​Cuento de cuentos​ de Francisco de Quevedo
Nota: Edición: Barcelona, 1798 (Sin correcciones)
DONDE SE LEEN JUNTAS
las vulgaridades rusticas, que aun duran en nuestra habla, barridas de la conversación


A D. Alonso Mesya de Leyva


La habla que llamamos castellana y romance tiene por dueños todas las naciones; los Arabes, los Hebreos, los Griegos. Los Romanos naturalizaron con la victoria tantas voces en nuestro idioma, que la sucede lo que á la capa del pobre, que son tantos los remiendos, que su principio se equivoca con ellos.

En el origen de ella han hablado algunos linajudos de vocablo que desentierran los huesos á las voces:cosa mas entretenida que demostrada, y dicen que averiguan lo que inventan.

Tambien se ha hecho tesoro de la lengua Española, donde el papel es mas que la razon: obra grande, y de erudicion desaliñada.

Ninguno ha escrito gramática y hablamos la cortumbre, no la verdad, con solecismos. El alma decimos; y supuesto que el alma bueno, no se puede decir, el, que es artículo masculino, ha de ser la, y pronunciar la alma.

No quiero nada: peca en lo de las dos negaciones, y debe decirse: quiero nada.

Bien considerable es el entremetimiento de esta palabra, mente, que se anda enfadando las cláusulas y paseándose por voces, eternamente, ricamente, gloriosamente, altamente, ricamante, gloriosamente, altamente, santamente, y esta porfía sin fin. ¡Hay necedad tan repetida de todos igualmente! caso que algun lector se me quiera excusar de no haberla dicho. Mal hablado llaman al que habla mal, habiéndole de llamar mal hablador. Mire lo que le digo, decimos todos, po oigame, pues no se parecen los ojos y las orejas. Aqueste por este, agora por ahora, son infinitas voces que pudiendo escoger, usamos lo peor. ¡Hay cosa como ver á un graduado con mas barbas que textos decir enfurecido:¡voto á Dios que se lo dixe de pe á pa! ¿Qué es pe á pa, licenciado? Y para enmendarlo, dice que que se está erre que erre todo el día. ¿qué será no dar a uno una sed de agua? que tan freqüente se oye en las quejas de los amigos y de los criados; y hacer baylar el agua delante es á propósito. Encarece uno su verdad, y dice: yo le dixe dos por tres; y decir dos por tres ¿quie negará que no es decir una cosa por otra? habia de decir yo le dixe dos por dos. Pues uno que encareciendo su diligencia dice, que vino en un santiamen: deben de tener los santiamenes gran paso. ¿Y los que para encarecer su prudencia dicen, que lo escogieron á moco de candil? ¡miren que juicio tendrá un moco de candil para esoger! Un enojado que dice á otro que le trae sobre ojo, es (con perdón)llamarle nalgas; que para decir que le atiende, lo propio era traer los ojos sobre él; y el blasón tan presumido de tener sangre en el ojo masdenota almorranas que honra; y pierdo doblado si lo juzgan los pujos. Hablen cartas, y callen barbas, sin haber quie haya oido decir á las barbas esta boca es mía, aun quando las caldean y las rapan. Que de hombres se hacen moxigatos, y que nadie sabe que son esos gatos moxi. Verse y desearse no pasó de Narciso. poner pies en pared, no sirve de nada, yo lo he probado viéndome en trabajos, como oia decir: no hay sino poner pies en pared, y solo sirve de trepar ó dar de cogote. Andar la barba sobre el hombro, quie lo tuvier por buen consejo lo pruebe, y andará hecho un corderito de Agnus Dei. diome un remoquete: es dádiva de catarro. Llevar la soga arrastrando dicen que es la mayor desdicha; yo he llevado arrastrando sogas, y hallo que es peor que la soga lleve arratrando al hombre. para decir que uno es muy maol, dicen que ni teme ni debe. ¿Puede ser mayor necedad?. Pues solo es bueno el que ni teme ni debe: habían de decir, que ni teme ni paga, y esto pregúntenselo á los mercaderes, y á todos los que fían. No me lo haran creer quantos áran y cavan. considere v. merced que letrados ó teólogos buscó, sino gañanes. ¿V. merced ha visto algun brazo cagado? que yo no sé por donde entran á proveerse en un brazo. ¿Hay cosa tan mortal como zas? mas han muerto de zas que de otra enfermedad. No se cuenta pendencia que no digan: y llega y zas, y cayó luego. No es el mundo tan grande como tris, todo está en un tris, y no hay dos trises; estaban en un tris; todo el Reyno estuvo en un tris, y espantaranse de que la Fenix sea una siendo el tris un siempre. Y aquelllos majaderos músicos que se van cantan las tres anades madre, que no cantarán las dos si los quemáran , ni la quarta. Considero v. merced el buen talle de estas voces, que se nos hacen reacias en la boca y no las podemos escupir:zurriburri, a cada trinquete, traque barraque, zis zas, zipizape, á barrisco, irse á chitos, chichota, con sus once de oveja, trochimoche y cochiteherbite; es decir que no tienen desvergüenza para deslizarse en una historia y entremeterse en un sermón, y están ya tan halladas, que pocas plumas las desdeñan; y para ver á cual mendiguez está reducida la lengua Española, considere v. merced que si Dios por su infinita misericordia no nos hubiera dado estas dos voces: ahora nadie pudiera ir, ni se despidiera de un conversación. Todos dicen: ahora bien, ya es hora: ahora bien, ya es tarde, nadie se puediera ir, ni se despidiera de una conversación. Todos dicen: ahora bien, ya es hora: ahora bien, ya es tarde, ya vuestras mercedes querran cenar. Y hay hombre que por no acordarse de ellas se detiene hasta que se enfada y mata, y en topando con su ahora bien, se va. Yo por no andar rascando mi lenguaje todo el dia he querido espulgarle de una vez en esta jornada, donde yo solo no tengo que hacer; y en este cuento he sacado á la vergüenza todo el asco de nuestra conversación, que si no tuviere donayre ni merecier alabanza, no carece de estimación el trabajo en recoger tan extraños desatinos. Ahora va este papel haciendo lugar á obra mas de veras, en que trarré (ni se si tan docto como desvergonzado) que ni sabemos deletrear en nuestra cartilla ni razonar con la pluma. En tanto que v. merced, que hace buena acogida á mis borrones, se divierta y tenga larga vida con buena salud.

Monzon 17 de Marzo de 1626.=D. Francisco de Quevedo Villegas.

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Cuento de cuentos

Ello se ha de contar; y si se ha de contar, no hay sino sus, manos á la obra. Digo, pues, que en Sigüenza habia un hombre muy cabal, y muchucho, que diz que se decía Menchaca, de muy buena capa. Estaba casado con una muger, y esta muger era de punto, y mas grave que otro tanto (llámese como se llamare). Tenían dos hijos, que como digo, eran pintiparados; y no le quitaban pizca al padre. El uno de ellos era la piel del diablo; el otro, un chisgaravís, y cada día andaban al morro, por quítame allá esas pajas. El menor era vivo, como una cendra, y amigo de hacer tracamundanas, y baladrón; el padre lo sentía á par de muerte, mas él, ni por esas, ni por esotras. El mayor era hombre de pelo en pecho, y echaba el bofe por una mozuela, como un pino de oro, delicada, veme no me tengas y alharaquienta. Era viuda, y su marido, como digo de mi cuento, murió; y diz que se tuvo barruntos, que ella le había dado con la del Martes. Estuvo en un tris de suceder una de todos los diablos; el padre, que era marrajo, lloraba hilo á hilo, é iba, y venía en estas, y estotras. Y un día, entre otros, que le dió lugar la murria, la dixo su parecer de pe á pa; y seco, y sin llover, mandóla que se metiese en un Convento al proviso. Ella se cerró de campiña; y así se estuvieron erre a erre muchos días, hasta que el padre, que ya estaba enfadado, la dixo; que por tantos, y quantos, que había de hacer, y acontecer; ver veamos si han de ser tixeretas; y en justos y en verenjustos, dió con ella en una recoleccion.

Era la pupilera muger de chapa, y no amiga de carambolas, y el licenciado persona de tomo, y lomo. La moza que vió esto, viene, y toma, y qué hace, y sin mas, ni mas, como quien no quiere la cosa; escribe á su galán, que ya andaba con mosca, diciéndole, que todo era agua de cerrajas, y que ella habia puesto pies en pared; y que quisiese, que no quisiese, se iria con él cantando las tres ánades madre, que atáse él bien su dedo y se riese de toda la zalagarda, y traque barraque.

Pues el diablo del mozuelo, que estaba mas enamorado, que otro tanto, y estaban sobre las afufas; como se vió señor del argamandijo, no hacía más de atrochimoche escribirla billetes, y más billetes, y ella leer, que leerás, á tontas, y á locas. Pues como digo, yendo días, y viniendo días, la pupilera, que tenía pulgas, soltó la taravilla, y dixo rasamente, que ella era muger de sangre en el ojo, y que con ella no había chancharrasmancharas, que anduviese con pie de plomo, y la barba sobre el hombro, porque de manos á boca haria de hecho. La mozuela, que era sacudida, casi casi estuvo para enbedijarse con ella, y levantar una cantera de todos los diablos. Ella se resolvió en decir, que para qué eran tantos arremuescos, y dingollondangos, siendo todo un papa sal; y sepa, que ya estoy el agua hasta aquí. Hacía grandes estremos, diciendo, que bien entendía la zangamanga.

La pupilera lo quiso meter á barato, negando á pie juntillas quanto ella había dicho; el otro hermanillo, que se venía al husmo, se hizo mequetrefe, y faraute del negocio, y por apaciguarlas, empezó a darlas ripio á la mano á sabiendas.

La pupilera se hacía carne llorando, de ver el murmullo, y la tabahola, que habían metido en su casa; el hermanillo, por desmentir espías, la empezó á traer la mano sobre el cerro; y en estas, y estas cata qué hace el diablo, ételo el padre, sin más, ni más, atolondrándose todos, y en bolandas, llegaron á las inmediatas. Dixéronse los nombres de las fiestas, (y hubo muchos dares y tomares) si ha de salir, no ha de salir. Yo saldré, dixo la viuda, zurriando como un rayo: mas esta... Aquí fue ello, que como la tia, no las tenía todas consigo, empezó á tartalear, y diz que dixo: ¿qué ha de haber? Miren quién se mete en docena: Yo la aseguro, que ha caído la viudica en el mes del Obispo. Tanto monta, dixo la mozuela; y replicó la pupilera: no sino el alba. El hermanillo, viendo que andaban al morro; voto á tal, y á cual, que todo lo había de llevar á barrisco. ¿Qué es á barrisco, en mis barbas? dixo el padre: y zas. Llegó á punto crudo el licenciado, cuando andaba el cipizape; metiólos en paz; mas á cada triquete andaban a mía sobre la tuya; y viendo el pelotero, llevósela el padre á su casa, porque no se metiese en dibuxos; y en llegando tris tras á la puerta, el viejo tenía barruntos de que un hermano de la mozuela, que no la quitaba pinta, y tenía muy malas manchas, enguizgaba el negocio, no quiso abrir. Esto fue el diablo, que empezó á decir (y ahora es, y no acaba) que no había de dexar roso ni belloso, ni piante, ni mamante, y que los habia de traer al retortero á todos, y salga si es hombre. El pobre padre no hacía sino chitón, como entendía el busilis; la hija, que olió el poste, y hendia un cabello en el ayre, escurrió la bola, temiendo, que el padre la menearia el zarzo: que hace, sino vase a chitos. El picarón, por no hacer una borrumbada, dixo: arda Bayona, y estos turronazos no con miquis, y acogióse calla callando. Iba la niña saltando bardales, sin decir oxte ni moxte, en busca del bribon, corriendo á puto el postre, con la lengua tan larga

De esto los vecinos tomaban el cielo con las manos, y se desgañifaban, y andaban unos en pos de otros zahiriéndose. No nos hable con sonsonete, dixo uno, que al cabo, ha de venir á la melena. Decía ella: no dixera más pateta; yo he de hacer mi gusto, y esotro es cosa de morenos, y no quiero cuentos con serranos: y de una hasta ciento, que se descalzaban de risa de ver al viejo hecho de hiel; y á ella, que se iba á cencerros atapados, con un zurriburri refunfuñando.

El licenciado, que pensó que ya mordía en un confite, y que eran uña, y carne, con mucha sorna se vino mano sobre mano, hecho gatica de Juan Ramos, diciendo entre sí: yo la haré á la tal por qual, que muerda en el ajo. El padre que le vió venir á lo de mi suegro, y le traía entre ojos, empieza á dar voces, y alza Dios tu ira; y á diestro, y á siniestro le puso del loco, asiéndosele de los andularios, que no podían desengarrafarle, según tenía la hincha con él.

El licenciado daba los gritos, que los ponía en el cielo, mas no se dormía en las pajas: allí fue ella, que el compañero viendo que andaban á pescuezo, le dió un pan como unas nueces, sin irle, ni venirle. A la tabaola se entró un vecino con sus once de oveja, muy sobresaltado, y de hoz, y de coz se metió donde no le llamaban; quiso embestir, mas el bribón puso aldas en cinta. Dixo el pobrete: yo soy hombre de pro, y conmigo no hay levas; yo pajas, dixo el bribón, y asentóle un tanto. El pobre no chistó, ni mistó, y volvióse dado á perros, y jurando, que le habian de dar su recado; y sobre esto hubo la mayor turbamulta del mundo; mas viendo la mozuela, que el bribón la daba en el chiste, estúvose acurrucada, por escusar dimes y diretes.

El picarón andaba listo, como una jugadera, de ceca á meca, engolondrinado, dándose tantas en ancho, como en largo, que le podian hender con una uña.

Esto ha de dar un cruxido, dixo el hermanillo, que estaba de manga; el padre pensaba, que tenía el oro y el moro, y estábase en sus trece, diciendo, que si le hacian, habian de ir rocín, y manzanas, con todos los diablos, y echó de la oseta

La viuda, y el que nos vendió el galgo, digo, el bien andado del novio, se dieron sendos remoquetes, acerca del casamiento, que se estaba en xerga.

Era el bellaco socarrón, y malhablado, y dixo, que no le cagasen el bazo, que no era barro casarse, y que él no se había de casar á medio mogate; ¿No más de llegar; y zas candil á osadas, que lo entiendo todo?

Saltó el licenciado, y dixole: ¡gentil chirrichote!, ¿Dándole una moza como mil relumbres, hija de sus padres, más rubia que las candelas, que no sabe lo que se tiene, hecha de cera, que le viene de molde, y hácese de pencas? para qué es tanto lilao; sino á ojos cegarrritas, dexése de recancanillas, y cásese, pues le viene muy ancho.

Atolondrado el novio, así como oyó decir, que le vendria muy ancho, dixo: tras que me venga muy ancho ando yo, dexénme, que lo meteré todo á la venta de la zarza, y volverémos las nueces al cántaro.

Púsose el bribón más colorado que unas brasas y dixo: que llevado por bien, harían de él cera, y pávilo, y que le diría todo lo que deseaba saber, sin faltar cichota.

El bergantón le dixo dos por tres, que mentia; y si no lo ha v. merced por enojo, se tornaron á enbedijar, y andaban al pelo.

El licenciado, que vió la barahúnda, echólo á doce: El hermanillo cascó la mollera al cuñado; todos andaban hechos una pella, y al estricote.

Pues vea aquí v. merced que si no es por la viuda, el licenciado paga el pato, con todo su apatusco. El echaba de vicio, y ella le cantaba la sorna, diciendo, que mas queria andarse á la flor del berro, y qué me sé yo.

En esto estaban, á toca no toca, quando á la zacapela, que traia la gente bahuna, vino un alguacil en un santiamen, y un escribano en bolandas, respailando, y dixeron que de atras lo traian sobre ojo, y que no dexarian de embocar la moza en la cárcel por todos los haberes del mundo, que bastaba la mueca.

El licenciado replicó que no se había de hacer todo cochiteherbite: mirábale de hito en hito el hermanillo: el escribano estaba con el ojo tan largo. No estoy de gorja, dixo el padre, no me mamo el dedo.

Empezó el maridillo á echar verbos, ¿alguacil en mi casa? y en esto iba y venia. Yo traigo un mandamiento tan gordo, que no vengo á humo de pajas, dixo el escribano. ¿Mandamiento? dixo el licenciado; no me lo harán en creyentes quantos áran, y cavan; y sobre esto se batió el cobre lindamente.

Dixo el alguacil: Yo no doy mi brazo á torcer: replicó el hijo, ni yo me dexo agraviar en el blanco de la uña; y esta casa no es como quiera, y míreme á la cara. ¿qué queria llevarse de bobilis bobilis mi hacienda? antes me dexaré hacer trizas; y advierta, que no somos todos unos, y me mataré con mi padre en dos paletas, y me haré añicos.

Arda Bayona, dixo el alguacil, que estoy ya hasta el gollete, y he de hacer mi oficio; el escribano estaba de mampuesto, diciendo, que no le untasen el casco, que les pegaría á manteniente con la de rengo: el hermano se fue rabo entre piernas; el maridillo echando chispas, y todos se quedaron enjolito. Entónces la moza habló al alguacil muy sobre peyne, y le aconsejó, que no se anduviese regodeando, y que se acordase de la de marras, y que era todo fruslería, y que no había de tener más así que asado, que toda era gente honrada, escogida á moco de candil, y personas de chapa. El alguacil gritaba, como un descosido, viendo que la mozuela le había dado entre ceja, y ceja con la de marras; y tomó la hincha con ella: el escribano decia que no se la habia de cubrir pelo; la madre, y el padre, que se estaban á mas, y mejor, dixeron: esto va de rota, no hay sino hacer de las tripas corazon, y ojo al badil, gritando: no me hagan, que echaré por esos trigos; y á toda ley habe de tuyo.

¿No ha de mediarse esto? dixo el licenciado, viendo la escarapela; empezaron todos á encogerse de hombros, y á decir, que se rugia cierta cosa; y que aunque no importaba un bledo, bastaba el run run y el qué diran; y que si no se estorbaba, era fuerza que el alguacil llevase una tunda de coces. El no dixo esta boca es mia, y tieso, que tieso; ahí me las den todas, decia el bribon que en manos está el pandero, &c. No lo dixo á sordos, que se quemó de oirlo el escribano, y le dixo: para mí no son menester tantas arengas, que sé donde me aprieta el zapato; y lo que apuntó la señora, lo tengo al cabo del trenzado: pero las razoncitas yo las guardaré como oro en paño.

Alegrósele la paxarilla al alguacil, y dixo: yo los meteré en pretina, ó podré poco; yo les haré, dijo el escribano, que me baylen el agua delante, y los dexaré en el pelo de la camisa, que no ha de ser todo chancharasmanchas, y basta ya la trisca. Oyó el padre lo que trataban, y dixo: oxte puto, mas á mí no se me da un ardite, que ni temo, ni debo, y al cabo habrá dello con dello.

¿No darémos un corte en esto? dixo el licenciado quando á sabiendas, el mozuelo, muy remilgado, y cariacontecido, dixo: que estaba entre dos aguas, y dos dedos de irse por ese mundo adelante, en justos, y en creyentes, que estaba cansado de traer los atabales acuestas. ¿Quién fuiste tú, que tal dixiste? No es creible la cólera del padre, pues llegándose á él le asentó una tabalada; el no chistó. ni mistó. Vergante (decía el viejo) ¿téngote como cuerpo de Rey, comiendo mil gollorías: dándote conejo por barba, y perdices como tierra, y vino como agua, repapilado, y hecho un trompo, vestido á las mil maravillas, la casa como una colmena, y tanto lilao? Mírame á la cara, que el casamiento se ha de hacer de haldas ó de mangas; quitaos de cuentos, y no andeis en tanto mas quanto, que se me va subiendo el humo á las narices, y conmigo no tendreis un si es, no es. Entre estas, y estotras entróse de claro en claro una fregona, con un canastillo, que se venia a los ojos, y unos vizcochos, que saben que rabian, y yo me comia las manos tras ellos. Anduvimos á la arrebatiña, y no fueron vistos, ni oidos, traia un billete de la pupilera para el licenciado, diósele, y él dixo: hablen cartas, y callen barbas; aquí está quien no me dexará mentir; y el papel decia ni mas, ni menos: señor licenciado, ese belitre, que se hace el tuautem deste negocio, tiene muy malas manchas, y no le alcanza la sal al agua, y todo es larantoña, yo quedo la mas amarga del mundo, y echada por puertas; y sé que él y su muger me están royendo los zancajos, que le advierto, que si no calla, le ha de costar la torta un pan, y que entiendo poco de filis, que no se ponga conmigo a tú por tú, y me crea, que estoy muy amostazada, de ver que se haga zorrocloco, y nos venda bulas, que se guarde del diablo, que ahora es todo tortas y pan pintado, y que todo esotro es andarse por las ramas, y que por mal término, no hay hacer carrera conmigo, que le veré la boca á la pared, y no le daré una sed de agua. Levantóse un remusgo, que hasta allí podía llegar, y daban todos diente con diente, y tiritaban de oír tales cosas.

El mozo se ciscó; más ella se estaba repantigada á lo de mi suegro, como si fuera el padre con mucho aquel; juró que le había de dexar en porreta, si no se casaba; y sobre esto porfiaron, hasta tente bonete; el hijo decía, que él había hecho cala, y cata del negocio, y que le habían de soñar; que por qué, y por qué teniendo ella cogijos, habían de obligarla á que las apeldase, que se iria con el alma en los dientes, y los llenaria de bote en bote, de lo que eran todos; y añadió, que ya el viejo estaba calamocano. ¿Calamocano dixiste? fue un día de juicio, y sucediera muy mal; si no se echára en chacota.

La mugercilla, que ya tenia asomos del negocio, mas engolondrinada que otro tanto, empezó á hacer aspavientos, y dixo que todo era así al pie de la letra, mas que no había de ser todo echa y de rueca, supuesto que no habian de poder dar con ellos al traste, aunque los persiguiesen á banderas desplegadas; y que mas valia, que por bien se llevasen su buen por qué, y se dexasen de cuentos. El alguacil decia que les habia de poner ras con ras la casa al menorete, hablando de talanquera, con mucho qué me sé yo; el escribano decia: yo callaré ahora, mas yo les daré en caperuza: Cada uno mire por el virote, dixo el licenciado pues he de ir á todo moler; y no echen de vicio, que podria heder el negocio, mas aína que piensan. El alguacil, que vió que el licenciado era de los del asa, y que todos los demas eran gente del gordillo, juzgó, que el irse, venia á pedir de boca; quitóse el sombrero, y ni paula ni maula, sino viene y vase. El padre, que vió el mal recado, fuese tras él dando cosetadas por malos de sus pecados; y esto dió una estampida terrible. Ahí me las den todas, decía la viuda; replicó el marido, á mí no se me da un ardite, que con andar pie con bola, me reiré de todos. El bribon, que vió que esto iba de capa caída, y que iban de romanía, y que el mozuelo traía la soga arrastrando, y que la muchacha no era amiga de recancamusas, y que tenia garabato, díxola: aquí no hay sino sus, y alto á casar, que estas son habas contadas. La viuda, por una parte no quiso estar á diente; por otra, viendo que el mozo se moria por sus pedazos, estuvo hecha de sal, y muy donosa, diciendo de aquella boca, que daba grima. El maridillo cantó de plano, mientras el licenciado contemplaba en las musarañas; mas no se le quedó por corta, ni mal echada, y como tomó el negocio á pechos, dixo: á mí se me quedaba en el tintero lo mejor, y con mucha pausa se fue al padre, y le dixo: acabemos con este mazacote, que no son menester tantas zarracaterías, ni andar templando gaytas. Cásese, que todos la baylaremos el agua delante, y no se meta en dibuxos. El, que vió que andaba ya de capa caida, dixo: una por una, yo me casaré, mas luego roeré el lazo, y otras mil patochadas. Casóse, y aunque la boda se hizo á somormujos, todos se rapailaron. El padre le dió una linda tragantona con el dote: encaxole todos quantos cachibaches tenia en casa; y si se quejaba, decía que hablaba adefesios, y que no se gobernase por su caletre, que se quedaría en pluribus, que era un maniaco; y aunque calló entónces, despues lloraba los quiries; y propuso de hablar papo á papo, porque otra vez no se le subiese á las barbas. Con estas cosas le metió las cabras en el corral, y calla callando hizo su negocio, y el hermanillo le escuchaba, hecho un bausan. Estaba en cuclillas, detrás de la puerta, la recien casada, oyendo al muchacho, con la oreja tan larga, y entró con un tropel de los diablos; él, por lo que podia suceder, venia hecho un relox; la mugercilla estaba de veinte y cinco alfileres, y le dixo para qué se metia de gorra.

Déxense de filaterías, que una por una, ya están casados (dixo el licenciado), y si hablamos mas, nos echan el gato á las barbas, y volverémos las nueces al cántaro. Libertad me fecit, dixo el hermanillo; y con esto se fueron todos á la deshilada, con muy grandes cogijos, sin respetar el coram vobis del padre, que daba gracias á Dios de ver acabada tan grande carambola.



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