Cuervo (Clarín): 04
Capítulo IV
En Laguna se formaron dos partidos: el de Cuervo y el de don Torcuato. El del doctor tenía su órgano en la Prensa, Juan Claridades; el de Cuervo, no; ni lo quería, ni lo necesitaba. «¡Puf! ¡Papeluchos!», decía don Ángel, que despreciaba la Prensa local con todo su corazón. Cuervo no escribía, hablaba; pero como él era bienquisto (frase favorita suya) de toda la población, y estaba en todas partes, sus palabras tenían mucha mayor publicidad que los artículos del otro. Hablaba y recitaba letrillas, único género literario que él creía digno de ocupar su ingenio. De noche, en la cama, o tal vez mientras velaba a un moribundo, o cuando después seguía su cadáver camino del cementerio, se entretenía en componer aquellas «cuchufletas», según las llamaba siempre; las aprendía de memoria, daba en seguida la noticia del hallazgo a un amigo íntimo, diciéndole al oído: «Cayó una», y el amigo, delante de otros pocos íntimos, le decía: «Vamos, don Ángel, venga eso...: ya sabemos que cayó otra»; y después de hacerse rogar, sonriendo y rascándose la cabeza someramente, comenzaba con voz muy baja y, mirando a las puertas y ventanas, como si temiese que por allí pudiese entrar el otro:
«¿Quién...?», etc., etc.
Casi todas las letrillas de Cuervo comenzaban así: preguntando quién era esto o lo otro, o quien hacía tal o cual cosa; y resultaba, allá en el estribillo, que eran don Torcuato. Podía Cuervo prescindir delquién; pero de los interrogantes, difícilmente; y de los estribillos de pie quebrado, de ninguna manera. Tenía el ingenio satírico muy en su punto, y la conciencia de él; pero no creía posible que la sátira pudiese tener otra forma que la letrilla; ni la letrilla podía en rigor prescindir del pie quebrado. En cuanto a los ripios, no le arredraban, y con un candor que los legitimaba hasta cierto punto, empleábalos sin miedo, y aun en dar con los más rebuscados fundaba el quid del arte, por lo que toca a la expresión. Así, por ejemplo, si para insultar al otro le llamaba por el apellido, ya se sabía que había de decir:¿Quién con cara de Cuaresma...?, etc. Y después venía infaliblemente en un verso de dos sílabas, con punto y aparte, como decía don Ángel; venía, digo, Resma. Y si le preguntaban: «Pero, don Ángel, ¿qué pito toca ahí la Cuaresma?», se encogía de hombros y solía decir: «Sic vos nin vobis.» Latín que, según él, no pasaba de ahí, y significaba:Esto no es para vosotros. Porque es de notar, siquiera sea de paso, que aunque Cuervo había estudiado en el Seminario hasta el segundo año de Filosofía, y no había sido mal estudiante, desde el punto y hora en que se decidió a ahorcar los hábitos, se propuso olvidar la traducción y el orden (frase suya), y lo consiguió a poco tiempo. A pesar de esto, su excelente memoria conservaba casi todo el Nebrija sin entender palabra, muchos versos y cerca de medio misal romano. La misa de difuntos y casi todos los cantos relativos al entierro y demás ceremonias fúnebres, es claro que los sabía con las notas correspondientes del sonsonete religioso, y tampoco paraba mientes en la traducción que pudieran tener.