Contra el profesionalismo político. La significación fascista y el anhelo español
i yo tuviera las condiciones de agitador
y de tribuno del jefe fascista italiano
Mussolini, a estas horas estarían en
las calles madrileñas las escuadras asaltando
ministerios y oficinas, y no me remordería
la conciencia por haber impulsado
el movimiento.
Me importan poco los orígenes impuros
del fascismo, que tal vez no sean tan
condenables como las apariencias nos dicen;
me interesa su orientación revolucionaria
de ahora, que Mussolini ha condensado
en su arenga de Nápoles:
«¡Príncipes, triarios, camisas negras de
toda Italia!... Yo os digo con toda la
solemnidad que el momento impone: o
nos dan el gobierno, o lo cogeremos cayendo
sobre Roma.»
¡Para qué quieren los fascistas apoderarse
del gobierno y cómo quieren llegar
a él! Mussolini completa su arenga con
las siguientes frases: «Es necesario para
la acción, que deberá ser simultánea y
que deberá en toda Italia COGER POR
EL CUELLO A LA MISERABLE CLASE
POLÍTICA DOMINANTE, que volváis
rápidamente a vuestras residencias,
que las órdenes se os darán.»
Esta no es una revolución demoledora
que quiera derribar un régimen y sustituirlo;
es una revolución adecentadora
y reconstructiva, que pretende cambiar
un sistema, cogiendo por el cuello a la
miserable clase política dominante», a
los políticos de profesión, que en España,
como en Italia, se comen al país, desmoralizándolo
y arruinándolo.
Eso no tiene nada que ver con el régimen.
Suponerlo no se le ocurre más que
a nuestros revolucionarios de opereta, que
sólo han pensado en destronar al Rey
para darse postín por las galerías de Palacio.
¡Más presumidos que una mona!
Mussolini y los fascistas discurren de
modo más positivo y racional. «El Parlamento
y todo el tinglado democrático
—dicen— no tienen nada que ver ton la
Monarquía.» Y así, dispuesto a respetar
la Monarquía y a no dejar con cabeza
a un solo profesional de la política, avanza
el fascismo por las poblaciones de
Italia, promueve una honda crisis y hace
tambalearse el sistema político, viejo y
desacreditado, inmoral y dilapidador.
¿No os parece una revolución a la medida
para España? ¿Y no os recuerda
aquel noble y alentador conato de las Juventudes
mauristas, que con sus garrotas
y sus bastones se adueñaron de las calles,
donde hasta entonces dominaban las
patrullas motineras, que hablan llegado
a adquirir también carácter profesionalista?
Si el maurismo callejero hubiera avanzado
un poco más en su obra de agitación
y de estruendo, preconizada humorísticamente
por aquel famoso «Don Feliz del Mamporro»,
como en una traducción
popular de soberanos ideales redentores,
¿no estaríamos ahora recogiendo
los frutos de una verdadera revolución
dentro del régimen?
El maurismo nació con mayor pureza
que el fascismo. Además, nació vertebrado
y conformado, con cerebro y corazón,
con un ideal y con unas soluciones concretas
y determinadas para cada problema.
Tenía un hombre que podía iluminar
loa horizontes desde las cumbres del Poder,
y tenía un credo, un cuerpo de doctrina
sabia y honesta.
Pero para llegar al triunfo era necesario
barrer el campo de la política profesional,
«coger por el cuello—según la
frase de Mussolini—a toda la miserable
clase política dominante». Y eso no se podía
hacer más que de dos maneras: con
la revolución desde arriba, que procla^
mó Maura, inspirándose en un delicado
sentido gubernamental de hombre que
había jurado sobre los Santos Evangelios
guardar la Constitución, o con la
revolución callejera que iniciaron las Juventudes
mauristas, y en la que el fascismo
avanza, colándose por asalto en las
guaridas del ruin politiqueo.
La revolución desde arriba — generoso
ideal de redentor que juzga a los demás
hombres por sí mismo — es punto menos
que imposible realizarla. Se opone el
sistema, la dificulta el ambiente, le corta
el paso la enorme maraña de los intereses
egoístas. La pureza del sufragio, las
grandes transformaciones administrativas,
el adecentamiento de las costumbres,
la austeridad en los procedimientos, todo
con fervorosa asistencia ciudadana, son
factores indispensables para que se traduzca
en hecho el ideal de la revolución
desde arriba. Y nuestros políticos, mientras
los haya del calibre de ahora, falsearán
los resultados electorales, entorpecerán
el esfuerzo legislativo indispensable
para el cambio radical del sistema
de administración, pondrán obstáculos a
todo intento gubernativo que tienda a
limpiar, a barrer, a oxigenar las covachuelas,
y en esa actitud podrán resistir
años enteros, porque la opinión, mientras
los vea arriba dominantes y amenazadores,
estimará ineficaz, aunque no lo
sea, el concurso que se le pida.
Es necesitarlo desalojar de las fortalezas
en que se defienden a las fuertes
hordas caciquiles, poderosas concentraciones
de un feudalismo bárbaro, que hacen
imposible todo avance renovador. A eso
va el fascismo, «que deberá en toda Italia
coger por el cuello a la miserable clase
política dominante», y ese era el sentido,
aunque tuviera más delicada expresión,
de aquellas exteriorizaciones callejeras del
maurismo.
Late ahora con mayor fuerza la necesidad
de hacerlo así. Estoy seguro de que
se ha centuplicado el número de españoles
que sienten la asfixia de los miasmas
deletéreos del muladar político. No habrá
español que refrene los deseos de actuar
como hombre digno cuando advierte
la podre administrativa que se desborda
por el reventón de Larache, sin que
nadie se preocupe de poner remedio al
generalizado mal; ni que viva tranquilo
contribuyendo a las simulaciones económicas;
ni que asienta silencioso a los
engaños de una política orgiástica, desaprensiva,
de escandalosos aprovechamientos,
criminales despilfarros e irritantes
injusticias.
Cada día, cada hora, nos tropezamos
con una demostración de que es imposible
seguir viviendo así. Y eso hasta en
los detalles más insignificantes. La crónica
del excelente y gubernamental escritor
«Andrenio», en que descubre cómo
de Marzo de 1921 a hoy se han gastado
920.000 pesetas en comprar autos cuyo
sostenimiento importa 4.316.000 pesetas
al año, para que se paseen gratuitamente
los personajes, las familias de los personajes
y hasta las amas de los niños de
los personajes, es una nueva invitación...
al fascismo.
Pues, ¿y el bonito final que ha de tener
el expediente Picasso ? Ya lo anuncié
yo y lo confirma La Época. «Sólo cabe
—dice el órgano del Gobierno—una gran
fogata parlamentaria, y todo el mundo
prepara su haz de leña, cuando no su
espuertilla de virutas.» No, amigo, que
también se prepara un procesamiento, el
único resonante, el de aquel digno y valeroso
general al que todos, apestando a
miedo, le encendíamos velas cuando los
moros se acercaban a Melilla y les veíamos
navegando con rumbo a Málaga...
¡Qué asco!
¿No justifica todo esto lo que el fascismo—ejército
de gentes civiles casi militarizadas,
gentes de distintos ideales y
de diversas procedencias, unidas por el
deseo de adecentar la vida de su país—
intenta hacer en Italia enarbolando los
bastones?
¡Ea, muchachos, hombres inteligentes y
patriotas, ricos que no medráis en la política,
pobres que sentís las bofetadas de
los vividores ostentosos, labriegos explotados,
industriales estrujados; es decir,
príncipes, triarlos, camisas negras, arriba
las garrotas, ya que las súplicas, los
consejos y las advertencias son inútiles en
el propósito de limpiar el pudridero político!
Y a ver si usted, mi general, procesado
y todo, nos da unas lecciones de estrategia
para que, con las menores pérdidas
posibles, lleguemos, dentro de la Monarquía,
a cumplir el objetivo de Mussolini:
«Coger por el cuello en toda España a
la miserable clase política dominante.»
Será preparar el campo para que entidades
y hombres sesudos, sabios y austeros,
verdaderas representaciones del país,
acometan la obra reconstructiva.