Decreto de la separación de Venezuela de la Gran Colombia



Decreto de Reorganización del Gobierno (separación de Venezuela de la República de Colombia)


José Antonio Páez

1830

Decreto de Reorganización del Gobierno José Antonio Páez, Jefe civil y militar de Venezuela, etc. Cuartel General en Caracas, a 13 de enero de 1830, 20.-19. Número 1. Al señor Prefecto departamental. Con esta fecha he tenido a bien expedir el decreto siguiente:

Considerando:

1° Que por el pronunciamiento de los pueblos de Venezuela, ha recobrado su soberanía.

2° Que estos mismos pueblos me han encargado de la dirección de todos los negocios hasta la reunión del Congreso Constituyente de Venezuela.

3° Que siendo Venezuela un Estado soberano, su Gobierno, aunque temporal y provisorio, debe decidir todos los negocios de la administración.

4° Que esto no puede hacerse por uno solo, con la meditación y exactitud que corresponde,

Decreto:

Artículo 1° El despacho de los negocios públicos se dividirá en tres secretarios, uno del Interior, Justicia y Policía; otro de Hacienda y Relaciones Exteriores; y otro de Guerra y Marina.

Art. 2° Para el Despacho del Interior, Justicia y Policía, nombro al Dr. Miguel Peña; para el de Hacienda y de Relaciones Exteriores al Sr. Ministro de Justicia, D. B. Urbaneja; y para el de Marina y Guerra, al Sr. General de División Carlos Soublette, que será Jefe del Estado Mayor General.

Art. 39 La correspondencia con el Gobierno de los diversos magistrados y empleados de la Administración, se dirigirá por los respectivos Secretarios, y por los mismos se comunicarán sus resoluciones en todos los ramos.

Art. 4° Circúlese a quienes corresponda para su cumplimiento, imprímase para que llegue a noticia de todos, y comuníquese a los Secretarios nombrados, para que desde luego entren al ejercicio de sus funciones, previo el juramento de llenar bien y fielmente los deberes de su empleo.

Lo comunico a US. para su inteligencia, publicación y cumplimiento, circulándolo a quienes corresponda.

Dios guarde a US.

José A. Páez.

Alocución del general Páez

1830

Conciudadanos: en 23 de junio os ofrecí que la tranquilidad sería restaurada en Riochico, Orituco y Chaguarama; porque el Congreso, el Pueblo y el Gobierno son una sola potencia para sostener la libertad y el orden. La prudencia de su Señoría el general José Tadeo Monagas, la actividad de S. E. el general José Francisco Bermúdez, el denuedo de otros muchos jefes y el celo de los ciudadanos armados con este santo objeto, cumplieron la patriótica misión. La libertad y el orden están restablecidos, y de un extremo a otro de Venezuela inclinamos todos la frente ante la soberanía nacional. Cesaron ya los amagos exteriores y las turbaciones internas.

Venezolanos. Conservemos esta fortuna inmensa: ella está en nuestras manos, como el poder de perpetuarla. Que el grito turbulento de las facciones jamás consterne al vecino honrado, al buen ciudadano; no se oiga otra voz en el ámbito de la patria que la de la patria misma. Que nadie se abrogue sus poderes porque ellos corresponden legítima y exclusivamente a los representantes del pueblo. Sólo la sociedad es soberana, sólo el Congreso es su órgano y sólo nos toca obedecerle. Militares: oíd a un compañero, partícipe de vuestros peligros y fortuna, de vuestros derechos y deberes.

Muchos años de sangre y gloria han hecho inmortal vuestro valor; pero él os envilecería, si mal dirigido hubiera servido al despotismo. No es glorioso sino porque empleado en favor de la libertad, ha satisfecho los deseos de nuestros conciudadanos y la vindicta humana. ¿Qué buscábamos? ¿Una patria? La tenemos ya. He aquí, pues, el grande premio de nuestras fatigas, que vivirán la edad del mundo, si dóciles al grito de la conciencia pública nos prosternamos ante ella. Tributémosle en homenaje esos trofeos, esos laureles, esos despojos de la gloria. Así serán honrosos, servirán de base a la paz y dicha pública y a la de nosotros mismos. El mundo os admirará, y esta tierra os colmará de bendiciones. No temáis el olvido si excitáis la verdadera gratitud. Cerrado el templo de Jano, que nadie llegue a sus puertas, sino cuando el pabellón español aparezca en nuestras costas. El triunfo de los principios y su establecimiento en nuestro sistema de gobierno, aseguran la quietud interior; porque lo que todos quieren, a todos tranquiliza. Las rentas de este pueblo exangüe no bastan para sostener el inmenso ejército que pesa sobre él. Esa igualdad que nosotros hemos puesto en el trono de la ley exige una existencia real. Nuestros grandes intereses piden calma para su arreglo. Es pues, indispensable, que los representantes del pueblo, al constituirnos, allanen los inconvenientes de la dicha general y tengan los medios de consolidarla; y aún es más necesario a nuestro honor que facilitemos tan saludable reforma; sobre todo que prestemos una obediencia ciega a los decretos de la patria representada en Congreso.

En cuanto a mí, he jurado ser un súbdito fiel, y me veréis emplear todos los días de mi vida en acreditarlo. Desde ahora yo emplazo a la posteridad; muerto yo, ella dirá que cumplí mi juramento. No tengo deseos, no tengo opiniones, ni más derechos que los que me dé el Congreso, ni más deberes que los que él me imponga. Si me dispensáis esa confianza, que tanta honra y satisfacción me causan, la empeño toda y cuanto valga para vosotros, a fin de que nuestras miradas, nuestros afectos y esfuerzos se dirijan al Congreso; que sea él nuestra estrella y el único norte de nuestras operaciones.

En esta marcha de omnipotencia civil, que me atrevería a llamar nueva y ejemplar en América, pueden cometerse errores; pero en ella misma es que debemos buscar el remedio. Ningún cuerpo, ningún hombre hizo jamás la felicidad pública en un mes, en un año. En la infancia son tan naturales los extravíos como lo son el buen juicio y el acierto en la edad madura; y si se quitara al hombre la facultad con que comete sus primeros errores, se le privaría sin duda de la que produce después los grandes hechos. Como Casio, precipítese en el abismo cualquiera de nosotros que deba inmolarse a la existencia de la patria; como Bruto, condene a sus hijos; como Catón, muera con la libertad. ¿Qué diría el mundo, al ver continuar esa cadena de revoluciones, que hemos sustituido a la de la esclavitud? Que con las armas en la mano desde el año diez para comprar a costa de nuestros bienes y nuestras vidas una existencia política, y siete años después de la total emancipación del territorio, continuamos jugando con los principios, aniquilándonos recíprocamente, burlando las esperanzas de nuestros amigos, comprometiendo cada vez más el crédito exterior, avergonzando a los liberales de toda la tierra y escandalizando al género humano. ¿Con qué títulos aspiraríamos al rango de las naciones, a la confianza del extranjero, a la inmigración de hombres laboriosos, al remedio de ninguna de las necesidades que sentimos como pueblo? Volvamos la vista a los demás Estados americanos. ¿Qué son? ¿Por qué no son?

¡Venezolanos! no más actas: no más pronunciamientos: no más que obediencia al soberano Congreso. Busquemos en el sistema republicano, popular, representativo, alternativo y responsable que hemos establecido, esa felicidad por que anhelamos 20 años ha. Una Legislatura después de otra irán cerrando nuestras heridas, arreglando nuestros intereses, metodizando las cosas, y colmarán nuestros deseos. La obediencia y el tiempo son los bálsamos de la patria. No querramos ser ni dejar de ser; sea la voluntad una propiedad exclusiva de nuestros representantes y nosotros ciudadanos obedientes.

Yo no quiero servir, ni dejaré de servir en el puesto que se me señale; nada deseo sino observar fielmente lo que el Congreso acordare. Si éste dejare de existir tampoco existiría vuestro compatriota

José A. Páez

Valencia, 1° de agosto de 1830