Desde Toledo a MadridDesde Toledo a MadridTirso de MolinaActo I
Acto I
Don BALTASAR, en traje bizarro de camino,
baja por la escalera envainando la espada
BALTASAR:
Milagro fue no matarme,
cuando el tejado salté.
La casa ignoro en que entré.
¿Si en ella podré librarme
de la justicia? Escalera
es ésta, luz hay aquí.--
Si le maté, defendí
mi vida.-- La vez primera
que llego, Toledo, a verte,
¿de este modo me recibes?
¿A extranjeros apercibes
agrados y a mí la muerte?
Rüido en la calle siento;
diligencias por mí hará
la justicia; abierto está
y con luz este aposento;
entraré a favorecerme
en él de quien le habitare.
Viénese a la alcoba
Su piedad mi vida ampare;
que bien puedo prometerme
de la autoridad y traza
de esta noble habitación
que sus señores lo son:
el riesgo que me amenaza
asegura la nobleza
que en tales casas se cría. Cierra de golpe la puerta de la alcoba
Sin advertir lo que hacía,
cerré la puerta. La pieza
está tan bien adornada,
que califica a su dueño.--
¡Señores! ¿No hay nadie? --Al sueño
el que habita esta posada
pagará el común tributo.
Una cama de tabí
está descompuesta aquí:
socorro pido sin fruto.
Poco ha que sola quedó,
porque entre su ropa advierto
que, a semejanza del muerto
que el alma desamparó,
conserva el calor vital
en muestras de lo que fue.
¡Válgame el cielo! ¿Qué haré?
¿Vióse confusión igual?
Hallándome aquí encerrado,
doy sospecha a una bajeza,
indigna de la nobleza
que mi sangre ha profesado.
¿No es mejor salir y dar
cuenta al dueño de esta casa
del infortunio que pasa
por mí, y humilde obligar
su generoso favor?
¿Quién lo duda?
Procura abrir la puerta y no puede
¡Ay Dios! la puerta
que halló mi temor abierta
la cerró el mismo temor.
¿Qué es esto, enemiga estrella?
De golpe es, y sin la llave,
sólo amor y el hurto sabe
averiguarse con ella.
Si arranco la cerradura
con la daga, soy perdido,
pues los golpes y el rüido,
que al dueño avisar procura,
ha de aumentar la sospecha
de quien puertas descerraja:
por todas partes me ataja
la fortuna, satisfecha
de ordinario en perseguirme.
¡Válgame Dios! ¡Qué de cosas
se eslabonan prodigiosas,
de que no puedo evadirme!
¿Hay sucesos más atroces?
Si el huésped viene y me ve
aquí, ¿cómo prevendré
¡cielos! las primeras voces
que han de alborotar la casa
y calle, que me persigue,
antes que cortés le obligue
a escucharme lo que pasa?
Una ventana hay aquí;
echarme de ella es mejor.
Asómase
Su altura me causa horror.
¡Cielos! ¿Dónde me metí?
Mujer parece que mora
esta cuadra; estrado es éste,
porque más riesgos me apreste
mi estrella perseguidora;
pues claro está que al instante
que me vea, hará mayor
mi presencia su temor,
y que no ha de ser bastante
mi humildad a asegurarla.
Sí, mujer es principal;
que tanto adorno y caudal
basta, ausente, a autorizarla.
Sillas bajas, contadores,
bufetillos de marfil
y ébano, ajuar femenil,
arquillas, aguas de olores
en pomos (si ya no son
Jordanes, cuyas virtudes
efímeras juventudes
venden a la ostentación)
publican quién es el dueño.
Sobre este bufete están
ropa y basquiña, que dan
muestra de no ser pequeño
el valor de quien las viste.
Apenas el oro en ellas
permite lugar de vellas:
a venir yo menos triste,
en la beldad contemplara
de quien son curiosa esfera.
Encima la cabecera
(¡qué poco el temor repara!),
hay medias y zapatillas,
en cuyo ámbar y rosetas
pudieran gastar poetas
dos resmas de redondillas.
¡Qué pequeña el alma es
que se organiza en su estrecho!
Traiga este melindre al pecho
quien le calza, y no en los pies.
Las ligas, aunque dobladas,
muestran la curiosidad
de su limpia ociosidad,
guarnecidas y encarnadas.
Almohadilla y bastidor
está sobre aquel estrado;
no es tan ocioso el cuidado
de quien hace esta labor.
De cera es esta bujía,
y de plata el candelero;
al paso que considero
la autoridad, policía
y adorno que viendo estoy,
crece en mí con el respeto
el recelo: a extraño aprieto
forzosos motivos doy.
¿No será bueno matar
la vela, por si entra a escuras,
y sin verme, mis venturas
me pueden fuera sacar?
Sí; que detrás de la puerta,
en acabando de abrir,
seguro podré salir.
Pero no; que la luz muerta,
los indicios acreciento
de mi sospechosa entrada.
Si de gente acompañada
vuelve, y en este aposento
me ven, ¿quién podrá obligarlos
a que mis desgracias crean?
¡Qué de males me rodean!
¡Qué mal que puedo escusarlos!
Paséase
Mucho tarda: ¿qué he de hacer?
Rendiré a sus pies mi espada;
pero estando ensangrentada,
más la obligaré a temer
que a lastimarse de mí.
Persuadiréla cortés,
arrojándome a sus pies;
podrá ser la obligue ansí.
Y cuando no, y voces diere,
padre o tío acudirá,
que piadoso escuchará
lo que humilde le dijere;
lastimaráse de un caso
tan digno de su favor,
hará alarde su valor,
dando a mis desdichas paso,
desmentirá mi presencia
sospechas ocasionadas;
de mocedades pasadas
su vejez tendrá experiencia;
diréle cúyo hijo soy...
Si en Córdoba acaso estuvo,
o noticia alguna tuvo
de mis padres, libre estoy.
Algo aliente mi sosiego
con esto. ¡Qué de ello tarda!
¡Lo que padece el que aguarda!
Cada vez que a tocar llego
la cerradura, imagino
que tengo de hallarla abierta.
¡Que cerrase yo la puerta!
Nunca es cuerdo el desatino.
Cansado de pasearme
estoy; quiérome asentar.
Se sienta en una silla
a la cabecera de la cama
Anoche con caminar,
agora con desvelarme,
en el sosiego primero
convido al sueño y reposo;
mas no duerme el cuidadoso
que espera lo que yo espero.
¡Válgame Dios! ¿si murió
el ignorante atrevido
que, ciego e inadvertido,
por otro me acometió?
"Confesión", dijo. ¡Oh enfadoso
sueño, que a quien le tributa,
si como pobre ejecuta
cobra como poderoso!
Por lo menos dormitar
se me puede permitir;
que al rüido del abrir
fácil será despertar.
Duérmese, y pocos momentos después abren la puerta.
Salen CASILDA y doña MAYOR
MAYOR:
Jurara, Casilda, yo
que me dejé abierto aquí.
CASILDA:
Si cerró el viento tras ti,
tu descuido reprendió.
MAYOR:
Esta vez pensé quedar
sin padre.
CASILDA:
Cuando muriera,
nunca otro mal nos viniera.
MAYOR:
¿Estás loca?
CASILDA:
Es un pesar
el de herencias, según siento,
que, aunque cubierto de luto,
llora risas por el fruto
que espera, como el sarmiento.
No son mortales los daños
que la hacienda consoló.
MAYOR:
Más quiero a mi padre yo;
Dios me le guarde mil años.
¡Rigurosos accidentes!
CASILDA:
Jurara que se moría.
MAYOR:
Ya duerme.
CASILDA:
Tal batería
hubo de paños calientes.
MAYOR:
¡Qué enfermedad tan pesada!
CASILDA:
En los viejos es común;
que en ellos, sin ser atún,
no come el mal sino hijada.
MAYOR:
Vete, Casilda, a acostar,
pues hay luz en mi aposento.
¿Qué hora es?
CASILDA:
Campanas siento,
que deben de despertar
al alba.
MAYOR:
¿Tan tarde?
CASILDA:
Agora
madruga la primavera,
de las flores camarera,
y abotónalas, señora.
MAYOR:
¿Poetizas?
CASILDA:
¿Qué he de hacer?
Andar al uso es razón;
de críticos y vellón
no nos podemos valer;
probóme también la tierra.--
¿Cuándo piensas levantarte?
MAYOR:
A las diez.
CASILDA:
Vendré a llamarte
y a vestirte.
MAYOR:
Vete y cierra.
Vase CASILDA con la luz que trajo, y cierra
MAYOR:
Durmiera yo con sosiego,
de desvelos jubilada,
a estar desembarazada
el alma, que al gusto entrego
de mi padre, más que al mío.
A casarme a Madrid voy,
y enamorada no estoy;
voluntad ¿no es desvarío?
Diréis que sí, y con razón;
que tiene (o será ignorancia)
amor la primera instancia
y esotro la apelación. Quítase el rebozo
Dormir sobre ello es forzoso.
Ni le quiero mal ni bien;
no resistiendo el desdén,
bien me suena esto de esposo.
Componer mi cama quiero.--
¡Ay cielos! ¿quién está aquí?
Muerta soy. ¡Triste de mí!
Cae desmayada con el candelero en la mano;
apágase la luz y al ruido de la caída despierta don
Baltasar, [y habla como entre sueños dos versos]
BALTASAR:
No hay prisión donde hay acero:
ofendíle acometido.--
Aun no debo estar despierto.
O se ha gastado o se ha muerto
la luz. ¡Qué de ello he dormido!
¡Ay cielos! ¿Quién está aquí?
Un bulto siento a mis pies.
¡Jesús mil veces! ¿Quién es?
¿Si el hombre a quien muerte di
viene por disposición
del cielo a enfrenar mi vida?
Sin culpa fui su homicida;
él se buscó la ocasión:
esfuerzo, animad el pecho,
y averiguad desventuras.
¡Cerrado, solo y a oscuras
en tan no esperado estrecho!--
¡Válgame Dios! si el sentido
del tacto vengo a creer,
esta que toco es mujer;
los cabellos y el vestido
aumentan mi confusión.
¡Oh siempre engañoso sueño!
¿Si es el esperado dueño
de esta noble habitación?
Sin duda debió de entrar,
y el asombro repentino
de verme aquí cuando vino,
la debió de desmayar.
No pulsa el vital calor,
su frente parece hielo.
¿Si es muerta? ¿Hay más males, cielo;
todo esta noche rigor?
Abierta se dejaría
la puerta, si descuidada
la espanté desde la entrada.
Alza la vela del suelo
¿Qué es esto? ¿Otra luz traía?
Huyendo quiero escusar
la muerte que espero cierta;
a tiento busco la puerta;
pero mal la podré hallar
si, impidiendo mi salida
la fortuna, la cerró;
¡mi verdugo he sido yo!
Con una mujer sin vida,
y aquí encerrado, quien venga
¿qué satisfacción oirá,
o qué escusa obligará
a que compasión me tenga? Pónele a tiento la mano sobre el corazón; ásela de los brazos, y procura volverla en sí
Podrá ser que viva esté.
Saltos le da el corazón,
que del mío alientos son.
¿Cómo en sí la volveré?
Señora, señora mía,
alentaos, volved en vos,
no temáis.
MAYOR:
¡Madre de Dios!
BALTASAR:
Ya torna.
MAYOR:
¡Virgen María!
BALTASAR:
Viviendo, restituís
otra vida, que aunque ignora
quién sois...
Doña MAYOR se levanta asustada,
teniéndola don BALTASAR de los brazos
MAYOR:
¿Qué es esto? ¡A tal hora
y en tal parte, don Lüís?
¿El tiempo cohecháis al sueño,
y para que más me ofenda,
hurtáis vuestra misma hacienda,
que hoy creyó llamaros dueño?
¿Tanto hay desde aquí a dos días
que acortáis al vicio plazos?
Soltad, descortés, los brazos
que aborrecen groserías;
no intentéis, amante falso,
hazañas que desdoráis,
mientras liviano trocáis
el tálamo en cadahalso;
que es bárbaro proceder
el que mancha vuestra fama,
aun para una común dama,
cuanto y más vuestra mujer.
Pues si la ocasión buscastes
en que mi padre estuviese
enfermo, y la noche os diese
el tiempo que malograstes,
vuestro grosero interés
ha despertado mi olvido;
que no será buen marido
quien fue amante descortés.
Mal voluntad granjeáis
que de vos haciendo caso...
BALTASAR:
Paso, mi señora, paso;
que no soy el que juzgáis.
No deis voces, sosegaos,
lastimaos de mí, por Dios.
MAYOR:
¿Cómo? ¿No sois don Luis vos?
BALTASAR:
No, señora; reportaos.
MAYOR:
¡Ay cielos!
BALTASAR:
Un caballero,
de su estrella aborrecido,
y esta noche perseguido
de desgracias, forastero
(y tanto que ayer llegué
a esta ciudad) acosado
de la justicia, al sagrado
de esta casa, donde entré,
peligros atropellando,
pide en su naufragio puerto.
Dejé a un ignorante muerto;
sentí venirme alcanzando
quien sólo pone temor
con el nombre y la presencia;
no sabe hacer resistencia
con la justicia el valor;
escusé con retirarme
ímpetus de la crueldad;
la noche y comodidad
de estas calles a ampararme
se ofrecieron. Entré en una
estrecha (las más lo son),
metióme mi confusión,
guiada de mi fortuna,
por una casa pequeña;
a su tejado subí;
salté al de ésta desde allí;
el temor todo lo enseña.
Él me guió a que bajase
por la escalera presente;
vi luego esta cuadra enfrente;
entré, y sin que consultase
al discurso, la cerré,
haciendo imposible ansí
mi salida; requerí
puerta y ventana; esperé,
y de discursos cansado,
de temores combatido,
de puro velar dormido,
y durmiendo desvelado,
di la ocasión lastimosa
que a declararos me atrevo;
aunque si con ella os muevo
a compasión, ya es dichosa.
MAYOR:
No sé si compadecerme
de vos o si me engañais;
que los que de noche entráis
donde sin recelos duerme
el recato, ya traviesos,
ya indignos usurpadores
de las haciendas y honores,
soléis disculpar escesos
con desgracias que fingís,
y lástimas que inventáis;
puesto que ocasión me dais,
conforme vos la decís,
de que a la parte mejor
atribuya este accidente;
que a no estar vos inocente
de culpas, contra el valor
que esas palabras arguyen
siempre los atrevimientos
se acompañan de instrumentos
que las llaves sostituyen.
Lámpara hay en la escalera;
esperadme aquí, y traeré
una luz.
BALTASAR:
Dichosa fue
mi desdicha; ya quisiera
ver dueño de discreción
tan digna de celebrar.
La vela debéis buscar.
MAYOR:
Matóla mi turbación.
BALTASAR:
Y yo en el suelo la hallé,
examinando asustado
peligros de mi cuidado.
MAYOR:
Dádmela y la encenderé.
BALTASAR:
Veisla aquí; tomad.
MAYOR:
¿Qué es de ella?
BALTASAR:
Ésta es.
MAYOR:
Esperadme aquí.
Abre la puerta y vase
BALTASAR:
Manteca de azahar sentí
al tocarla; si es tan bella
como blanda, suerte mía,
será, afrentando el metal,
candelero de cristal
el trono de la bujía. Vuelve doña MAYOR con luz
¡Qué divina perfección!--
Poco a poco resplandece
la mañana que enriquece
flores que su afeite son;
pero tanta agregación
junta, al mismo sol cegara;
luz los ojos, luz la cara,
luz en las manos también.
Pródiga de luces, ten,
que más te quisiera avara.
Si tantos rayos produces,
¿qué hará, cuando a veros llega,
la voluntad que se anega
entre piélagos de luces?
Si a los ojos las reduces,
ellos sobran; da lugar
a que te puedan mirar
los que deslumbrar procuras;
que mejor me estaba a oscuras,
si por verte he de cegar.
MAYOR:
¡Bien al huésped aplaudís
que agora necesitáis!
¡Bien la opinión restauráis
que cortés restitüís!
Aunque lisonjas fingís,
obligada las aceto,
no poco ufana, os prometo,
que os haya en algo servido,
por el talle, bien nacido,
por las palabras, discreto.
¿De dónde sois?
BALTASAR:
Cordobés.
MAYOR:
¿Dónde asistís?
BALTASAR:
En Madrid.
MAYOR:
Y ¿a qué venís acá?
BALTASAR:
Oíd.
MAYOR:
Dejaldo para después;
que amanece ya.
BALTASAR:
Interés
será tener ocasión
de volveros a ver.
MAYOR:
Son
mis males más presurosos.
BALTASAR:
¿Cómo?
MAYOR:
Rigores forzosos
violentan mi inclinación.
Cásanme, y llévanme fuera
de Toledo.
BALTASAR:
¿Cuándo? (¡Ay cielos!)
MAYOR:
Esta tarde.
BALTASAR:
(Entrad por celos,
amor, para que yo muera.)
MAYOR:
Madrid mañana me espera
para cautivarme.
BALTASAR:
Ya
Madrid madrastra será.
Y ¿espéraos el venturoso,
mi enemigo y vuestro esposo,
allí?
MAYOR:
No.
BALTASAR:
Luego ¿aquí está?
MAYOR:
Por mí vino. ¿Pasáis vos
adelante?
BALTASAR:
Pasaré...
de amor a celos, en fe
de que me matáis los dos.
¿Qué es esto, tirano dios?
MAYOR:
¡Qué adelante pasáis!
BALTASAR:
Más
de lo que pensé jamás;
que amor que celoso adora
pasa adelante, señora,
en vez de volver atrás.
Mas cuando no a acompañaros,
mal dejará de seguiros
quien adelanta suspiros
que vuelan a aposentaros.
MAYOR:
Ni quiero crédito daros,
ni admitir empeños puedo;
que puesto caso que quedo
entretenida en oírlos,
no podré restituirlos
en saliendo de Toledo.
Yo he de casarme en llegando;
¿de qué sirve edificar
torres que se han de quedar
en los cimientos? Buscando
con los pensamientos ando
cómo sacaros de aquí,
sin que corra en vos y en mí
riesgo el crédito y honor,
y entre todos el menor
es peligroso.
BALTASAR:
¡Ay de mí!
Que os pierdo al tiempo que os gano.
MAYOR:
Mas fuerza es daros remedio.
La cuadra, pared en medio,
es de don Pedro mi hermano;
sólo fía de mi mano
la llave, cuando se ausenta;
estálo agora: si intenta
vuestra cordura no dar
en casa que sospechar
(que temo que alguno os sienta),
que os encerréis me parece
en ella, mientras que pasa
la noche, y se abren en casa
las puertas, pues ya amanece.
Este medio se me ofrece;
[.......................-ar]
pues tiene luego de entrar
tanto deudo a despedirse
que, abriéndoos, sin advertirse,
tendréis de salir lugar.
¿Qué os parece?
BALTASAR:
Que os partís,
que os casáis, que muerto quedo;
¡que nunca yo de Toledo
fuera huésped!
MAYOR:
Bien fingís.
Seguidme.
BALTASAR:
¿Qué don Lüís
es éste que me atormenta?
MAYOR:
Juventud, nobleza y renta
califican su valor;
mas donde falta el amor,
de lo demás no hagáis cuenta.
BALTASAR:
¿Sin amor, y os cautiváis?
MAYOR:
Quiérelo mi padre así.
¿Qué he de hacer? Ya consentí.
Pero vos ¿cómo os llamáis?
BALTASAR:
¿Para qué lo preguntáis?
Don Baltasar fui primero;
ya que os amo y desespero,
esfera de celos soy;
llamadme "celos" desde hoy,
que es el nombre que más quiero.
MAYOR:
¿Dónde posáis?
BALTASAR:
Posé ayer
con don Felipe Chacón,
y hoy posaba mi ambición
en vos misma; ¿qué he de hacer,
si ya en ajeno poder
lloro mi esperanza vana?
MAYOR:
Seguidme.
BALTASAR:
¿Que, en fin, mañana
os casáis?
MAYOR:
Don Baltasar,
creed que me he [de] casar,
por vos, muy de mala gana.
Vanse.
Salen don DIEGO y CARREÑO, de camino
DIEGO:
¿Que en Madrid no me habéis visto?
CARREÑO:
Ni en Madrid ni en otro cabo.
DIEGO:
Ciego estáis.
CARREÑO:
¿No es caso bravo?
No os conozco, ¡vive Cristo!
DIEGO:
Vuestro nombre ¿no es Carreño?
CARREÑO:
Ese apellido me dio
el padre que me engendró.
DIEGO:
Pues yendo con vuestro dueño
de día y noche a mi casa,
tan domésticos en ella
los dos, que forma querella
de lo que en su ofensa pasa;
habiendo don Baltasar
sido casi su señor,
pues que le tuvo su amor
en puntos de desposar,
¿sois vos tan desconocido
como él?
CARREÑO:
Bizarro mancebo,
confieso lo que la debo
a esa dama; mas no he sido
tan dichoso que alcanzase
a conoceros allí;
ved lo que queréis de mí,
y por ignorancia pase
la inadvertencia; que basta
la noticia que me dais
de esa casa donde estáis
tan ducho. Vengo de casta
olvidadiza; no puedo
desdecir de mi linaje.
Si en Madrid fuisteis su paje,
y pretendéis en Toledo
acomodaros, anoche
llegamos estropeados
de asentaderas: cuidados
y celos, en vez de coche,
en dos mulas nos trajeron
(por mejor decir, batanes),
que a entrambos, de cordobanes,
tafiletes nos volvieron.
No sé lo que aquí estaremos;
pero en mi pobre ración
tendréis el mejor quiñón,
y la cama partiremos
con los demás requisitos
de una lacaya amistad,
en que gocéis por mitad
chinches, pulgas y mosquitos.
DIEGO:
La oferta, Carreño, estimo,
no obstante que me agraviáis
en que no me conozcáis.
Yo soy de doña Ana primo.
CARREÑO:
¿Primo suyo vos, señor?
Feliz quien tal prima tiene,
y desde la corte viene
a ser su procurador.
En esto de primos sé
poco, y aunque no mirase
en vos cuando allí os hallase,
desde agora os serviré,
por la "primo"-genitura
que alegáis, como acreedor
del regalo y el favor
que debo a su fermosura.
¡Qué de veces liberal
añadió al real y cuartillo
otro, que aunque era sencillo,
era suyo y era un real!
Aun no he roto las valonas
que me dio de tres en tres;
mi señora doña Ana es
digna de arrastrar coronas.
¡Mal haya el malo y los celos
que bodas descompadraron,
a mi dueño desterraron,
y en mí renovaron duelos!
Porque si ella mi ama fuera,
sarna sólo me faltaba.
Mas ya que todo se acaba,
¿a dónde de esta manera
camina vuestra mercé?
DIEGO:
Agravios que en honra tocan
hasta las piedras provocan.
Su esposa mi prima fue
en la opinión de quien vía
la frecuencia con que entraba,
y su casa visitaba
de noche como de día.
Papeles no averiguados
del tiempo en que se escribieron,
bastantes indicios fueron
para despertar cuidados;
mas no para despreciar
tal mujer, tal opinión.
CARREÑO:
Tiene extraña condición,
si empieza, don Baltasar.
No dará a torcer su brazo,
si le queman; es temoso,
y todo amante celoso
ve por tela de cedazo.
No hay hacerle averiguar
lo que hay en esto, y que deje
este camino; es hereje
cuando da en cabecear.
Pero si dio vuestra prima
en guardar papeles tanto,
que lo sienta no me espanto.
¿Quién guarda lo que no estima?
DIEGO:
Antes de puro olvidados,
los juzgaba ya perdidos.
CARREÑO:
Ya sabéis que despedidos
los papeles y crïados,
son enemigos de casa,
que unos a otros, por vengar
su enojo, suelen cantar
a cuantos ven lo que pasa.
Mas si se quieren los dos,
y la verdad le decís,
ya que en su busca venís,
asegurándole vos,
volverá el pájaro al nido.
DIEGO:
No es eso lo que pretendo.
Doña Ana teme, y yo entiendo,
que se da por ofendido
don Baltasar porque aquí
tiene dama que divierte
su primero amor de suerte
que la olvida; y siendo así,
no le está bien a mi prima
dar satisfacción en duda
a quien ingrato se muda,
y sus prendas desestima.
Si esto puedo averiguar,
ausencias y desengaños
suelen, restaurando daños,
aborrecer y olvidar;
pero si recelos son
los que de Madrid le sacan
(que, aunque atormentan, se aplacan,
dándoles satisfacción),
entonces descubriré
quién soy, y a lo que he venido.
Doña Ana esto me ha pedido;
es mi sangre, y no podré
permitir que pierda el seso,
amante cuanto celosa.
CARREÑO:
Sois cuerdo como ella hermosa;
mas lo que yo alcanzo en eso
es que si don Baltasar
estuviera arrepentido
tanto de haber ofendido
a Dios, como de dejar
a doña Ana, ya pudiera
envidiarle un capuchino.
Mil veces de este camino
entendí que se volviera,
porque tirando del freno
a la tal cabalgadura,
y vuelta la fachadura
a Madrid, entre sereno
y nublado (entre lloroso
y airado, quiero decir),
suspiros vi despedir
de un Durandarte amoroso;
y suspirando yo y todo,
por la falta que me hacía
el cojín que no traía,
hubo suspiros de modo
en toda aquella jornada,
que también nos imitaron
las mulas, pues rebuznaron
ausencias de la cebada;
y afirman, sin ser perjuros,
los grafieles del mesón
que en mulas, rebuznos son
suspiros cabalgaduros.
Decíale yo: "Señor,
pon tus celos en olvido;
vuelve a casa, pan perdido;
celos, espuelas de amor,
aunque pican al amante,
andan, según un poeta,
como rocín de Gaeta,
más hacia atrás que adelante.
¿Qué hemos de hacer sin Madrid?
Fuerza es que tu error confieses.
¡Vuelta, vuelta, los franceses
con corazón a la lid!"
y él picaba, respondiendo,
"no ha de verme la tirana
de sus ojos; ya doña Ana
se ha acabado; yo me entiendo;
la ausencia mis celos sane";
hasta que en una vereda,
con la grande polvoreda,
perdimos a don Beltrane.
Digo que a Madrid perdimos
de vista. Ved, según esto,
si su amor es manifiesto;
y pues que no despedimos
las mulas, cuán poco habrá
que negociar, si le veis,
para que allá nos tornéis.
DIEGO:
Y él agora ¿dónde está?
CARREÑO:
Apeámonos los dos
en casa de un caballero
su amigo, que aquí frontero
vive; mas no sé, por Dios,
dónde fue anoche a jugar,
que aunque le hemos esperado
con lo cocido y asado,
ni se ha venido a acostar,
ni sé que sea cortesía
hacer que un huésped aguarde,
tan noble, desde ayer tarde
hasta agora que es de día.
DIEGO:
¿Y no queréis vos con eso
que tenga sospechas yo
de que a mi prima dejó
porque aquí le quita el seso
algún toledano hechizo?
CARREÑO:
Yo por lo menos no sé
que haya hasta aquí quien le dé,
por rondarla, romadizo.
El jugar alivia duelos,
y habráse mi amo picado;
que Galeno ha recetado
las pintas contra los celos.
Mas veisle allí donde viene
con don Felipe Chacón.
DIEGO:
En esta averiguación,
Carreño, asentar conviene
si he de darme a conocer,
y a mi prima restaurarle,
o si tengo de dejarle.
Fácil os será saber
si tiene dama, o el juego
esta noche le entretuvo,
y en sabiendo dónde estuvo,
volver a avisarme luego.
CARREÑO:
Puntual procurador
hacéis; yo os imitaré;
pero ¿dónde os hallaré?
DIEGO:
Hacia la iglesia mayor.
Vanse.
Salen don BALTASAR
y don FELIPE
FELIPE:
Sucesos me habéis contado
imposibles de creer.
BALTASAR:
Las siete debían de ser,
cuando en la sala encerrado
que es de su hermano aposento,
oigo abrir una crïada
que, risueña y despejada,
me dijo: "Estaréis contento,
caballero, de haber sido
inquieto desvelador
de quien, no sé si de amor,
esta mañana ha dormido
por vos tan poco, que está
dando esmalte a dos ojeras.
Contádome ha sus quimeras,
porque si a casarse va
hoy a Madrid, ¿qué otra cosa
sus vanos desvelos son?
Salid, y de esta ocasión
infeliz, aunque amorosa,
os olvidad, pues perdéis
a un tiempo lo que ganáis."
"Vida matando me dais",
respondí. "¿Cómo queréis
que ingrato olvide favores
de quien mi dicha es deudora?
Socorrió vuestra señora
mi peligro en los temores
que ya sabréis; ¿podré yo,
si de ellos me he de acordar
mientras viviere, olvidar
a su hermoso dueño? No."
"Id, caballero, con Dios",
replicó, "y salid conmigo.
Mas ¿qué me daréis si os digo
que está llorando por vos?"
Respondíla: "Esta cadena,
aunque incrédulo lo dude."
"La gente de casa acude",
dijo, "andad en hora buena
y, haciéndoos encontradizo
en Cabañas o en Olías,
aliviad melancolías
de quien os juzga su hechizo,
por ser la cosa primera
que os encarga mi señora."
"Ventura es de quien la adora",
dije. Bajé la escalera,
y por divertir la gente
de casa que en el zaguán
estaba, dijo: "Don Juan,
escríbame brevemente."
Volví en vuestra busca luego,
donde noticia os he dado
de la noche que he pasado,
de mis desdichas, del fuego
que nuevamente me abrasa,
del imposible que adoro,
de un sol de quien me enamoro,
que hoy me ha muerto y hoy se casa.
FELIPE:
Notable aventura ha sido.
Doña Mayor de Toledo
será la dama, si puedo
sacar de lo que os he oído
la verdad por conjeturas.
Don Lüis de Salazar
con ella se ha de casar,
porque hechas las escrituras
desde Madrid, supe yo
que en Toledo le esperaban.
Sus partes y hacienda alaban;
pero su ventura no,
supuesto que ha de ser dueño
de quien no le quiere bien.
Pero séos decir también
que no es el favor pequeño
que su prima doña Elena
me hace, y vive en su casa.
BALTASAR:
¡Ay, don Felipe! ¿Esto pasa?
Irremediable es mi pena.
Sale CARREÑO
CARREÑO:
¡Esperalde por ahí
con la cena y con la cama!
BALTASAR:
¡Carreño!
CARREÑO:
Una casi dama
preguntando está por ti.<poem>
Sale CASILDA
CASILDA:
La persona que sabéis,
que os buscase me mandó,
y éste para vos me dio. Dale un papel
De respuesta serviréis
vos mesmo, si agradecido,
no olvidáis obligaciones
primeras; y ahorrad renglones,
y cumplid lo prometido. Quiérese ir y detiénela don BALTASAR
BALTASAR:
¿Ansí os vais? ¿Qué prisa es ésta?
CASILDA:
Dala el desposado.
BALTASAR:
Oíd.
CASILDA:
Desde Toledo a Madrid
podréis ser vos la respuesta.
Vase
CARREÑO:
Rey de armas es la mujer;
retos sus palabras son;
mas dama con cedulón
¡vive Dios! que es de alquiler.
BALTASAR:
¿Hay dicha más infelice,
hallazgo más perdidoso?
FELIPE:
El caso está bien dudoso;
mas sepamos lo que os dice. Lee
BALTASAR:
Esta mañana han hallado
muerto a un crïado de casa;
ved si es cuerdo quien se casa
en día tan desdichado.
Una litera ha buscado
la necia solicitud
de quien me mata en salud;
porque, si como imagino,
muriere en este camino,
no quede por ataúd.
De esto ¿qué se os dará a vos?
Antes debéis alegraros,
pues para desempeñaros
yo pagaré por los dos;
siendo ansí, quedaos con Dios;
pero si me engaño y muero,
hallaos presente; que quiero
mandaros el alma en muestra
que, como de hacienda vuestra,
sois vos solo el heredero.
¿Qué os parece? ¿Hay tal papel,
tal amar, tal persuadir?
CARREÑO:
Él se debió de escribir,
en vez de tinta, con miel.
FELIPE:
Sentido y discreto está.
pero ¿qué pensáis hacer?
BALTASAR:
Hazañas de un bien querer;
transformaciones verá
en mí Toledo, no escritas
de Ovidio.
FELIPE:
¿De qué manera?
BALTASAR:
Impediréis la quimera
de mi amor, por inauditas,
si os las cuento; todo junto
lo sabréis en estando hecho.
CARREÑO:
(¡Pobre doña Ana! Sospecho
que están tocando a difunto
por vuestro amor; a su primo
le voy a dar esta nueva.)
BALTASAR:
Vamos.
FELIPE:
¿Adónde?
BALTASAR:
A hacer prueba
de lo que a mi dama estimo.
Hacia el hospital de afuera,
amigo, tengo que hacer.
FELIPE:
¿Allí? Pues ¿qué?
BALTASAR:
Conocer
al dueño de la litera
alquilada.
FELIPE:
Alto, venid.
BALTASAR:
Veréis, pues celos me abrasan,
las maravillas que pasan
desde Toledo a Madrid.