Nota: Se respeta la ortografía original de la época


XV


Al volver á su nido, después de oír las revelaciones de Robert, Carlos encontró á Liliana sentada en un inmenso canapé de la biblioteca, entre Plese y Margot.

— El amo llega hoy tarde —dijo el escultor al verle entrar.

Y después de una pausa, agregó en voz alta:

— Más vale así, porque si hubiera venido temprano, no habríamos podido hablar con libertad.

— ¿Era muy serio lo que decían ustedes? —preguntó Llorede tratando de parecer amable y tranquilo.

— ¡Ya lo creo que era serio! —repuso Margarita—. Como que la Muñeca se quejaba de la conducta que observas desde hace algún tiempo. Según parece, te pasas la vida fuera de casa... y Dios sabe en dónde!

Esas palabras tranquilizaron momentáneamente el espíritu de Carlos, haciéndole suponer que si su querida se quejaba de él, era porque le amaba, y que Robert podía muy bien haber acusado á Liliana con objeto de vengarse de Margarita del Campo.

Una gran tristeza invadió entonces su alma. «Los hombres son todos iguales —pensó—, y basta con un indicio cualquiera, por insignificante que sea, para hacerles suponer las más inverosímiles infamias. Robert es un buen amigo, pero su carácter violento y alocado le lleva con frecuencia á cometer injusticias atroces. Lo que me ha dicho hoy, no tiene ni aun visos de verdad... ¿Mi mujercita, engañándome con su amiga, entregándose á perversidades contrarias á la naturaleza, convirtiéndose en una viciosa de la decadencia latina? ¡En verdad que está loco mi pobre amigo! ¡Si me hubiera dicho que Lili dormía con Plese o con Rimal!... ¡pero con Margot!... ¡Qué bárbaro!... ¡Y todo porque Margot le mandó á paseo, burlándose de él!... A menos que haya sido una broma... muy pesada... ¡Y mientras yo le oía pacientemente, aquí todo el mundo pensaba en mí!...»

Con todo y los discursos que él mismo se hacía mentalmente para tranquilizarse, Carlos experimentaba, sin darse cuenta de ello, una turbación íntima y una congoja nunca antes sentida. En el fondo de su alma la duda iba echando raíces, y, á pesar de que las meditaciones y las deducciones lógicas le llevaban á suponer que la marquesa no podía engañarle, la imagen de Margot y de su querida confundíanse en su visión formando un grupo obsesionante y obsceno.

Desde que Robert le dijo lo que á él se le figuraba ser la verdad, hasta la hora de comer, Carlos vivió toda una existencia de crueles tormentos. Cinco ó seis horas antes, ninguna suposición, ninguna duda, ningún temor amargaba su idilio. Y sin embargo, cuando Plese le preguntó, en medio de la comida, lo que había hecho en el día, Llorede tuvo la sensación de haber existido durante varios años desde que por la mañana saliera de su casa para ir á visitar á Robert.

La Muñeca y su amiga discutían, con verdadero en tusiasmo, á propósito de las modas nuevas.

— Por mi parte —decía Margot—, yo me alegro de que las medias negras hayan caído en desuso, porque ya se iban vulgarizando de un modo odioso. Todas las burguesas llevan ahora medias negras.

— Es cierto —replicaba Liliana—; pero con las medias de color que empiezan á ponerse á la moda, sucederá una cosa aun peor, y es que, para llamar la atención, las mujeres llegarán á usar colores espantosos. ¿Te has figurado el efecto que producirán las piernas de Rosa Blanca, por ejemplo, forradas de seda amarilla?

— ¿Y qué te importan á las demás? Nosotras no debemos fijarnos sino en lo que nos conviene á nosotras mismas. Tú con unas medias lilas, serás deliciosa, y yo con colores fuertes, los púrpuras, los amarantos intensos, pareceré má morena aún que con los antiguos forros negros.

— ¿Y si un día se le ocurre á uno de tus amantes obligarte á que lleves medias verdes?

— La que está verde eres tú. ¿Acaso soy yo capaz de dejarme dominar por un hombre?

— En cuanto se trata de modas nuevas, eres inaguantable.

— Y tú, en cuanto se trata de conservar vejestorios, eres más inigualable aún. Después de todo, á mí lo que más me gusta son los calcetines escoceses, que dejan la pantorrilla desnuda y que producen un efecto á la par perverso é infantil. Pero eso es para el verano. En invierno, las medias son indispensables.

Carlos no ponía gran atención en lo que las dos mujeres se decían. Ocupado en dar vueltas en el fondo de su cerebro á las ideas que le atormentaban, cultivando sus propias preocupaciones secretas, sólo contestaba con sonrisas forzadas y con frases indiferentes á las preguntas que le dirigían. De vez en cuando, sin embargo, una palabra suelta, un «querido diablillo» dirigido por Liliana á su amiga, un «¡tontita!» lanzado por Margot á la Muñeca, sacábanle de su cruel ensimismamiento para producirle un escalofrío nervioso. «¿Sería cierto?... De que se querían mucho no cabía duda. ¿Pero quererse con los sentidos, acostarse juntas, engañarle? No, no. «¡Pero entonces!...»

De pronto Plese se fijó en la extrema palidez y en las profundas ojeras que daban aquella noche á su amigo un aspecto de convaleciente, y con aire malicioso, dijo:

— El pobre Carlos no puede ocultar sus exquisitas fatigas. Hoy nos cuenta, con el rostro ojeroso, la historia de su idilio de anoche... Mis felicitaciones, señora...

— ¡Ah! —exclamó Margot irónicamente—. ¡Ah!...

Y Liliana, muy tranquila, repuso:

— Si está fatigado es porque se fatiga fuera de casa, pues nuestras noches no tienen, en verdad, nada fatigantes.

Llorede se mordió los labios, colérico y humillado. Luego, para no dar margen á nuevas impertinencias, habló de París, de los asuntos del día, de la sesión de la Cámara de Diputados, en la cual los socialistas y los conservadores habíanse atacado á puñetazos; habló de Gabriel D'Annunzio, á quien había conocido la víspera en un café del boulevard; habló de la soberbia actitud política de Emilio Zola; habló de todo, en fin; hizo chistes, dio su opinión sobre los últimos acontecimientos literarios, contó anécdotas picantes, y hasta el fin de la comida fué, entre todos, el más animado y el más elocuente.