Comunicado del combate naval de Santiago de Cuba del almirante don Pascual Cervera



Comunicado del combate naval de Santiago que el almirante don Pascual Cervera cursó al general en jefe y al Ministro de Marina

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Excmo. e Ilmo. Sr.:

En cumplimiento de las órdenes de V.E.I., con la evidencia de lo que había de suceder y tantas veces había anunciado, salí de Santiago de Cuba con toda la Escuadra que fue de mi mando, en la mañana del día 3 del corriente mes de julio.

Las instrucciones dadas para la salida eran las siguientes: El «Infanta María Teresa», buque de mi insignia, había de salir el primero, siguiendo sucesivamente el «Vizcaya», «Colón», «Oquendo» y destructores. Todos los barcos tenían todas sus calderas encendidas y con presión.

Al salir el «Teresa» empezaría el combate con el enemigo que estuvieran más a propósito, y los que le seguían procurarían dirigirse al oeste a toda fuerza de máquinas, tomando la cabeza el «Vizcaya». Los cazatorpederos habían de mantenerse, si podían, fuera del fuego, espiar un momento oportuno para obrar, si se presentaba, y tratar de escapar con su mayor andar, si el combate nos era desfavorable.

Los buques salieron del puerto con una precisión tan grande, que sorprendió a nuestros enemigos, quienes nos han hecho muchos y muy entusiastas cumplimientos sobre el particular. Tan pronto como salió el «Teresa» rompió el fuego a las 9 h. 35 m., sobre un acorazado que estaba próximo, pero dirigiéndose a toda fuerza de máquina sobre el «Brooklyn», que se encontraba al SO. y que nos interesaba tratar de poner en condiciones de que no pudiera utilizar su posterior andar. Los demás buques empeñaron el combate con los otros enemigos que acudían de los diversos puntos donde estaban apostados. La Escuadra enemiga constaba aquel día de los siguientes buques frente a Santiago de Cuba: «New York», insignia del Contraalmirante Sampson; «Brooklyn», insignia del comodoro Schley; «lowa», «Oregón», «Indiana», «Texas» y varios buques menores, o mejor dicho, transatlánticos y yates armados. Realizada la salida se tomó el rumbo mandado, y el combate se generalizó con la desventaja, no sólo del número sino del estado de nuestra artillería y municiones de 14 centímetros que conoce V.E.I. por el telegrama que le puse al quedar a sus órdenes. Para mí no era dudoso el éxito, por más que alguna vez creí que no sería tan rápida nuestra destrucción.

Al «Infanta María Teresa» un proyectil de los primeros le rompió un tubo de vapor auxiliar por el que se escapaba mucho, que nos hizo perder la velocidad con que se contaba; al mismo tiempo otro rompía un tubo de la red de contra incendios. El buque se defendía valientemente del nutrido y certero fuego del enemigo, y no tardó mucho en caer entre los heridos su valiente comandante, capitán de navío don Víctor M. Concas, que tuvo que retirarse y como las circunstancias no permitían perder un segundo, tomé por mí mismo el mando directo del buque esperando ocasión de que pudiera llamarse al segundo comandante, pero ésta no llegó, porque el combate arreciaba, los muertos y heridos caían sin cesar, y no había que pensar en otra cosa que en hacer fuego en tanto que se pudiera.

En tal situación, teníamos fuego en mi cámara, donde debieron hacer explosión algunos de los proyectiles que allí había para los cañones de 57 mm.; vinieron a participarme haberse prendido fuego al cangrejo de popa y caseta del puente de popa, al mismo tiempo que el incendio iniciado en mi cámara se corría al centro del buque con gran rapidez, y como no contábamos con agua, fue tomando cada vez más incremento siendo impotentes nosotros para atajarlo. Comprendí que el buque estaba perdido y pensé desde luego en donde lo vararía para perder menos vidas, pero continuando el combate en tanto fuera posible.

Desgraciadamente el fuego ganaba terreno con mucha rapidez y voracidad, por lo que envié uno de mis ayudantes con la orden de que se inundasen los pañoles de popa, encontrándose éste ser imposible penetrar en los callejones de las cámaras a causa del mucho humo y del vapor que salía por la escotilla de la máquina, donde también le fue absolutamente imposible penetrar, a causa de no permitir la respiración abrasadora de la atmósfera; por tanto fue necesario dirigirnos a una playita al 0. de Punta Cabrera, donde embarrancamos con la salida, al mismo tiempo que se nos paraba la máquina; era imposible subir municiones ni nada que exigiera ir bajo la cubierta acorazada, sobre todo a popa de las calderas, y en tal situación no había que pensar más que en salvar la parte que se pudiera de la tripulación, de cuya opinión fueron el segundo y tercer comandantes y los oficiales que se pudieron reunir, a los que consulté si creían que podía continuar el combate, contestando que no.

En tan penosa situación, habiendo empezado las explosiones parciales de los depósitos de las baterías, di orden de arriar la bandera e inundar todos los pañoles: la primera no pudo ejecutarse a causa del terrible incendio que había en la toldilla, habiéndose quemado al poco rato. Ya era tiempo: el fuego ganaba con mucha rapidez y apenas hubo el suficiente para abandonar el buque, cuando ya el fuego llegaba al puente, y eso ayudados por dos botes americanos que llegaron como tres cuartos de hora después de la embarrancada.

Entre los heridos están el teniente de navío don Antonio López Cerón y alférez de navío don Angel Carrasco, y faltan el capitán de Infantería de Marina don Higínio Rodríguez, al que creo mató un proyectil, el alférez de navío don Francisco Linares, el segundo médico don Julio Díaz del Río, el maquinista mayor de primera clase don Juan Montero y el de segunda don José Melgares, cuyo cadáver salió a la playa. El salvotaje se hizo tirándose al agua los que sabían nadar, intentando tres veces llevar una guía a tierra, lo que sólo se consiguió a última hora y ayudados por los dos botes americanos de que llevo hecha mención. Nosotros arriamos un bote que parecía bueno e inmediatamente se fue a pique, y se echó al agua un bote de vapor, que sólo pudo hacer un viaje, porque también se fue a pique por efecto de las averías que tenía, al intentar volver a bordo por segunda vez, quedando agarrados a él los tres o cuatro hombres que lo llevaban y que se salvaron unos a nado y otros los recogió un bote americano.

El comandante, ayudado por buenos nadadores, había ido a tierra; el segundo y tercero dirigían a bordo el embarco, y necesitándose dirección en tierra, cuando ya venían los botes americanos, yo me fui a nado, ayudado por dos cabos de mar llamados don Juan Llorca y Andrés Sequeiro y mi hijo ayudante, teniente de navío don Angel Cervera.

Concluido el desembarco de la gente, fui invitado por el oficial americano que mandaba los botes de seguirle a su buque, que era el yate armado «Gloucester», a donde fui acompañado de mi capitán de bandera herido, de mi hijo ayudante y del segundo del buque que fue el último que lo abandonó.

Durante este período, el aspecto del buque era imponente porque se sucedían las explosiones y estaba para aterrar a las almas mejor templadas.

Nada absolutamente creo que pueda salvarse del buque, y nosotros lo hemos perdido todo, llegando la inmensa mayoría absolutamente desnudos a la playa.

Pocos minutos después que el «Teresa» embarrancaba el «Oquendo» en una playa como a media legua al oeste de él, con un incendio parecido al suyo, y se perdieron de vista por el Oeste el «Vizcaya» y el «Colón», perseguidos por la escuadra enemiga. Según me ha manifestado el contador del «Oquendo», único oficial que está en el mismo buque que yo, la historia de este desgraciado buque y su heroica tripulación es la siguiente, que tal vez se rectifique algo, pero sólo en detalles, no en el fondo de los hechos:

El desigual y mortífero combate sostenido por este buque se hizo más desigual aún porque al poco tiempo de comenzado un proyectil enemigo entró en la torre de proa matando a todo el personal de ella, menos un artillero que quedó muy mal herido.

A la batería de 14 centímetros, barrida por el fuego enemigo desde el principio, sólo le quedaron dos cañones útiles, con los que continuó defendiéndose con una energía incomparable. También la torre de popa quedó sin su oficial comandante, muerto por un proyectil del enemigo que entró al abrir la puerta para poder respirar, porque se asfixiaban dentro. No conoce el Contador la historia de la batería de tiro rápido y sólo sabe que disparaba, seguramente, lo mismo que toda esta valiente tripulación. Hubo dos incendios: el primero, que se dominó, ocurrió en el sollado de proa, y el segundo, que se inició a popa, no se pudo dominar, porque ya no daban agua las bombas, quizá por las mismas causas que en el «Teresa».

Los ascensores de municiones de 14 centímetros faltaron desde el principio, pero no faltaron municiones en la batería, mientras que pudo batirse, por los repuestos que, a prevención, se habían puesto en todos los buques. Cuando el valiente comandante del «Oquendo» vio que no podía dominar el incendio y no tenía ningún cañón en estado de servicio, fue cuando se decidió a embarrancar, mandando previamente disparar todos los torpedos, menos los de popa, por si se acercaba algún buque enemigo, hasta que llegado el último extremo mandó arriar la bandera, minutos después que el «Teresa» y previa consulta a aquellos oficiales que estaban presentes. Los comandantes segundo y tercero y tres tenientes de navío habían ya muerto. El salvamento de los supervivientes fue organizado por su comandante, que ha perdido la vida por salvar la de sus subordinados. Hicieron una balsa, arriaron dos lanchitas, únicas embarcaciones que les quedaban útiles, y últimamente fueron auxiliados por embarcaciones americanas, y según me dijo un insurrecto, a quien hablé en la playa, también les auxilió un bote que éstos tenían.

Sublime era el espectáculo que presentaban estos dos buques; las continuas explosiones que se sucedían sin cesar, no acobardaban a estos valientes, que han defendido sus buques hasta el punto de no haber podido ser hollados por la planta de ningún enemigo.

Cuando fui invitado por el oficial americano a seguirlo, según dije a V.E.I anteriormente, di instrucciones para el reembarco al tercer comandante don Juan Aznar, a quien no he vuelto a ver desde entonces. Al llegar al buque americano, que era el yate armado «Gloucester», encontré allí una veintena de heridos pertenecientes en su mayor parte a los cazatorpederos, los comandantes de éstos, tres oficiales del «Teresa», el Contador del «Oquendo» y nos reunimos entre todos hasta noventa y tres personas, pertenecientes a las dotaciones de la Escuadra.

El comandante y oficiales del yate nos recibieron con las mayores atenciones, esforzándose por atender a nuestras necesidades, que eran de todo género, porque llegamos absolutamente desnudos y hambrientos; me manifestó el comandante que como su buque era tan pequeño, no podía recibir aquella masa de gente, e iba a buscar un buque mayor que los embarcara. Los insurrectos, con quienes yo había hablado, me habían dicho que con ellos tenían unos 200 hombres entre los que había 5 ó 6 heridos, y me añadieron de parte de su jefe que si queríamos irnos con ellos les siguiéramos y nos auxiliarían con lo que ellos tenían, a lo que les contesté que dieran las gracias a su jefe y le dijeran que nosotros nos habíamos rendido a los americanos; pero que si tenían médico, les agradecería que curaran una porción de heridos que teníamos en la playa, algunos de ellos muy graves.

Al comandante del yate le comuniqué esta conversación con los insurrectos y le supliqué reclamara nuestra gente, lo que me prometió, enviando al efecto un destacamento con bandera. También envió algunos víveres de que tan necesitados estaban en la playa.

Seguimos después hacia el O. hasta encontrar el grueso de la Escuadra, de la que se destacó el crucero auxiliar «Paris», y nuestro yate siguió hasta frente a Cuba, donde recibió órdenes con arreglo a las que unos fuimos transbordados al «Iowa» y otros lo fueron a otros barcos.

Durante mi permanencia en el yate pedí a los comandantes de los cazatorpederos noticia de la suerte que les había cabido, teniendo el conocimiento de saber su triste fin.

De lo ocurrido al «Furor», puede V.E.I. enterarse detalladamente por la adjunta copia del parte de su comandante; en él encontró una muerte gloriosa el capitán de navío don Fernando Villaamil, y el número de bajas acredita cómo se ha conducido este pequeño buque cuyo comandante también fue herido levemente.

Cuando llegué al «Iowa», donde fui recibido con toda clase de honores y consideraciones, tuve el consuelo de ver en el portalón al bizarro comandante del «Vizcaya», que salió a recibirme con su espada ceñida porque el comandante del «Iowa» no quiso que se desprendiera de ella en testimonio de su brillante defensa. Adjunta es también copia del parte que me ha producido, por el cual vendrá V.E.I. en conocimiento de esta historia tan parecida a la de sus hermanos «Teresa» y «Oquendo», lo que prueba que los mismos defectos han producido las mismas desgracias, habiendo sido todo cuestión de tiempo.

En el «Iowa» estuve hasta las cuatro de la tarde, en que fui trasbordado al «San Luis», donde encontré al general segundo jefe y comandante del «Colón».

Cuando estando aún en el «Iowa» se incorporó el almirante Sampson, le pedí permiso para telegrafiar a V.E.I., haciéndolo en los Siguientes términos:

«En cumplimiento de las órdenes de V. E., salí ayer mañana de Cuba con toda la Escuadra, y después de un combate desigual contra fuerzas más que triples de las mías, toda mi Escuadra quedó destruida, incendiados y embarrancados el "Teresa", "Oquendo" y "Vizcaya"; el "Colón", según informes de los americanos, embarrancado y rendido; los cazatorpederos a pique. Ignoro aún las pérdidas de gente, pero seguramente sumen más de 600 muertos y muchos heridos, aunque no en tan grande proporción. Los vivos somos prisioneros de los americanos. La gente toda rayando a una altura que ha merecido los plácemes más entusiastas de los enemigos. Al comandante del "Vizcaya" le dejaron su espada. Estoy muy agradecido a la generosidad e hidalguía con que nos tratan. Entre los muertos está Villaamil y creo que Lazaga; entre los heridos, Concas y Eulate. Hemos perdido todo y necesitaré fondos. - Cervera. - 4 de junio de 1898.»

En cuyo telegrama hay que rectificar la suerte del «Plutón», que no fue echado a pique, sino que, sin poderse sostener a flote, consiguió embarrancar como V.E.I. verá en el parte de su bizarro comandante.

Réstame decir a V.E.I., para completar los rasgos característicos de esta lúgubre jornada, que nuestros enemigos se han conducido y se conducen actualmente con nosotros con una hidalguía y delicadeza que no cabe más; no sólo nos han vestido como han podido, sino que han suprimido la mayor parte de los «hurras» por respeto a nuestra amargura; hemos sido y somos objeto de entusiastas felicitaciones por nuestra actuación, y todos, a porfía, se han esmerado en hacernos nuestro cautiverio lo más llevadero posible.

En resumen: la jornada del 3 ha sido un desastre horroroso, como yo había previsto; el número de muertos es, sin embargo, menor del que yo temía; la Patria ha sido defendida con honor y la satisfacción del deber cumplido dejan nuestras conciencias tranquilas, con sólo la amargura de lamentar lo pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la Patria.

También acompaño a V.E.I. relación de los jefes, oficiales y guardias marinas muertos, heridos, contusionados y desaparecidos y otra de los heridos no oficiales que hay en este buque; la gran masa de heridos está a bordo del buque hospital, que es el vapor «Solace».

Como comprendo que V.E.I. tendrá dificultades para transmitir esta comunicación, me permito enviarle un traslado al Excmo. Sr. Ministro de Marina.

Dios guarde a V.E.I. muchos años.

En la mar, a bordo del «San Luis», 9 de julio de 1898.

Firmado: Pascual Cervera.