De Mérida sale el palmero,
de Mérida, esa ciudade;
los pies llevaba descalzos,
las uñas corriendo sangre;
una esclavina trae rota,
que no valía un reale,
y debajo traía otra,
¡bien valía una ciudade!
que ni rey ni emperador
no alcanzaba otra tale.
Camino lleva derecho
de París, esa ciudade;
ni pregunta por mesón,
ni menos por hospitale,
pregunta por los palacios
del rey Carlos do estaen.
Un portero está a la puerta,
empezóle de hablare:
-Dígadesme tú, el portero,
el rey Carlos ¿dónde estáe?
El portero, que lo vido,
mucho maravillado se hae,
cómo un romero tan pobre
por el rey va a preguntare.
-Dígademeslo, señor,
de eso no tengáis pesare.
-En misa está, buen palmero,
allá en San Juan de Letrane:
dice misa un arzobispo,
y la oficia un cardenale.
El palmero que lo oyera,
íbase para San Juane;
en entrando por la puerta,
bien veréis lo que haráe:
humillóse a Dios del cielo
y a Santa María, su madre,
humillóse al arzobispo,
humillóse al cardenale,
porque decía la misa,
no porque merecía mase,
humillóse al Emperador
y a su corona reale,
humillóse a los doce
que a una mesa comen pane.
No se humilla a Oliveros,
ni menos a don Roldane,
porque un sobrino que tienen
en poder de moros estáe,
y pudiéndolo hacer,
no lo van a rescatare.
De que aquesto vio Oliveros,
de que aquesto vio Roldane,
sacan ambos las espadas,
para el palmero se vane.
con su bordón el palmero
su cuerpo va a mamparare.
Allí hablara el buen rey,
bien oiréis lo que diráe:
-Tate, tate, Oliveros,
tate, tate, don Roldane,
o este palmero es loco,
o viene de sangre reale.
Tomárale por la mano,
y empiézale de hablare:
-Dígasme tú, el palmero,
no me niegues la verdade,
¿en qué año y en qué mes
pasaste aguas de la mare?
-En el mes de mayo, señor,
yo las fuera a pasare; 7
porque yo me estaba un día
a orillas de la mare,
en el huerto de mi padre
por haberme de holgare,
cautiváronme los moros,
pasáronme allende el mare,
a la Infanta de Sansueña
me fueron a presentare;
la infanta, cuando me vido,
de mí se fue a enamorare.
La vida que yo tenía,
rey, quieroósla yo contare:
en la su mesa comía,
y en su cama me iba a echare.
Allí hablara el buen rey,
bien oiréis lo que diráe:
-Tal cautividad como esa
quien quiera la tomaráe.
Dígasme tú, el palmerico,
si la iría yo a ganare.
-No vades allá, el buen rey,
buen rey, no vades alláe,
porque Mérida es muy fuerte,
bien se vos defenderáe.
Trescientos castillos tiene,
que es cosa de los mirare,
que el menor de todos ellos
bien se os defenderáe.
Allí hablara Oliveros,
allí habló don Roldane:
-Miente, señor, el palmero,
miente y no dice verdade,
que en Mérida no hay cien castillos,
ni noventa a mi pensare,
y estos que Mérida tiene
no tien quien los defensare,
que ni tenían señor,
ni menos quien los guardare.
Desque esto oyó el palmero,
movido con gran pesare,
alzó su mano derecha,
dio un bofetón a Roldane.
Allí hablara el rey,
con furia y con gran pesare:
-Tomadle, la mi justicia,
y llevédeslo a ahorcare.
Tomádolo ha la justicia
para haberlo de justiciare;
y aun allá al pie de la horca
el palmero fuera hablare:
-¡Oh mal hubieses, rey Carlos!
Dios te quiera hacer male,
que un hijo solo que tienes
tú le mandas ahorcare.
Oídolo había la reina,
que se le paró a mirare;
-Dejeslo, la justicia,
no le queráis hacer male,
que si él era mi hijo
encubrir no se podráe,
que en un lado ha de tener
un extremado lunare.
Ya le llevan a la reina,
ya se lo van a llevare;
desnúdanle una esclavina
que no valía un reale,
ya le desnudaban otra
que valía una ciudade;
halládole han al infante,
hallado le han la señale.
Alegrías se hicieron
no hay quien las pueda contare.