Crónicas contemporáneas. Federico Nietzsche y su moral

Crónicas contemporáneas. Federico Nietzsche y su moral (21 ago 1895)
de Eduardo Gómez de Baquero
Nota: Eduardo Gómez de Baquero «Crónicas contemporáneas. Federico Nietzsche y su moral» (21 de agosto de 1895) La Época, año XLVII, número 16.249, p. 1.
CRÓNICAS CONTEMPORÁNEAS
FEDERICO NIETZSCHE Y SU MORAL

 Los amantes de nuestra tradición castiza suelen lamentar la afición exagerada, que suponen existe entre nosotros, á las obras literarias y científicas extranjeras, con olvido ó desdén de las nacionales. Mala es esta tendencia cuando sobrepone elementos extraños y adventicios a los elementos nativos de la cultura propia, pretendiendo enmendar el curso natural de las cosas que da á cada país su dirección y su carácter peculiares, sin vedarle empero la comunicación en las obras universales del espíritu. Pero no es éste un vicio exclusivamente español. Algo semejante vemos en los países de que tenemos mayor conocimiento y con los que mantenemos más frecuente comercio intelectual, y es verosímil que en los demás suceda lo propio, en diferente escala, según las condiciones de cada uno.
 La misma Francia, tan celosa de su predominio intelectual y que, por el grado de florecimiento que en ella alcanzan las letras y las ciencias, pudiera prescindir mejor que otras naciones de ir á buscar fuera de su casa motivos de inspiración literaria ó de meditación científica, nos ofrece ejemplos de ello. Las principales revistas consagran á la literatura extranjera casi tanta atención como á la nacional. La novela rusa, el drama escandinavo, han llegado á ser allí objetos preferentes de lecturas y estudios, y si la reacción que parece iniciarse contra el entusiasmo desmedido que excitaran las producciones de los literatos suecos, noruegos y daneses, llega á consumarse, como lo anuncian los últimos fracasos teatrales de Strindberg y del mismo Ibsen, es muy probable que otra literatura extranjera suceda á ésta en el favor de los franceses. El teatro alemán contemporáneo, la novela italiana de nuestros días y hasta las principales obras de nuestros dramaturgos y novelistas, atraen allí la atención de las personas aficionadas á las letras.
 Digo hasta refiriéndome á las producciones de nuestros literatos, no por juzgarlas inferiores á las de los Hauptmann, los Vilbrandt, los Sudermann ó los Gabriel d'Anunzio, que tan celebrados son en Francia, sino porque la poca importancia que de ordinario se nos concede en el extranjero hace más significativo cualquier hecho que de este olvido nos saca. Como observa acertadamente el Sr. Salillas en su estudio sobre «El espíritu nuevo en España», la España vieja, gloriosa y conquistadora eclipsa de tal suerte á la moderna, que se nos juzga muertos y enterrados hasta nueva orden.
 Esta afición á las obras de la ciencia ó la literatura extranjera se explica considerando cómo las cosas que se ven á distancia y se apartan de lo que, por hallarse en inmediato contacto con nosotros, nos es habitual, parecen casi síempre mejores y excitan más vivamente la curiosidad.
 Hay en esto algo parecido á esa ilusión retrospectiva que nos lleva á envidiar los tiempos pasados, juzgándolos superiores á los presentes. Y entra también por mucho el atractivo grande de la novedad que, por lo común, presentan las obras del ingenio nacidas en un medio diferente de aquel á que pertenecen ios lectores y críticos.
 Es posible qué todo esto haya sido parte, y haya entrado por mucho en el singular interés que parecen despertar en Francia las obras del pensador alemán Federico Nietzsche. Aunque dicho resulta una puerilidad, tiene mucho adelantado cualquier filosofía con venir de Alemania. La extraordinaria actividad que en este siglo ha alcanzado el pensamiento especulativo en la patria de Kant, de Hegel y de Schopenbauer (basta citar estos nombres), hace que se considera á Alemania como la patria de la Metafísica, cual si allí naturalmente se conservara la tradición de las más sublimes especulaciones, cual se transmitían entre los iniciados de los antiguos misterios las fórmulas de la sabiduría esotérica.
 Añádáse á esto la penuria de filósofos qué padece (si es esto mal y no fortuna) la segunda mitad del siglo y el cinismo y la tendencia paradójica de Nietzsche, propios para seducir á los espíritus en una época de dilettantismo y de sofistería brillante y hueca, y se tendrá quizás la clave del gran éxito de ese singular filósofo, que no ha sido lógico más que en el desenlace de su vida, terminada, si no en un manicomio, en estado de completa demencia.
 En el último número de la Revue des Deux Mondes aparece un estudio de M. E. Schuré, que, aunque inferior, á mi entender, al que en la misma publicación dio á luz hace años, con el título de El doctor Federico Nietzsche y sus agravios contra la sociedad moderna, el distinguido escritor que firma con el pseudónimo de G. de Valbert, contiene, no obstante, observaciones de gran interés sobre la evolución psicológica del autor de El viajero y su sombra, sacados, en gran parte, de la obra de Mad. Andreas Salome, que tanta luz da sobre la personalidad de Nietzsche. Hace algún tiempo que el distinguido colaborador del Journal des Dèbats J. Bourdeau publicó también un estudio, aunque breve, sustancioso, sobre Nietzsche, y recientemente ha aparecido en La Societé Nouvelle, revista del anarquismo político y literario, la traducción de El Anticristo, donde llega á sus últimos límites el furor anticristiano y blasfematorio de aquel filósofo, que escribió este opúsculo hallándose ya atacado de la enfermedad, mental que había de obscurecer por completo su inteligencia.
 Para comprender y juzgar á Nietzsche, conviene tener presente que fué discípulo de Schopenhauer y gran amigo de Wagner. Estos dos grandes espíritus dejaron honda huella én el alma del creador de Zarathustra (I).[1] Lo mejor de su filosofía denuncia la filiación intelectual respecto del autor de El mundo como voluntad y representación; lo más. brillante de su inspiración artística revela la influencia del autor de El anillo de los Nibelungos. Haciendo abstracción de estos dos factores, apenas queda en Nietzsche más que un sofista brillante, un cínico que lleva la exaltación del yo hasta la demencia.
 Lo más saliente en la obra filosófica de Nietzsche es la parte moral, y es de advertir que sólo puede ser así llamada en cuanto que atañe á la conducta, á las costumbres, aunque su contenido sea la completa negación de lo que, como moral, admiten los pueblos que han formado su concepción ética en el molde cristiano. La filosofía moral de Nietzsche es profundamente inmoral y el osado cinismo con que la expone, sin velos ni atenuaciones que mitiguea la declaración de su pensamiento, es tal vez uno de los motivos que más han contribuido á la celebridad de esta doctrina disolvente.
 La base de la doctrina ética del pensador alemán es esa conocida teoría aristocrática que desenvolvió con tanta brillantez en sus Diálogos filosóficos E. Renán, y á la que no puede negarse cierta parte de verdad y cierto fundamento científico. El fin á que tiende la especie humana no es producir condiciones favorables para el desarrollo de los individuos vulgares, sino circunstancias propicias para la formación de personalidades superiores; generaciones enteras trabajan para hacer posible la existencia de unos pocos genios; el progreso no va encaminado á la felicidad material y grosera de los más, sino al florecimiento del espíritu en algunas inteligencias privilegiadas. La lenta labor de las cosas es antiigualitaria y antidemocrática, no se cuida del rebaño, desprecia á la muchedumbre anónima, tiende á producir el Uebermensch, el hombre superior, el suprahombre, la obra maestra del mundo.
 Las consecuencias de esta doctrina en la filosofía de Nietzsche son verdaderamente monstruosas, aunque no nuevas; repiten en lenguaje moderno y con igual claridad el Nor serviam satánico.
 La moral de la obligación y de la piedad es moral de esclavos. La moral de los señores sustituye el deber por el querer. La ley del hombre superior es su voluntad. Los fuertes, los malvados de voluntad enérgica y dominadora, son los verdaderos elegidos. Los buenos son cobardes e hipócritas. Los malos se aproximan más a ese mediodía de la voluntad que luce en el hombre sobrehumano. ¡Maldición y vergüenza sobre las sociedades que no producen ni comprenden caracteres del temple de César Borgia!
 Moral de bandoleros podía llamarse esta moral que predica Zarathustra, en quien sin duda ha querido representar Nietzsche su propio espíritu. Es la moral de los tiranos históricos que manchan la serie de los Césares; la moral de Calígula, de Nerón y de Heliogábalo. Pero el tipo ha ido decayendo: Emperador en la antigüedad, condotiero en el Renacimiento italiano, se personifica hoy en el salteador de caminos, díscípulo inconsciente, pero aprovechado, del sabio Zarathustra, y que, como éste en la teoría, proclama en la vida práctica la absoluta emancipación del individuo y la omnipotencia de la voluntad... hasta que se lo impide la restricción enérgica, representada por la Guardia civil.
 La ética de Nietzsche es la consecuencia extrema del naturalismo filosófico, de la teoría hedonista, que reduce el fin humano á la conquista de la felicidad en la tierra. Para el filósofo alemán, hombre espiritual al cabo, aunque extraviado y demente, antes de que materialmente perdiera la razón, esa felicidad se llama orgullo, expansión ilimitada de la voluntad, deificación del individuo. A pesar de su apasionada apología del cuerpo físico, el pensamiento altivo é indisciplinado de Nietzsche no pudo satisfacerse con un materialismo utilitario, que hubiera sido la consecuencia natural, si no se tratara de un espíritu consagrado al culto perpetuo de la paradoja, y su aspiración se espiritualiza al fin en esa flor del mal que se denomina soberbia.

 Se comprende sin esfuerzo que Nietzsche excite la admiración de los anarquistas. Aunque la teoría aristocrática desarrollada ilógicamente conduce á la negación de la anarquía y á la más severa afirmación de la disciplina social, las enseñanzas de Zarathustra concuerdan con el credo de una secta revolucionaria que suprime todas las trabas puestas por la sociedad humana á la independencia del individuo y que, por extirparlas mejor, hasta la sociedad misma suprimiría, si posible fuera. Lo que no se explica tan fácilmente es la seducción que ejerce sobre espíritus más templados esta epiléptica apología del mal, cuya principal novedad consiste en su desnudez y en su absoluto cinismo.
     E. GÓMEZ DE BAQUERO.
  1. (l) Zarathustra es el protagonista de la obra de Nietzfche Also sprach Zaruthustra (Así habló Zarathustra). Es un personaje simbólico, un profeta, que predica las ideas del autor.