Del separatismo. Tiempos y tiempos
Allá por noviembre de 1905 también había separatismo en Barcelona. No era tan desvergonzado y salvaje como el de la Esquerra. Apelaba al equívoco cuando hablaba. Cada equívoco lo sentía el Ejército como una bofetada en el rostro. Pero cuantas veces se pedían explicaciones, el equívoco se explicaba por los separatistas en la forma más lejana de todo separatismo. No había lugar nunca para vindicta de ningún género.
Pero cierta vez un papelucho catalán publicó unas caricaturas, limpias de equívoco. Y el 25 de noviembre de 1905 unos militares entraron en la redacción de aquel papelucho... Lo que no salió rodando escaleras abajo, salió por la ventana. Algunos otros periódicos padecieron semejante suerte.
Desde entonces más de un separatista indiscreto rodó por tierra, ya de una bofetada de cuello vuelto, ya de un puntapié. Alguno se vio obligado a gritar ¡viva España! con toda la fuerza de sus pulmones. Alguno comió y tragó bandera española...
Esta acción directa de los militares no estaba muy de acuerdo con la disciplina; pero España la aplaudía sintiendo la íntima convicción de que había defensores de la integridad de la patria, que se oponían a las lenidades traicioneras de los gobiernos liberales, dispuestas a ahogar aquel separatismo y todos los separatismos. Llegaron a lograr los militares que su acción directa en aquella labor antiseparatista quedara al margen de la represión gubernamental... Por allí vino lo de la ley de jurisdicciones.
¿Se dirá que aquel celo fué causa de que el separatismo, en vez de sofocarse, creciera hasta llegar a lo que es hoy? Se dice, pero no se prueba. El acrecentamiento del separatismo no fué por culpa de aquel celo, sino a pesar suyo. El Ejército de entonces participaba de las ideas de la época, sin darse cuenta de que el separatismo era la consecuencia, la ejecución, la práctica de aquellas ideas de que él participaba y sostenía. Para acabar con el separatismo en Cataluña era menester acabar antes con las causas principales, que estaban en los gobiernos de Madrid y en las entrañas de aquel régimen. Todo este océano de podre en cuyas tempestades separatistas, comunistas, socialistas, se ahoga España, es podre de la peste liberal entonces imperante.
Hubo un instante en que pareció que el Ejército se daba cuenta de esta realidad. Se dijo que el Ejército se disponía a asaltar el Congreso y a barrer toda la basura parlamentaria. Montero Ríos, presidente del Consejo, creyó prudente dimitir. Con aquella dimisión quedaron todos contentos, y la procesión continuó su marcha.
No pasa el tiempo en balde. Azaña ha triturado al Ejército. Tampoco esta trituración fué en balde. Hay órdenes de ver pisotear la bandera como si nada se viese, y órdenes de oír los mueras a España como si no se oyese nada. Hasta la vieja fisiología militar, triturada, se sujeta de mil amores a esta obediencia.
Procazmente se jacta la Internacional de la campaña intensísima que la masonería ha emprendido en el Ejército. Tiene por fin principal la proclamación de la República catalana... La perspicacia de los listos se ríe. También se reía de la pérdida de las colonias la víspera de perderse. No es tan difícil como creen muchos lograr un día en Cataluña lo que se logró en Filipinas, con las mismas armas nacionales y extranjeras.
Para nosotros lo más peligroso está en los gobiernos de Madrid y en sus auxiliares, no obstante la confesión de sus fracasos y sus propósitos de la enmienda.
Fuente
editar- El Siglo Futuro (12 de septiembre de 1934): «Del separatismo. Tiempos y tiempos». Página 1.