Declaración del Almirante Jorge Godoy del 3 de marzo de 2004 (Autocrítica)
Fuente: Telam
El 03 de marzo de 1857, Buenos Aires despedía al primer Almirante de la República, quien emprendía su último viaje.
Se ha dicho sobre él: "Brown en la vida, de pie sobre la popa de su bajel, valía para nosotros por toda una flota".
Del insigne Almirante heredamos nosotros la Marina de Guerra de nuestra Nación. El nos legó una Fuerza Naval cimentada esencialmente en el valor y coraje de sus hombres, prevalida de la consigna "ser echada a pique, antes que rendida".
Hoy como ayer, es en la virtud, compromiso y cohesión de sus integrantes, donde nuestra Armada halla el pensamiento, la voluntad y la energía, que le permiten afrontar los esfuerzos y desafíos que entraña el cumplimiento de la misión que le ha sido asignada.
En la capacidad de su personal de discernir lo bueno de lo que no lo es; de reconocer lo que a cada uno corresponde; de vencer los propios temores y de actuar siempre con justa moderación, debe encontrarse la flama que ilumine y oriente la acción institucional.
En el compromiso de subordinación, libre y espontáneamente adquirido, corresponde hallar la base de esa voluntad que impele a servir, aún a costa de la propia vida. Servicio enaltecido, porque se le ofrece a la Patria y solo en aras de su propia gloria.
Y es en esa unidad monolítica que necesariamente debe crearse entre cada soldado y sus mandos, donde procede obtener la solidaria conjunción de la que emerge la fuerza, el coraje y aún la audacia imprescindibles para acometer con éxito las empresas más difíciles.
Virtud, compromiso y cohesión aparecen así como factores cardinales, cuyo desarrollo y cultivo son responsabilidad de todos pero, particularmente, de quienes afrontan la tarea de la conducción.
En el ejercicio de esa responsabilidad que me ha sido asignada, en esta fecha tan cara para nosotros, en la que el espíritu de Brown y los principios que él supiera legarnos nos iluminan en su máxima intensidad, deseo dirigir al personal de la Armada un mensaje, que tampoco es ajeno a la propia sociedad de la que surge.
El pueblo de la República se encuentra hoy empeñado, con denuedo y sacrificio, en la recuperación y consolidación de los valores que hicieron grande al país, para legar a sus hijos un futuro promisorio: una Argentina de pie, sostenible, orgullosa de sí e incorporada con dignidad entre sus pares del mundo.
Nuestra Armada -parte de él y comprometido con él- puede, debe y quiere ser un actor protagónico en esta tarea de construcción de una Patria soberana, próspera, con justicia social, con trabajo, con salud, con seguridad, con el desarrollo de su educación, las ciencias, las artes y la tecnología, en síntesis, con la felicidad y bienestar de su gente.
Esta Marina no quiere estar al margen de ninguna faceta de esta epopeya, en la que su potencial humano y material puedan constituirse en un medio apto para colaborar en la prosecución de tales logros. Ello implica el deseo, la intención y la decisión de participar e intervenir del modo más amplio y absoluto, no solo en las políticas específicas de la defensa, sino en todas las que se ejecuten con miras a aquellos superiores objetivos, sin reparar en esfuerzos y sacrificios.
De una vez y para siempre debe pensarse la Argentina con visión de mañana, descartando el reiterado y mezquino hábito de superar la coyuntura. El futuro nos convoca y no estamos dispuestos a perder la posibilidad de alcanzarlo.
En esa gesta común, el pasado debe ser -sin hesitación- fuente de experiencia y conocimiento que oriente la tarea del presente; el recuerdo deviene en la historia que nos permite entender el hoy y ordenarnos para el mañana. Pero -tampoco cabe duda- no puede constituirse en una rémora, que nos ancle en el pretérito y nos avoque a una inmerecida decadencia.
No se puede pensar en el porvenir, ni construir en el presente, permaneciendo prisionero del pasado: la decadencia a la que referí sería entonces la antesala del fin. La Armada debe, pues, proyectarse al futuro y trabajar con fervor en la consecución de sus metas, que son las del país. Es nuestro deber y nuestro privilegio.
La disposición de las acciones que viabilicen el bien común público corresponde, en el contexto de los pueblos civilizados, a sus gobernantes. Las sociedades, en los países democráticos, proyectan sus ideales de vida en las autoridades a las que eligen, a fin de que sean ellas quienes los materialicen.
En ese vasto marco social, la pluralidad de pensamientos -necesaria y enriquecedora- determinará que no siempre los actos políticos de gobierno coincidan con las aspiraciones de todos. Pero en tanto aquellos actos guarden la legitimidad que les es debida, constituye una regla elemental atenerse a sus implicancias.
El disenso es bienvenido en democracia, pero en su ejercicio debe aprenderse a convivir con posturas diferentes, respetando a mayorías y minorías, más siempre priorizando el sentir y la unión nacional, por sobre los intereses sectoriales.
Hoy el Presidente de la Nación, nuestro Comandante en Jefe, nos ha ordenado la cesión de un inmueble que forma parte de nuestra historia y en la que se formaron miles de jóvenes, provenientes de las diferentes latitudes del país.
Sabemos hoy, por la acción de la Justicia, que aquel lugar -que por su elevado destino debió mantenerse al exclusivo servicio de la formación profesional de nuestros suboficiales- fue utilizado para la ejecución de hechos calificados como aberrantes y agraviantes de la dignidad humana, la ética y la Ley, para acabar convirtiéndose en un símbolo de barbarie e irracionalidad.
Así como no puede ocultarse el sol tras un harnero, no pueden esgrimirse argumentos válidos para negar o excusar la comisión de hechos violentos y trágicos en ese ámbito. Hechos que nada ni nadie podría justificar, aún en las gravísimas circunstancias vividas.
Es tan doloroso, como necesario, afrontar esta situación: el cargo que ejerzo y mi conciencia así lo imponen. Estoy convencido, compartiendo en ello plenamente el pensamiento del Gobierno nacional, que solo en la justicia y en la verdad podrá obtenerse el ansiado y pleno reencuentro de la sociedad argentina.
La Marina de Guerra ha conformado desde siempre una fuerza orgánica fundamental del Estado. Basta resbalar por las páginas de nuestra historia para advertir, desde los albores de la Patria, una extensa secuencia de episodios que convocan su presencia. Felices algunos, angustiosos otros, pero que en todos los casos revelan el rol fundacional y esencial que en la Nación desempeña esta casi bicentenaria Fuerza.
Ese carácter que como prenda de honor nos legara el Almirante Brown, nos impide tolerar el apartamiento de los principios éticos y jurídicos, derivados del orden natural, que la Armada ha abrazado de modo inveterado y ancestral. Por eso, ella, en la palabra de su Jefe de Estado Mayor, rechaza categóricamente tales actos.
La Armada, como deber inherente al protagonismo que reclama, no puede -en estos aspectos- permanecer indiferente, en particular, frente a:
La sociedad argentina que, con su horizonte de grandeza, no merece que se le dificulte avanzar, en justicia, hacia las necesarias metas de reconciliación y unión nacional;
El actual personal que ha sufrido y sufre un inmerecido escarnio por causas imputables a quienes mal dirigieron y controlaron, desde la conducción política y operativa, el empleo de la fuerza del Estado;
Es ahora, más que nunca necesario, que la Marina de Guerra, de cara al futuro, pueda empeñarse serena y atentamente en sus misiones específicas y en todas aquellas que se le encomienden para, como surge de su innata vocación, servir lealmente a su país. Constituye también un requerimiento de la hora, impedir la frustración de las jóvenes generaciones de marinos, que nos observan enredados en un pasado disociante. La memoria de Brown, Espora, Piedrabuena, Irizar, Gómez Roca, Giachino, Artuso, los trescientos veintitrés héroes del Crucero Grl Belgrano y tantos otros, conocidos o anónimos, así lo exigen.
Quiera Dios que efectivamente la cesión de este inmueble ayude al mejor entendimiento social, al pleno imperio de la justicia y los derechos humanos, al progreso del país y al bienestar de todos sus habitantes. Que por su fruto se obtenga la ansiada reconciliación que debe emerger necesariamente entre el Estado, sus instituciones y su pueblo.
Los momentos críticos pueden convertirse con prudencia y sabiduría en verdaderas oportunidades para avanzar sobre nuevas y mejores circunstancias. El bien común, los derechos y libertades del hombre, la excelencia de las instituciones a su servicio, la honestidad política, marcan el norte de ese derrotero insustituible hacia la consolidación del perfeccionamiento social.
A los hombres y mujeres que con su cotidiano esfuerzo y desinteresada entrega hacen posible, a veces en condiciones heroicas, que esta Marina honre las responsabilidades que le han sido asignadas, quiero arengarlos a persistir en su diaria lucha y a renovar sus ánimos. Estamos construyendo no solo la Armada, sino la Argentina del futuro y no hay más márgenes para las equivocaciones.
La Marina de Guerra, por su historia, por el sacrificio de su gente, por los principios que la sostienen, por las labores a las que se consagra, ha sido, es y será más que la suma de sus partes. Su personal y sus medios alientan un espíritu que les trasciende: mientras él subsista, nada podrá comprometer su esencia y su misión que, como quedara dicho, surgieron con el país y se plasmaron en su Constitución.
Sepan civiles y militares que hoy afrontan incertidumbres acerca de la continuidad de las labores de estudio, enseñanza e investigación que realizan en el referido complejo educativo de la Institución, que este Jefe de Estado Mayor se compromete a asegurar la prosecución de las tareas que allí se desarrollan y aún a mejorarlas, si ello cabe, pues -como siempre lo he sostenido- es en la formación e ilustración de nuestro pueblo donde se encuentra la clave del desarrollo del país y de la ventura de su gente.
Esta Armada se ordena en torno al ideal de Nación con justicia, libertad y prosperidad que nos legaron los prohombres que la forjaron y se desarrolla en el contexto de la solidaridad que la une a la sociedad que integra, trabajando denodada y silenciosamente en la construcción de una Argentina mejor. No reconoce otros símbolos que su ancla y su bandera.
Todos y cada uno de nosotros debemos estar orgullosos de esta Armada, que es la Armada Argentina, preparada y dispuesta a servir a su Nación, democrática y republicana, bajo los designios de la Constitución y de las autoridades por ella consagradas.
Retemplar las virtudes, reforzar el compromiso y, cual estrecha trama, codo a codo, inescindiblemente juntos frente al desafío de ser mejores, cohesionarnos bajo la premisa del ilustre marino que hoy recordamos especialmente: confianza en la victoria, disciplina y tres vivas a la Patria!