Crónica General del No. 33, 1880

La Ilustración Española y Americana (1880)
Crónica General del No. 33, 1880
de José Fernández Bremón

Nota: Se han modernizado algunos acentos.

CRÓNICA GENERAL

8 de septiembre de 1880.

Hubo momentos en que recordamos el Diluvio y nos alegrábamos de estar en los montes Pirineos: si las tempestades arreciaban, si las lluvias no disminuían, aquella montaña era una especie de barrera: casi todas las líneas férreas de España estaban interrumpidas: las Empresas ignoraban el paradero de los trenes: cobraban fama en pocas horas de ríos imponentes, oscuros y míseros arroyos: las arrugas de los montes se convertían en cauces y cascadas: las aguas bajaban impetuosamente de las cimas, atropellando, para buscar su nivel, sembrados, chozas y ciudades: ¡oh! si la naturaleza no causase daño alguno al hombre en estos movimientos, ¡qué espectáculos tan bellos, qué juegos de aguas tan magníficos, entre las nubes y los montes, los torrentes y los mares; qué despedida tan oportuna la de Agosto con un baño general!

Pero esas inundaciones inesperadas son catástrofes que tienen alivio si se localizan: cuando el estrago se difunde a todas las comarcas, la resignación es el único remedio. Y como el bien existe hasta en el fondo de los males, la tempestad que ha causado tantos daños materiales ha respetado la vida de los hombres.


En cambio, un simple movimiento, un desequilibrio instantáneo ha causado la muerte a cerca de cien soldados en el Ebro a la vista de Logroño. Los pormenores de esta horrible desgracia se han consignado en todos los periódicos, difundiéndose por todas las líneas telegráficas del mundo. Cedamos la pluma a un amigo, que nos da la descripción técnica del hecho.

«En Logroño se había construido, para el paso sobre el Ebro, no un puente militar, sino una compuerta de embarque que, con el auxilio de un cable tendido de una orilla a otra, hacía las veces de puente volante; esta compuerta consistía en un tablero apoyado en dos flotantes de hierro, y compuesto cada uno de éstos de cuatro piezas de pontón.

» Salió el día primero a instrucción el regimiento de infantería de Valencia, y tenía que pasar el Ebro para ir al campo. El capitán de Ingenieros había encargado al coronel del citado regimiento que le avisara, para estar presente en el momento del paso; el coronel cumplió el encargo, pero no se encontró al capitán donde se le buscaba, y se llevó consigo al teniente de Ingenieros D. Manuel Massó y Garriga.

» Embarcaron en la compuerta un batallón, y además la música, que fue tocando durante el trayecto, y ocupando, por consiguiente, un espacio mayor que el que le hubiera correspondido si hubiera ido en las condiciones de los demás soldados; había, por consiguiente, un desequilibrio en la colocación de la carga sobre la compuerta, que no iba igualmente repartida en toda su superficie. Desatracaron sin novedad, y al llegar al centro del río, sin duda por una virada rápida e inesperada, el cable hubo de mover la gente hacia popa, ocasionando el balance correspondiente y la entrada de alguna cantidad de agua en los pontones. En vista de esto, con el susto natural, e instintivamente, se fueron todos a proa, produciéndose otro balance mucho más considerable, que determinó el que los pontones se llenasen de agua y que la compuerta se fuese a pique, sin que se rompiera una sola pieza ni se soltase una timera, quedando íntegra en el fondo del río; muchos soldados se tiraron al río, y pudieron salvarse los que quedaron sobre el tablero, porque no los cubría el agua.

» Perecieron ochenta y nueve hombres, entre ellos el teniente Massó y el centinela Félix Arizmendi, únicos ingenieros que había en la compuerta, porque el manejo de ésta estaba encomendado a los operarios que tenía allí empleados el Ayuntamiento de Logroño. »

Como se ve, fue una catástrofe imprevista: el bote que trasporta diariamente pasajeros desde el muelle de un puerto a los buques con el mar agitado se va a pique en un día de calma, porque un movimiento nervioso e instintivo de los viajeros destruye el contrapeso, inclinando la mayoría hacia una de las bandas: tanto el Ayuntamiento de Logroño al proyectar la obra, como el ingeniero al construirla, el jefe del regimiento al embarcar sus tropas, el desdichado oficial facultativo que presidió esta operación, y los operarios que le secundaban, todos tenían gran interés en evitar cualquier desgracia. Ignoramos la verdad legal del sumario, en que se buscan culpas para castigarlas con arreglo a la ley; pero creemos que sólo ha de encontrarse una gran desgracia, producida por el instinto de conservación de aquellos que perecieron por el mismo deseo de salvarse.

Pero la catástrofe es a la vez terrible y dolorosa: mujeres desoladas, niños sin padre tienden las manos al cielo y a los hombres; sólo hay dos remedios humanos para esa gran desgracia: la oración para los muertos, y la caridad para los vivos. La prensa francesa trata de procurarlos un socorro. Saludémosla con gratitud.

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Volvamos el ánimo hacia otros asuntos menos desgarradores: el corazón estallaría si no se templase lo triste con lo cómico. Felizmente la Empresa del ferro-carril de Madrid a Zaragoza nos ayuda a producir ese contraste higiénico. Antes debemos elogiar imparcialmente la actividad con que ha reconstruido la vía y reparado las enormes averías de la línea entre Ateca y Alhama, y cumplido este deber, pasemos a consignar un rasgo especialísimo. En los últimos días, cuando el trasbordo estaba reducido a un corto trecho, los viajeros hacían a pie aquel breve trayecto, tomándose la molestia de cargar con los sacos de noche para variar de tren.

Los viajeros satisfacían por esta incomodidad un pequeño aumento en el precio del billete. Felizmente no se obligaba al pasajero a llevar a cuestas los baules: si hubiera sucedido así, la Empresa le hubiera hecho pagar la contribución que pagan por ejercer su oficio los mozos de cordel.

Discutan otros las bases del tratado de paz entre las repúblicas del Pacífico: nosotros no queremos ver, si el hecho resulta cierto, nada más que la ventaja terminante de la paz: creemos que los beneficios de la nación favorecida por la guerra, son menores de lo que la paz bien aprovechada la hubiera reportado.

Un peruano amigo nuestro nos decía:

—Como político, vivía en guerra con mis adversarios: como casado, vivía en guerra con mi suegra; pero cuando se rompieron las hostilidades con Chile abandoné mi patria; eran demasiadas para un solo hombre tres guerras a un tiempo.

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Don Hermógenes no puede transigir con Inglaterra: jamás la perdonará la pérdida de los galeones en Vigo, ni la destrucción de la fábrica de loza del Retiro: en vano hemos querido convencerle de que el triunfo del general Roberts en el Afghanistán es el de la civilización contra la barbarie.

—Mis simpatías están por los afghanos—replicaba.

—¿No desearía V. poder viajar en ferro-carril por el centro del Asia, como recorre V. la Europa? ¿No preferiría V. que en aquellas comarcas sustituyese al Koram el Evangelio? Pues es preciso que abran el camino a ese progreso, ejércitos europeos.

—Rusia lo abrirá.

—No; las rivalidades de aquellas dos naciones retardarán la civilización del Asia.

—Desengáñese V.—replicó D. Hermógenes, haciendo punto redondo con un puñetazo en la mesa;—sólo un acto de Inglaterra podría merecer mi aprobación: la devolución de Gibraltar.

Diga lo que quiera D. Hermógenes, la humillación sufrida por Inglaterra en sus recientes reveses era desfavorable a los intereses del mundo civilizado, y debe regocijarnos su última e importante victoria.

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La satisfacción dada a la Cámara de los Lores por el ministro Mr. Forster nos parece insuficiente. El lenguaje parlamentario exige la mayor circunspección en los ministros, sobre todo al ocuparse de uno de los cuerpos en quienes reside la soberanía del país. Un ministro constitucional no puede expresarse sino con el mayor respeto cuando alude a cualquiera de las cámaras, y el lenguaje de mister Forster fue una amenaza clara y directa al Senado inglés, parecida a la que usan los radicales franceses cada vez que están en desacuerdo con las votaciones del Senado.

Lo extraño en este asunto es que, desautorizado el Ministro de los Negocios de Irlanda por el Jefe del Gobierno, no haya producido este incidente una crisis parcial. ¿Tuvo el Ministerio inglés el propósito de tantear la opinión, y retrocedió de su proyecto? La continuación de Mr. Forster en el Gabinete permite abrigar esa sospecha, pues no parece natural que siga formando parte del Gobierno un ministro que espontánea y particularmente comete una agresión tan grave contra uno de los cuerpos en que tiene que apoyarse el Ministerio.

Comprendemos que sintiese Mr. Forster la necesidad política de disminuir las facultades de la Cámara de los lores, y que el Ministerio de lord Gladstone acometiese esa empresa atrevida. Pero excederse en el lenguaje sin intención deliberada hasta el punto a que llegó Mr. Forster, no se comprende en la habilidad y prudencia de los políticos ingleses.

Creemos que en el fondo del asunto hay algo más grave que una simple ligereza.

Apenas nos atrevemos a tocar la cuestión del día, que estando por resolverse al escribir estos apuntes, puede haber quedado resuelta al recibirse nuestras cuartillas en la imprenta. S. M. la Reina Madre, la Serma. Sra. Archiduquesa Isabel, el Gobierno, las comisiones que han de asistir a la presentación del regio vástago, reunidas en Madrid, esperan el alumbramiento de la Reina. La curiosidad se halla reconcentrada en este asunto, que ha hecho pasar inadvertida la renovación de las Diputaciones provinciales. Los cañonazos de un ejercicio de fuego hicieron creer al vecindario hace dos días que eran salvas que anunciaban el nacimiento de un príncipe, y la prolongación de los disparos, que se había dilatado la familia Real extraordinariamente: altos funcionarios en traje de ceremonia acudieron a Palacio al estruendo de la artillería: hasta las lavanderas salieron de sus bancas, dirigiéndose hacia la Punta del Diamante, donde se coloca la bandera cuyo color indica si es hembra ó varón el recién nacido.

—¿Cómo es que no colocan las banderas?—decía una mujer al oír la continuación de los disparos.

Inmediatamente se discurrió una explicación satisfactoria.

—Es, sin duda —repuso un guardia —porque no habrá en Palacio tela suficiente.

Cuando el pueblo comprendió el error, se retiró lentamente de las inmediaciones de Palacio.

—¿También se equivocó tu amo? —oímos que preguntaba al cochero de un alto personaje otro cochero.

—Es la décima vez que se equivoca —respondió el primero;—anoche se vistió de gala tres veces, creyendo que eran salvas los aldabonazos que daban en las puertas.

Hagamos un paréntesis en la crónica.

Entre los pocos libros en cuya lectura invertimos los ocios del veraneo, acabamos de terminar uno que nos ha dejado la impresión de esas novelas cuya lectura queda interrumpida por la fórmula periodística (se continuará). Nos referimos a la importantísima colección de documentos inéditos y curiosos del Archivo de Madrid, libro cuya modesta edición costeaba el Ayuntamiento de la corte, y cuya publicación se suspendió por economía. Dirigida esa obra por el que la concibió y preparó sus materiales hace tiempo, el inteligente y laborioso archivero del Municipio don Timoteo Domingo Palacios, es una lástima que haya dejado de aplicarse a su continuación la escasa cantidad presupuestada para dar a luz los documentos hallados en el Archivo por aquel celoso funcionario, y cuyo conocimiento es tan útil para el de la historia de Madrid. Pedimos al Ayuntamiento la continuación de aquella obra notable.

Recordarán nuestros lectores que, sin consignar una opinión determinada respecto del puerto español al que habría de corresponder la preferencia para ser declarado franco, a fin de servir de escala en la corriente mercantil que ha de producir la apertura del Istmo de Panamá, reconocimos la fuerza de las razones alegadas por el comercio de Mayagüez, en la exposición que elevó al Gobierno solicitando en su favor tan importante franquicia. La Prensa de Mayagüez, en su número del 12 de Agosto, publica un artículo notable, en que demuestra las ventajas de aquel puerto sobre los demás que pudieran disputárselas: si nuestra débil voz llegase a las alturas, suplicaríamos al Sr. Ministro de Ultramar que leyese y meditase aquel artículo, cuyas razones persuaden. Ofenderíamos al Sr. Sánchez Bustillo suponiendo que dudaba un solo instante de la conveniencia de que un puerto español reportase los cuantiosos beneficios de esa escala: debe, pues, leer el alegato de La Prensa en favor de Mayagüez. Creemos que se le presenta, como Ministro de Ultramar, una ocasión de ilustrar su nombre, creando un germen de riqueza nacional, que no desaprovecharía nunca un gobierno en países donde se administra mirando al porvenir. La prosperidad del islote de St. Thomas, conseguida a costa nuestra, debió ser un remordimiento para los gobiernos españoles que pudieron evitarlo: el Sr. Sánchez Bustillo está en el caso de elegir entre la responsabilidad moral de haber desatendido los intereses generales ó la gloria de haber procurado a su país los beneficios que debe producir la navegación del canal interoceánico.

Las aguas de Panticosa van a sufrir un nuevo análisis, en el que se prometen dos químicos ilustres descubrir nuevas sustancias que expliquen con mayor claridad la indudable virtud medicinal de aquellos ricos manantiales: dos problemas se presentan para la temporada del año que viene: el resultado del análisis y las mejoras que habrán realizado en aquel importante establecimiento los propietarios de los baños. Una hay, independiente de su voluntad, que haría más accesible a los enfermos graves aquel centro sanitario; nos referimos al ferro-carril aragonés, que si no tuviera otras ventajas que facilitar la subida a Panticosa, serían suficientes para determinar su construcción como cuestión de salud pública, porque Panticosa es la capital de los tísicos en el sentido lato que tiene la palabra. No basta ya la diligencia, aunque el servicio se haga hoy con esmero por las empresas de la Unión, Correo, Fortis y Guallart y la de los Altos Pirineos: es preciso abreviar el trayecto en coche, que puede reducirse con el ferro-carril a un paseo de tres horas en vez de un molimiento de veinte horas, mortales a veces para los enfermos de cuidado.

—Usted es de los nuestros, nos decía el amable periodista aragonés D. Valentín Marín en la Estación de Zaragoza. Usted es de los que creen que se hará el ferro-carril.

—Tengo, por lo menos, un interés sanitario... Además, como la razón principal contra el proyecto es el peligro de una invasión por Francia, creo que a Aragón le defiende la Virgen del Pilar.

Es muy exagerado suponer que los franceses deseen sitiar otra vez a Zaragoza.

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Y pues hablamos de periodistas aragoneses, sería imperdonable no dar las gracias al Director y redactor del Diario de Huesca, Sres. Camo y Berned, por su fraternal y cariñosa acogida, así como al hablar de Huesca nos permitiremos hacer una súplica a la Comisión provincial de Monumentos.

En los últimos días de nuestra estancia en Panticosa tuvimos el gusto de abrazará nuestro compañero el artista Sr. Domec, y hablando de las antigüedades de Huesca, nos manifestó que había visitado un edificio, notable a su parecer, y en riesgo de perderse. Estas fueron, sobre poco más ó menos, sus palabras:

—En una posada de la calle de Herrerías, núm. 20, existen los restos suficientes para asegurar que aquello fue mezquita ó algún importante edificio civil arábigo-hispano, anterior indudablemente a la Aljafería, que conserva algunas inscripciones en caracteres cúficos; un rosetón ojival hace sospechar si la que probablemente fue mezquita se habilitaría para el culto cristiano después de la expulsión de los árabes en tiempo de D. Pedro IV, aunque es extraño que no se haya conservado en épocas devotas la tradición del santuario: también pudo convertirse en vivienda de algún noble la mezquita, pues se conserva un escudo, cuyas fajas, inclinadas de derecha a izquierda, se ven en el portal de la posada, y cuyo estudio indicaría tal vez a quién perteneció. Dos columnas, de las cuales una principalmente demuestra en su capitel que pertenece a la primera época de los árabes, indican al observador la importancia del edificio, así como un trozo de alicatado que se descubre en una pared del portal, en donde se halla una de las cuadras; pero donde ya no cabe duda del carácter monumental del edificio es subiendo a los pisos superiores: allí se conserva intacto el artesonado de alerce, aunque ennegrecido, lleno de inscripciones en los entrepaños: debió constar de tres naves, de las cuales, la central está más elevada: allí se ven en el muro el rosetón ojival, y debajo de éste, a bastante distancia, los tres arcos de herradura que debieron servir de ingreso. Todo hace creer que, con una restauración inteligente, derribando los tabiques y pisos añadidos para convertir en vivienda el templo, y colocando dos columnas iguales a las dos que se conservan, quedara una mezquita parecida a la del Cristo de Toledo, aunque de época anterior.

A nuestro paso por Huesca visitamos la posada, comprobando la exactitud de la descripción de nuestro amigo. No sabemos si en el libro Huesca monumental hay relación de este edificio; pero nos inclinamos a la duda, porque no nos dieron razón de él personas ilustradas, a quienes pedimos antecedentes y noticias, y porque la Comisión de Monumentos habría hecho algo para impedir el abandono en que se encuentra. En efecto, el humo de una cocina continúa ennegreciendo más y más aquel hermoso artesonado y borrando las leyendas: los adornos que en otro tiempo fueron de oro y vistosos colores están cubiertos de hollín, y las zapatas, terminadas en cabezas de león, toscas, pero características, que sostienen el artesonado, son hoy negros maderos, perdidos en la oscuridad de unos desvanes.

Suplicamos a la prensa, al Gobierno y a la Comisión provincial de Monumentos que examinen el edificio y le tomen bajo su protección, si, como creemos, lo merece.

El teatro de Lara, situado en la Corredera Baja de San Pablo, es un lindo salón en forma de herradura, que imita en su decorado, aunque en pequeño, al teatro de la Comedia: las mujeres parecen allí flores en una canastilla blanca, dorada y roja. Las Sras. Valverde, Abril y Rodríguez, con los Sres. Romea, Riquelme y otros actores que forman un buen cuadro de comedia, han estrenado aquel teatro: ¿cuál será su suerte en esta temporada? Se la deseamos próspera, porque los teatros, como los hombres, son felices ó desgraciados desde el momento de nacer.

Madrid y sus afueras, revista de espectáculo de los señores Herranz y Campo Arana, estrenada en el circo del Príncipe Alfonso, es una obra agradable e ingeniosa, que se ve diversas veces con placer: la música, de Bretón; los preciosos bailes que amenizan la revista, bellas decoraciones, trajes pintorescos y la variedad de los cuadros hacen al espectador pasar un rato agradable en un espectáculo a la vez culto y ameno.

Pero ¿qué hacemos? Sin advertirlo, y contra nuestra costumbre y propósitos, estábamos hablando de teatros.

Las aguas del Lozoya se han enturbiado otra vez.

Pero, señores empresarios, ¿eso es un canal ó una horchatería?

Las mangas de riego, en vez de arrojar agua, llenan de polvo al transeunte.

—¿Qué masca ese niño? —preguntaba ayer una madre a la nodriza—: le ha prohibido el médico que coma.

—Es que ha bebido —contestó el ama;—está mascando agua del Lozoya.


José FERNÁNDEZ BREMÓN.