De mala raza: 31
Escena VIII
editarADELINA, CARLOS Y DON ANSELMO. Momentos después asoma PAQUITA Por el fondo y escucha hasta el fin de la escena.
CARLOS.-(Levantando a ADELINA con violencia.) ¡No es éste tu sitio, Adelina! ¡Te lo he dicho muchas veces!
ANSELMO.-Cuando ella lo ocupaba, por algo sería.
CARLOS.-¡Padre, hoy es día funesto para mí! ¡Desde que amaneció Dios, no han cesado de hostigarme como a fiera enjaulada! ¡Y ya mi razón se oscurece! ¡Te lo juro! ¡Mira que llegó a las lindes de la locura! ¡Tened todos lástima de mí!... ¡O cuenta conmigo!...
ANSELMO.-Contigo cuento, no ya porque eres mi hijo, sino porque creo que eres un hombre de honor... Y por eso te llamo.
CARLOS.-¿Para apretar el tormento?
ANSELMO.-¡Para acabar con él!
CARLOS.-¡Si no puede acabar nunca!
ANSELMO.-Porque tú no quieres.
CARLOS.-¡Pues sí quiero!... ¿Cómo?... ¡Di cómo!
ANSELMO.-Fácilmente... No te propongo un imposible, ni una crueldad, ni un sacrificio...
CARLOS.-¡Acaba! ¿Qué es?
ANSELMO.-Que te entregue Adelina las cartas que ha recibido ahora mismo del marqués.
CARLOS.-¿Ella?
ANSELMO.-Sí
CARLOS.-¿No más?
ANSELMO.-No más.
CARLOS.-(Volviéndose a ADELINA.) Pues sea.
ADELINA.-(Al oído, rápidamente.) ¡Son de Víctor!... ¡Hablan de Paquita!
ANSELMO.-¡Ah!... ¿Ya le ha dicho usted algo?
CARLOS-(A su padre.) Sé lo que contienen... No vale la pena.
ANSELMO.-¡Ah! ¡Mi condenación! ¿Qué influjo maldito tiene esa mujer sobre ti que una palabra suya pesa más en tu corazón que todas las lágrimas de tu padre?
CARLOS.-¡Es porque la amo con toda mi alma! ¡Es porque creo en ella como creo en el cielo!
ANSELMO.-¡Pues dame esa carta, ya que es tuya, y yo haré que ni ames ni creas! ¡Dámela!
CARLOS.-¡No!
ANSELMO.-¡Pues lee en ella!
CARLOS.-¡No!
ANSELMO.-¡Ah! ¡El insensato, que se hunde hasta los labios en el cieno de su deshonra!...
CARLOS.-¡Y hasta el cráneo en el torbellino de la desesperación!...
ANSELMO.-¡Mira que esa mujer!...
CARLOS.-¡Ni una palabra!... (ADELINA se abraza a él; PAQUITA, avanza lentamente.)
ANSELMO,-¡Esa mujer, te digo!...
CARLOS.-¡Es sagrada!
ANSELMO.-¿Más que tu padre?
CARLOS.-(Después de querer decir: «¡Más!») ¡Tanto!
ANSELMO.-¿Por qué?
CARLOS.-¡Porque es mi amor! ¡Porque es mi esposa! Porque es la madre de mi hijo!
ANSELMO.-¿Tu hijo! ¡Desdichado! ¿Estás seguro? (ADELINA da un grito y se abraza más a CARLOS.)
CARLOS.-¡Ah!... ¡No más!... ¡No más!... Todo acabó!... ¡Acabó todo!.. ¡Todo! ¡Dame! ¡Las cartas! (Arrancándole las cartas a ADELINA.) ¡Pronto!... ¡Sí! ¡Suelta!... (Desprendiéndose de ella.) ¡Toma! (A su padre, dándole las cartas. La situación queda encomendada a los actores.)
ANSELMO.-¡Al fin! (Las coge y lee febrilmente.)
ADELINA.-¡Carlos!
CARLOS.-(Abrazando a ADELINA, apretando contra su pecho la cabeza de su esposa, loco, delirante, llorando.) ¡Adelina!...¡Dios mío! ¿Qué hice? ¡Soy un miserable! ¡No pude más! ¡No pude más! ¡Tus brazos! ¡Tu frente!...
ANSELMO.-¿Qué es esto?... ¡Dios mío! ¡Sí!... ¡Paquita!... (Buscándola con la vista. U posición de los personajes es como sigue: DON ANSELMO, junto al candelabro, leyendo; detrás, PAQUITA; a la derecha, CARLOS y ADELINA, formando un grupo. CARLOS no vuelve la cabeza ni mira a su padre; parece que quisiera esconderse en los brazos de ADELINA.)
PAQUITA.-¡Anselmo!...
ANSELMO.-¡Paquita! ¡Víctor ha muerto!...
PAQUITA.-¡Víctor! ¡Jesús mil veces! (Cae desplomada en el sofá; ADELINA corre a abrazarla.)
ANSELMO-¡Era verdad! (Quiere precipitarse sobre PAQUITA.) ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Era verdad!
CARLOS.-(Conteniéndole.) La infamia de Víctor, sí...; pero ya la pagó!... (Abrazándose a él.) ¡La infamia de Paquita, no!... ¡Yo te lo juro!
ANSELMO.-¿Quién lo prueba?
ADELINA.-¡Víctor, a la hora de su muerte!
CARLOS.-¡Y yo, que dejo a Paquita junto a ti, en el puesto de mi madre! ¡Cuando no le arranqué la vida es que por honrada la tengo!
ANSELMO.-(Desprendiéndose de su hijo.) ¡Carlos!
CARLOS.-¡Eres demasiado bueno para ser injusto dos veces! ¡Basta con mi pobre Adelina!
ANSELMO.-¡Hijo!
CARLOS.-¡Por el mío fui yo cruel! ¡Por el tuyo sé tú piadoso!
ANSELMO.-(Se abrazan.) ¡Carlos!
CARLOS.-¡Aquí!... ¡Aquí!... ¡Ya no sales de mis brazos hasta que sea mía tu alma entera! ¡Y ahora, padre mío, a la felicidad los dos o los dos a la desesperación!