Costumbres literarias: 04

IV
El autor


Oui, j'aime mieux, n'en déplaise à la gloire,

vivre au monde deux jours que mille ans dans l'histoire.

Molière.


Y con perdón de la gloria,

mucho más estimaría

vivir en el mundo un día

que mil años en la historia.

Entonces reconoce la ingratitud del siglo, y medita filosóficamente sobre la ignorancia de la multitud; pero templa su dolor con la consideración de los inconvenientes de las riquezas y la gloria que le brinda la fama en las futuras edades, con lo cual se determina a pasar el resto de sus días dedicado a la filosofía y al estudio. Mas desgraciadamente llega el día 30 del mes, y el casero le recuerda el alquiler del cuarto; la patrona le reclama el gasto de la casa; el sastre tiene la inhumanidad de presentarle la cuenta, y hasta el grosero asturiano que le sirve se atreve a interpelarle sobre el pago de su salario.

El desdichado autor cae entonces bruscamente desde su cielo ideal en este mundo mecánico y positivo; mira con dolor que el ingenio es un capital pasivo que no empieza a producir hasta después de la muerte; que la sabiduría no tiene cosecha, o que si siembra ideas es para recoger únicamente desengaños; que hacer libros donde nadie lee, es ponerse a fabricar rosarios en Pekín; que aquella individualidad, aquella sublime excepción a que ha aspirado por resultado de sus tareas, le han constituido en una situación exótica en medio de una sociedad material y positiva; y que, en fin, todo su talento, toda su nombradía, no pueden hacerle prescindir de aquellas necesidades que esta misma sociedad le impone.

Entonces es cuando dando un nuevo giro a sus ideas, las materializa y dirige a un resultado positivo; entonces cuando hace el sacrificio de su futura gloria en gracia de su vivir presente, y trata de hacer valer sus circunstancias para llegar a clasificarse en esta misma sociedad que antes miraba con enfático desdén. Entonces es cuando cambia las bibliotecas por las antesalas; los profundos volúmenes por los periódicos fugitivos; las relaciones literarias por las encumbradas y políticas; entonces cuando hace la oposición o la defensa de los ministros; entonces cuando brilla en su mayor esplendor, y todos alaban su talento y pasa de mano en mano altamente recomendado, hasta que da en las de un poderoso Mecenas, que en justo galardón de sus conocimientos literarios, o de su numen poético, le encaja una contaduría de estancadas o una administración de correos, con lo cual el ex-autor hace almoneda de sus libros, vende al peso todas sus impresiones a un almacenista de chocolate, y marcha satisfecho a desempeñar su destino y a firmar oficios y cargaremes.

Y aquí concluyó el literato, y empezó su positiva carrera el funcionario público.

(Marzo de 1837.)