar de Lavapiés
lo pagará, u de mi hacienda
remediaré viuda y hijos.
MAYOR:
¿Eso dices?
ALONSO:
Calla, necia;
no lo oigan en la posada,
que no lo sabrán apenas
cuando la justicia estorbe
nuestro camino.
Salen don FELIPE y CARREÑO
FELIPE:
¿Hay pendencia?
¿Qué es esto, señores?
ALONSO:
Nada.
MAYOR:
(¡Ay don Felipe! Desprecia
mi amor vuestro falso amigo;
id tras él; que se me ausenta,
y se va a casar con otra.)
FELIPE:
(¿Qué decís?)
MAYOR:
(Que el verme muerta
y el perderle todo es uno.
Mi desdicha en vos espera.)
ALONSO:
Saquen las cabalgaduras.
LUIS:
¡Que tantas cosas sucedan
desde Toledo a Madrid!
ALONSO:
Pues aun nos faltan seis leguas.
Vanse todos,
menos don FELIPE y CARREÑO
FELIPE:
Carreño, prevenme postas.
CARREÑO:
Pues ¿para qué?
FELIPE:
Hay cosas nuevas
que sabrás por el camino.
CARREÑO:
Dios nos saque con bien de ellas.
Vanse.
Salen PACHECHO y GARCÍA
PACHECO:
¿Está ya aderezada
la cena?
GARCÍA:
Y de esperar, casi pasada.
PACHECO:
No hayáis miedo que tarden.
Mejor es aguardar, que no que aguarden.
GARCÍA:
En fin, ¿en esta ermita
resuelven desposarse?
PACHECO:
Solicita
amor ahorrar de plazos,
y escúsanse convites y embarazos.
GARCÍA:
¿Cuántos serán de mesa?
PACHECO:
Seis o siete no más. Démonos priesa.
GARCÍA:
¿En qué, si ha ya dos horas
que desean parir las cantimploras?
PACHECO:
Será comadre el vidro
del nevado licor; mas San Isidro
nos brinda con la fuente
que de Juan aplacó la sed ardiente.
GARCÍA:
Quita las calenturas.
PACHECO:
No las de amor que, honesto, son seguras.
GARCÍA:
¡Quién viera dilatada
esta ermita, a tal santo dedicada!
PACHECO:
¡Milagroso aldeano,
que ya en el cielo es rey y es cortesano!
GARCÍA:
Bien aquí pareciera
un convento magnífico.
PACHECO:
Estuviera
devoto y adornado,
y dejara a Madrid autorizado.
GARCÍA:
Su patrona es la villa;
algún día lo hará. ¿Y en la capilla
han de cenar?
PACHECO:
Escojan;
que en el campo calores no congojan,
pues ha de ser de noche.
GARCÍA:
Ameno está aquel prado.
PACHECO:
Éste es el coche.
GARCÍA:
Andad, que son dos carros.
¿No escucháis de sus mozos los desgarros?
Salen don FELIPE y CARREÑO
FELIPE:
Si doña Ana ha podido
resuscitar a amor puesto en olvido,
y con ella se casa
don Baltasar, doña Mayor se abrasa
de celos; y en su pena
interesada, perderé a mi Elena.
CARREÑO:
Yo no poco me holgara
que en favor de doña Ana sentenciara
la voluntad traviesa;
que es digna de adorar la portuguesa.
FELIPE:
¿Dónde se habrá escondido
don Baltasar, que hallarle no he podido?
CARREÑO:
En casa de doña Ana.
FELIPE:
En ella me apeé; mas salió vana
mi diligencia.
CARREÑO:
¿Y llora?
FELIPE:
Risueño llanto contemplé en su aurora.
Se acercan a PACHECO y GARCÍA
FELIPE:
Hidalgos, ¿son crïados
del señor don Lüis?
GARCÍA:
Sus paniaguados.
FELIPE:
¿Tendránle prevenida
la cena aquí?
GARCÍA:
Y con nieve la bebida.
FELIPE:
Pues yo me aparté de ellos
en Illescas no ha mucho, y son aquéllos,
si no me engaño.
Dentro
ALONSO:
Para.
PACHECO:
¡Hola! ¡A poner a asar!
Vanse PACHECO y GARCÍA
[
FELIPE:
]
¡Oh noche clara!
¡Qué de nubes que esperas,
de celos, confusiones y quimeras! Vanse don FELIPE y CARREÑO. Salen don ALONSO, doña MAYOR, don LUIS, doña ELENA, y CASILDA
MAYOR:
No tienen que persuadirme;
que mientras no le pusieren
en la cárcel, no hay casarme.
ALONSO:
Pues ¿qué dependencia tienen
de su prisión estas bodas?
MAYOR:
Yo me entiendo y Dios me entiende.
LUIS:
Mi bien, si en la Babilonia
de la corte no parece,
¿por eso es razón que yo
lo padezca?
MAYOR:
Diligencie
vuesa merced mi venganza,
o no diga que me quiere.
ALONSO:
¡Válgate Dios por camino!
Mayor, ¿qué es esto que tienes?
¿Si las congojas del sol
te han quitado el seso?
MAYOR:
Lleven
al homicida a la cárcel,
y entonces verán qué alegre
a don Luis le doy la mano;
pero si no, desesperen.
CASILDA:
Ella ha dado en ser temosa.
ELENA:
Prima...
LUIS:
Esposa...
ALONSO:
Hija...
MAYOR:
¿Quieren
que me arroje de aquí abajo?
O se vayan o me dejen.
LUIS:
Casémonos; que, casados,
aunque la hacienda me cueste,
no descansaré hasta hallarle.
MAYOR:
No he de casarme hasta verle
en la cárcel por mis ojos;
denme este gusto, y sosieguen
con que seré esposa al punto
del señor don Luis.
LUIS:
¿Qué tiene
que ver lo uno con lo otro?
MAYOR:
Yo me entiendo y Dios me entiende.
Sale don FELIPE
FELIPE:
Señores...
MAYOR:
¡Ay don Felipe!
¿Pareció Lucas?
FELIPE:
Dejéle
en Santa Cruz retraído.
MAYOR:
¿Ven como él le dio la muerte?
ALONSO:
Pues ¿de cuándo acá amas tanto
al difunto?
MAYOR:
Diome leche
su madre, y he de vengar
la sangre de un inocente.
LUIS:
Pues, estando retraído,
¿cómo habemos de prenderle?
MAYOR:
Yo sé dónde le hallarán,
si le buscan diligentes,
esta noche.
ALONSO:
Dinos dónde.
MAYOR:
Prenderánle, como acierten
en casa de una doña Ana
de Castro, infaliblemente.
LUIS:
¿Dónde vive?
MAYOR:
¿Qué sé yo?
Diránlo sus portugueses.
CASILDA:
Buscad a San Pedro en Roma.
LUIS:
Ella está loca.
ALONSO:
¿Qué sientes,
hija? ¿Si me la han aojado?
MAYOR:
Yo me entiendo y Dios me entiende. Salen don BALTASAR, muy bizarro, y CARREÑO
BALTASAR:
Mil veces sean bien venidos
a Madrid vuesas mercedes.
ALONSO:
Y vos, señor, bien llegado.
¿Qué mandáis, pues?
BALTASAR:
Que se quieten
todos estos sobresaltos,
y doña Mayor alegre
con su mano mi esperanza.
LUIS:
¿Cómo es eso?
BALTASAR:
No se altere
ninguno; Lucas Berrío
está aquí; si ya no quieren
que sea don Baltasar
de Córdoba, que pretende
llevar su esposa a su casa.
LUIS:
¿Quién es su esposa?
BALTASAR:
Bien pueden,
si todos fueron testigos,
a sí mismos responderse.
¿No nos desposó su padre
en Illescas? ¿Qué pretenden?
CARREÑO:
Encorozar nuestra novia,
si la hacen casar dos veces.
ALONSO:
Ésa fue boda de burlas.
BALTASAR:
Yo de veras hablé siempre.
MAYOR:
Y yo también.
LUIS:
¡Oh traidores!
Armas tengo que me venguen.
FELIPE:
Perderéisos; don Lüís,
deteneos y, más prudente,
envidiad conformidades
que se aman y os aborrecen.
Don Baltasar es tan noble,
que en Córdoba resplandece
para gloria de su fama
la luz de sus ascendientes;
seis mil ducados de renta
la senectud le promete
de un siglo de años que presto
marqués imagina verle;
mirad con quién competís.
LUIS:
Nada mi sangre le debe;
mis agravios, sí, infinito;
pero Madrid tiene jüeces
y mi satisfacción armas.
Vase
CARREÑO:
Eso sí, vaya y pleitee,
dejándonos a la novia. Sale don DIEGO
DIEGO:
Don Baltasar, hoy suceden
las cosas a vuestro gusto.
Don Rodrigo, cuya muerte
fingió el vulgo mentiroso,
está en la corte y previene
confirmar cédulas nobles
con las obras, que agradece
mi prima, ya esposa suya.
BALTASAR:
Siglos en vez de años cuenten.
MAYOR:
De ese modo asegurada,
sólo falta que nos eche
mi padre su bendición.
ALONSO:
Vaya, pues que Dios lo quiere.
Mas ¿fue de veras también
el desposorio solemne
de Elena y de don Felipe?
FELIPE:
Pues ¿de eso dudáis?
ALONSO:
Celebren
unas y otra vuestra industria.
CARREÑO:
Y digan vuesas mercedes,
las nuestras ¿en qué pecaron?
BALTASAR:
Dote os daré competente.
ALONSO:
Vamos a cenar agora.
BALTASAR:
Esto y mucho más sucede
desde Toledo a Madrid,
aunque es jornada tan breve.