Contra la marea: 09
Capítulo IX
Transcurrió así un año.
A medida que adelantaba el tiempo, iba alivianándose en el alma de Lucía el peso del dolor ocasionado por la muerte de su venerable esposo, a la vez que de su austero y riguroso traje de viuda desaparecían también -eliminadas poco a poco por razones de salud o exigencias mundanales que, sin remordimientos ya, se cuidaba de exagerar un tanto- las señales externas reveladoras de ese dolor.
Llegó el próximo verano y se acabó definitivamente el luto de la familia.
Por esa época comenzó en la alta sociedad la costumbre, tan en boga hoy, de salir a veranear a la costa.
Ribera Bella era la más reputada y elegante playa balnearia del país y el hotel Sea-Side el mejor y más suntuoso establecimiento de Ribera-Bella.
¿Por qué se llamaba Sea-Side (así, como suena, en inglés) y no de la playa o de la orilla del mar aquel hotel?...
Rodolfo no logró nunca averiguarlo.
He aquí en dos palabras la historia de la Ribera-Bella.
Allá, tierra abajo, más al sur de los partidos que forman la zona central de las orillas bañadas por el Atlántico; abierta a las brisas marinas del oriente, y a las ráfagas sonoras del pampero; ancha, procelosa a veces; mansa y serena otras, hallábase, años ha, una blanca y extensa playa, que hasta entonces habitaran tan sólo la gaviota salvaje y el gaucho de la pampa.
Descubriola un día el hombre civilizado y, adivinando la importancia de tal descubrimiento, imaginó aprovecharlo en beneficio de sus semejantes.
Ahuyentadas por su presencia aterradora, huyeron las gaviotas de allí donde acostumbraban bajar por centenares y batir sus alas a la luz del sol. ¡Huyeron graznando para dejar la orilla abandonada a las conchas y algas del mar y al tropel bullicioso que desde las riberas del Plata acudía poco a poco a recogerlas y a bañarse entre sus olas.
La invasión fue rápida.
A la primera pintada casilla de baño siguiose un hermoso chalet, al chalet un palacio. La aldea marítima fue creciendo así; de modo que, no mucho después, lo que era únicamente soledad y melancolía se trocó en muchedumbre y movimiento. El vapor y la electricidad, el martillo y el yunque, el buril y el pincel hicieron sentir allí su influencia creadora; y al resoplido poderoso del uno y al golpe mágico de los otros, brotó poco a poco la ciudad balnearia.
Ribera-Bella se llamó, entre tanto, el prodigio naciente.
Los bañistas comenzaron a invadirlo en tropel desde la capital. Sitio de moda, lleno de distracciones, se vio frecuentado por la sociedad más selecta.
El Sea-Side, de por sí, era ya un atractivo: cómodos departamentos, amplios salones, comedor hermoso, salas de juego, terrazas, galerías con vistas sobre el mar; una extensa rambla a orillas de la playa; baños; pequeños kioskos restaurants anexos: todo lo esencial, en fin, y hasta lo accesorio y superfluo, encontrábase reunido en él.
La curiosidad de Rodolfo por conocer Ribera-Bella databa desde la época de la fundación del Sea-Side.
Pero se había resistido a satisfacerla.
Estaba seguro de no encontrarse bien allí el género de vida llevado por los huéspedes del famoso hotel no era, en modo alguno, el más a propósito para armonizarse con sus gustos.
Sin embargo, un buen día, después de mucho vacilar, no resistió ya más; y, quieras que no quieras, dando por vencedora a la tentación, resolvió dirigirse a la famosa playa; pero con el firme propósito de alojarse, una vez llegado a ella, en una de las muchas casas de huéspedes que allí abundaban, y contemplar, de ese modo; a sus anchas, y desde lejos, el espectáculo de la vida elegante que se llevaba en el Sea-Side.
La familia de Levaresa había partido, como tantas otras, después de hacerse retener de antemano uno de los mejores departamentos del privilegiado hotel; y allí se encontraba gozando de las delicias de una encantadora estación veraniega.
Jorge era también del número de los bañistas.