De la Imprenta en Francia: 01

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


DE LA IMPRENTA EN FRANCIA

Y

DE LAS ÚLTIMAS DISCUSIONES DEL CUERPO LEGISLATIVO.




I.

Lo que ocurre en Francia con motivo de la ley de imprenta que discute el Cuerpo legislativo, es suceso que merece detenida consideración, y en toda Europa ha logrado excitar el más vivo interés. Procuremos referir en breves palabras las razones que justifican esta curiosidad, y los antecedentes de estos debates. Desde 1852 existia en Francia una ley de imprenta, que todos á una voz, partidarios y enemigos, habian considerado como restrictiva, no en su aplicación á escritos meditados y voluminosos, no con respecto á los libros que gozaban de libertad poco restringida; sino en cuanto á esos otros órganos de la publicidad que por ser continua su acción, por dirigirse á todas las clases del Estado, por estar al alcance de todas las fortunas y de todos los talentos, por tratar de las cuestiones del dia, y por estar frecuentemente consagrados á polémicas personales é irritantes gozan del doble privilegio de agitar los ánimos del público y de enojar á los Gobiernos.

No era el sistema aplicado á los diarios, ni el que ha solido ser llamado represivo, ni el preventivo, ni el que aguarda á que el delito se cometa para castigarlo, confiando exclusivamente la disciplina de la imprenta á los tribunales, ni el que precave las faltas por medio de un previo examen que el Gobierno se reserva ó confia á sus agentes, bajo los nombres de censura, ó de recogida, palabras diferentes que vienen á significar una misma cosa; sino otro distinto, nuevo, y mixto, á que se dio nombre de régimen administrativo. Su resorte principal era cierta especie de reprensiones llamadas avertissements, vocablo que no es fácil traducir, y que todo el mundo comprende, siendo por lo tanto inútil buscarle exacto equivalente en castellano al tratar de una facultad del Gobierno que en España no ha existido hasta abora. En esta especie de avisos ó amonestaciones, se guardaba cierta escala: el primero y segundo venian á ser como apercibimiento y amago; al ser fulminado el tercero podía ser suprimido el diario que habia vuelto á excitar la cólera del Gobierno, y como los periódicos además de arma política son entre nuestros vecinos empresas mercantiles y representan capitales crecidos, el peligro era de tal naturaleza, é infundía tal temor, que tenia contenidos á los periodistas, al propio tiempo que dejaba en manos de la autoridad el derecho de suprimir un diario cuando le parecía sobradamente hostil, ó dañoso. Aun hubiera sido esta facultad en parte ilusoria á no reservarse el Gobierno otra que viene á ser como el complemento de la de suprimir, y es la de la autorización previa sin cuyo requisito ningún diario podia de nuevo publicarse, adquiriendo la ley bajo este concepto el carácter de preventiva. También se ha de tener en cuenta que la represión, pues que en rigor represión era la de las advertencias, no estaba confiada á una autoridad más ó menos independiente é imparcial, como se presume que ha de ser la de los tribunales : sino que la administración misma se reservaba su uso discrecional llegando á ser juez y parte en caso de que la ofendieran y agraviasen los periodistas.

Habia vivido esta legislacion por espacio de unos quince años, desde el decreto de 17 de Febrero del año de 52, y todos estos rigores y precauciones habian sido consentidos y aun acaso reclamados por la opinión pública, después de los gravísimos peligros que corrió la sociedad francesa, á consecuencia de la revolución de 1848, y de ellos se habia hecho uso con más ó menos moderación, según las circunstancias y tiempos; algunos periódicos, no muchos, habían sido suprimidos: otros conservaban cierta independencia relativa, á condición de huir de terrenos escabrosos, y de no aproximarse á materias inflamables. Lamentábanse en general de esta situación todos los enemigos del Gobierno, todos los periódicos con excepción de los que le eran afectos, y además entre las gentes ímparciales, algunas que aun conservan fe en la luz de la verdad por la cual suponen se puede guiar el género humano en medio de las contradicciones, oscuridad y laberintos de la discusión cuotidiana. Durante largo tiempo hizo poco aprecio de estos clamores la opinión general satisfecha y complacida con la prosperidad y los aciertos de la política imperial.

La verdad es, que ya fuera algo más adelante la opinión pública en Francia favorable ó adversa á este régimen administrativo, sobre cuyo punto cabe diversidad de pareceres, la verdad es, decimos, que no se habia expresado aun á principios de 1867 con tal unanimidad y en términos tan imperiosos que se pudiera el Gobierno considerar forzado, á menos de terribles tempestades, sin pérdida de dia ni de momento, á cambiar de rumbo político y conceder mayor amplitud á la imprenta. Diremos más, y es que ni entre los sostenedores ni entre los adversarios del Gobierno, se creia aun inmediato semejante cambio. En el Cuerpo legislativo, con el nombre de tercer partido, se habia antes reunido un grupo de Diputados que, permaneciendo fieles al sistema napoleónico, pedian que se pusiera mano á la coronación del edificio constitucional, como se ofreció en 1852 al tiempo de echar sus cimientos. Pero aun reunidos con los Diputados radicales, y con los escasos si bien ilustres representantes de los antiguos partidos, estos disidentes, después de haber merecido plácemes y aplausos por sus templados y hábiles discursos, como suele suceder se quedaron en corta minoría cuando llegó el trance decisivo de las votaciones. No es raro en la historia el ejemplo de Gobiernos que en defensa de su autoridad hayan contrariado la opinión predominante de los Congresos. Otros presurosamente se han prestado á rendir homenaje á una mayoría adversa. Pero no todos los dias ocurre el caso de ver á depositarios de la autoridad soberana cerrando sus oidos al consejo y voluntad de mayorías consecuentes y obsequiosas. Todo el mundo consideraba como espectáculo poco menos que inverosímil el de un Monarca que desoyendo la voz de sus parciales y sin que necesidad apremiante lo exigiese, deliberada y generosamente se prestara á despojarse de una parte esencial de las prerogativas que para defensa suya y de la sociedad le habían sido confiadas. Nadie esperaba por consiguiente en Francia un cambio político, y los ministros no estaban más adelantados en noticias que el resto de los mortales. En su discurso de 4 de Febrero ha confesado el mismo M. Rouher que no la tenía anticipada del suceso de que vamos á hablar. El Cuerpo legislativo y el Senado seguían prestando al Gobierno el apoyo de nutridas votaciones; los ministros del Emperador celebraban en graves discursos las excelencias del régimen administrativo aplicado á la imprenta, y uno de ellos no solo preconizaba la virtud de las advertencias, sino que conjuraba á los amigos del imperio, y particularmente á los del tercer partido, á que renunciando á veleidades de insubordinación, cerrasen su ánimo á toda esperanza de cambio en la politica. Aun casi repetian estas palabras los ecos del palacio donde celebra el Cuerpo legislativo sus sesiones, cuando los parisienses, que se habían dormido en la persuasión de un statu quo perenne, al despertarse encontraron en el Monitor del 20 de Enero la carta del Emperador al Ministro de Estado, carta tan inesperada como justa y universalmente aplaudida.