Cuán tristes pasan los días
I.
¡Cuán tristes pasan los días!... ¡cuán breves... cuán largos son!... Cómo van unos despacio, y otros con paso veloz... Mas siempre cual vaga sombra atropellándose en pos, ninguno de cuantos fueron, un débil rastro dejó. ¡Cuán negras las nubes pasan, cuán turbio se ha vuelto el sol! ¡Era un tiempo tan hermoso!... Mas ese tiempo pasó. Hoy, como pálida luna ni da vida ni calor, ni presta aliento a las flores, ni alegría al corazón. ¡Cuán triste se ha vuelto el mundo! ¡Ah!, por do quiera que voy sólo amarguras contemplo, que infunden negro pavor, sólo llantos y gemidos que no encuentran compasión... ¡Qué triste se ha vuelto el mundo! ¡Qué triste le encuentro yo!...
II.
¡Ay, qué profunda tristeza! ¡Ay, qué terrible dolor! ¡Tendida en la negra caja sin movimiento y sin voz, pálida como la cera que sus restos alumbró, yo he visto a la pobrecita madre de mi corazón! Ya desde entonces no tuve quien me prestase calor, que el fuego que ella encendía aterido se apagó. Ya no tuve desde entonces una cariñosa voz que me dijese: ¡hija mía, yo soy la que te parió! ¡Ay, qué profunda tristeza! ¡Ay, qué terrible dolor!... ¡Ella ha muerto y yo estoy viva! ¡Ella ha muerto y vivo yo! Mas, ¡ay!, pájaro sin nido, poco lo alumbrará el sol, ¡y era el pecho de mi madre nido de mi corazón!