Crítica social/La democracia

LA DEMOCRACIA

I

Es sin duda una herfamienta política necesaria, mas esperemos a que el uso la regule y le dé un carácter científico antes de declararla el verdadero regulador de las naciones modernas.

Repasando, uno de estos días los «Misterios de Ultratumba», de M. Chateaubriand, se han detenido mis ojas en las siguientes frases:

«Europa corre á la democracia... Desde David a nuestro tiempo, los reyes fueron llamados; las naciones parecen serlo a su Abundan los síntomas de la transformación vezsocial. En vano se hacen esfuerzos para constituir un partido para el gobierno de uno solo: los principios de este gobierno no se éncuentran... Después de todo, será menester renunciar a él. ¿ Qué sơn tres, cuatro, veinte años en la vida de un pueblo? La sociedad antigua perece con la política de que saliera.. La era de los pueblos ha llegado.»

He aquí lo que escribía, hace próximamente medio siglo, el despabilado paladín de la monarquía. Estaba noblemente envuelto en la fidelidad a su rey, y dejaba oir ese grito de absoluta desesperanza ante la sociedad nueva, que subía irresistiblemente como la marea. Hoy el movimiento ha continuado, se ha acentuado aún, barre a estas horas los últimos escombros del viejo mundo.

Pues bien, el siglo ´entero está ahí, en esa evolución social.

Es el advenimiento de la democracia el que renueva nuestra política, nuestra literatura, nuestras costumbres, nuestras ideas. Compruébalo un hecho, nada más. Y añado que el que quiera interceptar el camino a ese hecho, será arrastrado por él.

Comprendo, por otro lado, todos los pesares. Un viejo edificio, de una majestad secular, no cruje sin llenar los corazones religiosos de cólera y de dolor. Los monárquicos cifran su esperanza en una restauración, que imaginan posible; nada más respetable. Hasta admito que esta restaurac.ón tenga lugar mañana. Un rey reinará bien, veinte, treinta años.

Y luego, iqué? Como dice Chateaubriand, en ese grito de melancolía suprema: «Después de todo, será necesario renunciar a la cosa.»

Un nuevo reflujo ahogará el trono, y la democracia se dejará ver nuevamente, más amplia y más profunda.

¿A qué enfadarse? A qué romperse los puños contra una fuerza? La fuerza pasa, siempre debe pasar. Aún cuando mañana tuviésemos un rey, su primercuidado šería formar parte de la democracia, porque la rea!eza no es ya posible si no le cede la mitad de! trono.

Por otra parte, no prejuzgo la forma de gobierno; todos los ensayos pueden intentarse; hasta al cabo de cien años, nuestras catástrofes políticas, proceden de los tanteos para regular el funcionamiento normal de las nuevas sociedades. De ahí nuestro malestar, nuestras disputas, el desorden a que asistimos, y quea veces, en el desaliento de la hora actual, nos hace olvidar el gran trabajo del siglo.

Ni siquiera estoy hablando como republicano; hablo como hombre.

¿ Por qué no tener fe en la vida, en la humanidad? La sacude e impulsa un trabajo sordo.

Pues bien, ese trabajo no puede ser más que una dilatación del ser, una toma de posesión más vasta del mundo.

No hay ninguna razón para creer en el mal final; por et contrario, cuando se ha hecho la suma de esfuerzos, se comprueba siempre en la historia un paso más hacia adelante, a pesar de las equivocaciones de la marcha. Avancemos, pues, pongamos nuestra certidumbre en el porvenir. A pesar de todo, el mañana tendrá razón.

Tal es la creencia inquebrantable que quisiera ver en hombre político, por encima de la abominable conveniencia de los partidos. La miseria comienza cuando sel desciende a la medianía y la truhanería de los ambiciosos que son la vergüenza de su época. Nos sobrecoge entonces gran indignación, se pelea contra esos hombrecillos por poca preocupación que se tenga por la verdad; y tal vez se obrara mejor guardando silencio, esperando' el total de los resultados, porque todo entra en el trabajo de la vida, hasta los elementos sucios y destructores. Así como la muerte es necesaria a la existencia, los hombrecillos fueron hechos sin duda para llenar las fosas, en las cuales caen de nuevo en el vacío, mientras el siglo pasa.

La política no es hoy más que eso. Si la hora parece turbia aun, los hechos se revelan cada vez con más precisión, y lo que todo el mundo oye es el zumbido de la democracia que asciende sin cesar. Es el porvenir, nadie es de dudarlo. Así, pues, es necesario acepcap tarla, se ha de creer en ella, dejando que las pasiones de unos la nieguen y que las ambiciones de otros se la metan en el bolsillo.

No tiene ella la culpa de que imbéciles y tunantes especulen con ella. Y, sobre todo, es menester no temblar al acercarse a élla, cualquiera que sea la tempestad que nos la traiga. El mundo se hizo enmedio de los cataclismos. Cuando se haya concluido la obra, · será buena.

Pero dejo la política que, en resumen, no es mi doiminio, y donde guerreo solamente porque en él abundan todos los desórdenes humanos, y paso a la literatura.

En las letras, la evolución democrática se cumple con tanta pujanza como en la política.

Después de la insurrección romántica, que limpió el terreno, vino el movimiento naturalista, para asentarse en el nuevo orden. Toda sociedad aporta su literatura, y hace mucho tiempo que los críticos anuncian la transformación del espíritu literario. Sainte-Beuve, presa de inquietud ante esa ola creciente, había retrocedido a las edades clásicas, después de poner vanamente su esperanza en el romanticismo. À pesar de su amplia compresión, sentíase desbordado en sus costumbres y sus gustos, decía que una edad acababa y que había llegado la hora en que los escritores de la vieja Francia debían irse.

Este sentimiento de terror, estas ganas de acabar, los he encontrado en todos mis mayores, y en los más ilustres. Es la actitud inquieta y desesperanzada de los realistas en • política, ante la nación trastornada, derrumbando las construcciones antiguas; y lo singular es que los escritores que tiemblan ante la democracia en literatura son, en ocasiones, los que más trabajaron para su advenimiento.

Pero son los hijos de otra edad, todo les hiere en la nuestra.

La Prensa, con su estrépito ensordecedor, su tarea tan turbia, los pone fuera de sí. Permanecen en la torre de marfil de Vigny, donde han guardado el pontificado del poeta, rimanda a ratos, llenos de cólera ante la idea de vender sus obras. En nuestra producción literaria, confisa y tardía, convertida en profesión, ven el próximo fin de la literatura, el derrumbamiento definitivo de esas obras grandes y bellas.

Trato de pintar exactamente aquí un estado de espíritu mụy característico. Fáltales tierra, parece que haya acabado el mundo. A lo lejos, el zumbido de la democracia que avanza, paréceles a ellos el clamor de los bárbaros, acudiendo a matar las inteligencias y a inm| plaatar en los pueblos el nivel igualitario de una medianía universal. Y este espanto, nace de la idea de que la democracia es la enemiga de las artes y de las letras, les da el odio de su tiempo, de las ideas nuevas, de las modernas invenciones, de esa vasta corriente positivista cuya influencia en nuestra literatura contemporánea es cada vez más marcada.

Háblese de la época a los escritores que tienen hoy de cincuenta a sesenta años.

Algunos se lanzarán tal vèz a efusiones líricas sobre la democracia, a la cual el románticismo, en los últimos, ha puesto el justillo de Hernani. Pero los otros, los que no pertenecen al carnaval humanitario, elevarán los brazos al cielo, ante la abominación del país de las letras.

El antiguo espíritu, ese lindo espíritu de los jardines académicos, todo de erudición amable y de retórica maliciosa, agoniza en la actualidad, para ceder su sitio a otro espíritu, de una claridad brutal, todo documentos, que reemplaza la producción literaria de otros tiempos por las experiencias del sabio, que acepta al fin et oficio de escritor, le practica y vive de la pluma, como el médico vive de la lanceta.

Este aspecto positivo de las letras es el que indigna a nuestros mayores y les hace predecir el fin de la literatura francesa, ahogada en el utilitarismo y en la tarea igualitaria de la democracia.

Entre nuestros contemporáneos, conozco otro grupo de escritores que, sin lamentarse, "continúan excépticos y despreciativos ante el movimiento democrático.

Estos tienen mi edad. Son metodistas de la inteligencia, que cifran una especie de aristocracia de la inteligencia en comprenderlo todo y no apasionarse por nada. Discuten acerca del arte de peinarse, se dan como hombres de ingenio y llevan la sutilidad hasta coger las cosas por la cola, con tal de no parecerse a los otros hombres. Pero, sobre todo, tienen la pretensión de estar siempre a un lado, con el desdén de la multitud; sé de algunos que afectan escribir para un solo lector, algún compañero eminente, diciendo que se burlan de la opinión del resto de los mortales. La verdad es que, en el fondo, no marchan con su siglo, porque no tienen la pasión de él.

Y sinceramente, esos jóvenes de la literatura me entristecen más, con su música de salón, que los románticos nuestros antepasados con sus lamentaciones a toda orquesta.

Se comprende el pesar por el pasado, en presencia del porvenir; pero ¿qué decir de esos hijos de la hora actual que encuentran espiritual y distinguido abandonar la tarea para entregarse aparte a juegos inocentes? La democracia asciende, y colocan barquichuelos de papei en cubetas de agua, so pretexto de que no están calzados çon suficiente finura para ir a mojarse fuera.

II Pues bien, en literatura, como en política, creo que es necesario no sentir miedo ante los tiempos nuevos. Una literatura no muere sino con una lengua. Mañana aportará su obra, y tanto más amplia, así la espero, cuanto más parece agrandarse el hueco en el siglo xx.

Es imposible que asistamos a una agonía después de la prodigiosa actividad intelectual que distingue a nuestro tiempo; es seguramente un nacimiento, el comienzo de un gran período histórico.

¿ Qué siglo va a nacer? No puede decirse.

Pero i por qué no tener confianza y no esperarle con la serenidad que presta la fe? Sin duda que nuestra época literaria está singularmente turbada. Desde el desmoronamiento del tiempo clásico, hemos vivido en la anarquía de los estilos; la catedral gótica se derrumbó luego, como aquellas ruínas ficticias que una gota de lluvia 'convierte en barro en los jardines burgueses; y desde entonces ha reînado la confusión de las fantasías personales, mientras que, lentamente, la fórmula naturalista se completaba y se imponía. Sólo nuestros hijos podrán mostrarla clara y establecerla, pues nosotros estamos aun demasiado acalorados a causa de la lucha, para tener la çalma necesaria. De ahí provienen todas nuestras lamentables exageraciones, nuestra lengua todavía empenachada, nuestra observación deinasiado especialmente, dirigida sobre determinados asuntos. Toda revolución comienza así, por violencia enfadosa. Es necesario esperar a que se funde el nuevo Estado.

Es como el estrépito vacío de la Prensa, esa ola de baja literatura que llena la inteligencia pública y desespera a los verdaderos escritores.

Verdad es que la cosa que se da allí un resultado democrático que inquieta. Sólo que, como en toda evolución humana, se deben poner a un lado las miserias y las vergüenzas.

Por otra parte, la Prensa realiza una útil labor; es la vanguardia de la democracia, difunde la ectura y ensancha nuéstro públicoes muy propia, no Sé que precisamente de ese público demasiado grande se quejan los antiguos hombres ilustrados y los refinados de la generación joven.

Pero i por qué hemos de temblar ante una clientela hecha de toda la nación? Ahí está la verdadera democracia en literatura, hablar de todo y hablar de todos, dar derecho de ciudadanía en las letras a todas las clases y dirigirse a todos los ciudadanos. Si nuestro público se hace inmenso, deber nuestro es tener la voz bastante poderosa para que llegue a los cuatro extremos del país.

Y lɔ propio ocurre con el mercantilismo que se censura en las letras modernas.

He dicho en otra parte que el dinero nos hace dignos porque nos hace libres. Somos conerciantes, es verdad; no lloriqueamos como aquel escritor de Chatterton, cuando nos vemos obligados a vender nuestros libros; y nuestros libros son precisamente nuestros desde que los vendemos. Hemos conquistado el derecho de decirlo todo en ellos viviendo de nuestro trabajo, como los otros productores de la nación.

Dejad correr las aguas cenagosas que todo diluvio vierte sobre la tierra, y contad con el cielo azul.

Sin duda que está obscuro el porvenir, que TOMO IX nadie puede aspirar a precisarlo. Se explican las horas de desesperación en tiempos tan turbados como los nuestros. ¡Cuántas veces los más firmes, perdiendo la tierra de vista, abandonándose enmedio de la tempestad, blasfeman contra sus creencias! Y he aquí por qué es necesario dar la ciencia por base a todas las manifestaciones de la humana actividad. La ciencia es la única certeza. Ponedla en la política y en la literatura, si teneis necesidad de fuertes. Estaréis de pie sobre una roca que En seguida os sentireis creerno se moverá.

Sí, la ciencia regulará la democracia misma. Esta democracia no es aún más que una nalabra, un 'monstruo horrib'e para unos, una vaca de leche parta otros. No trato por mi parte de definirla, de saber lo que nos trae de bueno y de malo, porque me basta que llegue por la ciencia y que la ciencia debe un día determinarla.

La ciencia enterrará las locuras humanitatarias, las concepciones delirantes de los hambrientos v los ambiciosos, para establecer el nuevo orden social sobre las verdades naturales.

¿ Por qué, pues, nos hemos de inquietar por lo que vendrá, puesto que habrá solamente en ello un producto lógico del trabajo def mundo?

| Ello no podrá ser, lo repito, más que un acrecentamiento de la vida.

Se nos reprocha que no creamos.

Quisiera ponerme en pie y hacer en voz muy alta mi acto de fe.

Creo en mi siglo con toda mi moderna ternura. Sólo los creyentes son fuertes. Todo aque!, en política como en literatura, que no crea en su tiempo, caerá en el error y en la impotencia. He visto a mis antepasados esterilizarse en medio de sus pesares; veré ciertamente resbalar al vacío a aquellos de mis contemporáneos que ensarten perlas aparte, por una distinción de excepticismo.

Creo en la ciencia porque es la herramienta del siglo, porque lleva en sí la única fórmula sólida de la política y de la literatura de mañana. Ella fué quien abrió la revolución y ella será quien la cierre. Solamente en ella hay salvación para la humanidad. Ensanchará nuestro dominio sin rechazar nada de él, precisando nuestras facultdaes y estableciendo la lógica de nuestras relaciones.

Creo en el día que transcurre, y creo en el día de mañana, seguro de un crecimiento cada vez más vasto, por haber cifrado mi pasión en las fuerzas de la vida. .