Declaración del General Martín Balza del 25 de abril de 1995 (Autocrítica)
Realizada en el Programa televisivo Tiempo Nuevo, dirigido por Bernardo Neustadt
Fuente: Sitio web de Bernardo Neustadt
El difícil y dramático mensaje que deseo hacer llegar a la comunidad argentina busca iniciar un diálogo doloroso sobre el pasado. Un diálogo doloroso que nunca fue sostenido y que se agita como un fantasma sobre la conciencia colectiva, volviendo como en estos días irremediablemente de las sombras donde ocasionalmente se esconde.
Nuestro país vivió en la década del setenta, una década signada por la violencia, por el mesianismo, y por la ideología. Una violencia que se inició con el terrorismo, que no se detuvo siquiera en la democracia que vivimos entre 1973 y 1976, y que desató una represión que hoy estremece.
En la historia de los pueblos, aún los pueblos más cultos, existen épocas duras, oscuras, casi inexplicables. No fuimos ajenos a este destino que tantas veces parece alejar a los pueblos de lo digno, de lo justificable.
Ese pasado de lucha entre argentinos, de muerte fratricida, nos trae a víctimas y victimarios desde el ayer, intercambiando su rol en forma recurrente, según la época, según la óptica, según la opinión dolida de quienes quedaron con las manos vacías por la ausencia irremediable e inexplicable.
Este espiral de violencia creó una crisis sin precedentes en nuestro joven país. Las Fuerzas Armadas, dentro de ellas el Ejército, por quien tengo la responsabilidad ineludible de hablar, creyó erróneamente que el cuerpo social no tenía anticuerpos necesarios para enfrentar el flagelo y, con la ausencia de muchos, tomó el poder una vez más, abandonando el camino de la legitimidad constitucional.
El Ejército, instruido y adiestrado para la guerra clásica no supo cómo enfrentar desde la ley plena el terrorismo demencial. Este error llevó a privilegiar la individualización del adversario, su ubicación por encima de la dignidad mediante la obtención, en algunos casos, de esa información por métodos ilegítimos, llegando incluso a la supresión de la vida, confundiendo el camino que lleva a todo fin justo y que pasa por el empleo de medios justos. Una vez más reitero: el fin no justifica los medios.
Algunos, muy pocos, usaron las armas para su provecho personal. Sería sencillo encontrar las causas que explicaran estos y otros errores de conducción (porque siempre el responsable es el que conduce) pero creo con sinceridad que ese momento ha pasado y es la hora de asumir las responsabilidades que corresponden.
Creo que algunos de los integrantes, de sus integrantes, deshonran un uniforme que era digno de vestir; no invalida en absoluto el desempeño abnegado y silencioso de los hombres y mujeres del Ejército de entonces. Han pasado casi veinte años de hechos tristes y dolorosos, sin duda alguna ha llegado la hora de empezar a mirarlos con ambos ojos. Al hacerlo reconoceremos no sólo lo malo de quien fue nuestro adversario en el pasado, sino también nuestras propias fallas.
Siendo justos, y haremos y nos miraremos. Siendo justos, reconoceremos sus errores y nuestros errores. Siendo justos, veremos que del enfrentamiento entre argentinos somos casi todos culpables, por acción u omisión, por ausencia o por exceso, por anuencia o por consejo.
Cuando un cuerpo social se compromete seriamente, llegando a sembrar la muerte entre patriotas, es ingenuo intentar un solo culpable, de uno u otro signo, ya que la culpa en el fondo está en el inconsciente colectivo de la Nación toda, aunque resulte fácil depositarla entre unos pocos para liberarnos de ella.
Somos realistas y, a pesar de los esfuerzos realizados por la diferencia política argentina, creemos que aún no ha llegado el ansiado momento de la reconciliación. Lavar sangre del hijo, del padre, del esposo, de la madre, del amigo, es un duro ejercicio de lágrimas, de desconsuelo, de vivir con la mirada vacía, de preguntarse por qué, por qué a mí, y así volver a empezar cada día.
Quienes en este trance doloroso perdieron a los suyos, en cualquier posición y bajo cualquier circunstancia, necesitarán generaciones para aliviar las pérdidas, para encontrarle sentido a la reconciliación sincera.
Para ellos no son estas palabras, porque no tengo palabras, sólo puedo ofrecerles respeto, silencio ante el dolor, y el firme compromiso de todo mi esfuerzo para un futuro que no repita el pasado. Para el resto, para quienes tuvimos la suerte de no perder lo más querido en la lucha entre argentinos, es que me dirijo pidiéndoles a todos y cada uno, en la posición en que se encuentran ante este drama de toda la sociedad, responsabilidad y respeto.
Responsabilidad, para no hacer del dolor la bandera circunstancial de nadie. Responsabilidad, para que asumamos las culpas que nos toquen en el hacer, o en el dejar de hacer de esa hora. Respeto, por todos los muertos. Dejar de acompañarlos con los adjetivos que arrastran unos y otros durante tanto tiempo. Todos ellos han rendido sus cuentas, allí donde sólo se cuenta la verdad.
Las listas de desaparecidos no existen en la fuerza que comando. Si es verdad que existieron en el pasado, no han llegado a nuestros días. Ninguna lista traerá en la mesa vacía de cada familia el rostro querido. Ninguna lista permitirá enterrar a los muertos que no están, ni ayudar a sus deudos a encontrar un lugar donde puedan rendirles un homenaje.
Sin embargo, sin poder ordenar su reconstrucción por estar ante un hecho de conciencia individual, si existiera capacidad de reconstruir el pasado, le aseguro a ese alguien, públicamente, la reserva correspondiente y la difusión de las mismas bajo mi exclusiva responsabilidad.
Este paso no tiene más pretensión que iniciar un largo camino, es apenas un aporte menor de una obra que sólo puede ser construida entre todos, una obra que algún día culmine con la reconciliación entre los argentinos. Estas palabras las he meditado largamente y sé que al pronunciarlas dejaré siempre a sectores disconformes. Asumo este costo convencido de que la obligación del ahora y el cargo que tengo el honor de ostentar me lo imponen.
Sin embargo, de poco serviría un mínimo sinceramiento si al empeñarnos en revisar el pasado no aprendiéramos para no repetirlo nunca más en el futuro. Sin buscar palabras innovadoras, sino apelando a los viejos reglamentos militares, aprovecho esta oportunidad para ordenar una vez más al Ejército, en presencia de toda la sociedad: nadie está obligado a cumplir una orden inmoral o que se aparte de las leyes o reglamentos militares. Quien lo hiciera incurre en una conducta viciosa, digna de la sanción que su gravedad requiera. Sin eufemismos, digo claramente: delinque quien vulnera la Constitución Nacional. Delinque quien imparte órdenes inmorales. Delinque, quien cumple órdenes inmorales. Delinque quien para cumplir un fin que cree justo emplea medios injustos e inmorales.
La comprensión de estos aspectos esenciales hace a la vida republicana de un Estado, y cuando ese Estado peligra, no es el Ejército la única reserva de la Patria, palabras dichas a los oídos militares por muchos, muchas veces.
Por el contrario estoy firmemente convencido de que las reservas que tiene una Nación nacen de los núcleos dirigenciales de todas sus instituciones, de sus claustros universitarios, de su cultura, de su pueblo, de sus instituciones políticas, religiosas, sindicales, empresarias, y también de sus dirigentes militares.
Comprender esto, abandonar definitivamente la visión apocalíptica, la soberbia, aceptar el disenso y respetar la voluntad soberana, es el primer paso que estamos transitando desde hace años, para dejar atrás el pasado, para ayudar a construir la Argentina del futuro, una Argentina madurada en el dolor, que pueda llegar algún día al abrazo fraterno.
Si no logramos elaborar el duelo y cerrar las heridas no tendremos futuro. No debemos negar más el horror vivido, y así poder pensar en nuestra vida como sociedad hacia delante, superando la pena y el sufrimiento.
En estas horas cruciales para nuestra sociedad quiero decirles como jefe del Ejército que, asegurando su comunidad histórica como institución de la Nación, asumo nuestra parte de la responsabilidad de los errores en esta lucha entre argentinos que nos vuelve a conmover.
Asumo toda la responsabilidad del presente y toda la responsabilidad institucional del pasado. Soy consciente de los esfuerzos que realizamos todos con vistas al futuro, por ello agradezco en este día a los hombres y mujeres que tengo el orgullo de comandar. Ellos representan la realidad de un Ejército que trabaja en condiciones muy duras, respetuosos de la institución republicana, y poniendo lo mejor de sí al servicio de la sociedad.
Pido la ayuda de Dios, al Dios como yo lo entiendo, al Dios como lo entienda cada uno. Y pido la ayuda de todos los hombres y mujeres de nuestro amado país para iniciar el tránsito del diálogo que restaure la concordia en la herida de cada familia argentina.
Señoras, señores, muchas gracias.