De la Imprenta en Francia: 09

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

IX.


Después de explicar las causas que á nuestro entender pueden haber movido el ánimo del Emperador, queda otra duda por aclarar. ¿Cómo han mostrado tanta repugnancia á seguirle por nuevos caminos, muchos Diputados que siempre hablan sido fieles á su política?

Para dilucidarlo es necesario que fijemos por un momento la vista en sucesos pasados, y sobre todo en la grave crisis que atravesó la Francia al pasar en 2 de Diciembre de 1851 de la república á la presidencia vitalicia, para llegar poco después al imperio. En aquel gravísimo trance no todos tuvieron confianza en los medios empleados; aun entre los más resueltos á salvar la sociedad de los abismos á cuyo borde la pusiera la revolución, hubo muchos que quisieron llegar á la consolidación del orden público por vias legales y parlamentarias; también contra estos fué preciso combatir en los dias del golpe de estado. Tuvo, pues, el nuevo Gobierno que proceder involuntariamente por eliminación, al organizar las nuevas Asambleas políticas. En cuanto á los servicios públicos, no ocurrieron grandes dificultades: la magistratura, los empleados de la administración, la marina, el ejército, con excepciones poco numerosas, aunque importantes si se atiende á la calidad de las personas, se mostraron como siempre dispuestas á prestar su cooperación al Gobierno que por conducto de los plebiscitos habia obtenido absolución de su origen, y aprobación general de los ciudadanos. Sin que el jefe del Estado pudiera remediarlo, la organización de las Asambleas políticas hubo de tropezar con mayores inconvenientes, porque de ellas no solo los resueltos partidarios de la república, sino los amigos del sistema parlamentario, los oradores notables, los prohombres de los antiguos partidos, quedaron alejados y excluidos. No pudieron pues, tomar asiento en el Senado y Cuerpo legislativo de los primeros años los republicanos de la víspera ni aun muchos de los del dia siguiente, ni legitimistas intransigentes, ni otros como M. Berryer á quienes no asustan las prácticas de una libertad pacífica y razonable: ni los orleanistas de la antigua izquierda ó de los centros que permanecian fieles, ó bien á aquella dinastía ó bien á las tradiciones parlamentarias. No siempre gozan los Gobiernos de la preciosa facultad de escoger sus amigos. Deciden sobre quienes han de serlo las circunstancias, y luego los afianzan los compromisos contraidos, la responsabilidad común, los servicios reciprocamente prestados, y las empresas á que todos han concurrido. Sucesos posteriores, grandes prosperidades y triunfos, la innegable moderación del Emperador, su conocida inclinación á máximas de gobierno acomodadas al espíritu de estos tiempos, ciertos actos de liberalismo espontáneo á que en Francia y fuera de ella se hizo justicia, ablandaron durante algún tiempo los ánimos, y entibiaron cuando menos las enemistades que no tenían carácter personal. Pero en los primeros días no pudieron menos de apartarse aun los más templados entre aquellos que creen difícil haya salvación para los pueblos fuera de la libertad constitucional; los que piensan que al faltar la luz de la publicidad y la discusión, bajo las tinieblas por poco duraderas que sean siempre se esconden hondos precipicios; así como los que siendo amigos ó enemigos de la democracia, entienden que solo limitada y corregida por la libertad civil puede preservarse de sus mayores vicios é inconvenientes; así como los oradores de las antiguas Asambleas, los escritores públicos, los profesores y letrados, los que acostumbran á dar empleo á su actividad en las contiendas de la política, y los que sin participar del general entusiasmo por las glorias del primer imperio, temían infundadamente según la experiencia ha demostrado, que el segundo envolviese también á la Francia en continuas guerras, y en proscripción general con nombre de ideólogos á cuantos se ilustran con el ejercicio de las letras y con el cultivo de la inteligencia. Todos ellos formaron campo separado en los primeros días, y contrajeron empeños y lazos políticos que no siempre es posible quebrantar. No hablamos de otras gentes cuya conducta política suele guiarse por absoluta y universal desconfianza de todo linaje de gobiernos.

Procediéndose por eliminación, como hemos dicho, fácil es colegir cuáles serian los elementos de que se compusieron las nuevas Asambleas. El verdadero fundamento y base del imperio fué esa inmensa mayoría de personas honradas y sensatas, á quienes la libertad no arrebata ni tampoco arredra; pero á quienes estremece y consterna el desbordamiento de la anarquía, de tal suerte que las grandes catástrofes de 1848 los habían predispuesto á buscar refugio bajo la protección de un Gobierno resistente y vigoroso. Si á los revolucionarios no los cegara el furor, y pudieran ver lo que pasa durante los períodos de anarquía en el seno de cada familia, de cada casa de labranza, de cada taller y de cada tienda, conocerían que por sus propias manos, con el desasosiego y terror que ínfutiden, labran los sólidos fundamentos de próxima y duradera dictadura. No es corta fortuna que de esa dictadura se bagan dueños como ha sucedido en Francia, personas dignas de ella por la elevación de miras y propósitos. Pero esa multitud de vecinos pacíficos que van á arrojarse en brazos de quien pueda salvarlos, al dia siguiente se contentan con dar al nuevo Gobierno su voto, ó cuando más sus aplausos y bendiciones y pronto dejan abandonado y expedito el teatro de la política á los nuevos partidos. Al frente del que se formó en Francia después del 2 de Diciembre hubieron necesariamente de figurar los bonapartistas de la víspera, que habiendo acompañado á su jefe en días de prueba y de infortunio estaban mejor que nadie en el caso de inspirar confianza y respeto por la sinceridad de su propia adhesión y por la consecuencia de su conducta. Fueron también á reunirse con ellos los más deseosos de salir de las incertidumbres de la anterior política: los rivales y émulos de quienes antes habían ocupado el primer lugar en Cámaras y gobiernos: los más inclinados á buscar en la fuerza no restringida la salvación de una sociedad perturbada; los que siempre habían visto con sobresalto las agitaciones de la libertad, los excesos de la prensa y las peripecias continuas del régimen parlamentario. Al lado del Presidente, que no tardó en ser Emperador, fueron también á ocupar los primeros puestos algunos personajes notables, aunque no numerosos, de los que habían adquirido su experiencia y consolidado su reputación en las Asambleas políticas de la monarquía de Julio y de la república. Era además en aquellos días preciso buscar apoyo en los elementos resuelta é ilimitadamente conservadores. Descontento de la confusión y desorden de la república y de la insensata provocación que le obligara á mover contra franceses las armas que hubiera preferido emplear contra los enemigos de su patria, no podía el ejército negar su simpatía y apoyo al heredero de un nombre enlazado con la gloria de sus banderas. Extrañas á la inquietud que bulle y á las pasiones que estallan dentro de París y de otras grandes ciudades, era natural que las poblaciones rurales se mostraran propicias al nuevo régimen por su indiferencia á los intrincados problemas de la política, su afición á las leyendas bonapartistas, y su exclusiva adbesion á las ideas menos abstractas del patriotismo. Por último, estaba muy en su lugar, que el clero inducido por los nobles deberes de su elevado ministerio prestase apoyo después de tantas perturbaciones á un gobierno conservador, procurando olvidar las desavenencias del primer imperio en sus últimos dias con el Pontificado: aunque es de temer que con equivocación notable creyera posible ganar en pocos meses el terreno perdido en largos años, y dirigir por los antiguos caminos á la sociedad francesa, consternada pero no convertida aun después de los gravísimos conflictos de 1848. Por su influjo se fueron á alistar bajo las banderas de la nueva dinastía las falanjes clericales, si bien no se necesitó largo tiempo para que se convenciesen de que no siempre su voluntad habia de predominar en los consejos del nuevo imperio. Después de varias alternativas de unión, desconfianza y hostilidad, frecuentes síntomas inducen á dudar si será esta alianza sólida é indisoluble.

Estos fueron los elementos que en 1852 y años inmediatos prestaron su poderoso concurso al Emperador Napoleón, y sirvieron para componer las Asambleas dentro de las cuales aun conservan numerosísima mayoría. Faltaron del todo, ó bien entraron más tarde en corto número, y acaso por las puertas de la oposición, en razón á las circunstancias referidas que ni el Emperador ni nadie pudo remediar, los representantes de otros intereses y tendencias sociales, cuya falta bien se lia advertido en repetidas ocasiones y cuya cooperación fuera útil para dar á aquellos Cuerpos fisonomía y color más parecidos al carácter general de la culta nación que representan, y para que encontrasen mayor inclinación y facilidad los elevados y liberales designios del jefe del imperio.

La composición actual del Cuerpo legislativo y del Senado basta para explicar en esta ocasión la contrariedad de miras á que antes nos referimos. Colocados á menor altura, y exentos de la grave responsabilidad que ilumina á los que manejan el poder, no parece extraño que permanezca fiel con obstinación gran número de Diputados y Senadores á la política que dictó el decreto de 17 de Febrero de 1852, y que se consideren desairados al ver que no ha logrado su concurso estorbar que el Gobierno entre por nuevas vías, como si más bien hubiese pesado la calidad que el número de los votos. Pero una vez demostrada su adhesión al antiguo sistema, natural era que apoyasen estos Diputados todas las medidas restrictivas que la nueva ley contiene, y que han sido combatidas por la oposición liberal, y á veces también por el tercer partido. De estas medidas restrictivas, vamos abora á dar noticia, asi como de lo que ha sucedido en la discusión de los principales artículos.