De unas palomas: Oda XIII
Un día que en la vega,
bajo el nogal copado
que da a su fuente sombra
con los pomposos ramos,
cantaba entretenido
con inocente labio
de mi suerte la dicha,
las delicias del campo,
casi a mis pies seguras
se bañaban jugando
las sencillas palomas
en un limpio remanso.
Su bullicio y arrullos,
y sus besos y halagos
me cayeron absorto
la lira de las manos.
Libre yo y ellas libres,
y uno así nuestro estado,
por instantes se hacía
mi embeleso más grato.
Una en medio las aguas,
cual pequeñuelo barco,
ufanándose riza
su plumaje galano;
otra fija bebiendo
del vivo sol los rayos
y en el raudal se sume
para templar su estrago;
otra extiende las alas
cual dos móviles brazos
y al corriente se entrega
que la va en pos llevando;
y otra en plácido giro
revolante en el llano,
torna cien y cien veces
del uno al otro lado,
agitándose todas
y corriendo y saltando
y cruzando y tejiendo
mil revueltas y lazos,
cuando allá de las nubes,
cual flamígero rayo,
un milano sobre ellas
precipítase aciago
que en sus uñas agudas
para bárbaro pasto
de sus pollos, ¡ay!, roba
la más bella inhumano,
sin bastar a salvarla
en tan súbito caso
de mis palmas y gritos
el estrépito vano.
Derramado y sin orden,
con mortal sobresalto
del ladrón ominoso
huye el tímido bando.
Y yo, el alma cubierta
de amargura y espanto,
con la vista le sigo,
con mi voz le amenazo.
¡Desvalida inocencia,
siempre mísero blanco
del poder fiero, siempre
de sus iras estrago!