Crónicas I
De la revista La Ilustración española y americana del 10 de febrero de 1870.
Hasta hace pocos días han creído, lo mismo los sabios que los ignorantes, que la nieve era agua congelada, y que el más principal de sus efectos era enfriar a los seres humanos, o si se me permite un neologismo, sorbetizarlos.
¡Stultiis! lo digo en latín para que nadie se ofenda: ahora para mayor claridad traduzco la palabra al español con la fidelidad que suele emplearse en las traducciones, y digo: los que tal creían estaban equivocados.
La nieve sirve para algo más que para poner frescos a los seres humanos; sirve, cuando hay revistas militares anunciadas, para devolver la tranquilidad al ánimo.
Esto al menos ha sucedido en Madrid.
Anúnciase una revista para el último día de Enero; se habló de sus consecuencias; corrieron mil versiones cómico-dramáticas; los precavidos abastecieron sus despensas; hubo mucho miedo, y al fin cayó una abundante nevada.
El suelo, los tejados, todo estaba blanco, y la noticia de que se suspendía la revista, hizo a los madrileños ver de color de rosa lo que era del color de la inocencia.
Pocos días después, el sol que siempre alegra, y en invierno más que nunca, deshizo con sus rayos la nieve, y vean ustedes lo que son las cosas, el sol disgustó a los madrileños.
Yo espero que se reconciliarán con él, al ver que aunque aumente con su luz la brillantez de la revista, nos muestra con la mayor claridad que la parada no es un movimiento.
He hablado de nieve, y no puedo menos de recordar a los que a estas fechas se hallan poco menos que enterrados entre capas blancas de ocho, diez y hasta quince metros de espesor.
Cuando pienso en la santa paciencia con que los montañeses de los Alpes y de los Pirineos sufren una reclusión de tres o cuatro meses, una completa incomunicación con todo el mundo, no puedo menos de calificar de injustos a los que viviendo en ciudades, pudiendo calentarse a la chimenea o tomar el sol en amenos paseos, pasar la noche en un teatro o en un sarao, tienen valor para quejarse del gobierno y de la situación.
Si yo fuera ministro, lo primero que haría seria fundar un periódico sin otra misión que hablar en el invierno de lo que sufren los habitantes de los Alpes, de la Siberia y del Polo Norte, y en el verano de la tostada arena del desierto de Sara, de las impresiones de viaje en caravana, de la temperatura del Senegal, etc., etc... seguro de que la situación más embrollada parecería la mejor y la más bella a todo el mundo.
Pero los ministros están muy ocupados y no caen en estas cosas.
Si ellos no caen, no falta quien caiga... en el hielo: los patines están muy en boga, y los patines sirven para correr por la superficie del agua congelada y para medirla de cuando en cuando.
La Ilustración publica en este número un grabado que representa el lago que ha dedicado el ayuntamiento en el Parque de Madrid (antes Buen Retiro a los aficionados a patinar: yo presumo que este ejercicio debe ser muy higiénico y muy caliente; y me fundo para creerlo en que si andando se quita el frío, corriendo aunque sea sobre nieve debe parecer que corre uno sobre ascuas.
De todos modos, los revisterescos tenemos que agradecer a la juventud elegante de Madrid la afición a patinar que se ha desarrollado entre sus más distinguidos representantes.
Nos proporcionan asunto de que hablar, y sobre todo, llamando nuestra atención hacia su diversión favorita hemos logrado conocer a la Dama de los ojos azules.
¿Ustedes no saben quién es? Pues es la juventud dorada — lo traduzco literalmente del francés — los elegantes y las estrellas de los salones no hablan estos días mas que de la dama de los ojos azules.
—¿Quién es?
—Eso es precisamente lo que todos ignoran.
—¿Cómo se ha dado a conocer?
—De una manera novelesca: una mañana patinaban algunos jóvenes en el estanque del palacio del duque de Liria, y de pronto vieron deslizarse sobre el hielo a una dama, vestida con exquisita elegancia y con el rostro herméticamente tapado. Algunos se acercaron a ella, pero al llegar a donde estaba se deslizó de nuevo por el hielo; al llegar al lado opuesto del estanque se detuvo; miró a los curiosos que la perseguían, llevó el índice de su mano derecha a los labios como diciendo: «Silencio y discreción.» Y desapareció.
—¡Cosa más estraña!
—Al día siguiente muy temprano estuvo patinando en el lago del Retiro. Apenas empezaron a llegar los amateurs, se alejó por una calle de árboles, y los más largos de vista la vieron subir a un elegante clarens y desaparecer.
En el baile de máscaras de la Zarzuela a beneficio del Asilo del Pardo, volvió a presentarse en escena la dama de los ojos azules.
Todos la reconocieron, porque han de saber ustedes que el azul de sus ojos es un azul especial, un azul que no se olvida.
Habló de política con varios diputados, y les recordó su ayer, comentándolo graciosamente en presencia de su hoy; contó sus mas recónditos secretos a ocho o diez individuos del Veloz-Club; aconsejó a tres o cuatro de los que acuden a trabajar sobre el tapete verde del Casino, las jugadas que podían hacer para sacar con más facilidad su renta; y tanto se movió, y tan ingeniosas fueron sus intrigas, que dejó encantados a los que tuvieron la fortuna de que se acercase a ellos.
—¿Pero quién era? ¿quién es? estas preguntas se las hacen todos, y nadie sabe contestar. Ha llegado la curiosidad a tal extremo, que hay una apuesta muy crecida entre un marqués y un barón.
El primero asegura que la descubrirá, y ya tiene formada una lista de todas las mujeres que tienen ojos azules para irlas examinando poco a poco.
El barón apuesta a que no la encuentra, y acá para entre nosotros tiene razón, porque han de saber ustedes que la dama de los ojos azules, es ni más ni menos que un pollo de los más guapos chicos de Madrid, el cual, disfrazándose admirablemente, ha embromado a lodos sus amigos.
Bien dice aquel refrán que dice: «Vivir para ver.»
Esta exclamación es hija de un descubrimiento que he hecho uno de estos días.
Conocía yo a un caballero particular, hombre vividor y en extremo campechano. Jamás le había visto de mal humor; siempre tomaba las cosas según venían, y por nada del mundo se incomodaba.
Sus amigos le llaman el filósofo: usando este titulo honorífico y difícil de merecer en su acepción vulgar.
Como iba diciendo, le hallé hace poco.
—¿Que tal? le pregunté.
—Vamos viviendo.
—¿Y la familia?
—Bien, muy bien.
—Creo que tiene usted un, hijo.
—Si señor, una alhaja.
—¿Qué edad tiene?
—Quince años.
—¿Y qué carrera sigue?
—Una especial, que yo conocedor del mundo, he inventado para él.
—¿De veras?... Eso es curioso.
— Como usted lo oye.
—¿Y qué carrera es esa?
—Un compuesto de dos profesiones que solas, según mi experiencia, son incompletas.
—Expliquese usted, que sus palabras excitan mi curiosidad.
—Es muy sencillo; voy a hacer de mi hijo a un mismo tiempo un publicista y un maestro de armas.
—¿Y para qué?
—Para que saque una crecida renta del escaso capital que he podido reunir para él.
Apurándole yo para que me explicase más aún su proyecto:
—Amigo, contestó: al cabo de mis años no he logrado ver juntos más que mil duros: esto hoy, gracias al papel moneda, es una gota de agua en el Océano. ¿Qué haré de esta talega, me he dicho, para que constituya la fortuna de mi hijo? Después de cavilar algún tiempo llevé ¡ a mi hijo a un gimnasio para que adquiriera fuerza; le he puesto luego maestro de esgrima para que consiga destreza; en vez de enseñarle ciencias le enseño a vivir; en vez de dedicarle a una carrera le dedico a la lectura de periódicos, de folletos, de críticas, de sátiras, para formar su gusto y despertar en él la afición a estas tareas. Cuando cumpla veinte años, habré agotado en su educación los mil duros; pero el pobrecito sabrá escribir la vida y milagros de algún personaje con toda su triste verdad; correrá la voz de que es un atleta y un espadachín, y, o ganará mucho dinero con sus escritos, o encontrará poderosos protectores que labrarán su fortuna.
Este cinismo me hizo apartar los ojos de mi interlocutor, como el marqués de Valdegamas los apartaba de un partido político: pero reflexionando después sobre la confesión de un hombre, he descubierto que es un hombre de su época, y que la carrera que ha inventado para su hijo es la que algunos han seguido y siguen sin sospechar que sea carrera.
Una miseria más de la sociedad; una nueva llaga cubierta por el dorado manto del dios éxito.
Adelante.
Ahora quería decir a ustedes algo de lo que ha pasado en Madrid estos días, es decir, algo de lo que ha pasado desapercibido para los periódicos diarios, que no dejan una novedad siquiera para los que solo ven la luz cuando cobran los actores, o sea por quincenas.
—¿Quién no sabe las peripecias de la cuestión monárquica? ¿Quién no se ha deleitado al saber que estando reunidos los diputados unionistas encontró casualmente un personaje de esta fracción al presidente de la cámara, que por casualidad había oído decir al gobierno, que aplazaría la aprobación de los proyectos de ley del ministro de Gracia y Justicia si la mayoría aprobaba el nombramiento de un rey cualquiera, que fuese mayor de edad, católico, etc.? Porque, confiésenlo ustedes; aquí que nadie nos oye, es delicioso que los monárquicos jueguen con el trono de la manera que lo hacen.
¿Que recurso nos queda a los que ni entramos ni salimos como aquel portero de Trapisondas por bondad? aguardar tranquilamente a que nos den rey o república o lo que se les antoje a los directores de la función, o arrepentirnos de haber hecho un mal uso del sufragio universal y enmendarnos para otra vez.
Una sola observación haré: al paso que vamos, no va a haber rey posible. Aquí todo se echa a broma: en seguida se pone motes a los candidatos, y con este solo hecho se les desprestigia.
Hasta las personas formales se dicen estos días al verse
—¿Sabe usted ya quién es el rey cualquiera?
Pero dejando a un lado la política, referiré un suceso de Madrid que ha pasado desapercibido.
Parecerá mentira lo que voy a decir: es sin embargo verdad. En Madrid ha habido un editor que al saber que la Academia Española no tuvo a bien premiar con los anunciados veinte mil reales la novela de Hurtado, ha ido a casa del distinguido escritor y le ha dicho:
—Vengo a premiar su novela de usted : aquí están los mil duros.
El editor es Rey: natural es que hiciese honor a su apellido.
La novela se publicará en breve.
Días atrás, el director de comunicaciones ha convocado a la prensa política para encargarle que busque los medios de pagar barato el servicio de correos. Como los hombres políticos apenas tienen tiempo para saber que hay literatura en España, no me estraña que solo se haya convocado a los periodistas políticos; pero estos al menos debieran haber reclamado el concurso de los periodistas literarios, de los editores y de los libreros.
Por Supuesto que la rebaja que se quiere es a todas luces inconveniente. Los que publican libros y periódicos debían unirse y pagar más caro el servicio de correos con una sola condición, la de que los libros y periódicos llegasen a su destino.
Hoy el servicio de correos es impeorable. Cada suscritor debe contar con un aumento de precio, por lo que gasta en sellos para reclamar los números que no llegan a sus manos.
Veremos cómo arreglan los políticos esta cuestión económica.
Mientras tanto, si escuchamos los ecos de París, todas las noticias que nos traen son alegres. Allí no se ocupan las clases de la sociedad mas que en bailar. Ocurren crímenes espantosos como los que han referido estos días los periódicos; la danza sigue, y la música del wals y del rigodón hacen olvidar esas grandes desgracias.
Mientras bailan los profanos, los doctores de la ciencia se entretienen en discutir si viven o no viven los guillotinados una hora después de consumado su castigo.
Hay quien afirma que sí y quien sostiene que no.
Lo mas original que se ha dicho sobre el particular es una inspiración de Alfonso Karr.
Este original escritor ha hallado el medio de que reo no sufra mucho y de que su castigo sirva de ejemplo.
He aqué cómo formula su invención:
Se otorgará al culpable el derecho de elegir en guillotina o un veneno.
En el momento en que espire se disparará un cañonazo, y todas las campanas de las iglesias doblarán. Al mismo tiempo se dirá en todos los templos una misa por el alma del que acaba de espiar su crimen.
La idea es de efecto: no sé si la adoptará el gobierno o si la aprovechará algún autor dramático.
Los húngaros andan revueltos, y todo hace creer que sus relaciones con el Austria van a romperse. Los católicos de Inglaterra han esperimentado una inmensa desgracia. Hallándose gran parte de ellos congregados en un templo, estalló un incendio y resultaron algunos muertos y bastantes heridos.
Las cañoneras españolas que reproduce La Ilustración en un grabado han llegado a la Habana. Aseguran los inteligentes que son escelentes y que andan 44 millas por hora a máquina y vela. Miden 115 pies de eslora montan dos máquinas independientes de 40 caballos, van artilladas con un cañón de 100 y calan 5’5 pies de popa.
Voy a terminar mi crónica, demostrando que la libertad, además de ser un derecho, es un artículo de moda. Nos estraña ahora que haya cafés liberales, escuelas liberales, etc.; en el año 20, a los pocos días del triunfo de Riego, hubo un maestro de primeras letras que insertó en los periódicos este anuncio: « Se enseña a escribir cursiva y liberalmente.» No hay que cansarse; Sancho Panza está siempre al lado de Don Quijote.
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Nota: Se han modernizado algunos acentos.