Corrido de Pedro Ñancúpel
¡Oh, mi Jesús amoroso!
¡Oh, mi Dios, Padre Divino!
Por esta cruz en tus hombros,
por este amargo camino.
Dadme luz y entendimiento
a esta torpe pluma y lirio
para relatar a ustedes
el caso más peregrino
del señor Pedro Ñancúpel
que en Melinka fue cautivo.
El capitán de ese puerto,
aunque tenía temor,
con toda su policía
se embarca con gran valor.
El práctico que sabía
donde está su habitación,
mandó a hacer las velas
y dio la dirección:
-"al este Casa de Ramas;
al sur Mata de Quilas".
Los primeros que mataron:
de Terao, los Manquemillas.
Les tomaron los negocios
para llegar en Melinka.
-"Nos buscarán como flores
el primer capitán
don Belisario Bahamonde,
en cuya casa llegamos
para sacar provisiones".
Llevaba balas y macanas
y muchas embarcaciones,
hundiendo chalupas
que andaban en la pesca.
-"Una vez habilitados
iremos con los hacheros,
llegaremos como leones
y que Dios nos favorezca.
Yo, en la cabeza me ha entrado
hacer lo que yo intento:
No dejar de matar,
no siendo que llegue a ciento".
-"¡Vamos a Puerto Low,
hay un barco de franquía
tomaremos el negocio
y le quitaremos la vida!"
Y se fueron a efectuar esta mala compañía:
los que habían en el barco
todos rindieron la vida.
Sepultaron los cuerpos,
en una cueva escondida.
Permitió la Omnipotencia
y el mismo Padre Divino
que fueran y lo agarraran
como pájaro en su nido.
Lo llevan para Melinka
con su buena barra de grillos.
Viéndose Pedro Ñancúpel
de esta suerte perdido,
principió a lamentarse
en la cárcel escondido.
Pensando que nadie lo oía,
estas palabras dijo:
-"Sacratísimo de Nuestro Auxilio,
conviene que yo padezca,
padezco por gusto mío,
pues mis intensiones eran
-si no me hubieran tomado-
prender fuego a Melinka
y matar a sus empleados".
De aquí termina la historia
con un consejo muy bueno:
que no sigan el ejemplo
de tal desgraciado Pedro.