Currita la quinquillera

Currita la quinquillera
de Arturo Reyes


Llegado que hubo Joseíto el Penitas al hondilón del Caravaca, como el sol implacable de junio habíale hecho sudar más de lo que se necesita para curar un constipado, apenitas húbose sentado tiró sobre una silla el sombrero, se desabrochó la pechera de la camisa, dejando ver más crines que un caballo de Pomerania, aflojose el ceñidor que cogíale casi desde el sobaco a la ingle, y después de resollar a pleno pulmón y de enjugarse la frente con un pañuelo de imponentes dimensiones, exclamó dirigiéndose a Paquiro un chaval esmirriado y de acharranado semblante, que mataba el ocio escamoteando alguna que otra aceituna, o alguna que otra rodaja de huevo de las fuentes, que colocadas sobre el limpísimo mostrador, tentaban a los parroquianos.

-A ver tú Paquiro, ¡er baño de la surtana!

Paquiro tragó sin cuidarse del hueso la aceituna que acababa de escamotear y...

-Ar galope -respondió, cogiendo cuatro de las copas, que limpias y en correctas filas brillaban delante de las doradas cafeteras, y dirigiéndose con ellas, y con vivacidades de ardilla hacia la cuarterola del seco.

El señor Paco el Caravaca no habíase enterado de la llegada del Penitas; era la hora del pardillazo y repantingado en el gran sillón de pino y aneas, descansándole la barba casi sobre el abdomen, sanguíneo, sudoroso, apoplético, roncaba a intervalos y a intervalos también y de modo automático sacudíase iracundo con el pañuelo las moscas que acudían en tropel a posársele en la reluciente calva.

Servido que le hubo Paquiro las copas al Penitas, levantó éste en alto una de ellas, contemplola al trasluz y...

-¡Vaya caldo! -murmuró acercándosela a la boca, lenta, lentísimamente, como si quisiera prolongar el placer que le proporcionaba la contemplación de aquello que, según él, no era vino, sino gloria santa de la que le ha de conceder el Altísimo como galardón a todos sus elegidos.

Volvió a quedar en silencio el hondilón, tornó Paquiro a sus hábiles escamoteos; seguía el Caravaca haciendo temblar al conjuro de sus imponentes ronquidos la cristalería de los pintarrajeados anaqueles; y dábale fin el Penitas a la última de las copas, cuando apareció en la puerta de la taberna, penetrando después en ésta como en país conquistado, Currita la Quinquillera, una de las más famosas de todas las vendedoras de randas y encajes de Andalucía, hembra como de treinta abriles, de caderas y senos imponentes, tez cobriza, pelo negrísimo, encaracolado en las sienes y cayéndole sobre la nuca en pesadísima castaña, donde lucía un enorme clavelón de tallo larguísimo; dos grandes aretes, de oro, al parecer, brillaban en sus diminutas orejas; un pañuelo amarillo estampado de vivos colores atersábase sobre su seno de nodriza montañesa; su falda de percal encarnado de anchos volantes de vivos negros, dejaba del todo descubierto el pie calzado por arqueados brodequines y el principio de la pantorrilla, de una pantorrilla arrogante, heraldo de otras y más tentadoras arrogancias.

-¿Quién mal te quiere que por aquí te envía? -preguntole Paquiro, echándose de bruces sobre el mostrador y haciéndole un gracioso mohín a la recién llegada.

Plantose ésta en mitad del establecimiento, la siniestra mano en un ijar, y en la otra, como un abanderado su bandera, una a modo de tienda portátil en el extremo de una caña, sobre cuyos entrenzados carrizos ondeaban randas, puntas y encajes, a modo de blanquísimos gallardetes; plantose Currita -repetimos- en medio del hondilón y sin dignarse contestar a la pregunta de Paquiro, exclamó encarándose con el Penitas:

-A ti, mozo güeno, a ti es a quien viene buscando Currita la Quinquillera.

-¿A mí? -dijo haciendo un movimiento de sorpresa el Penitas.

-A ti, hombre, a ti, y oye tú, Paquiro -continuó dirigiéndose a éste con acento de zumba-; ¿qué es lo que te pasa hijo? Es que te ha salío un flemón en una encía?

Paquiro mudó de sitio en su boca la aceituna recién escamoteada, y repúsole a la gitana sonriendo:

-Calla tú, hija, que es un flemón que tiée el mal de San Vito y tan pronto lo tengo en un sitio, como se me pone en el otro.

-¿Conque dices tú que es a mí a quien buscabas tú en esta oficina?

-¡A ti, hombre, a ti! -y Currita clavó los ojos en las vigas del techo, y cantó a media voz con el estilo más neto de la tierra, y con acento ronco y preñado de pasionales ternuras:


A ti te busco, gitano,
yo nunca busco lo güeno
que siempre busco lo malo.


-Pos muchas gracias por la fineza y abre ya el grifo que aquí está mangue pa toíto lo que tú quieras mandar.

-Pus por lo pronto bien poías conviarme, y eso no debías haber esperao a que yo te lo dijera.

-¡A ver, tú, Paquiro..., lo que pía esa boca de corales!

-Pos lo primero que necesito -exclamó Currita soltando su «establecimiento» contra una de las cuarterolas, y sentándose gallardamente frente al Penitas- es un par de chatos, del barril de los amigos..., pero eso vivo, Paco, y pa darle convoy a esos dos chatos, tráeme unas anchoas; pero, hijo, que no sean de las que tú has dejáo en cueros vivos..., várgame un divé, pos di tú que jaces más estrago en la fuente que un tordo en un olivar... ajajá... mira, mocito, jazme el favor de no jurgarlas con los deos, que siempre te estás tú jurgando con ellos er perfil, y... camará, y cómo ronca el Caravaca, y en qué posturita, chavó, como que paéce que se está besando la perilla del ombligo... oye tú, que a mí no me gusta comer con los dátiles... dame tu navaja... ajajá... pos di tú Penitas, que has jecho hoy una obra de misericordia, como que me parece que no van a llegar las anchoas a su sitio, que se me van a quear enganchás en las telarañas der camino... como que está er negocio pá que lo egüellen, y no lo siento yo tanto por mí, como por mi churumbel, y por mi diputao a cortes que está pasando las de Evelica; como que no comen más que por casolidá, asina están los probes, que por una pavía son capaces de cometer un fatricidio; y esto pasa por lo que pasa, porque nuestro Señó de azotes y columnas, le debe estar jaciendo caso a los fariseos..., y sea osté pá esto mujer de bien; porque lo que es yo... arrastrá y enrroá se vea la que es güena... como que cá vez que me tiro a la cara a una cualisquiera, la Muselina, pongo por caso... Mira tú la Muselína... Anda guasón, jéchame otro chato, que al Penitas no se le engurruñe na por tan poquilla cosa... Ajajá Dios no te recoja sin confesión, Paquiro... Pos como diba diciendo, mire usté la Muselina, una yegua jarta de destetar potros cerriles, con unos ojos que son tachuelas de tapicero, y una boca en que le caben tres dentones y un besugo, y unas narices en cuyas ventanas le caen las lágrimas cuando llora, y un pelo... Sí, señores, un pelo, porque si tiée más que uno, que me egüellen; con un pelo que no le llegaría ar pie si le hubiera nacío en el tobillo; y con un cuerpo que es un tináo, y con dos pinreles que son dos falúas, además con toíto el mal ange que le tocó en el reparto, y pensar que a ese costal de carne en gelatina, la tiée un hombre de mérito cuasi como en un estuche; várgame un divé, y qué cosas se ven en la vía!... Mia, Paquiro, dame un cachito der de cabra... ¡Ay! ¡Virgen del Rocío, lo que es el comer! Ya soy otra, pero que otra. Dios te lo pague, Penitas, Dios te lo pague.

-Está bien Currita; pero ya que me has jechao a pique dos lúganas lo menos, vamos a ver si yo me entero, pá qué es pa lo que tú me buscabas.

-¡Mia qué gracioso!, pos ya lo creo que te lo diré, como que no he venío más que a decirte: Mia, Penitas, yo te tengo a ti voluntá, y eso te lo sabes tú de clavo pasao, ¿verdá? Güeno; pos como yo te tengo a ti voluntá, vengo a decirte que es un contra Dios lo que está jaciendo contigo la Bigotona.

-¡Bah!, ¡yo creía que era de otra cosa de lo que tú me dibas a platicar, salero!

-¿Pero tú sabes, gachó, qué es lo que yo te voy a platicar de la Bigotona?

-¡Vaya!, como si me lo hubieras confesao; lo que tú me ibas a dicir, es que la Bigotona me la pega desde antier con el Pollo del Trabuco.

-¿Pero tú lo sabías?

El Penitas miró con expresión zumbona a la gitana, y le repuso con acento dulce y simpático:

-Llevaba ya tres meses, mujer, tres meses, y estaba ya tifo de la Bigotona, y como no me daba un motivo.... pus ná... pus le jeché el Trabuco, y ná, que me ha desbancao er Trabuco.

-¿Y cuánto te lleva el Trabuco por esa faena?

-Ahora er Trabuco trabaja con rebaja de precios; suponte tú que a mí me ha trabajao este chapuz, por un terno de elásticotin, que a mí se me ha queao estrecho, y por una prensa de canilla y una convidá en cá del de los Caracoles.

-Camará, y que mó de perder la vergüenza que tiéen toitos los hombres -exclamaba momentos después Currita la Quinquillera, saliendo del hondilón y plantándose en mitad de la calle bañada en sol y en aquello momentos llena de una riente multitud, que mataba el ocio en puertas y ventanas con alegres charloteos; descansó en tierra el extremo de su portátil «establecimiento», y gritó con voz dulce y quejumbrosa:


Niñas, encajes, randas, peinetas,
y agujillas y agujetas
e corales de la mar:
yo to lo vendo y a precio bajo
y cambio hasta el refajo
con la que quiera cambiar.