De la primavera: Oda V

​De la primavera - Oda V​ de Juan Meléndez Valdés



La blanda primavera    
derramando aparece   
sus tesoros y galas   
por prados y vergeles.   

Despejado ya el cielo    
de nubes inclementes,   
con luz cándida y pura    
ríe a la tierra alegre.    

El alba de azucenas   
y de rosa las sienes   
se presenta ceñidas,   
sin que el cierzo las hiele.   

De esplendores más rico   
descuella por oriente   
en triunfo el sol, y a darle    
la vida al mundo vuelve.   

Medrosos de sus rayos   
los vientos enmudecen,    
y el vago cefirillo    
bullendo les sucede,  

el céfiro, de aromas   
empapado, que mueven   
en la nariz y el seno    
mil llamas y deleites.   

Con su aliento en la sierra    
derretidas las nieves,   
en sonoros arroyos   
salpicando descienden.   

De hoja el árbol se viste,   
las laderas de verde,    
y en las vegas de flores   
ves un rico tapete.   

Revolantes las aves   
por el aura enloquecen,   
regalando el oído  
con sus dulces motetes.    

Y en los tiros sabrosos   
con que el ciego las hiere,   
suspirando delicias,   
por el bosque se pierden,   

mientras que en la pradera,   
dóciles a sus leyes,   
pastores y zagalas   
festivas danzas tejen,   

y los tiernos cantares  
y requiebros ardientes   
y miradas y juegos   
más y más los encienden.   

Y nosotros, amigos,   
cuando todos los seres   
de tan rígido invierno   
desquitarse parecen,   

¿en silencio y en ocio   
dejaremos perderse    
estos días que el tiempo  
liberal nos concede?   

Una vez que en sus alas   
el fugaz se los lleve,   
¿podrá nadie arrancarlos   
de la nada en que mueren?  

Un instante, una sombra   
que al mirar desparece,   
nuestra mísera vida   
para el júbilo tiene.   

Ea, pues, a las copas, 
y en un grato banquete   
celebremos la vuelta   
del abril floreciente.