El contratista


-Háganse ustedes a un lado y dejen pasar a ese brillante cabriolé. -¿Quién viene dentro? ¿Es agente de cambios o médico homeopático? ¿La bolsa o la vida? -«¡Eh!... ¡A un lado, hombre!» -¡Dios le perdone! que nos ha llenado de lodo hasta el sombrero.

El reluciente carruaje sigue su rápida carrera, sin dársele un ardite de los pedestres, y llegando delante de una suntuosa casa de moderna construcción, el jockey se apea y va a dar el brazo, para descender, a un personaje de mediana edad, elegantemente vestido de negro, bota charolada, guante pajizo y condecoración de brillantes en el pecho. Sube apresuradamente la escalera sin reparar en las varias personas que esperan su llegada; atraviesa las salas donde al resguardo de verjas de madera cubiertas con cortinillas verdes, están trabajando los numerosos dependientes; no hace alto en el ruido armonioso de las talegas de pesos, vaciadas de golpe por el cajero, y se encierra en su gabinete a calcular a sus solas cuánto le producirá el último corte de cuentas ministerial.

El agente de bolsa entra a la sazón a proponerle la venta de algunos millones de créditos: el oficial del ministerio le viene a pedir a nombre de S. E. otros millones en metálico: contesta al ministro con el dinero, al agente con las libranzas; realiza el papel; el gobierno no le cumplirá el trato; pero él ganará un millón.

El dependiente le trae a firmar una contrata; el habilitado viene a cobrar la anterior; el cosechero coloca en depósito sus frutos; el provisionista carga con ellos; el escribano le lee una escritura de adquisición de una propiedad; el comisario la hipoteca que hace de ella para la contrata; el cajero le da cuenta del arqueo; y el groom le entrega un billete perfumado de la prima donna o el cartel de los toros que le remite el primer espada. -A todos contesta y en todo está. Recibe con franqueza a los amigos que le pagaban el café antes de ser contratista; con galantería a la cómica que le pide una recomendación para el director; y con altivez al ministro que viene a proponerle otro negocio y a comer con él. -Pasa luego a dirigir personalmente el arreglo del jardín o las colgaduras del salón; sale al Prado a dar en ojos a la rancia nobleza con su magnífico landó; va luego al teatro a decidir magistralmente sobre el mérito de las piezas, y después al Casino a trazar nuevas combinaciones ministeriales en que suele figurar él.

Todavía no se ha decidido a abrir sus salones a la sociedad; pero ya se decidirá. Y la sociedad, ansiosa acudirá a festejar al dichoso del día; y la pluto-cracia triunfará de la aristo-cracia, y de los rancios pergaminos los talegos de arpillera. -«Dineros son calidad».