De la mujer y sus derechos en las sociedades modernas
La cuestión del derecho de la mujer á ejercer profesiones liberales, y á reivindicar derechos civiles y políticos iguales á los de los hombres, han sido puesto sobre el tapete recientemente en París y en Bruselas.
No hace muchos días que una señorita Schultze, escogió como tema de su tésis para el doctorado La mujer médico. El debate que esta tésis ocasionó fue curiosísimo, pero apesar del talento de la nueva doctora, el célebre profesor Charcot, presidente del Tribunal, declaró que la mujer médico no sería jamás igual al hombre médico. A lo más podría llegar á ser una especie de comadrona, ó de enfermera ilustrada. Estos últimos días varios otros dictámenes notables sobre el particular se han dado en academias y facultades de medicina de Bélgica y Holanda; también se han dado algunos por las facultades de Derecho, apropósito de mujeres que pretendían ser abogados, y aún jueces.
Y es de notar que los más distinguidos doctores—los antropólogos más sabios, todos están conformes en declarar la inferioridad física, moral é intelectual de la mujer; y que sus empleos son todos los relativos á la progenitura y educación de los hijos hasta que tienen edad de instruirse; nunca las profesiones verdaderamente intelectuales. Así los tribunales de Bruselas han rehusado á las mujeres el ejercicio de la profesión de abogacía—fundándose en raciocinios asaz cuerdos y bien informados, pues de concedérseles pretendían nada menos que escalar la magistratura.
Esa monomanía democrática mal entendida, de igualdad absoluta entre el hombre y la mujer es una importación norte americana.
Ese país, que al fin y al cabo no es más que un estado primitivo con mecánica, ha pretendido imponer lo que la fisiología y la psicología demuestran que es un absurdo. El hombre y la mujer tienen funciones diferentes. Cuanto más perfecta es una sociedad, más viril será el hombre y más femenina la mujer.
Es verdad que en las modernas sociedades, las obreras ganan su subsistencia de una manera tan dura como los obreros, que en el campo, en muchos países las mujeres cultivan la tierra, cuidan los animales, van á la siega. Y que en las tiendas son empleadas y cajeras, cajistas en las imprentas, y en los servicios públicos, telegrafistas, carteros, etc., pero sobre que muchos de estos oficios ú ocupaciones son esencialmente femeninos, y por tanto indignos de un hombre, hay que ver, que otros de entre ellos los ejercen gracias al desarrollo y desquiciamiento social que se produce en un período de transición como el nuestro.
Pero poniendo la cuestión en serio, lo que se trata de ventilar es lo siguiente.
La mujer. ¿Es igual al hombre?
¿Es equivalente?
¿Es su complemento, y el hombre, en consecuencia, el complemento de la mujer?
Entre estos dos elementos complementarios, ¿cuál es el que tiene mayor importancia?
Nadie que haya saludado la anatomía y la fisiología, aunque sea de una manera muy superficial podrá sostener la igualdad ni la equivalencia física, entre el hombre y la mujer.
Es un hecho, y una de las leyes fundamentales de la zoología que en los mamíferos hasta cierta edad ambos sexos tienen iguales ó parecidas formas, escepción hecha de los organos genitales. La diferenciación empieza en el momento en que se declara la aptitud genital.
Entonces en todos ellos, no solo el macho difiere, es decir, evoluciona más que la hembra, sino que se vuelve superior, bajo los aspectos de tamaño ó grandor, de fuerza, y de inteligencia. En la especie humana—el hombre adquiere mayor estatura, más anchura de espaldas, el cuello se le vuelve más robusto, los músculos adquieren mayor relieve, los biceps se acentúan extraordinariamente. El cuerpo, en general, vuélvese ágil y enérgico, y la voz adquiere potencia. Y sobre todo la inteligencia toma gran desarrollo. En la época de la pubertad, por la castración puede detenerse este desarrollo general y entonces el hombre se afemina. También es un hecho de experimentación rigurosa que por los abusos sexuales el hombre pierde su energía, intelectual y física y desciende otra vez de su elevación moral como de su fuerza muscular.
Esto y no otra cosa significa la fábula de Hércules hilando y dedicado á las labores femeninas á los piés de Omfalia.
Así la inferioridad de la mujer resulta ser evidentemente el producto de la no masculinidad y viene á ser en su desarrollo ontogenésico, como dijo un genial profesor de medicina de esta Universidad, un hombre fracasado.
Desde la inteligencia á la estatura, todo es en ella inferior y contrario al hombre. Todo en ella va de fuera hacia dentro, todo es concentrativo, receptivo y pasivo; así como en el hombre todo es espansivo y activo. Una infinidad de detalles fisiológicos y embriogénicos que sería prolijo relatar en un artículo de periódico diario, vienen á probar este aserto.
En la generación, la mujer, si bien produce el germen, el óvulo este es como vejetativo sin la acción viril fecundante, viniendo á ser su función mera y esencialmente recepctiva.
Todo converje á ello en ella: la delicadeza y morbidez de sus líneas, la finura de su cutis, la tersura de sus carnes, la anchura de su pelvis, el desarrollo de sus formas, el del complexus solar y la estrechez de su cerebro.
En sí misma, la mujer, no es como el hombre, un sér completo; es sólo el instrumento de la reproducción, la destinada á perpetuar la especie; mientras que el hombre es el encargado de hacerla progresar, el generador de la inteligencia, á la vez creador y demiurgos del mundo social.
La antropología moderna, apoyándose en todas las observaciones y experimentos de todas las ciencias que concurren á estudiar nuestra especie, ha delimitado bien ambos campos.
Luego otra observación viene en apoyo de nuestra teoría. Cuanto más superior es el estado social humano, cuanto más perfecta es la raza, más masculino es el hombre y mas femenina es la mujer. Así, es un hecho, que hoy día, en nuestras civilizaciones superiores, Francia, Inglaterra, Holanda, Alemania, Suiza, España, Italia, etc., etc., desparecen los tenores y se van acentuando las voces de barítono y de bajo. Mientras que en la Edad Media y en el Renacimiento dichas voces eran lo común, sobre todo en los individuos inferiores de cuarenta áños. Tal como están los sexos en las sociedades europeas y americanas más adelantadas, el promedio de la energía entre hombres y mujeres, puede venir representado por la proporción de 3 es á 2.
Apropósito de la diferencia entre estas dos energías es preciso considerar que en la mujer, la mayor parte de fuerzas se gastan naturalmente en la generación; ocho días por mes, esto es 96 días al año de estado patológico, nueve meses por cada hijo, 40 días de cama y convalescencia, de doce á quince meses de cría, luego un par ó tres de años de cuidado riguroso del hijo, total un promedio de cinco años por nacimiento. Esto sin contar las metritis y otras enfermedades que se originan en la maternidad. Aun cuando intelectualmente, la mujer fuera la equivalente y la igual, y aun queremos superior al hombre, que tiempo le quedaría en lo fuerte de su vida para dedicarse normalmente á otra cosa que á la maternidad?
Precisamente el sistema nervioso humano está polarizado como una pila: si se hace funcionar de un lvdo se otrofia y disminuye de otro. En el hombre normal, el cerebro domina al aparato genésivo. Este funciona un momento y luego cesa; pero en la mujer es todo lo contrario; su inteligencia está toda ella subordinada á su sexo. El motivo principal de todos sus actos, el fondo de su psicología, consciente ó inconscientemente, es la reproducción de la especie. Su locura, su disolución en ciertos casos, son medios providenciales de que se vales la especie para perpetuarse. Así es que todo tiende a la no igualdad, entre ambos sexos y á la no equivalencia; luego la mujer, inferior al hombre, deberá de ser su complementaria en las funciones sociales.
En el próximo artículo formularé la especialización de sus aptitudes psicológicas y en el último el carácter de su organización y el papel que en toda sociedad bien organizada representar debe, con los derechos á que es acreedora.