David perseguido y montes de Gelboé/Acto III

David perseguido y montes de Gelboé
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Sale ABIGAIL por lo alto de un monte con muchos villanos, con cestas de presente; y por lo alto de otro monte DAVID, ABISAÍ y soldados tocando cajas.
ABIGAIL:

  Aquel es el Hermón, basa del cielo.

DAVID:

Aquellas son las cumbres del Carmelo.

ABIGAIL:

Pues publicad con rústicas canciones,
que a David le llevamos estos dones.

DAVID:

Pues ya que ir contra Naval pretendo,
dígalo a voces el marcial estruendo.

ABIGAIL:

Y al dulce son moved el paso ufano.

DAVID:

Y al son del parche descended al llano.

(Empiezan a bajar, tocando a una parte clarines y cajas, y a otra cantando lo que se sigue, todo a un tiempo.)
MÚSICOS:

  Porque David el fuerte
alegre las reciba,
pobres demostraciones
la Fe las hace ricas.

DAVID:

  ¿No oís lo dulce de uno y otro acento?

ABIGAIL:

¿No escucháis el rumor que asusta el viento?

DAVID:

¿No veis rústica tropa que desciende?

ABIGAIL:

¿No veis marcial tropel que el monte hiende?
 

ZAQUEO:

Y es gente de Naval, según promete:
sácolo por el rastro del vejete.

ABISAÍ:

Y escuadra es de David; ¿no ves con brío,
largo hasta en meter guerra aquel judío?

DAVID:

Si me embiste con vanas esperanzas,
muera en nombre del Dios de las venganzas.

ABIGAIL:

Si David viene a darnos el castigo,
mi humilde rendimiento va conmigo.

DAVID:

Pues volved a tocar, porque marchemos.

ABIGAIL:

Pues cantad otra vez, y caminemos.
(Tocan, y vuelven a cantar, y bajan al teatro.)
(De rodillas.)
  Heroico caudillo hebreo,
la que está a tus pies rendida
es Abigail, que humilde
besa la tierra que pisas.
Juzga, que la inobediencia
de mi esposo ha sido mía,
y como culpada en ella,
a mí sola me castiga.
No arruines los contornos
del gran Carmelo, ni tiñas
de nuestra sangre las flores,
con que su falda matiza.
Ya muerto Naval, mi esposo,
a esta acción se determina
esta tu esclava, que ufana
conduce pobre familia,
para traerte, señor,
dones que, aunque no consigan
ser obras de la opulencia,
son del deseo primicias.
 

DAVID:

Abigail la prudente,
¿para qué a mis pies te humillas,
cuando te sube tu nombre
sobre las estrellas mismas?
Bendito el Dios de Israel
sea, que con su divina
mano te trujo a mis ojos;
el lenguaje con que explicas
tu humildad, bendito sea;
pues tú, Abigail, bendita
delante del Señor eres,
como entre todas las hijas
de Sión; que sola tú
pudieras templar las iras
de David, pues tus palabras,
más que tus dones, me obligan.
Recibid agradecidos
esto que Dios nos envía:
Abigail, satisfecha
de tu virtud, la divina
providencia del gran Dios,
que sea tu esposo me avisa.

ABIGAIL:

En mi humildad la obediencia,
mis aciertos acredita.

DAVID:

Dichoso seré en tus ojos.

ABIGAIL:

Contigo aumento mis dichas.

DAVID:

Vete en paz; que el horizonte
que viene la noche avisa.
 

ABIGAIL:

El Dios de Jacob te guíe.

ABISAÍ:

Discreta y hermosa, admira.

DAVID:

Una inclinación honesta
acá en la idea la pinta.

ABIGAIL:

Un halagüeño respeto
a que le admire me obliga.

DAVID:

A las demás aventaja,
como, de nácar vestida,
vence a las plebeyas flores
la rosa entre las espinas.

ABIGAIL:

Bizarro a todos prefiere,
cual suele en selva florida
el árbol que lleva el fruto,
que grana y oro matizan.

DAVID:

Cual bello espeso cabrío
del Galad, se precipita
su cabello por los hombros,
se despeña en ondas ricas.

ABIGAIL:

En lo atractible, parece
que al fragante cedro imita,
que sobre el Líbano prueba
su incorruptible hidalguía.

DAVID:

Toda es perfecta a los ojos.

ABIGAIL:

Todo es amable a la vista.
 

DAVID:

Bendígala siempre el Cielo.

ABIGAIL:

Siempre el Cielo le bendiga.

DAVID:

Hágala el clarín la salva.

ABIGAIL:

Y vuestras voces repitan
de David las alabanzas.

DAVID:

El sol su belleza envidia.
(Tocan cajas y clarines, y éntranse ABIGAIL y sus pastores, cantando a un mismo tiempo, y quédanse DAVID y ABISAÍ.)
  ¿Quién de vosotros se atreve
a bajar a la campaña
conmigo? Porque a esta hazaña
nuestro Dios mis pasos mueve.
  El Filisteo cercado
tiene a Saúl, y ha de ver
que no le quiere ofender
quien su vida ha asegurado,
  ya viene el silencio mudo
de negras sombras cubierto,
y bajar quiero al desierto,
donde Dios librarme pudo
  de los sangrientos rigores
de Saúl.

ABISAÍ:

Yo bajaré
contigo, que estimaré
tus peligros por favores.

DAVID:

  Imitas en el valor
a Joab tu hermano.
 

ABISAÍ:

Intenta,
pues Dios tus pasos alienta,
un hecho heroico, señor.

DAVID:

  Al campo del Rey iremos.

ABISAÍ:

Osaré morir contigo.

DAVID:

Que quiero que seas testigo
de mi intento.

ABISAÍ:

Pues lleguemos.

DAVID:

  Es menester una espía
para lograr mi deseo.

ABISAÍ:

Soldados tienes, Zaqueo.

(Aparécese ZAQUEO en lo alto del monte.)
ZAQUEO:

Solo a mí me llama el día,
  y ha de salir sin nublado.

DAVID:

El temor puedes perder.

ZAQUEO:

Ya no tengo que temer;
que lo temí adelantado.

DAVID:

  Ven conmigo.

ZAQUEO:

¡Qué ligero
que lo pronunciáis!

DAVID:

En vano
te excusas.
 

ZAQUEO:

Es que en lo llano
me espera el sepulturero.

ABISAÍ:

  Ea, hemos bajado al llano.

ZAQUEO:

No es muy llano el bajar yo.

DAVID:

Aunque la noche formó
sombras de silencio vano,
  en cuyos negros tapices
nuestro horizonte se encubre,
el pabellón se descubre
del Rey.

ABISAÍ:

Pues, señor, ¿qué dices?

DAVID:

  Que he de entrar en él advierte;
que para este grave empeño
Dios les ha infundido un sueño,
que parece que la muerte
  descansa en él tan segura,
que si el sol los alumbrara,
nuestra vista los juzgara
lienzos de vana pintura.
  Postrados en tierra están
como flores que se hielan
al cierzo, hasta los que velan.
El campo todos me dan,
  por divina permisión:
generoso aliento, llega,
que el sueño y la sombra ciega
dan a mi intento ocasión.
  Una antorcha está encendida
en el pabellón Real.

Saúl duerme.

 

ABISAÍ:

Sea fatal
noche de su ingrata vida.
  Si es tu enemigo mayor,
que te amenaza y persigue,
tu seguridad te obligue;
dale la muerte, señor.

DAVID:

  ¿Qué dices?¿Quién te privó
el seso? Es de Dios ungido
el Rey, y tú, inadvertido,
¿quieres que le mate yo?
  Si solo porque atrevido
a su ropa osé cortar
la orla, para mostrar
mi inocencia, perseguido
  de su tirana violencia,
en la mía no hallaré
abrigo algún tiempo, que
Dios me ha dado esta sentencia:
  ¡advierte si ahora osara
poner la mano ¡ay de mí!
violenta en el Rey aquí,
el castigo que esperara!
  No pondré violenta mano
en el ungido de Dios.

ABISAÍ:

¿A qué venimos los dos?

DAVID:

No a un hecho tan inhumano;
  ya veo a la cabecera
su lanza.

ABISAÍ:

Pues si me das
licencia, David, verás...
 

DAVID:

Si tu labio persevera
  en su ofensa, ¡vive el Cielo...

ABISAÍ:

Entra, y tu enojo reprime.
Aparte.
¡Que las piedades estime
más que su mismo recelo!

DAVID:

  Zaqueo se ha de quedar
fuera, por si algunas guardas...

ZAQUEO:

Con tu ausencia me acobardas.

ABISAÍ:

¿Pues no sabrás avisar
  si en el peligro nos ves?

ZAQUEO:

Primero, si en él me veo,
he de avisar a Zaqueo,
que ponga en cobro los pies.

ABISAÍ:

  ¡Que tantas veces te fíes
de Saúl! ¡Qué gran simpleza!

DAVID:

Yo he de vencer su dureza
a puras lealtades mías.

(Vanse.)

 

ZAQUEO:

  Pintan al sueño y la muerte
en todo muy parecidos,
pues yo soy de los dormidos
con un gato que despierte.
  Cualquier estruendo importuno
me da asombros, me da espantos.
Si todos duermen, de tantos
¿no podrá roncar alguno?
  Bien pudiérades, Dios mío,
también hacelles callar;
pero pienso que el roncar
entra en el libre albedrío.
  Ningún remedio se aplica,
porque a estas muertes se ignora,
al cocodrilo si llora,
y a la víbora si pica;
  el basilisco mirando,
fingiendo la voz la hiena,
engañando la sirena,
y los soldados roncando.
  Con la voz terrible y bronca
hablan los que están riñendo;
¿pero que estando durmiendo
quieran echarme una ronca?

(Dentro ABISAÍ y DAVID.)
ABISAÍ:

  Déjame, Señor.

DAVID:

Detente.

ABISAÍ:

Yo excusaré tu peligro.
 

ZAQUEO:

Ea, ya despierta el mundo,
y me han de matar a gritos;
que matar a un hombre a palos,
ni es novedad, ni es capricho.

(Sale ABISAÍ con la lanza, y deteniéndole DAVID.)
ABISAÍ:

Déjame, David, que tome
venganza de tu enemigo;
que con la herida primera,
de mi heroico aliento fío
que se excuse la segunda.

DAVID:

Para ser grave delito
basta tu imaginación,
pues te da traidores bríos;
muestra, Abisaí, su lanza;
que esta prueba me permito
(Dásela.)
para que conozca el mundo,
pues los cielos ya lo han visto,
que perseguido le guardo,
y le perdono ofendido.
Como es tan seco el desierto,
sin fuente, arroyo, ni río,
de otros campos traen el agua
al Rey; que en su tienda vimos
de agua un pequeño barril.

ABISAÍ:

¿Pues qué intentas?

DAVID:

Determino
que sea la segunda prenda
que me sirva de testigo,
que no le maté pudiendo,
pues le tiene Dios dormido;
entra, Zaqueo, por él.
 

ZAQUEO:

Eso no está muy bien dicho,
ni en su lugar, si los tres
a ser piadosos venimos,
¿cómo envías por el agua
a su mayor enemigo?
Que la hará dos mil afrentas,
permitiendo, vengativo,
que ande mientras viva en cueros,
con los pasos mal medidos.

DAVID:

Acaba.

ZAQUEO:

Vaya en mi ayuda
el que crió a los judíos.

(Vase.)
ABISAÍ:

Pues, David, si nos volvemos
antes de ser conocidos,
¿cómo sabrán que eres tú
quien pudo en letargo frío
dar la muerte al Rey?

DAVID:

Verás,
que me descubro y me libro.

(Saca ZAQUEO un barril pequeño.)
ZAQUEO:

Calla, válate el diablo,
¿quieres que seamos sentidos?

DAVID:

¿Por qué no vienes callando?

ZAQUEO:

Ese pleito no es conmigo;
viene cantando una rana
en el barril, y el ruido
nos puede echar a perder.
 

DAVID:

Tus miedos te lo habrán dicho:
porque aunque en él estuviera,
es tan breve y corto el sitio,
que por ser tan poca el agua,
no cantará.

ZAQUEO:

Pues yo he visto
no a una rana, sino a muchas,
cantar en medio cuartillo.

DAVID:

Subamos al monte ahora.

ZAQUEO:

Por ser tan breve el camino,
iré, si me das licencia,
al Carmelo.

DAVID:

Este servicio
te premiará tu cuidado.
Di a Abigail que a los limpios
albores del sol iré
(pues son decretos divinos)
a ser dichoso en sus ojos.

ZAQUEO:

La moza lo ha merecido
porque cuando no tuviera
más dulce y sabroso hechizo,
que ser liberal, bastaba
para casarla conmigo.

(Vase.)
(Suben al monte DAVID y ABISAÍ.)
DAVID:

¡Ah, soldados! los que al Rey
guardáis, ¿cómo en el peligro
dais al descuido el valor,
sabiendo que hay enemigos?
 

(Sale ABNER.)
ABNER:

¿Quién da voces en el monte?

DAVID:

Si eres de los que han tenido
cuidado de la persona
del Rey, en verdad te digo
que mereces graves penas.

(Sale SAÚL.)
SAÚL:

¿Quién turba el silencio frío
con vanos acentos, cuando
descansa el Rey?

DAVID:

El mismo
que pudo matarle dentro
de su tienda.

SAÚL:

¡O es el oído
quien se engaña ¡cielos! o esta
es voz de David! Amigo,
que me avisas tan piadoso,
¿eres David?

DAVID:

Siervo indigno
soy tuyo: yo soy David,
invicto Rey, y te aviso,
del peligro en que has estado,
como fuera tu enemigo
quien te halló durmiendo y solo;
y serán fieles testigos
tu lanza y barril del agua,
que por fe de tu peligro
tomé de tu misma tienda.
 

SAÚL:

¡En qué entrañas han cabido
tantas piedades!, David,
ya te doy nombre de hijo,
pues me aguardas, cuando yo
tan severo te persigo:
baja a mis brazos.

DAVID:

Los cielos,
en quien mis defensas libro,
no quieren que yo me fíe
de tu voz, cuando ya he visto
experiencias de tu enojo.

SAÚL:

Con lealtades me has vencido;
baja, David.

DAVID:

Mis temores
lo estorban.

SAÚL:

Yo soy tu amigo.

DAVID:

Tu corazón y tu voz
son contrapuestos distintos.

SAÚL:

¿No soy tu Rey?

DAVID:

Sí, señor.

SAÚL:

Pues obedece.

DAVID:

Es delito
la obediencia, cuando el Cielo
me enseña en ella el peligro.
 

SAÚL:

¿Pues qué intentas?

DAVID:

Huir la muerte,
desterrado y peregrino.

SAÚL:

¿No es mejor que yo te ampare?

DAVID:

Mi guarda a los montes fío.

SAÚL:

¿Por qué?

DAVID:

Porque son más firmes.

SAÚL:

Solo tu bien solicito.

DAVID:

Queda en paz, señor.

SAÚL:

Espera.

DAVID:

Valedme, peñascos fríos:
¡ah, Saúl, guárdete el Cielo
de tus fieros enemigos!

SAÚL:

¡Ah, David! Tú reinarás;
que así el Profeta lo dijo.

(Vanse.)
(Salen el VEJETE y ZAQUEO, cada uno por su parte.)
ZAQUEO:

  Esté en buen hora el Vejete.

VEJETE:

Y vos vengáis en mal hora.
 

ZAQUEO:

Esa es intención traidora,
que está llamando un cachete;
  mas por no desbaratar
esa estatua hecha de olvidos,
de los años carcomidos,
que en ti han venido a parar,
  lo dejaré.

VEJETE:

Quien me ultraja
con voz de tan viejo, miente.

ZAQUEO:

Como conserva la gente
los nísperos entre paja,
  así, por tener seguros
los siglos pasados, vi
que los guarda el tiempo en ti,
donde los tiene maduros.
  Tu señora ya estará,
de lo serrano olvidada,
con galas de desposada.

VEJETE:

¡Y que el sol la envidiará!,
  que su hermosura le ciega.
Siendo de David mujer:
galas de corte han de ser.

ZAQUEO:

Mas ya sale y David llega.
 

(Sale DAVID por una parte y ABIGAIL por otra.)
DAVID:

  Quiere el gran Dios de Israel
que te elija por esposa,
y yo esta unión venturosa
hoy la debo a ti y a él.
Y haciendo con pecho fiel
una cuerda distinción,
acudo en esta ocasión,
entre amor y reverencia,
al Cielo con la obediencia,
y a ti con la estimación.
  Viviendo, mísero y necio,
Naval no me socorrió,
y muriendo, en ti me dio
la prenda de mayor precio.
Trocó en favor el desprecio,
porque ocasionó en Naval
la muerte mudanza igual
que su avaro proceder;
solo dejando de ser,
pudiera ser liberal;
  mas ya que a esa dicha llego,
darme tu mano es razón.

ABIGAIL:

Con ella la posesión
del albedrío te entrego.

(Tocan un clarín y caja.)
DAVID:

Turbó un clarín mi sosiego.

ABIGAIL:

Si Saúl te sigue airado...

DAVID:

Jonatás de este cuidado
nos sacará, pues ligero,
como ve que ya le espero,
en un caballo ha llegado.
 

(Tocan, y sale JONATÁS a caballo.)
JONATÁS:

  Si con fe de tantos días,
tu amor, David, merecí,
suspende ahora por mí
las festivas alegrías.
mi padre y yo... ¡ay penas mías!

DAVID:

¿Volvéis a matarme?

JONATÁS:

No,
que mi pesar no llegó
a ser de tanto desvelo;
defienda tu vida el Cielo,
y muera mil veces yo.
  Ocupan los filisteos
los montes de Gelboé,
y Saúl, que siempre fue
ambicioso de trofeos,
marcha con pocos hebreos
en su busca, y su osadía
le sigue, que es deuda mía,
cuando una trágica muerte
a él y a mí nos advierte
de Samuel la profecía.
  Yo, viendo breves los plazos,
antes que con noble fe
la vida al peligro dé,
vengo a darme a ti los brazos
y si quedo hecho pedazos
entre el polvo y el tropel,
como soy tu amigo fiel,
al sacarme el corazón
huirá el bárbaro escuadrón,
porque tú estarás en él.
 

DAVID:

  Pues con oírte me aliento
a seguirte: esto ha de ser.

ABIGAIL:

Pues mi amor ¿no ha de poder
vencerte?

JONATÁS:

Muda de intento.

ABIGAIL:

Tu ausencia temo.

JONATÁS:

Y yo siento
tu riesgo.

DAVID:

¡Ah, si mi atención
pudiera en esta ocasión
en los dos con fiel empleo,
ya que divide el deseo,
partir la demostración!

JONATÁS:

  Dios, que a los demás te excede,
que no te arriesgues querrá.

DAVID:

Pues solo me detendrá
pensar que mi intento puede
ofender a Dios; mas quede
a solas con él mi fe
por si alcanzo que me dé
algún aviso.

JONATÁS:

Tu celo
te obligue.

ABIGAIL:

Propicio el Cielo
a tus aciertos esté.
 

JONATÁS:

  Y porque a mi padre sigo,
amigo, adiós, que ya espero
que este lance sea el postrero.

DAVID:

Iré yo a morir contigo,
si el Cielo lo quiere, amigo.

(Cajas.)
JONATÁS:

Ya marchan.

DAVID:

¡Alma, llorad!

JONATÁS:

Adiós.

DAVID:

De tu verde edad
se duela.

JONATÁS:

¡Aquí es el valor!

DAVID:

¡Qué tristeza!

JONATÁS:

¡Qué dolor!

ABIGAIL:

¡Y qué ejemplo de amistad!
 

(Vanse, y queda DAVID solo de rodillas.)
DAVID:

  Señor, de la indignación
de Saúl no me aseguro;
que no hay buril contra el duro
bronce de su obstinación.
  Y entre los daños impíos
que temo, me aflige más
el riesgo de Jonatás,
que no los trabajos míos.
  Guiadme porque le defienda,
si conviene, en trance igual,
y esa antorcha celestial
salga a enseñarme la senda.
  Aunque es humilde y pequeño
mi ruego, habrále escuchado
el Cielo, pues ha tomado
ya por intérprete el sueño.

(Recuéstase a dormir, y aparecen dos ángeles en lo alto, que van bajando, cantando estas coplas, hasta abajo, donde está un altar que, cubierto con una nube, tiene una imagen de Nuestra Señora y del Niño Jesús debajo de ella, y en llegando al altar sube todo arriba, quedando DAVID por tronco del árbol, de donde van subiendo los ángeles y el altar hasta lo alto.)
ÁNGEL 1.º:

  David, prevénte a las dichas,
pues con repetidas glorias,
forma de felicidades
desde hoy tus trabajos toman.

ÁNGEL 2.º:

Que te reserves del riesgo
quiere Dios, ya que te nombra
por basa fundamental
de fábricas misteriosas.

ÁNGEL 1.º:

Serás el fértil terreno
que brote en distinta copia
flores bellas, con que el cielo
un ramillete componga.
 

ÁNGEL 2.º:

María, pura azucena,
abrirá cándidas hojas;
y Jesús, clavel divino,
teñido en su sangre propia.

LOS DOS:

  Y la tierra, con voz de aplauso heroica,
y el cielo a un mismo tiempo
con música sonora,
den el cetro a David. y a Dios la gloria.

(Cúbrese con música y levántese DAVID.)
DAVID:

  Lo que a mis padres Jacob
y Abraham, con prodigiosas
señales distes a entender,
segunda vez me lo informas:
señor, tu grandeza alabo;
(Cajas.)
pero ya las cajas roncas,
aunque lejos, dan aviso,
de que se embisten las tropas.
Dios manda que no me arriesgue,
y así es fuerza que no rompa
sus preceptos, aunque veo
que esta obediencia es costosa,
pues no ayudo a Jonatás.
Pero mucho más me importa
guardar el orden del Cielo:
voy a juntar, aunque es poca,
mi gente, y ya que no puedo
ir a entrar en la remota
batalla, estaré a la mira,
por si la ley rigurosa
que contra Israel pronuncia,
piadoso Dios la deroga.

(Arma.)
(Vase, y vuelven a tocar, y sale ABNER con la espada desnuda.)

 

ABNER:

Ya los filisteos vencen,
y con miserable rota
el pueblo de Dios padece
crueldades que el rigor forma.
Cayó el Rey del carro, y como
sangriento espín de copiosas
flechas cubierto, sañudo
se revuelve entre las tropas.
Subiré a la cumbre, adonde
él y Jonatás ahora
llegan; que el morir con ellos
en mí es deuda, y no lisonja.

(Éntrase ABNER, y tocan, y bajan despeñándose hasta el tablado SAÚL y JONATÁS, con flechas en las rodelas sangrientas.)
SAÚL:

Filisteos, ya os vengasteis
de Saúl.

JONATÁS:

¡Qué bien se logran,
Samuel santo, tus avisos!

SAÚL:

¡Ah, David, veráste ahora
seguro de tu peligro!
¡Que sus piedades esconda
Dios para el Rey de Israel!
¿Dónde sus misericordias
están? Mas pues me las niega,
con voces que el aire rompan,
quiero quejarme del Cielo.

JONATÁS:

¿Quién es el que al Cielo enoja?

SAÚL:

¡Hijo!
 

JONATÁS:

Señor.

SAÚL:

¡Otra pena!
¡El divino brazo toma
también en ti la venganza!
Si el delito no te toca,
¿cómo te ha comprendido
a ti la ley rigorosa?

JONATÁS:

Justo es el Juez, y será
culparle imprudencia loca.

SAÚL:

Porque en las últimas ansias,
que por puntos nos congojan,
los dos acabemos juntos,
aunque mortales lo estorban
las heridas, uno a otro
nos acerquemos.

JONATÁS:

Ahora
llegaré arrastrando a darte
los brazos.

SAÚL:

Los míos toma;
aunque es el dolor de verte
la flecha más venenosa,
que ha llegado a concluir
lo que empezaron las otras:
Jonatás, yo muero.

JONATÁS:

Y yo
entre mortales congojas
de ti me aparto.

(Vase cayendo.)

 

SAÚL:

Detén
sentencia tan rigorosa,
muerte, pues poco te cuesta,
dilata mi vida un hora,
hasta que mate a David.
No le permitas la gloria
de que viva, pues yo muero;
¿no quieres? Pues poco importa;
que en sabiendo que yo he muerto,
le ha de matar mi memoria.

(Dentro soldados.)
SOLDADO 1.º:

¡Ea, soldados, huyamos
todos al Cedrón!

SOLDADO 2.º:

¡Victoria!

(Entra cayendo SAÚL, y salen todos.)
DAVID:

A ese que me trae alegre
el aviso de que rotas
las escuadras de Israel
quedaban, y la persona
de Saúl luchando ya
con la muerte y la congoja,
cuelguen de un tronco.

ZAQUEO:

¿Así premias
el venir con presurosa
diligencia, y darte nuevas,
creyendo hacerte lisonja,
del peligro en que se halla
tu enemigo?
 

DAVID:

Más me enoja
que me sirve: ejecutad
el castigo.

ZAQUEO:

Ya le ahorcan:
mensajero sois, amigo,
mas con albricias de soga.

DAVID:

Las desdichas de su Rey
las juzga David por propias.

(Sale ABNER.)
ABNER:

Librarme ha querido el cielo,
porque puesto a tus heroicas
plantas, del triste suceso
te informe.

DAVID:

Ya llega ociosa
tu noticia: ¿murió el Rey?

ABNER:

Y con él, en edad corta,
Jonatás, tu grande amigo.

DAVID:

Eso entristece mis glorias:
montañas de Gelboé,
que de aquesta lastimosa
tragedia fuisteis teatro,
jamás caiga en vuestras rocas,
m la lluvia de las nubes,
m el rocío de la aurora.
 

ABNER:

Con los despojos huyeron
los filisteos, y todas
las reliquias de las tribus
que quedaron, se conforman
en marchar hacia el Cedrón,
donde con aplauso y pompa
te están, David, aguardando
para darte la corona.

ABISAÍ:

Ya que su palabra cumple
Dios, es bien te dispongas
a obedecerle.

DAVID:

Marchemos.
al Cedrón.

ABISAÍ:

Hoy te coronan
tus méritos.

TODOS:

¡David viva,
Rey de Judá!

DAVID:

Y aquí ponga
fin a las persecuciones
de David su heroica historia,
y solicite el perdón
el asunto de sus glorias.