Conferencias sobre higiene pública: 02

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
Conferencia N. º XXV

Ojeada retrospectiva sobre el ácido carbónico y la materia orgánica en la atmósfera. Influencia de la aglomeración de individuos, y de la luz. Historia de la ciudad de Londres y de París. Buenos Aires y su mortalidad durante la fiebre amarilla. Economía mal entendida. Ejemplo aplicable á lo que está pasando en esta ciudad. ¿Por qué el Norte es habitado por los ricos? Opinión del Sr. Junod. Vientos de baja y de alta presión. Cementerio del Norte. El pauperismo en Inglaterra. Informe del Dr. Duncan. Medidas adoptadas por los ingleses para el buen servicio de las casas de inquilinato. La ciudad de Berlín y sus sótanos. La ciudad de Liverpool. Los sótanos en Buenos Aires. El número de edificios que se construyen anualmente comparado con la inmigración.

Debemos continuar en esta conferencia los estudios relativos á la capacidad superficial que necesita una ciudad para estar en buenas condiciones higiénicas.

Con este motivo hácesenos necesario volver ligeramente sobre una cuestión que ya hemos tratado, pero que rige y domina el asunto de que vamos á ocuparnos.

Cuando hablamos de la atmósfera, dijimos cuáles son sus elementos esenciales y no esenciales, mencionando en la última categoría al ácido carbónico y á las materias orgánicas.

No atribuíamos á la primera de estas sustancias facultades deletéreas ó venenosas, constatando que si ella obra sobre la economía humana de una manera funesta, es simplemente por el rol sustitutivo que desempeña con relación al oxígeno, elemento indispensable para la vida. Así es que un individuo puede vivir, sino con plena salud, al menos con mediano bienestar, respirando en una atmósfera que contenga diez veces ó veinte veces mas ácido carbónico que en el estado normal.

Dijimos precisamente lo contrario hablando de las materias orgánicas que, juntamente con el óxido de carbono y otras sustancias, desempeñan un papel verdaderamente deletéreo.

Ahora bien, sabido es cuales son las fuentes productoras del ácido carbónico: las combustiones de todo género, y, principalmente, las combustiones de los seres orgánicos en sus procesos constantes de respiración y de nutrición.

Pero el ácido carbónico producido en las máquinas elaboradoras del reino animal, va acompañado de materias orgánicas exhaladas en diversas formas; materias orgánicas que permanecen en la atmósfera, en las murallas, en los vestidos, etc., causando un verdadero peligro á los seres que rodean.

Así pues, al ácido carbónico que resulta de las combustiones orgánicas, acompaña siempre una cierta cantidad de materia nociva exhalada de la economía; pudiendo decirse que el primero es el señalador ó el índice de la segunda.

Fácil es comprender, en vista de lo que dejamos dicho, que habrá más ácido carbónico y más materia orgánica atmosférica allí donde las fuentes sean mayores; lo que equivale á decir que el aire de las ciudades se hallará más viciado en estos principios dañosos que el aire de la campaña.

Si nos concretamos á la atmósfera urbana ó de las ciudades, podemos también aseverar que es más maléfica, más deletérea é irrespirable la que corresponde á un agrupamiento mayor de individuos que aquella en donde los fenómenos de la respiración y de la nutrieron se verifican en menor escala.

No es solamente el número más ó menos considerable de individuos que respiran en una atmósfera dada, lo que contribuye á viciarla y á hacerla nociva para la salud. Conocemos la acción química ejercida por la luz solar sobre el ácido carbónico, y no es difícil comprender los efectos de su ausencia ó escasa presencia en los parajes en donde exista una población que esté produciendo constantemente el principio que, si bien no es en realidad un veneno, obra sin embargo, si puede decirse, impidiendo brutalmente la entrada á los pulmones del oxígeno necesario para la vida.

De manera que, en teoría, podríamos dejar sentado lo que convendría para sanear una ciudad, en lo que respecta á la purificación atmosférica: calles anchas, para que por ellas pueda el aire correr y renovarse con facilidad, y para que la luz solar penetre y vivifique al aire urbano, que tanto lo necesita, por su tendencia pasiva á ser viciado y envenenado por la asociación humana. Además, disminuir ó reducir á un estado conveniente la elaboración de los principios nocivos y no esenciales, de la atmósfera; lo que se conseguiría si la población se repartiese proporcionalmente en la superficie urbana; teniéndose como norma de salud pública los 40 metros cuadrados para cada habitante, asignado en las ciudades adelantadas por medio de calles espaciosas y de grandes y bien situados parques, etc.

Leyendo últimamente la historia de la ciudad de Londres, hemos encontrado algunos datos estadísticos que prueban todo lo que puede esperarse de los trabajos higiénicos.

Hasta la mitad del siglo pasado y aun hasta el año 1770, la mortalidad en Londres era de 1 por 20 habitantes. Al presente solo muere 1 por 41 habitantes; es decir, que se ha reducido á la mitad el número de las defunciones en el espacio de medio siglo; y que si anteriormente, en el siglo pasado, morían 155.000 individuos por año, desde cincuenta años á esta parte ha conseguido Londres, por medio de saneamientos adecuados, salvar la vida á 75.000 habitantes que le aportan progresos en la ciencia, en la industria y en el comercio.

La ciudad de París acusaba hasta el año 1855 una mortalidad anual de 1 por 32 habitantes. Desde entonces hasta la fecha la mortalidad es de 1 por 40, casi la misma que en Londres.

Véase pues el poder de la ciencia para conservar la salud y la vida!

Si volviendo nuestras miradas á lo que nos toca mas de cerca, á la ciudad de Buenos Aires, contemplamos el espectáculo horrendo de la última epidemia de fiebre amarilla en que 17.000 individuos caen víctimas del flagelo; si consideramos el valor relativo de esta cifra, exhorbitante en sí misma, encontraremos, trás de un motivo de dolor y de tristeza, un motivo de vergüenza y de oprobio.

Decimos esto, porque la altura á que la ciencia había alcanzado, en esa época, era muy suficiente para haber, ya que no impedido, cuando menos suavizado muchísimo los estragos, como se han suavizado en todas las ciudades en que los principios higiénicos tienen una aplicación práctica.

Es hasta un error financiero, como en otra ocasión hemos dicho, economizar gastos en lo que se refiere al saneamiento de las ciudades.

Los norte-americanos, tan adelantados en la estadística, han hecho cálculos matemáticos sobre este particular. Uno de sus grandes pensadores opina que cada individuo que se establece en un país cualquiera, representa para la nación la suma de mil pesos fuertes, y algo más.

Esto se comprende por lo que un individuo puede producir en todo género de trabajos.

Lo que pasa con el inmigrante, sucede igualmente con el niño que nace y con el hombre nativo del país, cualquiera que él sea.

Aplicando este cálculo á la epidemia que desgraciadamente se ha cebado en la ciudad de Buenos Aires, hallaríamos que, juntamente con las 17.000 víctimas, hemos sufrido lo que ellas representaban, es decir, la pérdida de 17.000.000 de pesos fuertes.

Si de estos millones perdidos, hubiésemos destinado tan solo diez, en procurarnos una buena higiene, indudablemente no tendríamos que lamentar tantas víctimas, y tendríamos además 7.000.000 de pesos fuertes de embolso.

Cuando se trata de resolverlos grandes problemas de higiene pública, no deben mezquinarse ingentes sumas de dinero, como no han mezquinado Francia, Inglaterra y otros países, cuando se han propuesto mejorar la salud pública de los que habitan sus grandes y populosas ciudades.

Debe gastarse la suma necesaria, por grande y asombrosa que ella sea, porque de esto depende no solamente la satisfacción de mayor número de víctimas á la muerte, sino también la ganancia por ausencia de pérdida que supone la salvación de los individuos en beneficio del trabajo y de la riqueza.

Lo que á primera vista resalta como perjudicial para la higiene pública de Buenos Aires, es la repartición desproporcional de su población, juntamente con la carencia de plazas y paseos públicos, en las condiciones requeridas por la ciencia.

Actualmente se está construyendo un parque en las afueras de la ciudad, y esto presenta serios inconvenientes, como en breve veremos.

Supongamos un cuarto de pequeñas dimensiones, el cual reciba muy escasamente los rayos solares, sin la suficiente ventilación, y, por consecuencia, en las mejores condiciones para retener la humedad y con ella la infección atmosférica. Supongamos así mismo que este cuarto se halle habitado por un individuo, el cual, como se comprende, no tarda en padecer los efectos de las causas inhumanitarias que existen en su derredor.

Supongamos mas: á distancia de tres ó cuatro cuadras existe el más hermoso jardín de la tierra; de todo hay en él; el buen aire, la suave luz, exquisita temperatura, variedad y poética fragancia en las flores, capricho en las fuentes y en los riscos, delicado gusto en las obras del arte; en pocas palabras, es todo un compendio de la tierra de promisión...

Nuestro hombre, en momentos en que sus fuerzas debilitadas se lo permiten, abandona su cama, echa mano de un bastón en que pueda equilibrar sus destroncados miembros, y traspasa el umbral de la inmunda pocilga que amenaza consumir su existencia. Diríjese al jardín, á donde llega con trabajo.... es un pobre enfermo que no tiene carruaje en el que pueda ser conducido con facilidad hacia el rumbo que lleva... es un ser desamparado, sin padre, sin hermanos, sin amigos que le acompañen y le ayuden en los trances que pueden sobrevenirle en una jornada, para él, larga y difícil...

Llega pues al jardín, y, una vez allí, encuéntrese vivificado su organismo, á tal punto que, sin necesidad de ver ni de tocar lo que á su alrededor existe, comprende que está en un Edén; el rico y balsámico ambiente le ha penetrado por los poros de su cuerpo hasta la médula de los huesos; ha oído el canto sublime del ruiseñor, y su frente lívida ha recibido la impresión cariñosa de uno de esos rayos que se deslizan con blandura al través de los celajes formados por las verdes hojas de los árboles.

Acércase la hora de volver á su habitación insalubre, hora que ha procurado retardar por el doble motivo de encontrarse en un paraje encantador, respirando un ambiente saludable, y porque le acobarda pensar en el extenso trecho que le separa de su morada en ese instante.

Por fin, resuélvase y emprende la marcha retrogresiva, no sin dar antes un adiós de despedida á la mansión hospitalaria, en cuyo recinto mitigará un tanto sus dolores y sus angustias y, á medida que de ella se aleja, aproximándose al sombrío cuartujo, solo lleva en su imaginación las delicias del jardín, que más de una vez, transportara con sus árboles, con sus aguas y con su atmósfera á una distancia apropiada á sus débiles fuerzas, y á un paraje que transformara radicalmente las condiciones de vitalidad en que la imprevisión, la pobreza y la miseria le habían colocado.

Si dos ó tres horas pasó su organismo en un medio que le regenerase; si todos los resortes de su maquinaria recibieron el aceite suave por medio del cual verificasen sus funciones con más orden y actividad; si su alma, presa y agobiada por los sufrimientos morales, se gozó unos breves instantes en la contemplación de una naturaleza lujosa y caritativa; todo, todo se ha evaporado en el crisol de la insuficiencia.

De vuelta á su choza, lo que á su vista se ofrece no es ya la salud y la vida en el esplendor deseado, sino la muerte envuelta en el manto oscuro de la escasez de aire y de luz, de la exagerada humedad, y de las sustancias putrescibles con sus emanaciones.

Al siguiente día, sus deseos, su instinto, le impulsan á buscar nuevamente los beneficios con que, á la distancia y mediante su recuerdo, le brinda el lugar en que horas antes habíase encontrado; pero algo superior obra en su ánimo, algo que supera estos deseos y este instinto, y le obligan á renunciar al propósito cándidamente concebido; este algo es la imposibilidad física en que se encuentra su organismo para traspasar una distancia considerable, y, además, la idea del efecto neutralizante que se verificaría á su regreso, por el cansancio de la jornada, y por volver á estar durante toda una noche respirando el mal aire, y en contacto de la perniciosa humedad.

Renuncia pues á goces tan costosos, tal vez ya imposibles de conseguir; abandónese en su abatimiento, y... la muerte no tarda en llegar...

He ahí una víctima inmolada por la naturaleza, y he ahí también una lección para los que en algún modo pueden hacerla desviar sus flechas hirientes y emponzoñadas, modificando la esencia y las relaciones de las fuerzas cósmicas.

Esta descripción que imaginariamente hemos hecho, es el retrato fiel de lo que pasa en una ciudad en las condiciones de la nuestra, en que existe un buen número de pobres y de desvalidos, para los cuales no hay sino la proximidad de los hospitales y de los cementerios; para quienes no existe otro beneficio que la estrechez de la calle, con la escasa luz, y con los fangos obrando pestilencialmente á la puerta de sus viviendas, que serán tal vez el cuarto oscuro y mal sano del conventillo.

El ejemplo que hemos aducido, puede considerarse perfectamente como la unidad de medida con relación á la ciudad de Buenos Aires, á cuyos habitantes se les ofrece en perspectiva un parque de recreo mandado construir por indicación del Sr. Presidente de la República, y previo el consentimiento acordado por el Congreso de la Nación.

No hay el menor inconveniente, por nuestra parte, en creer que el mencionado parque ó paseo público reúna las condiciones estéticas más halagüeñas; una fuerte suma de dinero ha sido decretada, y es muy probable que puedan adornarse los terrenos designados con todas las galas de la naturaleza del arte, como corresponde á la civilización que hemos alcanzado; pero, ¿es acaso necesario insistir en que las condiciones del terreno, bajo y palúdico, lo hacen rechazable á los ojos de la ciencia?

Y, aun en la hipótesis de que dicho paseo se hallase en las mejores condiciones de higiene, para los que respirasen su atmósfera y disfrutasen la sombra de sus árboles, ¿no habría otra circunstancia que lo haría profano á la ciencia?, ¿no presentaría otro punto vulnerable, expuesto con franqueza á las flechas del sentido común? Sí; esa circunstancia, ese punto vulnerable es la enorme distancia que media entre el artístico y bello paseo, y la morada del pobre, húmeda y sin luz, en donde se apaga su vida al cabo de un proceso de corta duración, como hemos visto consumirse y desaparecer la existencia del individuo protagonista en nuestro cuento.

El Parque 3 de Febrero responde á las necesidades de la aristocracia y del lujo, pero permanece mudo ante las exigencias de la población indigente que, en su mayor número, habita el sud de la ciudad, es decir, el polo opuesto al lugar donde se dice que habrá buena atmósfera, corrientes de aire puro, sombra y perfumadas flores.

En términos generales, sucede en Buenos Aires y en todas las ciudades argentinas y chilenas, que los ricos habitan la parte norte de la ciudad y los pobres ocupan el sud.

Este fenómeno tradicional, nos ha llamado la atención más de una vez, sin que acertáramos á explicarnos el por qué de su existencia. Leyendo últimamente una memoria presentada por el Sr. Junod á la Academia de Ciencias de París, nos encontramos con que este señor explica, á nuestro juicio satisfactoriamente, el fenómeno en cuestión.

En las ciudades europeas, observa el Sr. Junod, la población mejor acomodada reside en el Oeste, lo cual es debido muy probablemente á que siendo reinantes en Europa los vientos del Oeste, y como estos disminuyen la presión atmosférica, resulta que las materias orgánicas existentes en el aire bajan ó se deprimen por gravitación, siendo arrojadas luego por estos mismos vientos hacia la parte contraria, es decir, hacia el Este. Probablemente el instinto del hombre, ó sea ese tacto sutil, por medio del cual aleja un tanto las causas de enfermedad y de muerte, ha sido lo que ha obrado en el ánimo de los habitantes de la Europa para preferir las posiciones del occidente á las del oriente.

En Buenos Aires y en algunas otras ciudades de América, predominando los vientos del Norte, enrarecen la atmósfera, y luego arrastran hacia el Sud las materias orgánicas, deprimidas en virtud de dicho enrarecimiento.

Bajo este aspecto, el sud de la ciudad de Buenos Aires es más insalubre que el norte; por otra parte, la aparición y desarrollo de la fiebre amarilla en el barrio de San Telmo están de acuerdo con esta manera de pensar.

Sin embargo de esto, se elige el Norte para establecer un paseo público, y se dice que él estará en las mejores condiciones higiénicas para los habitantes de esta ciudad.

Puesto que hemos hablado algo de los vientos en sus relaciones con la población bonaerense, diremos además que tenemos un viento de alta presión, el Oeste, y un viento de baja presión, el Sud. De acuerdo con lo primero está el hecho de que, cuando las basuras eran depositadas al oeste de la ciudad, y el viento soplaba de este lado, no se percibía ningún mal olor, y esto debido á que dicho viento, elevaba muy alto los miasmas. El viento Sud, que es de baja presión, nos traía por el contrario olores fétidos, procedentes de los saladeros, cuando estos se hallaban en Barracas.

Cuando hablemos de los cementerios, nos hemos de ocupar extensamente de ellos. Por ahora adelantaremos esta idea, á saber, que el cementerio del Norte está pésimamente situado, porque se encuentra en el trayecto de los vientos reinantes del Norte, que arrastran hacia la ciudad, sobre todo hacia su parte sur, los miasmas cadavéricos que se desprenden de las recargadas fosas.

Esta maléfica influencia la venimos experimentando hacen ya más de 30 años. Discurriendo de esta manera, nos encontramos en presencia de una cuestión importantísima, y que se relaciona íntimamente con la extensión superficial de las ciudades: el pauperismo.

En ciertas naciones civilizadas de la Europa, sobre todo en Inglaterra, es donde se halla más de manifiesto esta calamidad social.

La Gran Bretaña, en donde, la breve subdivisión de la tierra ofrece el desarmónico espectáculo de riquezas fabulosas al lado de la indigencia más completa, contiene, sobre 30 millones de habitantes, cinco millones de pobres!

En la ciudad de Londres, con cerca de 4 millones de habitantes, no hay menos de 100.000 indigentes; contándose, entre estos, 34.000 niños vagabundos (vagrants).

¿Cómo viven estos miserables?

Son verdaderamente aterradoras las descripciones que hemos leído al respecto.

Al lado del soberbio palacio en que habita el lord, el millonario, con todo lo que en realidad constituye un lujo asiático; al lado del oro, de la música y de los perfumes, está el sótano donde languidece el haraposo, el paria de la sociedad inglesa.

Las observaciones de comisionados al efecto de estudiar las condiciones higiénicas en que viven estos infelices, son mas ó menos del siguiente tenor: catorce individuos ocupando una pieza de 7 metros de ancho por 10 metros de largo!

Doscientos individuos habitando una casa de 8 metros de frente por 45 de fondo; á tal punto que cada uno de ellos no alcanza á tener ni siquiera 2 metros cuadrados de superficie.

Vamos á transcribir unos párrafos del informe dirigido al parlamento inglés por el Dr. Duncan, comisionado para estudiar la situación de los pobres de Londres. Dicen así: "Los sótanos son de 10 á 12 pies cuadrados de superficie; generalmente embaldosados, pero, muchas veces, teniendo por pavimento el suelo desnudo; su altura es por lo común de 6 pies. Los más no tienen ventanas; de suerte que la luz y aire no tienen acceso al sótano sino por la puerta, cuya cumbre apenas pasa el nivel de la calle.

"La ventilación no existe. Son oscuros, y, por falta de desagüe, son casi siempre húmedos. Algunas veces existe un segundo sótano, comunicando con el primero, que se usa como dormitorio, el cual no recibe otra luz ni más aire que el que le llega del sótano principal.

"Pero el carácter de los sótanos no es el peor aspecto de esta miserable clase de habitaciones. Ya he mencionado que nunca tienen mas de 2 cuartos cada uno, que generalmente solo tienen 1, y que estos cuartos son muy pequeños, y así mismo se hallan casi siempre excesivamente aglomerados sus habitantes. No es raro encontrar que dos, tres y hasta cuatro familias vivan y duerman juntas en uno de esos cuartos, sin división ó separación alguna para las diferentes familias ó sexos.

"Muy pocos sótanos hay en que no se encuentren, á lo menos, dos familias hacinadas de esa manera. Las camas consisten á veces en un colchón, y otras veces son simplemente de paja extendida en los rincones del sótano, sobre el suelo húmedo y frío; y en estos miserables lechos, el padre, la madre, los hijos y las hijas yacen amontonados, en medio de la suciedad y de la indecencia, mil veces peores que los peores caballos en sus establos."

A pesar de esta terrible circunstancia, que necesariamente debe obrar en un sentido opuesto á la buena higiene de la ciudad de Londres, su mortalidad anual no es excesiva (1 por 41); es mucho menor que la de otras ciudades que no tienen tanto pobrerío; lo que se explica, como ya lo hemos dicho, por el dinero gastado, y por la dedicación científica prestada con heroísmo á las obras de salubridad.

Últimamente se han tomado medidas muy enérgicas respecto á lo que nosotros llamamos conventillos. Por ellas, todo propietario ó encargado de una casa de huéspedes está obligado á presentar, por escrito, á la autoridad correspondiente los siguientes datos relativos á dichas casas:

1º. El número ó nombre de la casa, y la situación que ocupa.

2º. El nombre y domicilio del propietario ó del encargado de percibir el alquiler de toda ó parte de la casa.

3º. El largo, ancho y alto, en pies y pulgadas, de cada una de las habitaciones.

4º. El número de las personas que ocupan cada una de esas habitaciones.

5º. Los nombres de los ocupantes.

6º. Los alquileres que pagan ó deben pagar.

7º. Se llevará además un registro á la Oficina Sanitaria, en que conste la capacidad cúbica de cada cuarto de las casas mencionadas, y el número de ocupantes que cada uno de ellos puede contener, según la ley; y un extracto de ese registro, en lo relativo al número de ocupantes correspondiente a cada cuarto, será colocado en caracteres fácilmente legibles en el interior de la puerta de la habitación correspondiente.

En lo que respecta á la inspección de las casas de inquilinato, las disposiciones inglesas no son menos importantes.

El médico de la parroquia, ó un inspector municipal, ó cualquier persona autorizada por el gobierno local, puede entrar, á toda hora, en dichas casas de huéspedes, y en cada una de sus habitaciones, con el objeto de inspeccionarlas y de hacer constar el número de los ocupantes; y toda persona que se resista ó dificulte semejante visita de inspección, estará sujeta á una pena de 40 chelines por cada vez que repita esa falta.

Si en la inspección del edificio, se encuentra que este no se halla en condiciones sanitarias, por falta de pavimento, de blanqueo, de limpieza, de reparación, de drenaje eficaz, de ventilación conveniente, ó de cualesquiera otros medios de aseo, la Comisión Sanitaria del distrito ordenará, por escrito, las necesarias reparaciones y los trabajos que sean precisos, para el saneamiento de la casa ó de cualquier parte de ella.

El servicio de letrinas se halla también reglamentado en Inglaterra.

Cada casa de alquiler debe tener á lo menos un water-closet bien construido y cubierto; previniéndose que debe haber una de estas oficinas para cada 20 personas que habiten ó puedan habitar la casa, con la correspondiente dotación de agua.

Todos los techos de las habitaciones, y los techos y paredes del water-closet, lo mismo que las paredes de los patios y zaguanes, deben ser blanqueados una vez al año, en los meses de Abril á Mayo, bajo las penas que la ley impone á los propietarios que no cumplan con esta y las anteriores prescripciones. Esta pena es una multa de 40 chelines más por cada día que se retarde el cumplimiento del mandato.

No es solo en Londres en donde existe un número considerable de pobres vivientes en sótanos.

La ciudad de Berlín, según el censo de 1864, tenía más de 600.000 habitantes, de los cuales 9/100, ó sean 54.000 individuos, reducidos á la última miseria.

El pauperismo en Berlín es, sin embargo, proporcionalmente menor que en Londres; con la diferencia de que, en la primera ciudad, el entusiasmo por la higiene pública no es, ni con mucho, semejante al de la segunda. También la mortalidad media anual es mayor en Berlín que en Londres.

En los sótanos de que hemos hablado se manifiestan con mucha frecuencia las enfermedades zimóticas, ó sean aquellas de carácter pútrido, como la fiebre tifoidea, viruelas, etc.

La mortalidad de Berlín, que es anualmente 1 por 27 habitantes, llega á ser 1 por 17, considerada en las pobres gentes que moran en los sótanos, los cuales se encuentran más abundantes en la parte nueva de dicha ciudad.

En Liverpool existen también muchos sótanos ocupados por familias indigentes.

Volvamos un instante la vista hacia la ciudad de Buenos Aires. Y bien, ¿encuéntranse en ella sótanos habitados?

Tenemos serios temores de que ya, en la actualidad, existan algunos, y, sobre todo, de que con el andar del tiempo, si nos descuidamos, hemos de tener muchos. Hace poco tiempo fuimos llamados para asistir á un individuo, el cual se hallaba enfermo en uno de esos cuartujos subterráneos, sin ventilación, sin luz, y, por consiguiente, húmedo ó infecto.

Nos hace presentir un mal tan grande la siguiente consideración: de los inmigrantes que anualmente nos llegan, 20.000 ruedan en la ciudad; ahora bien, no tenemos las cifras exactas del número de edificios que se construyen al año en Buenos Aires, pero creemos que estos no alcanzan ni á 5.000, ni á 1.000 siquiera. Asignando por lo mucho 6 individuos para cada casa, nos encontramos con un déficit notable.

¿Dónde irá, pues, la gente que no tiene casa ni cuarto en que vivir? La respuesta es sencilla: á los sótanos, á los altillos produciendo la aglomeración, que trae, como consecuencia inevitable, la viciación del aire, la enfermedad y la muerte.

Este sistema de vida (el de los sótanos) es atrozmente funesto, no solo para los que le siguen, sino también para la comunidad, á la que afecta, por razones cuya repetición es obvia.

La autoridad debe vigilarlo é impedirlo con una energía que corresponda á la civilización á que hemos arribado.

Es preciso, ya que se promueven y llevan á efecto algunas importantes obras de salubrificación, ponernos en condiciones tales que nuestra mortalidad anual disminuya, como disminuyó en Londres, en París y en otras ciudades.

Nuestro estado actual de cosas en lo concerniente á la higiene es pésimo, y considerándolo, se nos vienen á la mente las memorables palabras de Bossuet, en un discurso fúnebre pronunciado con ocasión de la muerte de la princesa Enriqueta de Francia: "No me admira la muerte; lo que sí me extraña es cómo se sostiene la vida, en medio de tantas fuerzas aniquiladoras."